Mujeres trabajadoras, campesinas e internacionalistas: su compromiso antifascista durante la guerra (y 3)
-Tina Modotti y Gerda Tardo dos ejemplos de internacionalistas antifascistas pioneras en la lucha por emancipación de la mujer
Tina Modotti
Tina Modotti es una de las figuras que a través de la trayectoria de su vida y lucha refleja el internacionalismo proletario y su militancia comunista.
Nació en Udine (Italia), 1896, en el seno de una familia obrera. En 1909, al emigrar su padre a Estados Unidos, empezó a trabajar en una fábrica textil, con trece años: doce horas diarias.
A los diecisiete años emigró con su familia a los Estados Unidos y participó en las luchas para denunciar la explotación y los asesinatos de trabajadores que se ponían al frente de las huelgas. Era habitual el allanamiento de las sedes del Partido Comunista en todo el país, acompañado de la detención de miles de militantes, muchos de los cuales fueron incluso exhibidos por la policía en las calles como trofeo. Mientras, el ejército atacaba las marchas del 1º de Mayo y la huelga de los obreros del acero terminaba con el asesinato de dieciocho huelguistas a manos del ejército y de la policía.
En 1920, trabajó en varias películas mudas en Hollywood. En 1921 conoció a Edward Weston, excelente fotógrafo norteamericano que le enseñó a usar la cámara y se convirtió en una fotógrafa excepcional. Una labor fotográfica que siempre estará ligada a su militancia política.
En 1922 llegó a México donde conoció a Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros y en 1927 se incorporó al Partido Comunista de México, donde continuará su trabajo como fotógrafa. Su objetivo será documentar las luchas obreras y campesinas, fotografías que aparecen en las revistas comunistas y progresistas mexicanas. Junto a su actividad profesional desarrolla una gran actividad política. Participa activamente en la campaña Manos fuera de Nicaragua en apoyo a la lucha de Augusto C. Sandino y ayuda a fundar el primer comité antifascista italiano.
En 1928 conoció a Julio Antonio Mella, uno de los fundadores del Partido Comunista de Cuba, en una manifestación en protesta por la ejecución de Sacco y Vanzetti. Unos meses más tarde cuando iban juntos por la calle, Mella es tiroteado por los sicarios de Machado y muere. Se desencadena una campaña de desprestigio contra Tina Modotti de proporciones descomunales, primero es acusada de complicidad en el asesinato de Mella, después lo califican de crimen pasional atribuyéndolo a la vida personal de Tina, a la que tachan de amoral porque se aleja de todo convencionalismo y no acata las normas establecidas para las mujeres de la época. Fue absuelta y quedó demostrado que el único responsable del asesinato de Mella habían sido los sicarios de Machado, pero la campaña contra ella continuó y a principios de 1930, fue expulsada de México acusada de conspirar para asesinar al Presidente.
El acoso la persiguió hasta su llegada a Europa. Nada más desembarcar en Rotterdam, el gobierno fascista italiano pide su extradición, que es impedida por la campaña a nivel internacional que realiza Socorro Rojo Internacional. A mediados de 1930 consigue llegar a Alemania y de allí viajó a la Unión Soviética. Por entonces pasa a ser una de las máximas dirigentes del Socorro Rojo Internacional, junto con Clara Zetkin y Elena Stassova. Tras permanecer unos meses en Moscú, a finales de 1933, es enviada a París para trabajar clandestinamente en el Socorro Rojo que impulsaba muchas campañas desde la capital francesa: desde la denuncia de la situación de Georgi Dimitrov y Ernst Thälmann, (que estaban encarcelados por los nazis en Alemania) y de la de Antonio Gramsci (gravemente enfermo y prisionero de Mussolini) hasta la ayuda a las víctimas por los disturbios fascistas en París y a los perseguidos en Austria tras la matanza de socialdemócratas y comunistas de febrero de 1934 protagonizada por el ejército de Dollfus y los paramilitares fascistas.
En 1934 viajó a España, como miembro del Comité Ejecutivo de Socorro Rojo Internacional para coordinar la campaña de apoyo a los represaliados de la insurrección de 1934. Tras el golpe fascista de 1936, se incorporó al Quinto Regimiento y trabajó como miembro de Socorro Rojo a lo largo de toda la guerra. Aquí sería conocida con el nombre de María la del Socorro. Estuvo en el comité de redacción de la revista Ayuda, órgano de Socorro Rojo, donde firmaba sus artículos con el nombre de Carmen Ruiz y Vera Martini. Pero su actividad más destacada fue en el terreno de la asistencia sanitaria de los milicianos y en los frentes de guerra, labor que realizará junto a Matilde Landa. También organiza la evacuación de los niños a la Unión Soviética. Cuando las tropas fascistas ocupan Málaga, en febrero de 1937, decenas de miles de personas, que temen la represión y los asesinatos indiscriminados, huyen por la carretera de Almería, mientras barcos, aviones y artillería del ejército franquista bombardean a las columnas de refugiados matando a más de cinco mil personas. Tina Modotti, trabaja entonces con el doctor Norman Bethune, brigadista canadiense, se ocupan de los refugiados en Almería y se esfuerzan por salvar vidas.
