Senderos de gloria
Juan García Martín. Preso político del PCE(r)
–Artículo editado en: “El Otro País”, n.º 96. Diciembre 2020.
¿Quién no está ya harto del dichoso “confinavirus»? Padecimientos aparte, ríos de tinta y de saliva se consagran diariamente al tema. Uno ya no sabe si cambiar de canal o quedarse en un rincón temblando de miedo. Aún así, no puedo resistirme a dar mi opinión acerca de un aspecto de la pandemia que, creo, es el que más transcendencia política puede tener (de las consecuencias económicas ya nos vamos enterando de forma práctica); hablemos, pues, del porqué España ha estado y está a la cabeza de contagios y muertes de entre los países de nuestro entorno.
También, también se han oído miles de explicaciones. Que si la desescalada fue demasiado rápida, que si la des-centralización de las competencias en Sanidad, que si el enfrentamiento entre políticos, que si la irresponsabilidad de los españoles, en especial los jóvenes… incluso hay quien se atreve a hablar de recortes… Sin quitar su parte de influencia, pienso que todas estas son cuestiones secundarias (en otros países, como Italia, se dan circunstancias similares) y ganas de dar vueltas y no querer entrar en el meollo de la cuestión: la baja catadura moral, la nulidad gestora y los intereses espúreos y antipopulares que guían y caracterizan a nuestros gobernantes y políticos en general.
Para intentar llegar a este meollo, daremos nosotros también un rodeo. En buena lógica científica, ahora que tan de moda están los “expertos”, ¿qué debería haberse hecho ante una pandemia de este tipo?. Primero, investigar, claro, origen, características, medidas posibles de contención y tratamiento, teniendo en cuenta la experiencia de otros países, etc; luego prever los distintos escenarios posibles, pensando, sobre todo, en el peor para, acto seguido, planificar a corto, medio y largo plazo cómo hacer frente a esos escenarios; por último, invertir todo lo que hiciera falta en personal y medios.
Una vez hecho esto, y solo si fuera necesario, estás legitimado para acudir a otras medidas que afecten a las libertades de los ciudadanos. Todo ello suponía, naturalmente, tener en cuenta ante todo el bienestar y la salud de estos últimos, para lo cual habría que actuar e invertir en cuatro direcciones: Sanidad (empezando por reforzar la atención primaria y los rastreadores), Transportes (aumentando sensiblemente la frecuencia de paso y las unidades), Educación (bajando a la mitad -15 ó 20- la ratio profesor/ alumnos) y Trabajo, garantizando medidas de seguridad en el lugar de trabajo y, en el caso de los temporeros, con alojamientos dignos e higiénicos.
Todo esto es de sentido común, ¿no?. Pues no, aquí se han impuesto las rutinas, hábitos, costumbres, tendencias o como queramos llamar al “estilo” de gobernar de toda la vida de los fascistas consistente en no hacer nada positivo “desde arriba” y descargar sobre las espaldas y la salud de «los de abajo» toda la responsabilidad, todo el trabajo y todos los sacrificios: confinamiento, uso obligatorio de mascarillas y medidas higiénicas (¡que te tienes que pagar tú!), no socializar, cerrar pequeños negocios y extenuar al personal sanitario; a la vez, se va creando un sentimiento de culpa “popular” si las cosas van mal -como han dicho-. Y claro, echando mano de la policía y el ejército para imponer todo esto.
Mientras, “los de arriba” no han hecho nada serio y contundente de lo que, en teoría, les tocaba hacer. Apenas medidas paliativas o cosméticas, siempre a destiempo y a contrapié del avance del virus y siempre cicateros en las inversiones. ;Ah! Y todo en medio de un barullo político que en el fondo lo que oculta es que gobernara quien gobernara habría hecho lo mismo. ¡He aquí la barbarie capitalista en todo su esplendor!
Y así llegamos al meollo de la cuestión, a lo que no oímos en ninguna proclama o tertulia institucional: al profundo desprecio que los políticos ‘constitucionalistas” -sean del color que sean- y sus amos monopolistas sienten por el pueblo trabajador. Su gestión de la pandemia no sólo revela que no les importa el número de enfermos o muertos -salvo que sean “de ellos” o algún famosillo- sino que no dudan en usar a la población como rehenes y munición en sus batallitas políticas para el “quítate tú pa’ ponerme yo», como vemos claramente en Madrid. A mí me recuerdan aquellos generales pomposos sin escrúpulos, inmortalizados en películas como ‘Senderos de gloria” de Kubrik, que enviaban una y otra vez a sus soldados a tomar una inútil colina para, así, ganar una nueva medalla, Eso son nuestros políticos: negados, criminales y antipopulares.
