Repasando la historia
De Eduardo Galeano
-La letra con sangre entra
Mientras Estados Unidos y Japón llevaban adelante sus independencias, otro país, Paraguay, fue aniquilado por hacer eso mismo.
Paraguay era el único país latinoamericano que se negaba a comprar salvavidas de plomo a los mercaderes y banqueros ingleses. Sus tres vecinos, Argentina, Brasil y Uruguay, tuvieron que dictarle,a sangre y fuego, un curso sobre los usos de las naciones civilizadas, como explicó el diario inglés «Standard», que se publicaba en Buenos Aires.
Todos acabaron mal. Los alumnos, exterminados. Los profesores, fundidos.
Se había anunciado que en tres meses Paraguay recibiría su merecida lección, pero las clases duraron cinco años.
La banca británica financió esa misión pedagógica, y la cobró muy cara. Los países vencedores terminaron debiendo el doble de lo que debían cinco años antes, y el país vencido, que no debía un centavo anadie, fue obligado a inaugurar su deuda externa: Paraguay recibió un préstamo de un millón de libras esterlinas. El préstamo estaba destinado al pago de indemnización a los países vencedores. El país asesinado pagaba a los países asesinos, por lo mucho que les había costado asesinarlo.
De Paraguay desaparecieron las tarifas aduaneras que protegían a la industria nacional; desaparecieron las empresas del estado, las tierraspúblicas, los hornos siderúrgicos, el ferrocarril que había sido uno de los primeros de América del Sur; desapareció el archivo nacional, quemado con todos sus tres siglos de historia; y desaparecieron los hombres.
El presidente argentino, Domingo Faustino Sarmiento, educado educador, comprobó en 1870:
-Se acabó la guerra. Ya no queda ningún paraguayo mayor de diez años. Y celebró: -Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana.
-La estatua más alta
A fines del siglo diecinueve culminó, a tiros de Remington, el vaciamiento de la Patagonia argentina. Los pocos indios que sobrevivieron a la matanza cantaron, al irse:
Tierra mía: no te alejes de mí, por más lejos que me vaya yo.
Ya Charles Darwin había advertido, en su viaje a la región, que los indios no se extinguían por selección natural, sino porque su exterminio respondía a una política de gobierno. Domingo Faustino Sarmiento creía que las tribus salvajes constituían un peligro para la sociedad, y el autor del safari final, el general Julio Argentino Roca, llamaba animales salvajes a sus víctimas.
El ejército llevó adelante la cacería en nombre de la seguridad pública. Los indios eran una amenaza y sus tierras, una tentación. Cuando la Sociedad Rural lo felicitó por la misión cumplida, el general Roca anunció:
–Están libres para siempre del dominio del indio esos vastísimos territorios que se presentan ahora llenos de deslumbradoras promesas al inmigrante y al capital extranjero.
Seis millones de hectáreas pasaron a manos de sesenta y siete propietarios. Cuando murió, en 1914, Roca dejó a sus herederos sesenta y cinco mil hectáreas de tierras arrancadas a los indios.
En vida, no todos los argentinos habían sabido valorar la abnegación de este guerrero de la patria, pero la muerte lo mejoró mucho: ahora tiene la estatua más alta del país y otros treinta y cinco monumentos, su efigie decora el billete más valioso y llevan su nombre una ciudad y numerosas avenidas, parques y escuelas.
-Manos callosas
Los príncipes, al servicio de la corona británica, vivían angustiados por la escasez de tigres en la selva y las crisis de celos que perturbaban el harén.
En pleno siglo veinte, se consolaban como podían:
el marajá de Bharatpur compró todos los Rolls-Royce disponibles en Londres y los destinó a la recolección de la basura en sus dominios;
el de Junagadh tenía muchos perros con habitación propia, teléfono y sirviente;
el de Alwar incendió el hipódromo cuando su pony perdió una carrera;
el de Kapurthala construyó una copia exacta del palacio de Versalles;
el de Mysore construyó una copia exacta del palacio de Windsor;
el de Gwalior compró un trencito de oro y plata que recorría el comedor del palacio llevando sal y especias a sus invitados;
los cañones del marajá de Baroda eran de oro macizo
y el de Hyderabad usaba de pisapapeles un diamante de ciento ochenta y cuatro quilates.