Tras el avance del ejército fascista, se incorpora a las columnas de refugiados que cruzan la frontera francesa. Después, desde París, Modotti organiza la ayuda a los republicanos españoles, intenta salvar a los internados de los campos de concentración franceses de Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien, Rivesaltes, Vernet. Finalmente, a principios de abril de 1939, se embarca para Estados Unidos, para colaborar con las organizaciones antifascistas, pero la policía norteamericana le prohíbe entrar en el país y se ve obligada a viajar a México, donde residirá hasta su muerte en 1942, y donde continuará con su actividad política a través de la Alianza Antifascista Giuseppe Garibaldi y de la ayuda a los refugiados republicanos españoles.
Murió de un ataque cardiaco, el 5 de enero de 1942. En la lápida en el panteón Dolores de la Ciudad de México se lee la primera estrofa que Neruda le dedicó:
“Tina Modotti, hermana, no duermes, no, no duermes:
tal vez tu corazón oye crecer la rosa
de ayer, la última rosa de ayer, la nueva rosa,
descansa dulcemente hermana”.
Gerda Taro
La figura de Gerda Taro ha sufrido varios avatares, desde ser ignorada, a nombrarla simplemente como compañera de Robert Capa. Actualmente se ha rescatado su labor como fotógrafa pero se ha despojado a su figura de toda militancia y conciencia antifascista.
Su verdadero nombre era Gerta Pohorylle, había nacido en Stuttgart en 1910 de padres judíos de la región de Galitzia, en Polonia. En Alemania había sido detenida por el régimen hitleriano por su militancia comunista, tras ser puesta en libertad se exilia en París. Será en esta ciudad donde conozca al fotoperiodista húngaro André Friedman (Robert Capa). A través de él se inició en la fotografía, un año después, en 1935, entró a trabajar en la agencia Alliance Photo.
Nada más producirse la sublevación fascista, André Friedman y Gerda Taro cruzan la frontera y comienza su trabajo de difundir por el mundo a través de sus fotos y reportajes la lucha de los pueblos del Estado español contra el fascismo, pero con un claro compromiso antifascista.
Gerda se convierte en una de las primeras reporteras de guerra, y empieza a firmar sus fotos con el seudónimo de Gerda Taro. Hasta su muerte en julio de 1937 realiza más de cincuenta reportajes para publicaciones internacionales, además de sus trabajos para Ce Soir (París) entre las cuales se encuentran las prestigiosas Life de Nueva York y Vu de París, y otras muchas cabeceras, como Regards, Miroir du Monde, L’Unité y La Revue du Médecin, de París; Illustrated London News, de Londres; Het Leven, de Ámsterdam; Volks-Illustrierte, de Praga; ABC: Unablängige Schweizerische Tribüne, Schweizer Illustrierte Zeitung y Züricher Illustrierte, de Zúrich; Berliner Illustrirte Zeitung, de Berlín y Photo–History de Nueva York.
También colabora en la realización de documentales y en la película The Spanish Earth.
Ningún hecho de la guerra es ajeno al interés de Gerda. En sus fotografías plasmó escenas cotidianas de la guerra, de milicianos descansando en las Ramblas de Barcelona, milicianas haciendo instrucción en la playa, campesinos trabajando en las proximidades del frente de Aragón, trabajadores en los centros de producción que destacan su compromiso con la defensa de la República, también en sus fotos aparecen niños en un orfanato, heridos en hospitales de Valencia, o las fotos del Congreso Internacional de Escritores celebrado en Madrid y Valencia en julio de 1937, en el que participó, o del entierro del General Luckas. Sus fotos más destacadas son las realizadas en los frentes. Todas las grandes batallas son reflejadas desde primera línea por Gerda. El asedio al Alcázar de Toledo, la batalla de Madrid, el frente de Segovia o la batalla de Guadalajara. También viajó a Málaga para cubrir la tragedia que supuso la huida de los habitantes de la ciudad hacia el este y el bombardeo de la carretera y del puerto de Almería por parte de los fascistas. Otro de sus temas fue reflejar la participación de las mujeres en la guerra, en igualdad de condiciones que los hombres. Son famosas sus fotos de milicianas haciendo la instrucción, o en las trincheras, mujeres trabajando, en la producción, fotos alejadas del victimismo y de la pasividad, que reflejan la conciencia y la participación activa.
