Artículo de Juan García Martín
Publicado en el nº 85 del periódico El Otro País. Febrero 2018
Robots: ¿El fin de la clase obrera?
Hemos asistido en los últimos meses al enésimo certificado de defunción de la clase obrera. En esta ocasión los agoreros echan mano de la expansión de la robótica para anunciarnos a bombo y platillo que dentro de unos años se acabaran los trabajadores productores de mercancías, siendo sustituidos por robots.
¡Que felicidad! Se acabó pagar salarios, se acabaron las negociaciones colectivas y las huelgas… ¡Se acabó la maldita lucha de clases!
No es la primera vez ni será la última que nos hacen esta profecía, de hecho desde mediados del siglo XX se nos viene repitiendo machaconamente que los obreros, por lo menos en Occidente, han desaparecido engullidos por el Estado del Bienestar y la “clase media”. Incluso desde una determinada izquierda radical europea y norteamericana, allá por los 60-70, se puso de moda esa desaparición por la vía de su hipotético “aburguesamiento”; para ellos solo quedaban obreros “puros” en los países subdesarrollados y, en consecuencia, hacia ellos debía desplazarse el eje de la revolución mundial.
Volviendo a los robots, ya hace décadas que su uso está ampliamente extendido, sobre todo en determinadas ramas productivas, y, sin embargo, no por ello han desaparecido los obreros; ni los que trabajan en esas fábricas altamente robotizadas, para los que se crean nuevas divisiones del trabajo y nuevas tareas, ni, por supuesto, quienes trabajan en otras áreas menos tecnificadas. Es verdad que en los países desarrollados de Occidente ha descendido relativamente el número de obreros, pero este es un fenómeno que está originado por una variedad de causas, como las dislocaciones de fábricas a países en desarrollo, la alta mercantilización de los servicios, el debilitamiento de las industrias extractivas o la alta tecnificación de la agricultura, de las que la robotización es una causa más.
Ciñéndonos al caso de España, en 2013, de un total de 22 millones y medio de población activa, existían ocupados 16 millones y medio; de ellos:
-en la industria manufacturera: 2.045.500
-en la construcción (comprendiendo autónomos): 978.400
-en agua, saneamiento y residuos: 118.100
-en industrias extractivas: 31.800
-en energía: 78.700
-en agricultura, ganadería y pesca (incluyendo pequeños propietarios): 790.900
-en transporte y almacenamiento (comprendiendo autónomos): 819.600
En total, 4.863.000 trabajadores, casi un 30% de la población ocupada, estaba dedicada a la producción y transporte de mercancías, en unos momentos en que la crisis económica estaba atacando de pleno. Si aplicamos igual proporción a los casi 6 millones de parados que había, que no por estar parados pierden su condición de obreros, hay casi 2 millones más. Redondeando, se puede afirmar que, desde los años 80 del pasado siglo, tras la desindustrialización que supusieron las reconversiones del PSOE, se mantiene la existencia de un tercio de la población activa que en España pueden ser considerados obreros en sentido estricto. El ejemplo sirve para otras economías occidentales.
¿A qué se debe que se mantenga más o menos estable la población obrera?.Mas aun, ¿Por qué no se aplica con mayor rapidez y extensión la robótica cuando las capacidades técnicas dan para ello? Estas son cuestiones ligadas a la creación de los valores de las mercancías y al mantenimiento de la cota de ganancia de los capitalistas.
Quien crea el valor no son los capitalistas que se emplean en comprar materias primas, medios de producción (entre ellos robots) y mano de obra, y cuya inversión reaparece en el precio final de las mercancías. Tampoco lo crean las máquinas (un robots, al fin y al cabo, es una máquina), cuya función es facilitar el proceso de producción produciendo más mercancías con menos trabajo, y cuyo valor de coste es transferido al precio final. Solo el trabajo crea nuevos valores y sólo el valor de este trabajo empleado en producirlas determina el valor de las mercancías (que no es lo mismo que su precio).
