Camboya:
Contra la manipulación ahistórica sobre Pol Pot y los jemeres rojos
Pol Pot y el movimiento JEMER ROJO han sido objeto de las más feroces campañas de acoso y de calumnias lanzadas por el imperialismo y la reacción mundial y eso, tanto durante los cuatro años que permanecieron en el poder (1975-1979) como en los veinte más que estuvieron resistiendo a la intervención en su país, primero de Vietnam y luego de diferentes Estados de la zona, como Japón. Desgraciadamente, si en los países occidentales la mayor parte de los trabajadores hacen caso omiso de la machacona intoxicación de los medios imperialistas, en el caso de los jemeres rojos, son muchos los obreros e incluso organizaciones y partidos de izquierda que se han tragado las más burdas mentiras inventadas por las oficinas de prensa del imperialismo. La razón hay que buscarla en que los revisionistas (sobre todo los soviéticos y los vietnamitas) poniendo por delante sus intereses de Estado, se sumaron al coro de los imperialistas estadounidenses.
Cuando el FUNK, tras varios años de guerra popular derribó al sanguinario régimen de Lon Nol y logró expulsar de Camboya a sus amos, los imperialistas yankis, se encontró con un país devastado por la guerra; los bombardeos norteamericanos habían sembrado la muerte por doquier, destruido las infraestructuras del país, arrasado los cultivos, contaminado el agua, etc. Millones de personas hambrientas y enfermas se hacinaban en la capital, Phnom Penh. Los nuevos dirigentes del país no contaban con medio alguno para alimentarlas y atenderlas, su única salida era llevar a cabo el plan que venían madurando desde hacía tiempo: reconducir a la mayoría de esa gente (casi todos campesinos que habían huido de sus pueblos a causa de la guerra) de nuevo al campo, organizar la producción agrícola y servirse de su propia administración, la que poco a poco habían ido levantando en las zonas liberadas, para atender las necesidades más perentorias: hospitales, escuelas, alojamiento, etc.
Los imperialistas, que conocían bien la situación desesperada en la que habían dejado a esos millones de personas que vivían en la capital, confiaban en que los nuevos dirigentes camboyanos serían incapaces de sacarles de ella. Por eso, tras la sorpresa inicial y ante el más que probable éxito de los planes puestos en práctica de inmediato por los jemeres rojos, comenzaron a lanzar sus campañas de calumnias: «los habitantes de Phnom Penh, trasladados por la fuerza a campos de concentración», «asesinados miles de ciudadanos por oponerse a los trabajos forzados», todo ello aderezado con imágenes de montañas de cadáveres, de masas hambrientas, de hombres y mujeres torturados, etc., supuestas víctimas del fanatismo de los jemeres rojos.
Sin embargo, si esas campañas pueden explicarse por el hecho de que un pueblo pequeño y pobre derrotara al gigante norteamericano, no se entiende muy bien que todavía hoy, tantos años después, sigan insistiendo en ellas.
Camboya siempre ha sido una zona de disputa entre los diferentes bloques imperialistas. El pueblo camboyano, al igual que el vietnamita, tuvo que llevar a cabo una larga guerra de liberación para expulsar a los colonialistas, primero franceses y más tarde a los yankis; era la época en que los comunistas de la península de Indochina, entre los que se encontraba Ho Chi Minh, se unieron para fundar el Partido Comunista de Indochina, con el fin de impulsar la lucha contra el enemigo común y sentar las bases para la creación del partido en sus diferentes países. Esos lazos de hermandad que les unían fueron posteriormente rotos por el revisionismo. Es lo que explica que un pequeño país como Camboya estuviera y siga estando sometido a todo tipo de presiones e intervenciones extranjeras, tanto por parte de los Estados vecinos como, sobre todo, de los imperialistas yankis, franceses y japoneses que no han renunciado a hacer de él una plataforma de agresión.
La editorial norteamericana «Monthly Review» publicó en 1976 el libro «Camboya: Hambre y Revolución», en el que sus autores, los periodistas George C. Hilderbrand y Gareth Porter demostraban que toda la basura vertida sobre los jemeres rojos era una pura invención. «Si los media hubieran tenido en cuenta la historia de Camboya -escriben los autores del libro- valorando todas las informaciones disponibles, habrían encontrado difícil no llegar a la conclusión de que la evacuación era resultado no de principios doctrinarios desligados de la realidad, sino que había sido dictada por la preocupación de hacer frente a las necesidades más urgentes de la población». En lugar de eso, los titulares de los periódicos estadounidenses (reproducidos en todos los demás países capitalistas) comenzaron a hablar de «marcha hacia la muerte», de «una monstruosidad de proporciones épicas», de «purificación» ideológica, etc. La Administración Ford, humillada por el descalabro que, a pesar de los miles de marines y las toneladas de bombas lanzadas durante años sobre Vietnam y Camboya, había sufrido en Indochina, se permitía la desfachatez de calificar la evacuación de Phnom Penh como un hecho que sobrepasaba «los límites de la moral».
