Memoria histórica imprescindible:
Anita Sirgo. Lada, 1930…
Extractos de la entrevista a la histórica militante comunista asturiana Anita Sirgo, de familia guerrillera asesinada, presa política, rapada, protagonista de las huelgas mineras de 1962 y represaliada, recién galardonada con el Premio Juan Ángel Rubio Ballesteros de la Cultural Gijonesa.
-(…) Sus padres fueron un hombre y una mujer políticamente comprometidos y que sufrieron las consecuencias habituales de estarlo. ¿De dónde les venía ese compromiso? ¿Ya sus abuelos lo tenían?
Sí, sí. Toda mi familia eran mineros y todos eran comunistas.
-Tras la caída de la República, su padre se fuga al monte y su madre es detenida. Su hermano y usted pasan algún tiempo con ella en la cárcel de Sama de Langreo al no tener ella con quién dejarles.
Sí. Mi hermano tenía ocho años y yo siete, y mi madre nos llevó con ella a lo que antes se llamaba Casa España. La tuvieron encarcelada allí, en un sótano, y a nosotros con ella. Lo que más recuerdo de aquello es a una señora que era enlace de la guerrilla y a la que habían cogido en su casa y llevado allí también con sus hijos. Un día se la llevaron para matarla. La metieron los moros en una camioneta y se la llevaron a matarla, pero antes le dejaron que pasara por el calabozo para despedirse de sus hijos. No se me olvidará jamás: los hijos llorando y la madre diciéndoles que no llorasen y dándoles ánimos. Una mujer con una valentía terrible, y la mataron como mataron más tarde a mi tío, que también era enlace y se veía con mi padre. A mi tío Fidel [Suárez, Campurru] fueron a buscarle por la noche, se lo llevaron a Laviana, lo fartucaron a palos y después lo remataron a tiros y lo trajeron al cementerio de Lada.
-Cuando su madre es enviada al penal de Arnao, en Figueras (Castropol), son enviados a Barcelona para que tomen allí un barco hacia la Unión Soviética. ¿Cómo llegan a Barcelona? ¿Quién los envía, con quién van?
Aquello fue después de que se llevaran a mi madre presa, sí. Claro, al estar mi padre en el monte y mi madre presa, y estar también presa toda mi familia, nos quedamos prácticamente huérfanos. Se hizo cargo de nosotros una prima lejana nuestra y cuando se montó aquello de que a los niños huérfanos se los llevaran a la Unión Soviética lo arregló para que fuéramos nosotros también. Nos montamos en un barco en Gijón y nos llevaron a Barcelona. Allí la guerra todavía no se había terminado y todavía caían bombas: recuerdo que hacían un ruido terrible y que rompían todos los cristales. El caso fue que estando nosotros allí salió un anuncio oficial de que se daba un plazo para que todo aquél que tuviera allí niños pudiera ir, si quería, a recogerlos antes de que los que no fuera a recoger nadie fueran enviados a la Unión Soviética.
-Cuando están a punto de tomar el barco, van a buscarlos a la capital catalana unos tíos suyos de Llanes. ¿Es así?
Sí, un tío mío de Llanes fue a buscarnos allá y nos llevó con él a Andrín, donde vivía.
-Cuando su madre es liberada, usted y su hermano vuelven a Lada con ella.
Sí. Sale mi madre y nos va a buscar, y entonces venimos a nuestra casa de El Campurru de Lada. Cuando entramos en ella nos la encontramos vacía: nos habían llevado todos los muebles. Años después, cuando desapareció la Falange de Lada, descubrimos que los muebles estaban allí, haciendo de vitrinas para sus cosas. Hasta una triste muñeca de trapo que yo tenía nos habían llevado, así que nos fuimos a casa de mi abuela. Mi madre empezó a trabajar con El Tirriu y yo fregando. En esa etapa sí que pasé hambre. Recuerdo que en Lada estaba el Auxilio Social y que para poder comer allí un plato de cocido caliente tenía que pasar por casa de una beata que era la que me daba el vale correspondiente. Para que me lo diera me tenía que persignar y rezar el padrenuestro. Yo no sabía, ni siquiera sé ahora, así que ella me cogía la mano y me persignaba: «Por la señal» y no sé qué más. Entonces me daba el vale y yo podía ir a comer. Si no pasaba por allí antes a coger el vale, no me daban el plato.
-La Guardia Civil visita su casa con frecuencia para preguntar por su padre.
Sí. Estábamos muy perseguidos. Tener a alguien en la guerrilla era terrible: te masacraban. Nos iban a buscar por la noche: no les daba más que fueran las tres o que fueran las cuatro, y nos llevaban a mi madre, a mi tío, a mi hermano y a mí, que éramos unos críos, a presentarnos en un cuartelillo de la Guardia Civil que había en El Carmen de Lada. Había que cruzar montes y montes para llegar, y a lo mejor llovía, pero les daba igual: te cogían como a un perro y, sin dejarte vestirte ni nada, te arrastraban tal y como estuvieras por montes y montes para llegar a El Carmen andando. Luego, en el cuartelillo, nos interrogaban a todos, y a mi hermano y a mí nos llegaban a poner la escopeta en el pecho para que dijéramos dónde estaba mi padre. Nosotros no teníamos ni idea…
–Usted misma llega a hacer de enlace de la guerrilla siendo niña.
