Cartas desde prisión:
Santiago Rodríguez Muñoz y Mónica Refoxos Perez
Cárcel de Jaén, 10 de mayo de 2020
(…) ¿Cómo has llevado el arresto domiciliario? Tiempo habrá de analizar la pandemia y sus múltiples derivadas, la más inmediata que la economía capitalista mundial se precipita al abismo, lo que producirá la crisis general en todos los terrenos. Otra constatación evidente es la de que ni en los sueños más lúbricos de los especialistas de la violencia estatal burguesa, se dibujó jamás un escenario distópico semejante, sobre el que poder intervenir a placer. Los técnicos del control social se apresuran a extraer numerosas lecciones del llamado confinamiento. De momento, han aprovechado la coyuntura para inflarnos con imágenes de uniformados en interminables publi-reportajes televisados. Tendremos ocasión, ya digo, de poner en claro toda esa manipulación masiva de las emociones sociales en pos de promover una identidad común interclasista, al servicio de la “unidad nacional”, es decir: subordinar a las masas explotadas al yugo de los explotadores y su Estado terrorista, en nombre de un falso interés general.
En cuanto a los contenidos de tu carta, nos damos por bien informados acerca de cómo se presenta en Colombia la reorganización de la guerrilla. Y lo mismo cabe decir sobre la situación actual del independentismo vasco, que resumes a la perfección.
En cuanto a tu interés por nuestra opinión acerca del “Feminismo de clase”, nosotros, Mónica y Santi, en nuestra condición de comunistas, ya sabes que estamos muy interesados en la brutal situación y problemática de la mujer; y de forma permanente, mantenemos un alto nivel de atención y estudio sobre el tema. Repasamos clásicos sobre el tema, libros actuales, aportes…
Bueno, nuestras reflexiones: lo primero que cabe señalar es que el feminismo siempre es de clase… burguesa y pequeño burguesa. El feminismo es una ideología ajena al movimiento obrero revolucionario. En su calidad de ideario reformista, asimilarlo a una forma de pensamiento o acción proletaria sería como hablar de reformismo revolucionario, una contradicción en los términos. Los llamados movimientos sociales, entre los que se encuentra el feminismo, ya cuentan con una jerga más adecuada para autodefinirse: “Radicalismo autocontenido” o “Reformismo fuerte”. Todas estas cosas propias de “inadaptados instalados”, “Adaptados disconformes” y demás pendejadas, sirven al capitalismo criminal bajo las formas aparentes de la rebelión, y encuentran grandes medios de difusión, como es lógico. Pero nosotros no somos feministas y tampoco estamos dispuestos a ceder un palmo de terreno, empezando por el lenguaje interesado, a todas las corrientes ideológicas que so pretexto de promover cambios parciales contribuyen a perpetuar las estructuras de lo existente, que es la mejor manera de impedir la verdadera solución de los problemas de la mujer (y de la humanidad en su conjunto), al retrasar la implantación de un régimen social más avanzado que habrá de hacerla posible.
Hace poco repasábamos “La cuestión femenina y la lucha contra el reformismo”, una selección de textos de Clara Zetkin, que diferencia en todo momento el feminismo burgués del movimiento femenino proletario. Leímos también “Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo”, de Kristen Ghodsse, un libro que proporciona información muy interesante a pesar del estrecho academicismo de la autora, cuya visión está lastrada por su ideología pequeño burguesa.
Suscribimos tu punto de vista cuando te refieres a todos aquellos que hacen “de la diversidad un arma para la desunión en lugar de para todo lo contrario”, de modo que “se destaca lo diferente, y no lo que une, fragmentando y atomizando”. Sobre esta cuestión hemos leído la obra en boga: “La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora”, de Daniel Bernabé. Un libro que comparte con “Rebelarse vende. El negocio de la contracultura”, de Joseph Heath y Andrew Potter, la conocida idea de que el sistema capitalista estimula el juego de la contestación controlada, subvencionando todo tipo de rebeldías estériles para tener enredado al personal y alejarlo así de sus verdaderos intereses de clase. Y como las apariencias engañan, resulta que la contracultura es en el fondo la cultura burguesa, del mismo modo que la pretendida diversidad cultural también es en el fondo la uniformidad burguesa. Sucede que los autores de ambas obras, aunque aciertan en el diagnóstico, formulan su crítica desde planteamientos reformistas, no revolucionarios. Es decir: Son las dos caras de la misma moneda capitalista, el posibilismo socialdemócrata y la gesticulación izquierdista del anarquismo, cuya acción combinada conduce a los obreros a un laberinto sin salida. O abierta colaboración de clases o inoperancia anarcoide, que desde su individualismo prefigura en gran medida a todas las falsas alternativas de nuestros días. Es el resumen de que si siempre hubo tantos anarquismos como anarquistas, hoy existen tantos ecologismos como ecologistas, tantos feminismos como feministas, etc, etc. Una división infinita promocionada por un capitalismo que cuenta con una larga experiencia en apoyar su dominio en “Diversidades” nacionales, étnicas, religiosas, de género… debidamente alentadas según lo requiera la ocasión.
Sean bienvenidas todas las diferencias siempre que refuercen la unidad obrera en la lucha por sus objetivos de clase, verdaderamente revolucionarios. Todo los demás son alternativas a más de lo mismo, para aparentar un cambio que en realidad impiden.
Mónica. Santi.