«Lo lógico hubiera sido que este coro de condenas -escriben los periodistas- fuese seguido del descubrimiento de importantes testimonios directos, pero en realidad ese coro se basaba en un reportaje escrito, tres semanas después de la evacuación, por un solo periodista, Sydney Schamberg, del ‘New York Times’, al que le fue concedido por ello el premio Pulitzer por sus servicios a la política exterior. El artículo… no contenía testimonios directos… sólo recogía ampliamente lo que decían los observadores occidentales que se encontraban en la embajada francesa con Schamberg, y que denunciaron la evacuación como un ‘genocidio’ y a los revolucionarios camboyanos como ‘locos’».
Este es, en síntesis, el origen de las campañas de intoxicación, una sarta de falsedades que, con el tiempo, han ido abultándose todavía más.
¿Para cuándo un relato de las atrocidades que el ejército yanki cometió en Camboya antes de que fuera expulsado por los jemeres rojos?
La evacuación de Phnom Penh
Extraído del libro de George C. Hilderbrand y Gareth Porter, «Camboya: Hambre y Revolución»
PHNOM PENH: LA NECESIDAD DE UNA ACCION RADICAL
La evacuación de las ciudades de Camboya no puede ser comprendida sin destacar el hecho de que muy pocos de los casi 3 millones de habitantes «evacuados» y expedidos en una «marcha forzada» eran habitantes de las ciudades. En 1970, cuando se inició la guerra, Phnom Penh era una ciudad de cerca de 600.000 habitantes; de 100.000 a 150.000 eran vietnamitas fugitivos o que habían sido deportados después de que el régimen de Lon Nol hubiese llevado a cabo una serie de masacres contra la comunidad vietnamita en abril de 1970.
Así pues, de 6 camboyanos que vivían en la capital en abril de 1975, cinco eran campesinos refugiados en la ciudad. Más de 2 millones de refugiados en el área de Phnom Penh no debían ser «obligados» a retornar al campo, dado que no tenían motivo para permanecer en Phnom Penh una vez que la guerra había acabado. El significado de esto no puede ser exagerado porque se comprende que, también antes que acabase la guerra, el FUNK debía tener preparado un amplio plan para hacer regresar al campo a esta gran masa de refugiados. Y debía llevar a cabo ese retorno con el fin de aminorar la trituración de la economía y aumentar la capacidad de trabajo para las labores agrícolas urgentes.
Esta reinstalación ha supuesto un trabajo enorme de reorganización que ha implicado desde un tercio a la mitad de toda la población del país. Esto no podía además limitarse a aprovisionar de comida a los que retornaban al campo para ayudarles a sobrevivir hasta la cosecha siguiente. El campo había sufrido enormes cambios. Todas las aldeas habían sido destruidas. Vastas áreas en otro tiempo arrozales estaban dañadas o abandonadas. Más del 90% de las casas en las zonas que habían sufrido los bombardeos más duros habían sido destruidas. Además, la guerra había alterado profundamente el tipo de asentamiento y cultivo agrícola y los refugiados que retornaban tendrían que ser integrados en las cooperativas de producción existentes, frecuentemente muy distantes de sus lugares de origen o bien reagrupados en nuevos asentamientos. Y esta amplia inmigración en sentido contrario no podía esperar ya que cada día de retraso comportaba un alto coste en vidas humanas, sufrimientos y muertes.
Lo que más preocupaba a la dirección del FUNK era el problema de la salud y alimentación. La concentración de un sector amplio de la población en las ciudades en las que era improductiva y completamente dependiente de ayudas externas planteaba graves peligros. Por una parte cualquier intento de mantener un adecuado aprovisionamiento de arroz a la población urbana hubiera provocado una ruptura del actual y muy organizado sistema de producción agrícola; por otra parte, las extremas condiciones de hacinamiento combinadas con el colapso de todos los servicios públicos normales habría aumentado la posibilidad de una gran epidemia.
