Internacional:
Otras voces:
-Elecciones en el Imperio USA: Gane quien gane mandará la industria militar.
Rafael Gómez Parra. Editado en la revista E.O.P. n.º 111, de sep-oct 2024.
Kamala Harris y Donald Trump son las dos caras de la misma moneda: mantendrán el apoyo ciego a Israel y seguirán destruyendo países.
En las filas del Imperio norteamericano no se mueve una mosca sin que su enorme aparato económico-militar lo decida. A finales del siglo pasado un coronel del ejército español que recibió formación estratégica en Norfolk (Virginia), la estación naval más grande del mundo, tras la entrada de España en la OTAN contaba que una parte importante de la instrucción que se daba allí a los marines norteamericanos consistía en clases donde se les mostraba en grandes pantallas los lugares del mundo que tenían un especial valor económico para Estados Unidos.
En especial se trataba de mostrarles los lugares de donde los yanquis obtenían las más importantes materias primas para que el imperio pudiera abastecerse y mantenerse. “Si estas materias primas -les contaban- vuestras familias pasarían frío en invierno o no podrían mantener su nivel de vida actual”. En aquella época el petróleo era algo vital, pero también podían ser el acero, el níquel o el cobre, vitales para la producción industrial, incluida la militar.
Ningún presidente norteamericano, desde que Estados Unidos comenzó a dominar el mundo, se ha salido de ese guión, primero dejando desangrarse a Europa en dos terroríficas guerras mundiales, 1917 y 1940, y después con continuas guerras o intervenciones locales, como Corea, Vietnam, Nicaragua, Panamá, Granada, Libia, Irán, Afganistán, Angola, Somalia, Siria, Palestina o Ucrania, por citar solo unas cuantas.
Da igual que los iniciadores de estas guerras fueran presidentes demócratas, como John F. Kennedy, Barack Obama… o republicanos como Ronald Reagan y George W. Bush, todos ellos han sido fieles obedientes de los planes trazados por las grandes multinacionales norteamericanas y, sobre todo, por el todopoderoso conglomerado militar que tiene en el Pentágono su principal motor y cliente.
Ni Kamala Harris ni Donald Trump van a cambiar ni un ápice los planes de dominio mundial aunque para ello tengan que seguir destruyendo países y poblaciones enteras, siempre con la complacencia de los gobiernos de la Unión Europea, principales lacayos del imperio dispuestos a poner en peligro, de nuevo, a todo el continente.
Un Imperio en crisis cada vez más aguda es aún más peligroso si cabe porque incapaces ya de mantener a sus gobiernos títeres tienen que recurrir a la violencia más ciega, destruyendo aquellas naciones que se niegan a ser sojuzgadas, como ha ocurrido con Iraq y Libia y han intentado con Siria y muy posiblemente lo intenten con Venezuela.
Ni Kamala Harris ni Donald Trump aceptarán devolver Palestina a sus verdaderos habitantes, ni van a transigir con un alto el fuego en Ucrania, ni van a eliminar los muros que han construido en la frontera con México, ni van a acabar con el racismo blanco en su país, ni van a aceptar un referéndum sobre el Sahara, ya en manos del déspota rey Mohamed VI de Marruecos.
Todas las promesas de los candidatos son papel mojado tanto a nivel interno en una sociedad concebida y hecha para los capitalistas, para los ricos, como a nivel internacional. Recuerdo la algarabía con la que “la izquierda española” recibió la llegada a la Casa Blanca del primer negro, Barack Obama, durante cuyos dos mandatos no solo se agudizaron los ataques contra los países árabes (lo llamaron la Primavera Árabe) y apoyaron a los fascistas ucranianos para acabar con el gobierno legítimo de ese país, dando así los primeros pasos para atacar a Rusia, sino que en esos mismos ocho años de su gobierno la policía asesinó a tantos o más negros que durante anteriores capítulos presidenciales.
Las mismas piedras de molino con las que la “izquierda española” se tragó la invasión de Afganistán con el pretexto de liberar a las mujeres del dominio de los talibanes… y veinte años después los mismos invasores norteamericanos se marchan dejando a esas mujeres bajo el mismo terror y sin haber hecho nada por liberarlas. Cada vez que Estados Unidos ataca a una nación utiliza los mismos argumentos de defensa de la libertad y de los derechos humanos que ellos mismo incumplen sistemáticamente en su propio país.
No, no atacan, invaden y destruyen países enteros para defender los derechos humanos, sino para arrancarles sus riquezas o para lograr que sus multinacionales operen con total impunidad. Los más de 40.000 palestinos asesinados por Israel en menos de un año demuestran bien a las claras cómo entienden el derecho humano a la vida y a la libertad.
Si Donald Trump es hoy el más genuino representante del fascismo norteamericano, Kamala Harris es la abanderada del imperialismo más agresivo, voraz y depredador, que no se conforma con mantener sus actuales privilegios sino que no dudará con prender fuego a todos los países no solo que se le opongan sino también a los que no acepten sus condiciones, incluida Europa y España, por lo que nos toca.
