¿Cómo y por qué pudo Franco dejar todo bien atado?
Lucio García Blanco / Preso político del PCE(r) en la cárcel de Topas
Editada en El Otro País n.º 88, diciembre 2018.
Una de las bases principales del fascismo es el terrorismo de Estado, así que iniciado el golpe contra la República, las órdenes del general Mola fueron tajantes: “Hay que sembrar el terror… hay que dejar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”. Los crímenes de lesa humanidad segaron la vida de más de 200.000 personas; los presos políticos pasaron de 150.000, y otros muchos trabajaron en campos de concentración. En 1.940 se promulgó la Ley sobre represión contra la Masonería y el Comunismo y en 1.941 la Ley de Seguridad del Estado.
No obstante para que el franquismo se pudiese asentar y tener continuidad a la muerte del dictador, fue fundamental el paso del semifeudalismo al capitalismo monopolista a través de la alianza de los terratenientes y la oligarquía financiera. El proceso se llevaría a cabo con la congelación de los precios agrarios, la ruina del pequeño y mediano campesino y la sobreexplotación de la clase obrera; llegándose a alcanzar a finales de los años 50 el capitalismo monopolista de estado y la concentración del poder económico y político en manos de esta oligarquía financiera. Y desde esta etapa ya no será posible volver atrás al capitalismo de libre competencia y a la democracia burguesa. De ahí el análisis de Manuel Pérez Martínez, secretario general del PCE(r) : “Así pues, de la misma forma que del capitalismo monopolista no puede haber retrocesos hacia las reformas económicas de libre competencia y de inexistencia de los monopolios, del fascismo no hay retroceso posible al parlamentarismo burgués. Si observamos la marcha de los acontecimientos en el mundo, veremos que la corriente general -y cada vez más acentuada- en los países capitalistas es la fascistización de las formas de poder, y esto le es absolutamente necesario a la burguesía internacional para poder hacer frente, tanto a las luchas sociales en el interior de cada país, como para competir con los otros grupos financieros hegemónica y militarmente. No puede haber marcha atrás en la rueda de la historia”. Esa fue la clave para que el fascismo pudiese continuar a la muerte del dictador sobre un falso parlamentarismo.
Situándonos en los primeros años del franquismo, cabe resaltar que el terrorismo de estado no pudo frenar el espíritu de lucha de la clase obrera, ya en 1.945 se dieron las primeras huelgas en la metalurgia, el sector textil y químico de Barcelona; a las que siguieron a principios del 46 la huelga de Manresa y de otros puntos de Cataluña, así como las de Madrid, Valencia, Sevilla, Euskal Herria, Galicia y Asturias; repitiéndose al año siguiente en la ría de Bilbao. Una actitud que ya contrastaba con el llamamiento del PCE a que los trabajadores participasen en las elecciones del sindicato vertical en 1950 y 1953.
A nivel internacional, en la primavera de 1.945 se liberaba toda Italia del fascismo y las divisiones soviéticas entraban el cinco de mayo en Berlín.
Con el fin de adaptarse a los nuevos tiempos ese mismo año Franco realizaba ya su primer “cambio” de fachada, pasando del Nacional Sindicalismo imitador de los fascismos italiano y alemán, a un llamado Nacional Catolicismo o Democracia Orgánica… Una maniobra que aligeraba las funciones políticas de la Falange al tiempo que daba más protagonismo a la Iglesia.
A partir de entonces el OPUS DEI se dedicaría a formar cuadros técnicos, como los ministros que diseñarían la política económica a finales de los 50.
Mas con el desarrollo de las contradicciones entre países socialistas e imperialistas, que condujo a la guerra fría, España adquirió un mayor interés para el imperialismo por su anticomunismo y su mano de obra barata. Así que en 1950 se derogó la resolución adoptada por la Asamblea de la ONU en 1946, que había rechazado al franquismo por “haber sido impuesto por la fuerza” y se aceptaba que fuera admitida en los organismos internacionales. Su ingreso en la ONU llegaría en 1955.
Dos años antes ya se había firmado un importante convenio de ayuda económica entre EE.UU y España; aunque precedido por otro en el ámbito de la defensa militar, que conllevaba la concesión de bases aéreas y navales y la pérdida de la soberanía nacional.
Poco después Inglaterra y Francia estrecharían sus relaciones con Franco, impulsando la creación de empresas aquí, y facilitándole el crédito económico y político que tanto necesitaba el régimen. Y tampoco hay que extrañarse de esa ayuda, ya que esos países hacía tiempo que venían evolucionando hacia un capitalismo monopolista e imperialista, que suponía una progresiva fascistización de sus estados y una política de rapiña y agresión hacia otros países.
Respecto al movimiento obrero, en 1956 se empezaron a organizar comisiones obreras de carácter clandestino que aparecían y desaparecían con las luchas, lo que las hacía realmente efectivas en las duras condiciones imperantes. Se señala su nacimiento en el pozo minero de La Camocha en Gijón, pero el proceso se desarrolló paralelamente en Vizcaya, extendiéndose muy pronto a otras zonas.
Los avances en la reorganización sindical llevarían al proletariado a dar un importante salto en las luchas de 1962, que comenzaron en la minería asturiana y de inmediato se extendieron a todas las zonas mineras e industriales de España. Pero, lo que no tenía precedentes ni volvería a suceder, es que el régimen aceptó negociar con los mineros, concediéndoles todas sus reivindicaciones que fueron publicadas en el BOE, como habían exigido.
