CERVANTES
El problema consistía en superar las rígidas barreras impuestas por la España de la Contrarreforma. Conoció la venalidad de los funcionarios, el soborno de los jueces y la miseria de los pueblos. Fue un despiadado fustigador de monjes ociosos, holgazanes y corrompidos.
Entre los escritores españoles considerados como clásicos, Miguel de Cervantes es uno de los que más ha visto desenfocada su imagen por la óptica cultural del franquismo: se nos ha querido presentar un Cervantes ortodoxo hasta la médula, aburrido de puro bueno y ejemplar, apto para reflejar un idealismo que ha marcado durante siglos a los españoles y que –supuestamente- nos ha llevado a espiritualizar toda nuestra historia en aras del quijotismo. Nada más alejado de la realidad: ni Cervantes es como nos lo han querido presentar, ni el Quijote es ese idealista, modelo y patrón del espíritu español. Cervantes fue, ante todo, un hombre de su tiempo, un hombre que escribió para el pueblo y que para el pueblo debe ser recuperado. Ni practicó el precepto de “el arte por el arte”, ni fue representante de esa pléyade de escritores famosos a costa de adular a la aristocracia; Cervantes creó a sus personajes para que sirvieran de portavoces de su propia concepción de la vida, y para ofrecer un marco a estos personajes inventó un nuevo género literario: la novela moderna. No la novela de caballerías, ni la novela pastoril, ni la novela sentimental, ni la bizantina, todas ellas artificiosas y radicalmente divorciadas de la realidad.
Cervantes creó un género literario en el que tuvieran cabida las fábulas y la historia, la poesía y el teatro, la autobiografía y la sátira; un género, en fin, que le permitiera moverse con entera libertad para expresar lo que quisiera y como quisiera. Una vez encontrado el género (en las Novelas Ejemplares hizo los ensayos estilísticos del Quijote, y es donde, por primera vez, aparece la forma dialogada en relatos cortos, originales) el problema consistía en superar las rígidas barreras impuestas por la España de la Contrarreforma. La sociedad que rodeaba al escritor era una amalgama de miseria en los campos y boato en las cortes, de lucha por la crítica racionalista más allá de los Pirineos y fanatismo imperante en España. Todos estos contrastes se presentaron más claramente ante Cervantes cuanto que él mismo formaba parte de ellos. Después de pasar sus años de juventud dedicado a las armas, recorriendo el imperio español en Europa mantenido a costa de la fuerza, y después de perder un brazo en Lepanto, tiene que enfrentarse al cautiverio en Argel. Una vez rescatado intenta, sin conseguirlo, encontrar un puesto en la sociedad, pero todos los caminos están cerrados a los que como él, ni pertenecen a la nobleza ni están integrados en las altas esferas. Tiene una hija natural, doña Isabel de Saavedra, y termina casándose con una dama de algunos dineros, pero que no bastan para liberarle de una miseria que le perseguiría a lo largo de casi toda su vida.
Establecido en Madrid, intenta salir adelante como autor de comedias, pero Lope de Vega era el rey de los escenarios; aparte de gozar del favor del público, contaba con un aparato de clac y de reventadores profesionales que le aseguraban el primer puesto. No había, por tanto, sitio para el soldado manco. Esta experiencia le sirve, sin embargo, para introducir más tarde la estructura dramática en sus novelas; así, los personajes gozan de la viveza y agilidad que les confiere el haber sido concebidos primeramente para moverse sobre un escenario.
Después de su fracaso teatral, Cervantes se encuentra con más de cuarenta años, sin oficio, frustradas sus ambiciones artísticas y expuesto a la murmuración a causa de la vida libre que tenían las mujeres de su familia; exceptuando a su esposa, que permaneció siempre en su pueblo de Esquivias, sin acompañarle en sus forzadas correrías por la Mancha y Andalucía, las demás “Cervantas” -su hija, su tía, sus hermanas- recibían amantes en su casa. En estas circunstancias, era imposible que Cervantes ostentara el concepto de la honra calderoniana tan al gusto de los escritores de la época; Cervantes sabe contemplar la realidad en la que se mueve, y considera a la mujer como algo más que la simple depositaria de la honra de su familia y a la que es preciso encerrar bajo siete llaves. Así vemos en El celoso extremeño cómo el ridículo y la muerte son el castigo merecido por el viejo ricachón que quiere apartar a su joven esposa de los ojos de todos para que no viva sino para él.
Cervantes hace ver al lector cómo esto es imposible, cómo una mujer no es una simple muñeca que pueda ser dominada por un marido. También en La fuerza de la sangre, se presenta a la joven Leocadia aduciendo razones llenas de sensatez y sentido común, mientras que su violador, Rodolfo, no dice más que tres o cuatro necedades en toda la obra. Todas las figuras femeninas están tratadas con gran respeto por parte de Cervantes; no sucede igual con clérigos, alguaciles, jueces y gobernantes.