Barack Obama intentó engañar al gobierno cubano poniendo en marcha una operación “de deshielo” que aminoró levemente el bloqueo norteamericano, rematándole con un viaje a la isla en marzo de 2016, al final de su mandato de ocho años. Su sucesor en la Casa Blanca, Donald Trump, no solo eliminó las pequeñas aperturas en el asedio a Cuba, que dura ya más de 60 años, sino que agravó aún más la situación. Con la victoria de Joe Biden en 2020, la administración norteamericana negó públicamente que pretendiera volver siquiera a la era Obama, demostrando una vez más con los hechos las mentiras yanquis.
Decía en una entrevista el presidente sirio, Bashar el Assad, una vez consumada la guerra contra su país, que no te puedes fiar de los dirigentes norteamericanos porque siempre te engañan, como le ocurrió a él mismo cuando por un lado desde la Casa Blanca le hablaban de paz mientras por otro lado armaban al Estado Islámico para acabar con el país árabe, que no aceptaba someterse a la “paz americana”.
En las elecciones del 5 de noviembre, Joe Biden era el candidato ideal del capitalismo norteamericano, un hombre mayor, con problemas de salud, ideal para ser manejado, intentando repetir así lo ocurrido durante los mandatos de otro anciano con problemas parecidos, Ronald Reagan (1981-89), cuando lograron primero amedrentar a los soviéticos y más tarde engañarles, logrando finalmente acabar con la Unión Soviética, pero el plan entró en crisis cuando la resistencia palestina, en octubre de 2023, lanzó un duro ataque contra Israel, obligando al sionismo a mostrar su cara más fascista y racista y al presidente Biden a dar su total apoyo al genocidio a pesar de los intentos de los grandes medios nacionales e internacionales de edulcorar el hecho indiscutible de que las armas mortales israelíes llevan el sello yanqui.
La lucha palestina ha obligado al armazón económico- militar norteamericano a cambiar sus planes con el único objetivo de minimizar la crisis desatada por la situación en el Cercano Oriente, en Ucrania y también en el propio continente norteamericano con la victoria de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales, mucho más democráticas que las norteamericanas.
Para llevar a cabo sus maquivélicos planes, tanto Kamala Harris como Donald Trump, no tendrá más remedio que intentar involucrar más a los países europeos en sus operaciones militares y de destrucción de los países rebeldes,como hicieron con Yugoslavia entre 1991 y 2001, cuando tras una intensa campaña de desprestigio de Serbia, la OTAN fue desmembrando a la federación eslava. En 1999, aviones de la OTAN, organización militar liderada entonces por su secretario general, el socialdemócra español, Javier Solana, destruyeron la capital de Serbia vengándose así por su resistencia frente al imperio yanqui.
Si gana Kamala Harris serán los partidos socialdemócratas europeos los que la vitorearán y le regalarán los oídos argumentando que el mundo será más feliz con ella en la Casa Blanca. Será una mentira más pero eficaz para gran parte de la izquierda española, catalana o vasca…
Si es Donald Trump el que vence el 5 de noviembre, serán los Milei, Orbán, Santiago Abascal, las Marie Le Pen,Giorgia Meloni … los que alzarán al cielo sus plegarias por tanta bondad derramada sobre el mundo…
Pero en realidad ambos tendrán los mismos proyectos para su “mundo feliz”: horror y muertes hasta que sus mercenarios y terroristas acaben volviéndose contra sus amos como ya ocurrió en su momento con los ataques de Al Qaeda, antiguo aliado terrorista de Estados Unidos, a Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001. Será el final del imperio, como cuando los bárbaros tomaron Roma, dando fin al Imperio.
Georgia
-La prueba de que en Georgia sí hay injerencia extranjera, pero es europea, no rusa.
La presidenta de Georgia, Salomé Zourabichvili, nació en París en 1952 y es hija de refugiados georgianos.
En los años 70 inició su carrera diplomática (eso sí, para Francia), y durante décadas trabajó en diferentes países, la mayoría de los cuales eran occidentales, como Italia (Roma), Estados Unidos (Nueva York y Washington), Austria (Viena) y Bélgica (Bruselas).
Una de las pocas veces que trabajó como diplomática fuera de Occidente fue en Chad, precisamente durante el golpe de Estado del dictador Idriss Déby que Francia apoyó.
Sin embargo, nunca pisó Georgia hasta 1986, y solo como visita. No fue hasta 2003 cuando finalmente comenzó a vivir allí, pero lo hizo como embajadora francesa, no como política georgiana.
De hecho, ni siquiera tenía la nacionalidad georgiana y no la aceptó hasta el año siguiente, y qué ‘casualidad’ que fue justo cuando entró en el Gobierno de Georgia, y porque lo decidió el presidente de Francia «de mutuo acuerdo» con su par georgiano.
Ahora, Zourabichvili, quien tardó más de medio siglo en sacarse la nacionalidad del país que preside, que recibió la ciudadania georgiana porque así lo decidió Francia, y que lleva décadas literalmente defendiendo la agenda política francesa, es la que, cínica e hipócritamente, acusa al Gobierno actual de estar controlado por Rusia y no quiere reconocer lo que votaron sus compatriotas.
Así que sí, en Georgia hay injerencia extranjera, pero de Occidente, no de Rusia.
@elOJOen