El exterminio de los nativos americanos
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‘Esta desventurada raza de nativos americanos, a la cual estamos exterminando con tal despiadada y pérfida crueldad, estará entre los execrables pecados de esta nación, por lo cual yo creo Dios un día lo llevará a juicio’.
John Quincy Adams, presidente de los Estados Unidos.
En noviembre de 1620 el Mayflower llega a las costas de Nueva Inglaterra cargado de puritanos. Hace un frío de morirse. Los pueblos indígenas que habitan el lugar les traen comida y les enseñan a pescar, preparar alimentos y sobrevivir a lo más crudo del crudo invierno. Los peregrinos ingleses sobreviven.
En la primavera de 1637, para celebrar tal designio divino, el capitán John Mason al mando de un grupo de enfervorecidos puritanos sorprende a 600 indios pequot que duermen en los aledaños de Fort Mystic, los encierra en las empalizadas y los quema vivos.
El pueblo pequot pasará de unas 3.000 personas en 1630 a unas 40 en 1830. El nacional puritanismo siempre está on fire en Estados Unidos.
Los ingleses no aportan nada nuevo respecto a españoles, holandeses o franceses, ayudados por los propios pueblos indígenas si hay beneficios de por medio. En 1539, el adelantado Hernando de Soto que va explorando la Florida mientras planta cruces en las tierras sagradas de sus habitantes, pasa por el patíbulo a 200 Timucua.
Entre 1541 y 1542, Francisco Vázquez de Coronado y sus muchachos se dedican a violar, quemar y ejecutar a cuanto Tiguex se ponga por delante.
En 1623 los ingleses imparten clases de diplomacia y durante las conversaciones de paz de Pamunkey con los Powhatan envenenan el vino y dejan a más de 200 personas descansando en paz. En 1704, James Moore, que ha sido gobernador de Carolina, se encapricha de los Apalaches y arrasa las aldeas de sus habitantes originarios, matando a más de un millar y esclavizando a los supervivientes.
En 1763, el comandante en jefe de las fuerzas británicas en América del Norte, Sir Jeffrey Amherst, sugiere al coronel Henry Bouquet ‘inocular viruela a los indios por medio de mantas, así como en probar cualquier otro método que puede servir para extirpar esta execrable raza’ y así solucionar sus problemas en Fort Pitt.
Dicho y hecho. A los primeros síntomas de viruela, el médico del fuerte aconseja a los indígenas ir a casa de sus parientes sanos para descansar y curarse. La enfermedad deviene pandemia y arrasa poblaciones.
El Ejército de Estados Unidos repite la jugada distribuyendo mantas infectadas de viruela entre los Mandan de Fort Clark en 1836. En los cuatro años siguientes la pandemia arrasa más de cien mil vidas.
En 1864, respetables colonos californianos se acercan a Oak Run y asesinan a 300 Yana que celebran una ceremonia espiritual. Cosas del demonio. En 1871, un Comité de Seguridad Ciudadana encabezado por el ex alcalde de Tucson, William S. Oury, e integrado por norteamericanos, mexicanos e indios Papago, atacan un pacífico campamento Apache a ocho quilómetros de Camp Grant.
Los hombres Apache están de caza, así que sólo encuentran a mujeres, niños y ancianos. Da igual, violan a las mujeres delante de los hijos y mutilan a los niños delante de las madres. Al final dejan esparcidos 150 cuerpos sin vida.
El presidente Ulysses S. Grant monta en cólera al saber lo ocurrido y exige juzgar a los culpables. El juicio se monta en Tucson y el jurado, compuesto por amigotes de los asesinos, tarda un cuarto de hora en emitir el veredicto de no culpable para el centenar de implicados.
En la ciudad se monta una farra de tres días para celebrarlo y Tucson tiene aún su parque William S. Oury.
El profesor de estudios étnicos de la Universidad de Colorado, Ward Churchill, calcula que entre el año 1500 y el año 1900 la población nativa americana pasó de 12 millones a 235 mil personas, la gran mayoría exterminada por enfermedades importadas, hambre y confinamiento. Una simple operación matemática da un resultado inapelable de muertes:
«Cuatro indios de mierda», como dijera hace unos días el actual ministro socialfascista de exteriores.
(PD: El Mount Rushmore National Memorial con los caretos de Washington, Jefferson, Lincoln y Theodore Roosevelt, que pretende compendiar los primeros 150 años de Historia de los Estados Unidos y su destino manifiesto, está esculpido en las Black Hills de Dakota del Sur, tierras sagradas del pueblo Lakota. En 1868, vía Tratado de Fort Laramie, el gobierno de los Estados Unidos garantizó la propiedad de las Black Hills a sus legítimos moradores, hasta que en 1876, tras descubrirse oro en la región, mandaron al general Custer a desalojarlos).