Cuando la guerra acabó, en Phnom Penh sólo había alimentación suficiente para aguantar unos pocos días. Las peticiones de ayuda internacional no obtuvieron respuesta; habrían tenido que pasar muchas semanas, quizás meses, antes de que las organizaciones internacionales hubiesen podido proporcionar sus recursos. Tampoco se podía dejar el destino de esta masa de personas hambrientas en las ciudades en manos del gobierno de EEUU, cuya política había sido responsable de la guerra y del hambre masiva que ya había llevado a muchas personas a la muerte.
Por otra parte, es evidente que los EEUU contaban con la falta de alimentos en las ciudades para dar a los reaccionarios la posibilidad de recuperar el poder: según el Primer Ministro, Diputado Ieng Sary, las fuerzas revolucionarias descubrieron en Phnom Penh un documento con un plan detallado para derrocar al gobierno en seis meses. El plan se basaba en la hipótesis de que el FUNK no estaría en condiciones de nutrir a la población de la ciudad y que la situación habría generado violentos desórdenes en pocos meses.
No obstante, los líderes camboyanos no tuvieron necesidad de recurrir a la ayuda extranjera para alimentar a la población urbana. Los alimentos habían sido almacenados con antelación en el campo a fin de alimentar a los que regresaban. Además habían sido acumuladas provisiones con las que completar la alimentación de los evacuados. Algunos vegetales como las judías verdes podían crecer en sólo ocho días. Como Ieng Sary dijo más tarde: «Yendo por los campos pueden ver que nuestros campesinos tienen patatas, plátanos y todo tipo de alimentos».
Además sería insensato transportar alimentos para la población urbana improductiva. Ieng Sary explica: «No teníamos medios de transporte suficientes para transportar alimentos a la capital». Las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Camboya (FALPK) (…) recibían poquísima ayuda militar y, desde luego, ninguna ayuda económica. Durante la guerra, el único combustible fácil de encontrar fue arrebatado al enemigo o adquirido por el FUNK. Cuando los Estados Unidos dejaron de suministrarlo, el FUNK comenzó a comprar combustible a través de la frontera con Tailandia. Por tanto, un masivo esfuerzo en el transporte de víveres a Phnom Penh habría absorbido gran parte de esos limitados medios de transporte, al desviar el carburante de otras necesidades vitales para mantener un centro urbano que no sería capaz de producir nada.
Y lo que es más importante, el trabajo de cerca de 3 millones de personas en Phnom Penh y en otras ciudades era desesperadamente necesario para ayudar a terminar la recolección de la estación seca y para preparar los campos de arroz para la primera siembra de la estación lluviosa, que habría sido efectuada hacia fines de 1975. La necesidad de mano de obra agrícola había alcanzado su cota máxima cuando la guerra estaba a punto de finalizar. Solamente con cerca de la mitad de la población que trabajaba en los campos, los esfuerzos suplementarios de la gente de las ciudades salvarían la diferencia entre el déficit de arroz y la autosuficiencia en 1976. Los 500 ó 600 mil habitantes de las ciudades cultivarían su propio alimento, liberando así a
otros de la tarea de procurarles su sustento y aumentando sustancialmente la producción total. Mientras que, permaneciendo improductivos durante los meses cruciales, habrían podido reducir la cantidad de alimento disponible para cada persona. Por todas estas razones los líderes del FUNK afirmaron que: «Nosotros tenemos que resolver el problema de la alimentación basándonos en nuestras propias fuerzas».
Cuando la guerra acabó, los dirigentes camboyanos tuvieron también que afrontar la creciente amenaza del desencadenamiento de una epidemia favorecida por la convergencia de condiciones malsanas, de la superpoblación y de la malnutrición. En las últimas semanas se podían ver arder en las calles montones de basura. La falta de agua potable pasó a ser un serio peligro para la salud, desde ese momento; como declaró en marzo el Inspector General americano encargado de la ayuda exterior, el agua contaminada «favorece la difusión de epidemias de cólera y de tifus». (El cólera fue, en efecto, detectado en febrero). El informe del Departamento de Estado concluía: «las insalubres condiciones ambientales de Phnom Penh causadas por el hacinamiento y la afluencia de prófugos a la ciudad han creado un peligro para la salud y representan una amenaza de epidemias».
Cuando se avecinó el hundimiento del gobierno de Lon Nol, este peligro aumentó. Los médicos franceses del Hospital Calmette informaron a un periodista occidental que observaban un aumento del número de topos muertos por las calles y expresaron la preocupación de que se produjese una epidemia de cólera y de tifus.
