Alientos de Lucha
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Germinal
Émile Zola
(Francia 1840 -1902)
“Ya la situación había llegado a su más terrible momento, cuando los niños enfermaban y se morían. Temblándole la voz, se decidió a decir:
-Vamos, esto no puede durar; estamos perdidos y mejor es rendirse de una vez.
La mujer de Maheu, inmóvil y silenciosa hasta aquel momento, estalló de pronto, y empezó a gritarle y a insultarle, como si ella fuese otro hombre.
-¡Qué! ¿Qué dices?… ¿Y eres tú quien aconseja eso, canalla?
Esteban quiso dar razones; pero ella no se lo consintió.
-¡No lo repitas, por Dios! ¡No lo repitas, o te estampo los cinco dedos en la cara! ¿Es decir, que nos estamos muriendo desde hace dos meses; que he vendido cuanto tenía en mi casa; que mis hijos han caído enfermos, y ahora, sin hacer nada, vamos a transigir con la injusticia?… Mira, cuando pienso en ello la sangre me ahoga. ¡No, no y no! ¡Antes que rendirme ahora, lo quemaría todo, mataría a todo el mundo!
Maheu empezó de nuevo a pasear; ella, señalándole, añadió con gesto amenazador:
-¡Escucha: si mi marido vuelve al trabajo, yo seré quien le espere a la salida para escupirle y abofetearle, llamándole cobarde!
Esteban no la veía bien; pero sentía su ardiente aliento, y había retrocedido ante aquel frenesí, que era obra suya después de todo. La encontraba tan distinta, que ya no la reconocía; recordando su prudencia de antes, aquel echarle en cara lo violento de su conducta, aquel decirle que no se debe desear la muerte de nadie, y este negarse ahora a oír todo género de razones, y este querer matar a todo el mundo. Ya no era él, sino ella, quien hablaba de política, quien deseaba derribar al gobierno y a los burgueses, quien reclamaba la república y la guillotina para libertar al mundo de los malditos ricos, engordados a costa del pobre trabajador, que se moría de hambre.
-Sí, de buena gana los ahogaría con mis propias manos…
Tal vez se acerca la hora de nuestra victoria, como decías tú antes… Cuando pienso que el padre y el abuelo, y el padre del abuelo, y todos los de nuestra casta han sufrido lo que nosotros estamos sufriendo y que nuestros hijos, y nuestros nietos y los hijos de nuestros nietos sufrirán lo mismo, te aseguro que me vuelvo loca. El otro día no hicimos bastante. Debimos no dejar piedra sobre piedra en Montsou. Y te aseguro que estoy arrepentida de haber evitado que el abuelo matase a la hija de los de La Piolaine, porque, después de todo, ellos bien dejan ahora que los míos se mueran de hambre.
Sus palabras parecían hachazos dados en la oscuridad. El horizonte cerrado no había querido abrirse, y el ideal, al hacerse imposible, había trastornado aquel cerebro atormentado por el dolor.
-Me habéis comprendido mal -dijo Esteban al fin, batiéndose en retirada-. Lo que decía es que se podría llegar a un acuerdo con la Compañía; sé que las minas están sufriendo mucho, y creo que no sería difícil llegar a un acuerdo.
-¡No; nada de arreglos! -gritó la mujer de Maheu.
Sobre el Autor:
La mayor parte de su obra está dentro de la corriente naturalista (El vientre de París, La tierra). En 1898 escribió la célebre carta J’accuse, en defensa del militar judío Alfred Dreyfus, acusado de traición. Durante La Comuna, tomó partido por la reacción versallesa. Tras la derrota de los insurrectos, los fusilamientos en masa de comuneros le hicieron cambiar de posición. Como expiación, escribió su mejor obra: Germinal. A su funeral asistieron numerosas delegaciones de mineros que desfilaron al grito de Germinal.
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