Memoria histórica imprescindible:
La catastrofe previsible de la presa de Vega de Tera
No sólo de fusilar vivía el franquismo. La presa de Vega de Tera, pantano en el río Tera, en la comarca de Sanabria, Zamora, inaugurado por el general en 1956, se había construido de mala manera. Cualquiera de los 1.300 trabajadores empleados en condiciones infrahumanas, más propias del esclavismo, podía verlo y decirlo, por lo bajini.
A la compañía Hidroeléctrica Moncabril, que sufragaba las obras porque iba a explotar la central, se la traía al pairo la calidad de los materiales. El presupuesto era poca cosa y eso reducía los beneficios a repartir. Un país que se construye sobre podredumbre y carcoma amenaza permanentemente con ruina moral y aquí llevamos aluminosis en las costuras.
A los dos años y poco de su inauguración, la madrugada del 9 de enero de 1959, ahora hace 60 años, las lluvias y las bajas temperaturas de -18º C, acaban reventando la presa, que lleva dos años con vistosas filtraciones por varios puntos.
Unos ocho millones de metros cúbicos de agua bajan en tromba por un desnivel de 400 metros que lleva al pueblo de Ribadelago. Los vecinos supervivientes aún recuerdan hoy aquel estruendo en la oscuridad. Una ola de diez metros de altura arrasa el pueblo y se lleva con ella las vidas de 144 de los 516 habitantes de Ribadelago. Sólo se recuperarán 28 cadáveres.
Ejército y Guardia Civil hacen lo que pueden. El Régimen está básicamente preocupado en controlar la información y la ayuda económica recogida en diversas campañas de solidaridad estatal e internacional. Buena parte de esa ayuda solidaria se pierde por el camino.
Las indemnizaciones fijadas son unas 90 mil pesetas por muerto, 60 mil pesetas por muerta y 25 mil pesetas en caso de niños y bebés. La mayoría de muertos son mujeres y niños, porque muchos hombres trabajaban y pernoctaban fuera. Gran parte de las indemnizaciones no se acaban pagando porque sus destinatarios, familias rotas, han ido a vivir a otros lugares.
Los muertos se los cargaron a un encargado de obra. A algunos de los máximos responsables de la chapuza, el director gerente, dos ingenieros y un perito de Hidroeléctrica Moncabril, empresa luego absorbida por Unión Fenosa, les cayó un año de cárcel. Nunca la pisaron, recurrieron y el general les indultó.
Eso sí, en un característico gesto de generosidad, Francisco Franco regaló a los damnificados un nuevo pueblo al lado del arrasado, encargando al Ministerio de Vivienda la construcción de Ribadelago de Franco, casitas prefabricadas con patios interiores y paredes encaladas en blanco radiante en el más puro estilo de pueblo andaluz, ideal para los inviernos zamoranos.
De: Toni Álvaro