Libro
Memoria histórica imprescindible
«Virgilio Leret Ruiz: Una vida al servicio de la República”
Antonio Cruz González. El Viejo Topo.
El caso de Virgilio Leret, capitán de la II República Española, ascendido a comandante (post mortem) por méritos de guerra, es uno de esos casos que llaman poderosamente la atención por la trayectoria de su vida. Militar, Profesional como Ingeniero, Humano como persona, como padre y como esposo. Violinista, escritor, políglota de al menos cinco lenguas, y en todas las facetas de su vida, muchas veces sin proponérselo, fue el número uno. Si comenzamos por el final de su vida, fue el primer oficial fusilado por los golpistas del 17 de julio en Melilla. Leret estaba al frente de la Base de Hidroaviones de El Atalayón, como Jefe de las Fuerzas Aéreas de la Circunscripción Oriental del norte de Africa, con sede en la Base citada con el empleo de capitán. La Base fue el primer destacamento militar que se opuso con sus escasas armas a los regulares de Mizziam, que asaltaron la Base en la tarde del 17 de julio de 1936. Al mismo tiempo fue el primer desaparecido de la guerra, pues fueron arrojados sus restos a alguna fosa común, sin que se conozca, pese a los esfuerzos de sus hijas y nieta, el lugar exacto dónde está sepultado.
Leret también se dedicó a la escritura, editando con el seudónimo de El Caballero del Azul la novela “Ismael el Cóndor”, una historia sobre los aviones y las gentes del Marruecos dominado por los españoles, con reflexiones verdaderamente impresionantes. También fundó una editorial (Magreb) y publicó otro libro, “Historia biográfica de Nova-Aquilae”, un texto de corte surrealista y elevado culteranismo, donde refleja sus inquietudes sobre la sociedad y el sistema que la domina.
Será siempre recordado, pese a su adscripción republicana, por la que se ha querido pasar de puntillas, por ser el primer inventor de los motores a reacción para aviones, invento conocido en el Registro de la Propiedad Industrial como Mototurbocompresor de reacción continua. Este invento fue patentado por Leret y mostrado en secreto a las autoridades republicanas, con Azaña a la cabeza. Vista su importancia, a Leret se le reconoció su valía y empezó a estudiarse la posibilidad de su construcción dejándolo pendiente para septiembre de 1936. Todo ello con mucho secreto para que no llegase a conocerse por los militares que se presumía que eran futuros golpistas. Pero los hechos del mes de julio de 1936 impidieron que se comenzase su construcción. Su esposa Carlota retenida en prisión, desde el día siguiente al asalto a la Base, es decir desde el 18 de julio, domingo, y sin tener conocimiento de lo que habían hecho con su marido, le dejaron que se llevase a prisión dos de las cuatro maletas que tenían. Y por un azar imprevisto, una de las maletas pertenecía a Virgilio, ya fusilado, que aunque ella no lo sabía, si lo sabían los que le entregaron las maletas. Pero no hicieron una selección previa y casualmente, los planos y la memoria del invento se encontraban en una de ellas. Carlota O’Neill, que los conocía perfectamente, los guardó, consiguió sacarlos de la prisión de Victoria Grande dónde se encontraba, con la colaboración clandestina de otras presas y de una familia del exterior. Así pudo salvarse, sin caer en las manos fascistas, el invento de Leret.
En la cárcel (dónde pasó seis años) fue recluida acusada de asociación ilícita, de la que fue sobreseída, y de injurias al Ejército, injurias que realizó cuando se enteró de que los familiares de su marido, digamos que de la parte conservadora, le habían secuestrado a las hijas, hasta conseguir quitarles la tutela, y cuentan que sus gritos clamaban al cielo.
Cuando abandonó el penal con libertad condicional, pudo rescatar los planos que le conservaron la familia de una de las presas y consiguió llegar a Madrid con ellos. Después, su madre Regina de Lamo y ella, consiguieron llevarlos, ocultamente, hasta el consulado británico, dónde los pusieron a disposición de las Fuerzas Aliadas para que no cayeran en manos nazi-fascistas. Así, algo más tarde, Gran Bretaña comenzó a utilizar aviones a reacción. Ignoramos si los planos y memoria del invento de Leret se utilizarían para la construcción de los mismos.
Carlota O’Neill nos dejó toda esta historia en su libro “Memorias de una mujer en la guerra de España” y ha sido completada con los archivos de su hija, Carlota Leret O’Neill, quién los ha puesto a disposición del autor para la confección de la primera biografía completa de su padre, Virgilio Leret Ruiz.
Pero el libro no es solamente una biografía al uso, que por sus documentos y textos inéditos no sería poca cosa, sino que el autor, Cruz González, ha querido reflejar la sociedad en la que vivía Leret, Carlota y sus hijas, sobre todo la reflexión sobre la República, la defensa de la misma, sus reformas, sus ilusiones por un mundo más justo, más repartido, sin la miseria, el analfabetismo y la explotación que acompañaba a la mayor parte de la sociedad. Una ilusión de Leret era conseguir un ejército del pueblo, un verdadero ejército que defendiera a la República y a sus ciudadanos contra los enemigos de la sociedad, el nazismo y el fascismo, y también el capitalismo explotador, representado por los terratenientes y los capitalistas, que sólo perseguían intereses pecuniarios, sin ninguna ayuda a la educación, la sanidad, el desarrollo científico y técnico y el avance pacífico de sus ciudadanos.
Para terminar esta breve síntesis, también en la vida de Leret hubo una primera información sobre lo ocurrido el 17 de julio en Melilla, así su hija Carlota fue la primera, herencia recibida de su padre por ser el primero en todo, en publicitar a través de una esquela pagada en el diario El País los hechos ocurridos muchos años antes, en vista de que los medios periodísticos, no se atrevían a romper el hielo del silencio “modélico” de la Transición pactada. Esto fue un gran escándalo, que sirvió para emprender el camino de mucha gente que se atrevió a publicar a continuación esquelas de sus familiares asesinados por el franquismo. La situación llegó a ser tan conflictiva, que se imitó por los herederos del franquismo, pagando esquelas de sus fallecidos en la guerra. Sólo una pequeña apreciación, éstos últimos fueron honrados con sepulturas dignas, conociendo dónde se encuentran sus restos, y recompensando a sus familiares con la correspondiente pensión. Mientras que a los desaparecidos, fusilados en las cunetas, enterrados en fosas comunes, no se ha querido, pese a la fallida Ley de Memoria Histórica, hacer nada a nivel oficial para su reparación y consiguiente justicia.
Recomendado en: periódico El Otro País.