Sí. Yo, como era pequeña, pasaba más desapercibida que otros como mi tío, que ya estaba más fichado, así que me utilizaban para despistar a la Guardia Civil. Otras veces me mandaban llevarles la comida al monte. Hacíamos la comida, cogíamos una banastra de aquéllas que se usaban para llevar la grana y repartirla por el prau, metíamos las potas en ella y después las tapábamos bien con una sábana y poníamos la grana encima. Yo me ponía la banastra en la cabeza y subía monte arriba. Me cruzaba con la Guardia Civil muchas veces, porque de aquella había patrulla a todas horas y hasta dormían en el monte, pero como era una cría y lo único que se veía en la banastra era la grana no sospechaban nada. Yo les decía: «Buenas tardes» y seguía mi camino. Cuando llegaba al sitio convenido, que era un prau nuestro que llamábamos Traslacerra, me sentaba como si fuera a descansar, bajaba la cesta de la cabeza, miraba en derredor para comprobar que no me veía nadie, ni policías ni vecinos, y cuando me parecía que era seguro dejaba la banastra allí y me escapaba. Después, otro día, subía a buscar la cesta vacía, que ellos dejaban allí también. Yo nunca los veía en persona. Eso lo estuve haciendo hasta que hubo una emboscada y los mataron a todos, incluido mi tío. A mi madre la detuvieron también, y a mí con ella. Fue la primera vez que me detuvieron: tenía yo como doce años.
-¿Cuándo y dónde fue asesinado su padre?
Hacia 1947, pero no lo sé con certeza. Ni siquiera sé en qué cuneta está. Yo voy a todos los monolitos de memoria histórica que hay, porque mi padre puede estar debajo de cualquiera de ellos. Tengo ido hasta a Santander y a Bilbao. ¿Quién sabe?
–Se casa con Alfonso Braña Castaño en 1950. Su boda fue ciertamente tumultuosa…
Sí (risas). Nosotros de esto no nos enteramos hasta después: salía mi madre a buscar agua y de pronto empezaron a salir de la tená y de la cuadra un montón de guardias civiles que estaban allí escondidos. No dejaron a mi madre salir, cerraron la puerta y se pusieron a registrar toda la casa porque creían que mi padre iba a venir a la boda. Fíjate si eran tontos: ¿cómo iba a venir mi padre a mi boda? Subieron al desván pisándonos todas las tartas, bajaron a un cuarto que había abajo, levantaron unas tablas porque les sonaba hueco… Dejaron aquello hecho un cristo. Nosotros, ya te digo, no nos enteramos hasta que regresamos: estábamos ya en la capilla casándonos. El caso es que en esto empezamos a oír a la gente cuchichear fuera y de repente aparece la Guardia Civil allí. Yo no sé de dónde salieron tantos, fíu. Salieron como mosquitos. Había más guardias civiles allí que gente había cuando se hacía la fiesta de Los Piesgos. Estábamos copados, y al final no estuvimos ni cinco minutos en la capilla. Ni me confesé, ni comulgué, ni nada. Don Román fue a hablar con el mandamás pero el mandamás dijo lo que dice esta gente en esos casos: que ellos son unos mandaos.
-Se afilian al PCE ¿A qué mecanismos de funcionamiento obligaba a la clandestinidad?
Hombre, para empezar había cosas que sabías y cosas que no sabías, y cosas que sabías pero no se las podías contar a nadie. Cada uno hacía su trabajo y un camarada podía ser muy amigo tuyo pero no saber qué era lo que tú hacías, ni tú saber qué era lo que hacía él. Por las caídas. Uno no sabe lo que puede soltar cuando le torturan por mucho que se proponga no cantar. Tampoco se tomaban nunca apuntes en las reuniones: lo que te mandaban hacer tenías que memorizarlo. Las mujeres, cuando nos reuníamos, nos juntábamos cuando en casa de una, cuando en casa de otra, y poníamos una cafetera en la mesa aunque estuviera vacía, porque de aquella había mucha policía secreta y si ellos notaban algo te podían tirar la puerta abajo. No es como hoy, que vienen, pican a la puerta, les abres, te enseñan un justificante judicial y tú les dejas pasar. De aquella no se andaban con chiquitas. Así que cuando nos juntábamos poníamos la cafetera para que cuando entraran pudiéramos decir que aquello no era ninguna reunión subversiva, sino que nos habíamos juntado unas amigas a tomar café…
La extensa entrevista completa, en: