Memoria histórica imprescindible:
Libro: «Individuas peligrosas. La Prisión Central de Mujeres de Amorebieta (1936-1947)»
De Ascensión Badiola Ariztimuño. Editorial Txertoa. 2019.
El «Cementerio de las vivas» de Zornotza. Se publica una monografía sobre esta desconocida prisión de mujeres.
En el centro del pueblo de Zornotza, en la plaza del Kalbario 4, se alza, oculto tras un frondoso arbolado un soberbio edificio que, por la década de los años 30 del siglo XX, se construyó con el fin de ser un centro para la formación religiosa de sacerdotes católicos. Sin embargo, apenas unos años después y una vez terminada la guerra civil, por paradojas del destino, el edificio en vez de albergar seminaristas, se destinó a recluir mujeres republicanas.
Los propietarios del centro desde siempre han sido los Carmelitas Descalzos, pero tal y como sucedió con muchos edificios religiosos durante y después de la guerra, este centro fue incautado por la Dirección General de Prisiones para convertirlo en Prisión Central de Mujeres y funcionó desde el otoño de 1939 hasta su clausura en 1947, fecha en la que fue devuelto a sus dueños.
Durante aquellos largos siete años, la cárcel zornotzarra, lejos de ser un centro para mujeres del pueblo y alrededores, funcionó como cárcel de castigo para recluir a mujeres republicanas que habían pasado por un consejo de guerra y habían sido sentenciadas a penas desde 6 años hasta cadena perpetua. Llegaron mujeres de todos los rincones del Estado franquista: Madrid, Andalucía, Castilla, Asturias, Cantabria, Galicia, Castellón Ciudad Real, Guadalajara o Extremadura, entre otros lugares, y también hubo algunas mujeres vascas (sólo 19 de las 1.234).
De este modo, la de Amorebieta, junto con la de Saturraran y la de Durango, que tuvieron la misma categoría, formaron parte del circuito carcelario expresamente creado por el régimen franquista para recluir mujeres republicanas, Individuas Peligrosas’,’ así calificadas en los propios consejos de guerra, por sus actividades hasta el 1 de abril de 1939.
Hubo prisiones centrales expresamente creadas para mujeres en Girona, pasando por Tarragona, Barcelona, Valencia, Palma de Mallorca, Málaga, Guadalajara, Madrid, Galicia y Oviedo, por mencionar algunas y las mujeres condenadas solían ser trasladadas por ferrocarril, en vagones para ganado, de una cárcel a otra y muchas de ellas terminaron pasando un tiempo en las llamadas ‘cárceles del norte’,’ entre las que se encontraba ésta de Amorebieta, especialmente dura por estar situada en un rincón olvidado del Estado franquista.
Hasta tal punto estuvo olvidada esta cárcel que no tuvo duchas hasta 1943, cuatro años antes de su cierre, de forma que casi un millar de mujeres debían formar largas filas para poder lavarse en un abrevadero. Tampoco se construyeron cámaras de gas cianhídrico para desinsectar las ropas cuando ya todas las cárceles disponían de ellas, y Saturraran contaba con al menos un proyecto aprobado, aunque al ser clausurada en 1944, el proyecto nunca llegó a prosperar. La Dirección General de Prisiones no tuvo en cuenta ni la cárcel de Amorebieta ni la de Durango para este asunto de las cámaras desinsectadoras, que nunca contaron ni siquiera con un presupuesto, a pesar de que la prisión zornotzarra permaneció abierta hasta 1947, sobreviviendo a su homóloga guipuzcoana.
Las primeras mujeres que llegaron en 1939 eran madrileñas. Llegaron con lo puesto y con sus hijos en brazos o con ellos de la mano. Otras llegaron embarazadas y dieron a luz entre las sórdidas paredes de aquel lugar inhóspito y frío que fue la prisión en aquellos años, donde dormían en el suelo con los niños, sobre un petate por todo aislamiento.
El hambre, el frío, la suciedad, la enfermedad y la muerte se cebaron en ellas ante las carencias sufridas antes y durante la estancia en aquella cárcel. Llegaron a hacer huelga para no beberse el agua caliente que les daban de desayuno y conseguir así alguna mejora. En total se sabe que hubo 48 fallecimientos en aquellos siete años y, al menos seis fueron de bebés, que no pudieron resistir el mes de enero de 1942, calificado como el año del hambre.
Algunas de las presas madrileñas que llegaron a Amorebieta, procedentes de la cárcel de Ventas, calificaron a este lugar como «el cementerio de las vivas» y a sus habitantes como las «de raza amarilla por el aspecto demacrado y sucio que tenían.
NOMBRES DE PRESAS
El libro Individuas Peligrosas revive os días de la cárcel, las condiciones bajo las que vivieron las presas, los castigos y penalidades, los nombres de 1.234 de ellas y los datos del aparato directivo de la cárcel, en concreto, de los directores y las monjas que regentaron esta prisión con mano dura.
A raíz de la publicación de este libro, me escribió la nieta de una de estas mujeres, Ana Isabel Vegas, cuya abuela, Rosa Velarde Peña, cuyo nombre figura entre las 1.234 mujeres señaladas en el anexo, entró en Amorebieta, procedente de un pueblo denominado La Haba de la Serena (Extremadura) y lo hizo con su hija Rosi Pajuelo, quien por entonces tenía menos de tres años.
La abuela de Ana Isabel tenía cinco hijos cuando fue detenida y encarcelada, mientras que el abuelo continúa desaparecido a día de hoy y la familia cree que debe estar en alguna fosa de un cerro de Magazela (Extremadura).
Al parecer, la abuela estuvo tanto en Amorebieta como en Saturraran durante un total de ocho años y cuando le concedieron la libertad, ésta fue con destierro, motivo por el que no pudo regresar a su pueblo y se quedó a vivir en Zornotza, donde hizo amistades.
Durante su reclusión tuvo que separarse de su hija cuando ésta cumplió los tres años, como ordenaba el reglamento de prisiones. Sin embargo, no quiso darla en adopción, tal y como le propusieron las monjas, sino que se la entregó a una mujer del pueblo que acababan de liberar para que la cuidase.
Rosa solamente regresó a Extremadura para ir a recoger a su hija y su nieta, a día de hoy, sigue con atención todas las publicaciones que guardan relación con aquello que le pasó a su familia y que tal como declararon en el documental » Prohibido Recordar» se mantuvo toda la vida en silencio porque era mejor callar.
Después de tantos años, una investigación de Ascensión Badiola ha logrado reunir los casi 1.000 nombres de mujeres que obtuvieron la liberación condicional desde esta prisión, así como otros doscientos nombres nuevos del censo de reclusas de 1945 y ha podido reconstruir la vida carcelaria, gracias a los datos encontrados en los expedientes de otras cárceles, en los trabajos realizados por otros investigadores en los que Amorebieta tiene alguna mención y en los testimonios de presas que dejaron escrita su vivencia sobre esta prisión, que a día de hoy sigue siendo una agujero negro en el imaginario colectivo.
Recogido de: Euskal Memoria Aldizkaria. N.º 20. Dic 2019