Memoria histórica:
-Matanza de los franquistas en el pueblo cordobés de Palma del Río.
Para que nunca se olvide ni se perdone a sus asesinos.
En la tarde del 27 de agosto de 1936 en Palma del Río (Córdoba) los franquistas entraron por la calle ancha en un pueblo casi desierto. Junto con los soldados venían los señoritos con sus mejores caballos y detrás en un Cadillac el terrateniente y ganadero Félix Moreno Ardanuy.
Al llegar al ayuntamiento comenzaron las amenazas de Félix Moreno «¡han matao a mis toros! ¡voy a matar a 10 por cada toro muerto!».
Se dio orden de que todos los hombres que quedaban en el pueblo acudieran a la plaza del ayuntamiento y de ahí don Félix contó los 50 primeros y grito «¡al corralón!».
Un corralón de su propiedad donde ya estaban emplazadas las ametralladoras de los soldados y guardias civiles.
Más de 300 pobres obreros fueron fusilados en un solo día en el corralón, cuyo único «delito» fue luchar por la libertad, la tierra y por una vez quitarse la jambre jartándose de carne. La sangre obrera corría por las calles de Palma del Río, las mujeres corrían hacia el corralón buscando a sus hijos, hermanos o compañeros, la guardia civil las recibía a culatazos con los fusiles y la que se resistía la pelaban a rape y le daban aceite de ricino.
Los hechos demuestran que en los pueblos de Andalucía la guerra fue de clases, una minoría privilegiada de señoritos terratenientes que ostentaba el dominio de toda la tierra contra el proletariado Jornalero sin tierra.
El primogénito del criminal de Félix Moreno, Félix Moreno de la Cova llegó a ser alcalde fascista de Sevilla y su tercera generación los Moreno de Silva siguen siendo los «dueños y señores» de las tierras del pueblo.
Nadie pagó por aquella masacre y pocos quedan ya que lo recuerden y lo puedan contar, olvidados y traicionados por los distintos alcaldes de la «democracia» a pesar de que fue uno de los fusilamientos más sanguinarios de la guerra como bien decían algunos supervivientes, «no hubo ni una familia en el pueblo que no tuviera un fusilao por don Félix».
En redes.
-Galiza: A nosa terra.
Galiza, tierra recordada siempre en el corazón
Patria tan cercana a la vez tan lejana
rodeada y forjada por los embistes de los mares
de los bosques, los montes y parajes de ensueño
tierra de guerrilleros, de labriegos y de revolución
bosques verdes donde cantan las ninfas, las meigas y as bruxas
tierras de conquistas, de cantigas y de cantares
mortos antes que escravos, siempre libres antes que tener dueño
tierra de Castelao, de Casares Quiroga, Líster y de Rosalía,
de Suárez, de Seaone, de Cunqueiro y otros exiliados
poemas y canciones de una época en la memoria olvidada
cantares tristes que narran un pasado cercano
bañada por los mares, bautizo de rebeldía
siempre en el corazón por aquellos que emigraron
aquellos que a pesar de la distancia nunca olvidaron
aquellos que perdieron y mantienen una espina clavada por la patria extrañada.
-Cuando la Inclusa de Madrid envió niños y niñas “de ida y vuelta” a pueblos de Toledo y Guadalajara para su crianza.
El Real de San Vicente (Toledo) fue una de esas “tierras de acogida” para una institución que pervivió cuatro siglos en España, que mejoró sus métodos de protección de la infancia durante la Segunda República y que se disolvió en 1983 con la implantación de los servicios sociales.
La casuística que llevó a miles de madres a dejar sus hijos e hijas, la mayoría recién nacidos, en la Inclusa de Madrid es tan compleja y variada como lo fueron los cuatro siglos de su pervivencia como institución. No hubo un solo motivo, sino multitud de ellos asociados a la pobreza, al desamparo, a la prostitución y a la discriminación de la mujer. Este organismo, creado en 1563 bajo la premisa de la beneficencia y la caridad imperante de la moral católica, acogió niños y niñas durante más de 400 años, pero lo hizo de forma diferente a lo largo de su historia, conforme se fue transformado el concepto y la protección de la infancia. En ese recorrido, un afán de aperturismo llevó a la institución, desde finales del siglo XIX pero sobre todo durante la Segunda República, a enviar a los pequeños a algunos pueblos de las provincias limítrofes de Toledo, Guadalajara y Ávila, para su crianza y acogida.
Y ese es el punto cronológico en el que se ha detenido Pilar Rodrigo, alumna del Doctorado de Antropología de la UNED, para realizar su tesis, una continuidad del trabajo de fin de máster que la ha convertido en prácticamente una experta sobre esta histórica institución. Su periplo la ha llevado a recoger testimonios desde varios pueblos, “tierras de acogida”, de las tres provincias donde estos niños y niñas se criaron, Toledo, Guadalajara y Ávila. Entre ellos se encuentra El Real de San Vicente (Toledo). Actualmente mantiene en esta localidad una gran exposición pública en el Ayuntamiento.