De ahí que exista una proporción entre el valor de la mercancía y el valor de la mano de obra empleada en producirla; de ahí que el valor de las mercancías producidas con un elevado uso de maquinaria (por ejemplo robots) y bajo número de obreros sea, al final, más bajo – y, por tanto, más baja la ganancia- que el que emplea mucha mano de obra y poca maquinización. En palabras de Marx en su “Miseria de la filosofía”, “un nuevo invento, al lograr que se produzca con la misma cantidad de trabajo una cantidad mayor de mercancías, hace bajar el valor del producto”.
Esto origina que, para mantener a la larga la cuota de ganancia, se produzca una transferencia de capitales hacía áreas de producción con baja mecanización o el que la robótica no se aplique con todo su potencial.
El resultado es que los obreros no van desapareciendo; al contrario, el número de obreros, sobre todo industriales, a escala mundial no sólo no ha descendido sino que ha aumentado, dando lugar, de hecho, a que podamos hablar de un “proletariado internacional” como sujeto económico y, cada vez más, como sujeto político. Por lo demás, la propia construcción de robots ha dado lugar a la aparición de nuevas ramas productivas, desde la extracción de minerales “raros” hasta la fabricación de componentes, actividades que se producen en su mayoría en países subdesarrollados y en procesos con poca mecanización.
Hasta ahora hemos hablado de la clase obrera en un sentido estrictamente socio-económico, como aquellos asalariados que no tienen más propiedad que su fuerza de trabajo, fuerza que es comprada por los capitalistas para producir mercancías. Pero este concepto puede ampliarse aún más.
Por un lado están sectores profesionales ligados a la producción, como técnicos y científicos (780.000 en España) que, antes ocupando posiciones de privilegio, hoy sufren un acelerado proceso de proletarización, en parte debido a la creciente privatización de su actividad en beneficio de las grandes empresas (farmacéuticas, químicas, informáticas…) pero, también, precisamente ¡por la robótica! que los convierte a ellos con todo un título universitario a cuestas, en un mero servidor de las nuevas máquinas. A todos ellos y por sus precarias condiciones de vida y trabajo, se une un gran número de los trabajadores del llamado “sector servicios” (hostelería, venta, sanidad, reparaciones, comunicaciones y un cada vez más largo etcétera…) que malvenden dichos servicios personales a la empresa privada; algo parecido ocurre con muchos pequeños propietarios agobiados por los bancos y las grandes empresas. Añadamos sus familias y los jubilados del mundo del trabajo y ¿quién puede sostener que el proletariado constituye una minoría de la población o está en trance de desaparición?
Pero para evaluar el peso real de la clase obrera en la sociedad actual es necesario también tener en cuenta su dimensión socio-política. La clase obrera, de la mano de la extensión mundial del sistema capitalista, de su larga e intensa tradición de lucha económica y política y de su sentido de la disciplina y la organización, ha “impregnado” con sus características de clase a todos los demás sectores oprimidos y explotados, ha dejado su “sello de clase” en cualquier lucha social, reivindicativa o política de estudiantes, pequeños campesinos, asalariados de servicios, movimientos vecinales o ciudadanos, etc.
Este peso político de la clase obrera, independientemente de su peso social, lo vimos ya claramente durante la Revolución Soviética, cuyo centenario celebramos, que protagonizó una clase obrera minoritaria en un mar de campesinos; este “sello” también se puede ver en otras revoluciones democrático-populares como la de China.
El punto de vista de la clase obrera es ya un referente imprescindible para todos los oprimidos del mundo; un referente tanto para analizar la sociedad y los acontecimientos por medio de su ideología marxista-leninista, como para trazar objetivos verdaderamente revolucionarios y la estrategia y táctica acordes con ellos.
Y para los amantes de “Terminator”, tranquilos; según las universidades de Oxford y Yale, hasta 2140 no llegará la hipotética invasión de los robots. O sea, que no nos vamos a librar, por más que muchos lo desearían, ni de la lucha de clases ni de que ésta desemboque, inevitablemente, en una revolución socialista con la clase obrera como principal sujeto revolucionario. Entonces, sentadas las bases para la desaparición de la clase de los capitalistas, se abrirá el camino para la desaparición de su antagonista, la clase obrera. Y también entonces los robots podrán aplicarse en toda su amplitud a la tarea de facilitar la vida y el trabajo de quienes no serán, ni más ni menos, que trabajadores libres e iguales.