“Aún me sigue enamorando aquel invencible grito”
Relatos de Francisco Cela Seoane
Capítulo XI
Con la gente de mi barrio y de mi ciudad, de mi Galicia Verde e Irmandiña, viví el amanecer de aquel formidable movimiento de masas que se alzó contra el fascismo soñando con los días de pan y rosas. Sí, ¡A galopar, a galopar, a galopar hasta enterrarlos en el mar!
Y viví la inmensa resaca de frustración que dejó la estafa de la Transición. Los sueños quebrados, las despeñadas ilusiones, las esperanzas rotas… Por las angostas alamedas del desencanto se escuchaba un triste lamento: ¡No era esto, hostia, no era esto!
Una justificación a la medida para abandonar, para bajar los brazos y con el lamento a cuestas ingresar directamente en el club de los medio vivos o de los medio muertos.
Y a pesar de los pesares, eran mi generación, aquellos con quienes había compartido sueños y barricadas. Me dejó una gran tristeza en el corazón ver cómo, uno tras otro, se iban bajando del barco e iban mutando de rebeldes con causa en ciudadanos políticamente correctos aptos para ser captados por los nuevos partidos y sindicatos “democráticos”.
A despecho de tanta traición, de tanta deserción y de tanta nauseabunda loa a la reconciliación con los fascistas, en mi barrio aún seguía ardiendo alguna llama, alguna brasa o algún rescoldo de rebeldía. ¡Y había que apagarlo antes de que creciese, de que madurase y diese frutos! ¡Así viví la entrada de la droga en el barrio tal y que un devastador tsunami! ¡La maldita heroína! Aquello fue: ¡Una masacre! ¿Cuántos y cuantos jóvenes, con un potencial revolucionario formidable, no fueron a buscar por el filo de una aguja un paraíso que para siempre los encadenó a la más negra esclavitud?. En esa guerra no declarada cayeron cientos de miles, cientos de miles y, entre ellos, algunos de esos amigos del alma. El barrio fue perdiendo aquellos destellos de alegría loca para ir entrando en otra “longa noite de dura roca”.