Taro fue la primera mujer fotógrafa que se arriesgó hasta situarse en la primera línea de fuego para documentar la guerra y ofrecer un testimonio al mundo de la barbarie fascista y de la participación del ejército nazi y del fascista italiano. Ella sabía que sus fotografías se difundirían por todo el mundo, y utilizó la prensa y las revistas para difundir masivamente su mensaje antifascista, y su compromiso ideológico le costó la vida.
En julio, se produce la batalla de Brunete, Gerda, una vez más, acude a dar testimonio de esta batalla. Es la primera vez en la historia de un conflicto armado que la ligereza de las cámaras permite a los fotógrafos situarse en las primeras líneas de fuego. Quería demostrar al mundo que se estaba dejando a la República sin apoyo armado, a causa de unos supuestos acuerdos de neutralidad internacional, cuando en realidad los golpistas contaban con la ayuda militar de los nazis. Gerda arriesgará su vida para conseguir estas fotografías, aproximándose a las zonas de combate como un soldado más y donde se convirtió en la primera fotógrafa de guerra caída en el frente.
Solo cuando se le acabaron los carretes accedió a cumplir la orden de que todos los periodistas abandonaran el frente. Gerda subió al estribo de un camión pero un nuevo ataque aéreo sembró el caos en la retirada y un tanque golpea el camión al que iba agarrada Gerda. Gravemente herida es conducida al hospital de El Escorial donde unos días más tarde murió.
Sus restos fueron conducidos al Jardín de Invierno de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y posteriormente fueron trasladados a Francia. En el puesto fronterizo de Port-Bou, los recogió el escritor Paul Nizan, que estaba entonces a cargo de las páginas internacionales de Ce Soir. De allí los trasladaron a la Casa de la Cultura de la capital francesa, donde «Ce Soir» y «L’Humanité» organizaron un homenaje en su memoria antes de enterrarla en el cementerio del Père Lachaise.
«Ce Soir» encargó al famoso escultor Alberto Giacometti que diseñara su tumba con una simple estela que debía llevar las palabras «Gerda Taro 1911-1937. Periodista de Ce Soir. Muerta en julio de 1937 en el frente de Brunete (España) en el ejercicio de su profesión», estela que los colaboracionistas de los nazis sustituyeron por otra en 1942.
Miles de personas acudieron a su entierro en homenaje y reconocimiento a esta luchadora antifascista. Añadimos una crónica de su entierro porque da una dimensión de la figura y compromiso de Gerda Taro que hasta ahora ha sido ocultada.
ADIÓS A GERDA TARO
El Mono Azul nº 28, 12 de agosto de 1937
Temeroso de llegar tarde a la partida del cortejo, subió en la Puerta de Orleans a un taxi.
-No sé si podremos entrar a la rue D’Anjou –me dice el chófer-. Debe haber mucha gente. Hoy es el entierro de la “pequeña”.
Paris entero sabe que entierran hoy a la “pequeña”. Bajo el cielo gris de la mañana destemplada, París entero está conmovido y melancólico. Un poco de su alegría, de su juventud eterna, de su belleza, de su heroísmo, se va de Paris con Gerda Taro.
-He leído –me dice el chofer- todo lo que se ha escrito sobre ella. ¡Ah!, era una antifascista. Era de las nuestras. Es doloroso. ¡Es doloroso! Ha muerto por España.
Le digo entonces que yo la conocí en Madrid. No puedo callarlo. Siento la necesidad irresistible de hablar con este amigo inesperado de la querida amiga, de la querida camarada desaparecida. Le digo como puedo, un poco atropelladamente, que es difícil expresar con palabras cuanto valía aquella deliciosa muchacha alegre y delicada, raramente hermosa y de un coraje y un temple a cuyo lado tenían tanto que aprender tantos hombres.