Por propia experiencia sabía Cervantes que la misión de estos personajes no era defender al pueblo, al cual debían prestar apoyo y protección, sino esquilmarlo. El escritor, como proveedor de la Armada Invencible y como comisario de abastos, recorrió durante muchos años los pueblos de la Península, y dio incluso con sus huesos en la cárcel por unas cuentas no muy claras y por la malicia de un juez; conocía la venalidad de los funcionarios, los abusos de los alguaciles, el soborno de los jueces y la miseria de los pueblos que debían pagar tributos para sostener las guerras imperiales, que proporcionarían beneficios económicos a la alta clase y arruinarían en cambio los hogares humildes. Y todo esto Cervantes lo ve con ojos muy críticos, porque no en vano tuvo en su mocedad un maestro erasmista, don Juan López de Hoyos, que le inició en las lecturas del filósofo más leído en la Europa de entonces, y más aborrecido por las altas jerarquías de los estados y de la Iglesia. Erasmo de Rotterdam era partidario del libre examen, de la libertad de conciencia y del juicio crítico y racionalista; fue un despiadado fustigador de los monjes ociosos, holgazanes y corrompidos, del dogma aceptado ciegamente, de los falsos milagros, de los votos, de las procesiones, de las rogativas, de la piedad externa… Dice Américo Castro que el erasmismo tenía mucho de común con Lutero, y hasta iba más lejos que éste en ocasiones; sin embargo, había una gran oposición dentro de la misma Iglesia con respecto a Erasmo: hasta que no se puso de manifiesto con claridad la consecuencia que saldría de él, encontró apoyo en muchos sectores; dentro de la misma corte española había muchos erasmistas. Cuando se perfiló que tras Erasmo venía la libertad de pensamiento, la tolerancia, la emancipación del yugo teológico, fue cuando se desencadenó con toda su fuerza la Contrarreforma.
Pero ya la semilla estaba sembrada, y para Cervantes, la máxima enseñanza que se podía sacar de Erasmo fue que era preciso disimular y decir las cosas suavemente, con dobleces, por medio de juegos de palabras. La sátira y la ironía fueron las dos armas que el ilustre manco afiló con cuidado. En El coloquio de los perros, la más completa y densa de todas las Novelas Ejemplares, Cervantes nos presenta la sociedad de entonces vista por los ojos de un perro, personaje escogido con toda intención por ser espectador de todos los abusos, pero mudo por imperativos ajenos a su voluntad, tal y como le sucedía al propio Cervantes y a cualquier otro hombre salido del seno del pueblo. El perro Berganza trabaja con unos pastores encargados de cuidar al rebaño por orden de sus señores; muy pronto descubre que son los propios pastores los que matan y devoran al ganado puesto bajo su custodia. La alusión no puede ser más transparente; dice Berganza: ¡Válgame Dios! ¿Quién podrá remediar esta maldad? ¿Quién será poderoso a dar a entender que la defensa ofende, que los centinelas duermen, que la confianza roba y el que os guarda os mata? Más adelante habla claramente de los jueces cohechados o sobornados por medio de dádivas y de los alguaciles y escribanos que se aprovechan de su autoridad para obtener dinero de los detenidos. El episodio central de la novela, el retablo de las Camachas, es una muestra más de la fina ironía cervantina. Por aquellos años eran muy frecuentes los procesos de la Inquisición en los cuales se quemaba vivas a las supuestas brujas tras hacerles declarar, bajo tormento, que asistían en cuerpo y alma a diabólicos aquelarres.
En el Coloquio de los perros, Berganza nos cuenta cómo asiste a los preparativos de una hechicera que se dispone a ir a una de estas celebraciones. Tras untarse el cuerpo con una droga (parece ser que usaban, entre otros ingredientes, belladona, un fuerte alucinógeno que aplicado al cuerpo da inmediata sensación de ligereza y de levitación) la bruja cae desvanecida al suelo y allí permanece toda la noche, sin levantarse un palmo, ante los ojos del perro. Cervantes no puede dejar más clara su opinión: los aquelarres son sólo producto de la imaginación de las brujas, y la Santa Inquisición emplea la piadosa arma del tormento para obtener confesiones falsas que llevarán a la hoguera a unas pobres mujeres. Esto, dicho sin ambages, le hubiera costado la vida, pero ya sabe que por medio de la ironía y la sátira puede dejar traslucir sus propias ideas. Un ejemplo muy evidente lo encontramos en la doble redacción de El celoso extremeño. En la primera versión, que hoy conocemos gracias a la recopilación hecha por Porras de la Cámara, se comete adulterio; en la segunda, aparecida tras la salida de la primera parte del Quijote, Cervantes debió pensar que más le valía no salirse demasiado de los senderos establecidos, y sustituyó el adulterio por un juego de palabras que quieren dar a entender que no sucedió nada, mientras que el resto de los acontecimientos señalan con claridad que Leonora cayó en brazos de Loaysa.
