Alientos de lucha
Agenda
Las uvas de la ira
John Steinbeck
(EEUU 1902 – 1968)
“Los estados del oeste, nerviosos ante el cambio que comienza…. Una familia expulsada de su tierra. Padre pidió el dinero prestado al banco y ahora el banco reclama la tierra. La compañía de tierras —es decir, el banco cuando posee tierra— no quiere familias para trabajarlas, quiere tractores. ¿Es algo malo un tractor? ¿No es buena la energía que abre los largos surcos? Si el tractor fuera nuestro, sería algo bueno, no mío, sino nuestro. Si nuestro tractor abriera los surcos de nuestra tierra, sería bueno. No de mi tierra, sino de nuestra tierra. Entonces podríamos amar ese tractor igual que amamos esta tierra cuando era nuestra. Pero el tractor hace dos cosas: remueve la tierra y nos expulsa de ella. Apenas hay diferencia entre el tractor y un tanque. Los dos empujan a la gente, la intimidan y la hieren. Hemos de pensar en esto.
Un hombre, una familia, obligados a abandonar su tierra; este coche oxidado que cruje por la carretera hacia el oeste. Perdí mis tierras, me las quitó un solo tractor. Estoy solo y perplejo. Y por la noche una familia acampa en una vaguada y otra familia se acerca y aparecen las tiendas. Los dos hombres conferencian en cuclillas y las mujeres y los niños escuchan. Este es el núcleo, tú que odias el cambio y temes la revolución. Mantén separados a estos dos hombres acuclillados; haz que se odien, que se teman, recelen uno del otro. Aquí está el principio vital de lo que más temes. Este es el cigoto. Porque “aquí he perdido mi tierra” empieza a cambiar; una célula se divide y de esa división crece el objeto de tu odio: “nosotros hemos perdido nuestra tierra”. El peligro está aquí, porque dos hombres no están tan solos ni tan perplejos como pueda estarlo uno. Y de este primer “nosotros”, surge algo aún más peligroso: “tengo un poco de comida” más “yo no tengo ninguna”. Si de este problema el resultado es “nosotros tenemos algo de comida”, entonces el proceso está en marcha, el movimiento sigue una dirección (…) Los dos hombres acuclillados en vaguada, la pequeña fogata, la carne de cerdo hirviendo en una sola olla, las mujeres silenciosas, de ojos pétreos; detrás, los niños escuchando con el alma las palabras que sus mentes no entienden. La noche cae. El pequeño está resfriado. Toma, coge esta manta. Es de lana. Era la manta de mi madre, cógela para el bebé. Esto es lo que hay que bombardear. Este es el principio del “yo” al “nosotros”.
Si tú, que posees las cosas que la gente debe tener, pudieras entenderlo, te podrías proteger. Si fueras capaz de separar causas de resultados, si pudieras entender que Paine, Marx, Jefferson, Lenin, fueron resultados, no causas, podrías sobrevivir. Pero no lo puedes saber. Porque el ser propietario te deja congelado para siempre en el “yo” y te separa para siempre del “nosotros”.
Los estados del oeste se muestran nerviosos ante el cambio inminente. La necesidad sirve de estímulo al concepto, el concepto estimula la acción. Medio millón de personas moviéndose ya por el país; un millón más impaciente, dispuestas a partir; y otros diez millones de personas empezando a sentir el nerviosismo. Y los tractores abriendo múltiples surcos en la tierra vacía.”
Sobre el autor:
Escritor cuyas novelas lo ubican en la primera línea del realismo social americano. Autor de obras como De ratones y hombres, Las uvas de la ira y Al Este del Edén. Durante la década de los 60, abandonó sus posiciones progresistas para dar su apoyo a todos los “valores yanquis”, incluida la agresión y la guerra contra el pueblo vietnamita, pero nos quedamos con sus obras.