Pienso, andando, en el coraje tranquilo de Gerda Taro. Era otra de sus perfecciones. Tenía una risa irresistible de niños, unos dientes perfectos en una boca pequeñísima, una piel dorada al iodo por el sol de los campos de batalla y el coraje tranquilo de una perfecta juventud optimista. ¿No habéis visto, amigos, que los jóvenes, los verdaderamente jóvenes, los que tienen toda una vida entera que perder, son los que menos temen perderla? El miedo es un síntoma de decrepitud. El miedo es un paso en el territorio de la muerte. El valor es un atributo gallardo del exceso de vida, como lo es la necesidad de amar y de crear. Gerda Taro, que tenía, la prueba de su coraje magnifico. Ved, ved esa foto en que los soldados, con la cara metida en la tierra, protegen sus cabezas con las manos nerviosamente apretadas sobre la nuca. Esa foto fue tomada en el preciso instante en que las bombas de la aviación o las granadas de la artillería fascista reventaban entre las líneas leales. Ella, en ese instante terrible, no pensó en su vida, es evidente, sino en su deber. No había ido al frente a esquivar los peligros, sino a documentar la guerra para servir a nuestra causa. Y se mantenía en su puesto.
Vuelvo a hablar del coraje de Gerda Taro. Hay gentes a quienes molesta que se hable de coraje. ¿Pero no es el coraje una hermosura? Se nos permite hablar del talento y de la belleza. ¿Por qué no se nos permite hablar del coraje, esa hermosura la más hermosa tal vez de la naturaleza humana? Me acuerdo con moción de la hermosa frente de Gerda Taro, de su cabeza deliciosa, de su risa, de su cordialidad acogedora, del dibujo impecable de su boca, de la alegría con que se incorporaba, con su español vacilante, al coro de cantores de guerra de la “Alianza” en las noches cañoneadas del Madrid heroico, y me acuerdo también del enorme Coraje sin estremecimientos que cabía, uno no se explica cómo, en las plástica delicada y frágil de su cuerpo pequeño.
Confundido ahora en la muchedumbre que constituye el cortejo fúnebre de Gerda Taro, atravieso París hacia el Père Lachaise por esos anchos bulevares flanqueados de ennegrecidas piedras ilustres. Delante nuestro, encabezándonos, los acordes de la marcha fúnebre. Después, el ataúd de Gerda, envuelto en la seda del estandarte rojo de la “Alianza” que hicieron delante de mis ojos, en Madrid, las manos de María Teresa León, de Rosita la miliciana y de Lola la cirujana del Ejército Popular. Luego, las carrozas de flores. Coronas y coronas y ramos de las organizaciones obreras e intelectuales, de las organizaciones antifascistas y antiguerreras, de los partidos populares, de las asociaciones juveniles. Luego, cargadas de brazadas de flores, las muchachas de la Unión de Jeunes Filles de France. Y después, nosotros, el pelotón de los escritores antifascistas, los camaradas de la Association des Escrivains pour la Défénse de la Culture. Aragón y Jean-Richard Bloch, Paul Nizan y Tristán Tzara, Moussinac y Pierre Unik, marchan a la cabeza.
Paris, capital de la belleza, sensible siempre a la hermosura, espera conmovido el paso del prolongado cortejo que ondula pesadamente detrás del ataúd de la “pequeña”. En densos grupos expectantes y silenciosos, París aprieta su emoción en las esquinas, se asoma con recogimiento en las ventanucas de las buhardillas, alza el puño a lo largo de las calles y contiene una emoción grandiosa en la en la muchedumbre de la plaza de la República. Veo alzar el puño a obreros y estudiantes, veo mujeres que signan, veo el doloroso rictus del sollozo, veo el homenaje conmovedor de algún rostro de mujer gastado por las noches. Entre esa doble fila emocionada y emocionante, silenciosa, vamos nosotros, silenciosos también, escritores, artistas, obreros, camaradas, detrás del pequeño ataúd de Gerda Taro, la pequeña fotógrafa de “Ce Soir”, la arriesgada amiga de los soldados españoles, la incomparable compañera de la Alianza de Intelectuales de Madrid, la que cantaba con nosotros, en su español vacilante, las hermosas canciones de la guerra.
Cerca de la tumba de Henri Barbusse, florida, entre tumbas ilustres, no lejos del muro glorioso de los Comuneros descansa el cuerpo de la pequeña Gerda Taro. Allí la dejamos, bajo una primavera multicolor de flores. Nació en Rumania6, vivió una radiante juventud laboriosa en París, y murió en Brunete (España), envuelta en un severo clima de heroísmo, de amor a la libertad y la esperanza. Era hermosa, muy joven y valiente. Triplemente hermosa, pues, París lo ha comprendido. París sensible a la gracia y a la sonrisa, aunque brillen entre el hierro y el fuego.
CORDOVA ITUBURU París, agosto 10 de 1937.
Epitafio
«Así que nadie se olvide
de su lucha incondicional
por un mundo mejor»
(En francés y catalán)
Enlace al texto general:
–https://drive.google.com/file/d/1NVPm5WZcoKHGYi4HqPGXyctST1AF6Ju4/view