Memoria Histórica necesaria
Más sobre los deportados españoles en Mauthausen
Enrique Calcerrada Guijarro
Nació en Madrid el 15 de julio de 1918.
Deportado a Mauthausen el 25 de enero de 1941. Prisionero nº 4.479
Falleció el 16 de marzo de 2004.
Enrique pasó su infancia en Puerto Lápice, de donde era su familia, y en Villarta de San Juan, ambas de Ciudad Real.
Si algo le caracterizó durante toda su existencia fue la necesidad de aprender, estudiar y saber. No tuvo más remedio que ser autodidacta, siendo este es el motivo fundamental por el que sus ideas empezaron a encajar con la II República, de la que terminaría siendo un ferviente defensor.
Al inicio de la guerra de España, con 18 años, se presentó voluntario en las Milicias Populares y participó en la defensa de Madrid, en las Batallas de Guadalajara, Belchite, Brunete, Teruel y del Ebro, entre otras.
Tras 3 años de lucha y penurias, acabó la guerra con grado de teniente-ayudante y cruzó la frontera francesa junto a sus camaradas hacia un exilio que ni en sus peores pesadillas imaginó. Con tantas cicatrices emocionales aún frescas, pasó a formar parte del éxodo del más de medio millón de españoles que tuvieron que irse de su país.
Fue uno de los refugiados en los campos de concentración de Barcarès y Saint-Cyprien, entre otros, en los que vivió en unas condiciones miserables y sin saber que esto solo era el principio del infierno que le estaba esperando.
Cuando comenzó la II Guerra Mundial, se incorporó a una Compañía de Trabajadores Españoles bajo la autoridad militar francesa y fue enviado a la línea Maginot.
El avance del ejército alemán sobre Francia fue imparable, y Enrique fue capturado en Saint Dié, en los Vosgos, y enviado como prisionero de guerra a un stalag. Su manera de ser, absolutamente excepcional, le empujó a aprender algo de alemán en alguna que otra biblioteca siempre que tuvo oportunidad, porque pensaba que le podría ser útil.
En septiembre de 1940 los acuerdos firmados entre Hitler y Franco hicieron que todos los republicanos españoles perdieran su estatus de prisioneros de guerra y fueran enviados a campos de concentración nazis, la mayoría a Mauthausen.
Fue así como el 22 de enero de 1941, desde el stalag de Trier fue deportado al siniestro campo de exterminio de Mauthausen. Unos meses después de su llegada pasó a formar parte del grupo de presos de Gusen (campo anexo a Mauthausen), el cual «ampliaba su maldad en muchos grados», tal y como Enrique escribió en su libro.
A partir de ese momento tuvo un solo motivo para soportar el horror, las brutales palizas, el trabajo extenuante y las constantes humillaciones: vivir para contarlo. Por ello hizo siempre todo lo posible para evitar el abandono moral. Hasta en sus peores momentos, y junto a sus camaradas, que no dejaron de apoyarse unos en otros, Enrique fue audaz, valiente, optimista y atrevido. Decidió arriesgar su vida en innumerables ocasiones robando patatas, al verse con tan solo 32 kilos de peso; era consciente del peligro que corría, pero sabía que así aumentaban las posibilidades de mantenerse con vida.
Finalmente, fue liberado por las tropas norteamericanas el 5 de mayo de 1945 y hospitalizado en Bregenz, Austria, durante casi dos años. Después fue repatriado a Francia, donde recuperó su verdadera identidad, cosa nada fácil debido a su estado de salud.
Permaneció durante un tiempo en un centro de acogida, encontró distintos empleos y comenzó a dar clases y estudiar por las noches.
Nunca abandonaría Francia. Con el paso de los años fue reconstruyendo su vida, obtuvo la nacionalidad francesa, vivió primero en París donde se casó en 1957 con una compatriota con la que tuvo un hijo. Más tarde se trasladaron a Bigorre, cerca de los Pirineos. Volvió a España en varias ocasiones, donde pudo reencontrarse con su familia, rota por el fascismo.
Comprometido el resto de su vida, fue miembro de la FNDIRP (Fédération Nationale des Déportés et internés, Résistants et Patriotes) desde su regreso de los campos y, al trasladarse a los Altos Pirineos, continuó militando en ADIRP (Association des Déportés, Internés, Résistants et Patriotes de Paris). Tomó parte en la creación del Museo de la Deportación y de la Resistencia de París.
Fiel al juramento que hicieron los pocos supervivientes de Mauthausen-Gusen el día de la liberación, de contar al mundo el horror vivido, escribió un libro en los años 70 sobre sus vivencias como deportado. Titulado Republicanos Españoles en Mauthausen-Gusen, no fue editado hasta el 2003, poco tiempo antes de que Enrique falleciera. Al menos pudo tenerlo en sus manos. Este libro es de suma importancia, porque además del tremendo esfuerzo psicológico al tener que rememorar el infierno vivido para que se conozca lo terroríficamente fácil que es que el hombre se convierta en una bestia y disfrute humillando y vejando de la manera más vil a sus semejantes, también aporta un documento para la Historia: una lista de 3.820 españoles muertos en el campo de Gusen, en la que indica nombre y apellidos, fecha de nacimiento, número de prisionero y fecha de la muerte.
Afrontó todas las situaciones en las que le colocó la vida con coraje pero sin odio, porque como él mismo decía: «El odio es de estúpidos».
Y porque formó parte de una España intencionadamente olvidada, quede aquí constancia que ante este miserable olvido nosotros ensalzamos la Memoria.