En los días que precedieron al 17 de abril, los médicos comenzaron tardíamente a vacunar a algunas personas contra el cólera pero fueron casos de poca importancia; el cólera se detectó demasiado tarde. Un ciudadano jemer, residente en Phnom Penh, describiendo la evacuación a un amigo de Estados Unidos, escribía: «Cuando nuestras familias fueron evacuadas de la ciudad, el cólera se estaba difundiendo rápidamente».
La preocupación del FUNK por la epidemia en la ciudad se demuestra por el hecho de que los soldados de las FALPK organizaron el éxodo, suministrando sobre el terreno la vacuna del cólera a los evacuados. Y como un testigo ocular camboyano refirió más tarde: «los liberadores distribuyeron medicinas, pero eran insuficientes debido a que el número de personas era muy eleado». Los evacuados de Phnom Penh, entrevistados después en Tailandia, han confirmado que la vacuna era distribuida por el FUNK.
Desde el momento en que el FUNK conquistó Phnom Penh, además de esto, la ciudad estaba casi sin los servicios públicos normales. Se había llevado a cabo un sistemático sabotaje de las mayores infraestructuras públicas, comprendiendo la depuradora de agua, las instalaciones de producción de energía eléctrica, el banco nacional, los muelles del puerto, el faro y otras infraestructuras portuarias de Phnom Penh. Así pues, la ciudad carecía totalmente de energía y de agua potable y de la capacidad de transportar mercancías por el río.
Los líderes camboyanos, cuando proyectaron la evacuación, tenían muy presentes los peligros combinados del hambre y de la epidemia. Según el comandante de las FALPK, que negoció el traslado de los inmigrados a la frontera tailandesa a principios de mayo, la decisión había sido tomada en una reunión en febrero. El comandante dijo a un periodista americano que la evacuación era considerada necesaria para salvar a la población de Phnom Penh de la epidemia y del hambre. Las mismas razones fueron expresadas por funcionarios camboyanos en las discusiones con el embajador sueco Kaj Bjoerk, el primer diplomático occidental que visitó Phnom Penh después de la guerra.
La prueba más clara de que la evacuación había sido dictada por condiciones concretas se pone de manifiesto por lo que se ha hecho a continuación en las ciudades. En la primera semana posterior a la evacuación, las ciudades que los americanos describían como ciudades que habían sido «abandonadas» para retornar a la jungla, fueron de nuevo preparadas para ser habitadas. Los soldados amontonaron la basura acumulada, restauraron los edificios públicos y las fábricas dañadas por los sabotajes y las prepararon para el retorno de los trabajadores. Hacia la mitad del verano nos informaron que los edificios habían sido restaurados y que los residentes eran trasladados de nuevo a sus casas. Al mismo tiempo, empezaron a funcionar algunas fábricas, comenzando por la industria textil y las fábricas de acumuladores. Cerca de 70 fábricas, entre pequeñas y grandes, habían entrado en funcionamiento. El Primer ministro Ieng Sary, dijo en septiembre de 1975 que en Phnom Penh había ya 100.000 personas y que estaba previsto un aumento de la población, dado que las capacidades productivas habían sido restablecidas y ampliadas. El príncipe Sihanuk, en una entrevista concedida al diario parisino «Liberación», destacaba que los líderes del FUNK pretendían aumentar la población de la capital a 300.000 personas en un futuro próximo. Bjoerk manifestó, en marzo de 1976, que en la ciudad había entre 100.000 y 200.000 habitantes. Así pues, las ciudades no sólo no habían sido abandonadas, sino que eran repobladas, asignándoles un papel adecuado en el desarrollo económico del país.
Si bien está claro que en la urgente evacuación de las ciudades pesaron de inmediato, como una necesidad urgente, razones de tipo humanitario junto a consideraciones económicas a largo plazo, el desplazamiento de la población ayudó también al FUNK a mejorar rápidamente el control de cara a saboteadores armados y agentes secretos relacionados con los Estados Unidos. Existen testimonios consistentes de que un gran número de estos agentes planeaban permanecer en Phnom Penh para llevar a cabo acciones de sabotaje y para organizar a continuación un intento de derrocamiento del nuevo gobierno. El cuartel general y el comando organizativo de los contrarrevolucionarios fueron, en efecto, descubiertos y su aparato destruido. Los edificios públicos y una gran cantidad de casas fueron dañados o destruidos completamente. Nos fueron dadas muchas informaciones sobre granadas lanzadas por comandos, y los observadores extranjeros en la Embajada francesa nos contaron que eran visibles «enormes llamaradas» durante las dos semanas en las que el FUNK se hizo cargo del gobierno, y que los alrededores de la embajada fueron destruidos.
