Santiago, desde Jaén, a 02-2016
Zamora, provincia que junto a la de León ha concentrado durante mucho años la mitad de la población total de la especie en nuestro País. El lobo ha sido odiado y respetado por el hombre a partes iguales. No puede olvidarse el origen y la importancia de los perros para la especie humana. Pero en una economía de subsistencia, el ataque de los lobos a una rebaño podía condenar al hambre a muchas familias. Y luego está su inteligencia mítica, que les permitía las defensas ganaderas más trabajadas. El carácter sanguinario que frecuentemente se le ha atribuido, guarda mucha relación con el hecho de que mataban más cabezas de ganado de las que podían comer. Pero en los últimos años se ha formulado la hipótesis más que plausible de que se trata de una conducta heredada instintiva, adquirida en los tiempos de las grandes glaciaciones debido a que el pasto era menor y los herbívoros escaseaban, obligando así a los lobos a sacrificar al mayor número posible de sus presas. Práctica asimismo, favorecida por el frío imperante, que conservaba de forma natural a las piezas cobradas y podían ser consumidas a lo largo del tiempo. (…)
Coincido en gran parte con tu diagnóstico de la situación, al que pondría sin embargo algunos peros. Ya sabes que siempre existe un movimiento de fondo que no es fácil percibir a simple vista y que tiene poco que ver con la realidad virtual que nos presenta la clase dominante a través de sus mecanismos de control social. El régimen no cuenta con legitimidad social, todo lo contrario. No se han visto obligados a crear los partidos de la “Nueva Política” por puro capricho, sino acuciados por la bancarrota del sistema de partidos tradicional, especialmente en su ala izquierda. Cuestión diferente es que aspiremos a una mayor quiebra del fascismo constitucional o que nos mostremos insatisfechos por el lentísimo crecimiento de la conciencia política de los trabajadores. Otro tanto te diría de la supuesta popularidad de las fuerzas armadas y policiales, que mencionas. Misterios de la ciencia demoscópica aparte, que tiene siempre la virtud de responder al gusto del patrocinador de turno, los pistoleros a sueldo del Estado son loados permanentemente a través de la emisión de propaganda masiva en su favor. Para comprobarlo, basta con leer los resultados de los sondeos de opinión fraudulentos o encender el televisor y deleitarse con cualquiera de los numerosos publi-reportajes que ensalzan su labor, desde el amarillento “equipo de investigación” hasta “misión FAS”, pasando por “Comandancias” y “policías en acción”, fidedigno espejo de las bondades policiales. Con todo, no destacan tanto por méritos propios en las supuestas calificaciones del Estado Neofranquista con los que se compara. Y lo mismo sucede con la casta judicial.
Supongo que el grado de popularidad con el que cuentan estos instrumentos represivos entre el gremio de titiriteros sea más bien escaso. La detención de estos dos chavales no es tan solo otro episodio bochornoso más protagonizado por aparatos represivos excepcionales actuando de forma normalizada. Es la constatación palmaria, lo venimos repitiendo incansablemente, de que los fascistas vienen a por todas. El empleo del terror cada vez más abierto contra todo discrepante, por cierto, es la prueba de que la pseudodemocracia no descansa en la legitimidad social sino en las puras y duras medidas de fuerza. Ya lo decía el viejo Dimitrov, el fascismo es un régimen cruel pero precario.
La presión ambiental obliga a todo opinador profesional que se precie a comenzar enumerando el habitual pliego de descargos antes de disentir mínimamente de cualquier acción represiva del Estado, envuelto siempre en la ideología antiterrorista dominante. Debe empezarse, pues, con una firme condena de la violencia (de los oprimidos) o una inquebrantable adhesión a nuestro sistema de derechos y libertades tan duramente logrado para a continuación, preparado convenientemente el camino, ejercer la crítica intrépida propia de los espíritus insobornables. Como cabía esperar, tras el atropello perpetrado contra los titiriteros, toda la izquierda domesticada ha seguido fielmente el mismo patrón: antes de exigir la liberación de los artistas defendiendo su libertad de expresión y de creación, era obligado deplorar el pésimo gusto de la obra, mostrar la debida preocupación por el impacto en la mente de los infantes de tan violentos contenidos y constatar, en fin, lo erróneo de su puesta en escena. Pero la demostración más contundente de la verdad contenida en la ficción representada, desmintiendo los babosos lamentos de los pesebreros, es precisamente el ataque dirigido contra los autores de la misma por el estado terrorista de la burguesía, transformándolos así en interpretes reales de los argumentos expuestos en su propia obra. No se puede pretender hallar mayor consonancia entre la forma y fondo, medida objetiva de la perfección de todo arte.