En justa correspondencia con esto, ha quedado también demostrado que lo único que guía a nuestros gobernantes es salvar a toda costa los privilegios de los poderosos, de los monopolistas e imperialistas; ‘salvar la economía’ que le llaman. Así, las grandes empresas y las multinacionales en ningún momento han visto paralizada su actividad, salvo allí donde los propios obreros se plantaron. La sanidad privada, sus clínicas y hospitales, han seguido abiertos, operativos, con medios y no saturados para recibir a quienes podían pagarlo (¿dónde fue a curarse la Sra. Vicepresidenta “socialista” del Gobierno?)
Los desplazamientos a sus urbanizaciones de lujo y aisladas de los focos de infección no se han visto entorpecidos (¿verdad, Sres. Aznar?) Las ayudas y prebendas de la Banca en ningún momento han sufrido recortes; no se han parado los desahucios y los intereses e impuestos se han seguido cobrando.
Dentro de la clase capitalista, los únicos “paganos” -en todas las crisis siempre hay perdedores a mayor gloria de los supervivientes- han sido los pequeños propietarios del comercio, transporte y “servicios” que, ilusos ellos, creían que lo del turismo y el ocio nunca tendría fin. Cuando esto acabe, muchos de ellos, si encuentran trabajo, volverán a sus antiguos negocios a trabajar como asalariados de “los grandes” Así son las leyes del capitalismo.
Y con esta combinación de salvaguardar antes que nada los intereses monopolistas y despreciar la salud y la vida de los trabajadores, llegamos a la tercera ‘pata’ que nos ha conducido a la situación catastrófica actual: los famosos recortes, privatizaciones y externalizaciones en Sanidad pública. A lo que habría que añadir el proceso de desindustrialización que se ha producido desde los años 80 propiciado por los sucesivos gobiernos PPSOE, y que hizo que, en un principio, ni mascarillas se pudieran producir aquí.
Este factor de los recortes en Sanidad pública ha sido clave para entender el pésimo lugar qu España ocupa en el rankin de los países europeos. La penuria de sanitarios y de medios de protección afectó gravemente “a los cuidadores” que, a su vez e involuntariamemte, se convirtieron en contagiadores. Recordemos que en los peores momentos daba pánico ir a un hospital. Fácil de entender si tenemos en cuenta que desde 2008 en España el gasto sanitario bajó en 20%; en 10 años, de 2008 a 2018, sólo en Madrid bajó la plantilla de sanitarios en 6.000 personas, y en los 5 hospitales principales se perdieron 1.172 camas. Algo parecido ha ocurrido con las residencias de ancianos, privatizadas o externalizadas en su mayoría.
Señores, mientras domine la ley de hierro de obtener la máxima ganancia de toda la actividad social, esto no tiene remedio y estamos condenados a ir de catástrofe en catástrofe, pasando por superexplotación y creciente miseria. Sólo un sistema donde el bienestar de la mayoría sea ley y donde la inesistencia de propiedad privada permita la planificación económica puede prever, controlar o sacarnos con bien de situaciones como la que ahora vivimos. El socialismo es una necesidad imperiosa.
Mientras, lo que no podemos hacer es que nos achanten con el “acojonavirus”. El otro día, un ‘listo’ me comentaba, ante las crecientes protestas ciudadanas y de los trabajadores por los recortes y Ia gestión de la pandemia, que eso no tocaba ahora, que lo que había que hacer era “unirnos” con el Gobierno para salir del pozo. Eso es achantarse. Al revés, le dije, la única forma de superar esta situación es organizarse “por abajo” y echarse a la calle. ¡Y exigir!
Y no vendría mal que siguiéramos el ejemplo de diferentes colectivos de Madrid y otros lugares del Estado y, como ellos, unificáramos en una sola plataforma la lucha obrera y popular en torno a un Programa Democrático por la unidad, que incluyera las reivindicaciones más sentidas y necesarias en estos momentos, como son la Sanidad, Educación, Transportes y Trabajo. Eso sí sería un comienzo para obligar a ‘los de arriba’ a que hagan su trabajo.