Si los agentes secretos confiaban en la abultada población de Phnom Penh para procurarse con facilidad el agua en la que nadar para llevar a cabo sus operaciones, la evacuación infligió un golpe certero a sus planes.
Los contrarrevolucionarios, o bien se camuflaron entre la población de las ciudades o pudieron ser capturados, o fueron dispersados cuando la población fue evacuada.
LA LLAMADA «MARCHA DE LA MUERTE»
La evacuación de Phnom Penh fue en todo momento calificada por las informaciones de los mass media como una «marcha de la muerte», en la que la población fue obligada por la fuerza a trasladarse al campo sin medios de mantenimiento, sin agua ni cuidados médicos, y en la que los más jóvenes, ancianos, enfermos y heridos fueron obligados a caminar muchos kilómetros a pie.
El «New York Times» declaró en un editorial que definía esta evacuación como un «crimen», que de un tercio a la mitad de la población había sido obligada con bayonetas por los comunistas a caminar hacia el campo bajo un clima tropical y las lluvias monzónicas, sin haber previsto el abastecimiento alimenticio, refugios, agua y cuidados médicos. Esta versión de la evacuación fue la preferida por el gobierno de los Estados Unidos, acompañada de «documentos informativos» que eran filtrados a Jack Anderson, para decir que las autoridades «no entregaron alimentos, agua y medicinas durante la larga marcha».
Esta acusación no es confirmada ni por las manifestaciones de numerosos testigos en Phnom Penh y sus alrededores, ni por las entrevistas con los refugiados camboyanos realizadas en Tailandia por los periodistas. Al contrario, esas manifestaciones describen una evacuación preparada en detalle para aliviar las dificultades del momento. Se estableció una organización para el transporte y la asistencia a los evacuados, incluido un centro de acogida a algunos kilómetros de Phnom Penh y otro en la región en la que los evacuados serían asentados. En el primer centro, los evacuados eran registrados en folios escritos a ciclostil sobre los que escribían sus nombres, la edad, la ocupación, la familia de origen y otras informaciones. Después eran conducidos hacia una región concreta, según de donde proviniera la familia. En el segundo centro eran reunidos por un comité local que les asignaba su terreno para cultivar.
Existe un gran número de testimonios directos de que el FUNK actuó de forma planificada para atender las necesidades de la población durante el viaje. Cantidad de informaciones, ya sea provenientes de extranjeros como de refugiados camboyanos, reconocen que el arroz era distribuido a los evacuados a lo largo del camino mediante provisiones que habían sido acumuladas de antemano.
Un periodista americano contaba haber visto «puestos de socorro y áreas de descanso a lo largo del camino fuera de Phnom Penh, donde las tropas de los jemeres rojos, (sobre todo mujeres) y monjes budistas proporcionaban a los refugiados alimento y agua».
Es más, según los observadores extranjeros que dejaron la capital con la primera oleada de evacuados, a lo largo del camino eran vendidos tanto arroz como pescado seco a un tercio del precio al que se encontraban en Phnom Penh.
Jacques Engelmann, monje benedictino con casi veinte años de experiencia en Camboya, escribe que: «había suficiente alimento para todos. A la tarde se detenían a cocinar el arroz y a descansar». Más de una docena de prófugos camboyanos, entrevistados en Tailandia, dijeron que, durante el viaje, habían recibido suficiente alimento, esencialmente arroz.
La imagen de los evacuados maltratados y obligados a caminar hasta la extenuación es también contradicha por estos testimonios.
Ninguno de los prófugos entrevistados en Tailandia comenta haber sido maltratado por los soldados durante la evacuación. El padre Engelmann cuenta que los monjes que acompañaban a los evacuados «no fueron testigos de ninguna crueldad».
Totalmente de acuerdo
Felicitaciones por la documentación tan precisa y exhaustiva, es como la intoxicación que los imperialistas nos han contado de Franco y sus 40 años de dictadura, es mentira porque Franco era una persona que se preocupaba por todos los españoles y buscaba lo mejor y lo de 1 millón de muertos en la guerra es la consecuencia del hambre y la falta de cosechas en aquellos años
Nuevamente reitero mis felicitaciones por el excelente y documentado trabajo sobre Camboya
Un fuerte abrazo