Claro que, por otra parte, también sorprendía la opinión del PCE sobre el desarrollo de esta lucha: “Fue prudente, que en los meses de abril y mayo, en muchos aspectos, parecía como si en España no hubiese una dictadura fascista… las huelgas de abril y mayo han sido pacíficas no sólo y no tanto por la conducta de los obreros, como por la actitud pacífica de las fuerza de seguridad franquista”. En realidad, las cuencas mineras estuvieron sometidas a un estado de sitio, con redadas y encarcelamientos, y todo tipo de abusos policiales.
Por entonces el carrillismo ya venía aprovechando las luchas obreras para controlar a las comisiones obreras clandestinas y presentarlas a las elecciones sindicales del régimen, anulando así su carácter independiente y combativo, y utilizándolas para sus cambalaches con el franquismo. Este indigno comportamiento estaba relacionado con el giro que el Partido había dado en junio de 1956 hacia la política de “Reconciliación Nacional”, siguiendo el ejemplo de la implantación del revisionismo unos meses antes en el XX Congreso del PCUS de la mano de Khrushchev,lo que destruyó el partido leninista y desvió el desarrollo del socialismo. El PCE, además de renunciar de facto al socialismo, trató de llevar a las masas hacia la colaboración de clases e hizo un llamamiento a una “Jornada de Reconciliación Nacional” y de “Huelga General Pacífica” en 1958 y 1959, con el fin de tender la mano al llamado “aperturismo” del régimen e impulsar una política de alianzas más abierta a partir del denominado “Pacto por la Libertad”.
Franco, por su parte, seguía reforzando su aparato represivo con la Ley de Orden Público de 1959, un año después con la Ley contra el Bandidaje y el Terrorismo y en 1963 con la creación del Tribunal de Orden Público.
Sin embargo, en diciembre de 1.966 ya se celebró un referéndum en virtud del que se aprobó la Ley Orgánica del Estado para preparar el relevo del dictador por el rey Juan Carlos; lo que según la propia Ley se tendría que hacer sobre la base de la “fidelidad a los Principios del Movimiento”. Juramento que el Borbón asumió.
El régimen iba sentando las bases para desarrollar su evolución política, aunque no se trataba de otra cosa que un simple retoque de su fachada; un “cambio” para que esencialmente todo siguiese igual. Habían comprendido que la situación del país ya era diferente y necesitaban prescindir de algunas formas de dominación desacreditadas y anticuadas, y asimismo integrar en su ámbito a todos los partidos y colectivos políticos que estuviesen dispuestos a colaborar en la farsa reformista.
La oligarquía hubiese preferido que el “cambio” se llevase a cabo mediante la “ruptura”, pues les hubiese dado más credibilidad y un mayor margen de acción política. Pero no pudieron hacerlo porque el movimiento obrero y revolucionario se lo impidió con su lucha y sus exigencias de libertad y socialismo.
Pasadas las huelgas del 62, las luchas se siguieron produciendo con similar intensidad año tras año. Pero en 1967 tuvo lugar un ascenso con huelgas de mayor contenido político; y en 1970 se dará un aumento del 500% en relación al año anterior, con un carácter verdaderamente revolucionario. Baste señalar la huelga general política que se dio en noviembre contra el proceso de Burgos, y en la que la policía mató a una estudiante en Madrid. Y en los años posteriores seguirá produciéndose un desarrollo de la lucha que se mantendrá durante toda la llamada Transición.
Además, de forma paralela a las luchas se fue dando una pérdida de influencia del revisionismo entre el proletariado, que se reflejaría en el masivo boicot que se llevó a cabo en las elecciones sindicales de 1971. Esto suponía que ya no podían controlar las luchas obreras y que, por lo tanto, para el régimen ya no tenía ningún interés pactar con Carrillo.
Desde finales de los 60 a través de la OMLE y a partir del Congreso de Reconstitución en 1.975 mediante el PCE(r), se impulsaría una amplia labor política en contra del revisionismo y de la farsa de la Reforma, promoviendo el desarrollo de la organización sindical y política de la clase obrera de forma clandestina, y exigiendo una verdadera ruptura democrática que nos devolviese las libertades políticas, abriendo el camino al socialismo.
Al inicio de los 70 los carrillistas abandonarían su “revolución antifeudal y antimonopolista” para pedir una “democracia política y económica”, sin especificar su contenido; al tiempo que abrían su anterior alianza con las “fuerzas del trabajo y la cultura” a sectores de la jerarquía eclesiástica, del ejército y de la burocracia del Estado. Así que desde esos planteamientos no tardarían en llegar a su llamada “Ruptura Pactada”, que no era otra cosa que la aceptación de la reforma y la colaboración abierta con el franquismo y la oligarquía financiera. A este proceso se sumarían poco después los partidos y colectivos oportunistas, que con una verborrea pseudorevolucionaria venían confundiendo a algunos sectores de los trabajadores y estudiantes. En función de todo ello y combinado con el desarrollo de la represión pudieron imponer la Reforma, pero ésta pronto quedó desenmascarada y agotada. Y la lucha por la Ruptura continua.