Las Novelas Ejemplares son doce pequeños relatos que no han sido apreciados en todo su justo valor dentro de la totalidad de la producción cervantina. Cervantes no es solamente el Quijote, y vale la pena, antes de emprender la lectura de éste, pasar por las Novelas. Cada una de ellas tiene un sabor diferente al de las otras, tanto por la historia narrada como por el estilo literario empleado. De Rinconete y Cortadillo poco se puede decir que no sea conocido: es espléndida la pintura que hace Cervantes de los bajos fondos sevillanos por medio de los dos pícaros; todos los elementos usados por el autor ayudan a dar colorido a las escenas: Monipodio, con su cofradía de ladrones; la Gananciosa, la Cariharta y la Pipota, con sus peleas y sus rezos, y el lenguaje mismo recreado por Cervantes, mezcla de dialecto barriobajero y de argot de germanía, contribuyen a trazar una imagen fresca y simpática de este ejército de pícaros, los parados de entonces, que luchaban por sobrevivir entre las ruinas del imperio.
Las demás novelas –La señora Cornelia, La gitanilla, El licenciado Vidriera, La ilustre fregona…) se leen con placer y en todas late la crítica social que hace su autor, y que va desde ofrecer, en La señora Cornelia, la visión realista que tenía el pueblo italiano de las tropas españolas, fanfarronas y avasalladoras,hasta poner la verdad en boca de un loco en El licenciado Vidriera, recurso tomado de Erasmo –Elogio de la locura- y que Cervantes desarrolló más tarde en el Quijote.
Esta obra, la más comentada y conocida a lo largo de toda la literatura española, es probablemente la que menos se lee hoy día, quizá por temor de encontrarse el posible lector ante el Cervantes anquilosado y moralista que nos ha presentado siempre la propaganda franquista, ávida de apropiarse y desvirtuar todas las creaciones del pueblo.
Don Quijote es un loco que a veces dice la verdad, pero que presenta también otra faceta no menos interesante. Por medio de él, Cervantes ataca la caballería no sólo material, sino la cultural o ideológica, la caballería azuzada por la Contrarreforma, que encontraba herejes donde sólo había molinos de viento. En el episodio de los mercaderes, en la primera parte, don Quijote quiere obligar a éstos a que declaren, sin haberla visto nunca, que Dulcinea es la más hermosa doncella del mundo. Los mercaderes le replican con toda cordura: Señor caballero, nosotros no conocemos quien sea esa buena señora que decís; mostrádnosla: que si ella fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida. Si os la mostrara –replicó don Quijote- ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender.
Nótese que todos los términos usados por don Quijote (creer, confesar, afirmar, jurar y defender) son los empleados para referirse a los dogmas de la fe católica, y que ésta exige, como el hidalgo a los mercaderes, creencia ciega. Además, don Quijote acusa a los pobres comerciantes de “blasfemos” por negarse a declarar sobre algo que no han visto. Cervantes presenta al lector, de esta forma, la irracionalidad y el absurdo derivado de pretender hacer un dogma de algo que no puede ser comprobado.
En el episodio del encuentro entre Sancho y el morisco Ricote, dice este último: Pasé a Italia y llegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitantes no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte de ella se vive con libertad de conciencia.
Las opiniones de este tipo son numerosísimas a lo largo de todas las páginas del Quijote. Cervantes recurre a un imaginario narrador moro. Cide Hamete Benengeli, que es quien va contando las aventuras del caballero y su escudero; pudiéramos pensar que este moro es un pretexto que permite a Cervantes exponer veladamente sus opiniones sin comprometerse él, ya que cabe esperar de un moro que sus juicios no sean del todo ortodoxos; también proporciona así la visión objetiva que un narrador no español da de los acontecimientos.
Toda la obra está llena de pasajes tan interesantes como amenos: el de los galeotes, donde don Quijote libera a unos forzados que por orden real iban a galeras, o el de la Cueva de Montesinos, todavía no descifrado con claridad , en el que se suceden una serie de aventuras que parecen mezcla de sueños y de alucinaciones, o el archiconocido de Clavileño. La edición más asequible y, al mismo tiempo, más cuidada de Don Quijote de la Mancha, es la de Editorial Juventud, anotada por Martín de Riquer.
Lo que es importante es situar a Cervantes en las coordenadas de su tiempo, como hombre de su época y como novelista popular; en vida vio imprimirse numerosas ediciones del Quijote, varias de ellas en otros idiomas; la obra se comentaba y leía en todas partes, en los pueblos y en las ciudades, y los personajes pasaron a formar parte del acervo popular, especialmente la figura de Sancho Panza, por ser la que con más verismo representaba al pueblo trabajador.
Para leer el Quijote no hace falta comprar una edición de lujo, de esas que sirven para adornar las vacías estanterías de las salas burguesas; basta y sobra con la edición antes señalada. Lo que es necesario es que la obra de la que más ediciones se han hecho a lo largo de la historia, sea leída de veras, y que sus páginas se vean manoseadas e incluso subrayadas: en suma, leídas. Porque para eso las escribió Cervantes.
De la Revista Crash