Recuperando materiales y denuncias:
Torturas:
-A Fina García Aranburu, militante de los GRAPO. En Septiembre de 1983.
Me detuvieron el domingo 18 de Septiembre poco antes de la una de la tarde cuando, junto con mi compañero Joaquín Calero Arcones, salíamos de casa.
Entre 10 o 12 policía me agarraron y, tras un breve forcejeo, a golpes, me tiraron al suelo y me esposaron las manos a la espalda. A rastras, tirándome de las esposas y el pelo, me subieron a un coche con cuatro sociales de la Brigada Regional de Información de Barcelona.
En el coche me colocaron, tal como iba esposada, las manos atrás bien altas, apoyadas en el respaldo del asiento de atrás y la cabeza agachada hacia adelante, comenzando desde ese mismo momento a golpearme en la espalda, en las rodillas y a tirarme de los pelos para que levantara la cabeza y viera a mi compañero que iba en el coche de delante y a quien estaban haciendo lo mismo. Me arrancaron un collar que llevaba de cuentas de madera, con el que también me golpearon; no les importaba que les viera la gente que andaba por la calle, su única obsesión era golpear, golpear y golpear.
Y todos querían su parte: hasta el que conducía se volvía y golpeaba en donde había un hueco libre. Así llegamos a la Jefatura Superior de Policía de Barcelona, en donde me sacaron a rastras del coche y, a empujones cuando no me caía o a rastras cuando estaba ya en el suelo, me llevaron a un despacho al que fueron entrando sociales que seguían golpeando. En principio no preguntaban nada.
En ese momento, el jefe de Policía de Barcelona decidió que, lo mejor que podían hacer conmigo era llevarme al monte y, nuevamente a empujones o a rastras, me montaron en un coche y me llevaron hasta el Tibidabo; en el trayecto, aunque con más «disimulo» que en el momento de la detención, siguieron golpeándome por todas partes.
Cuando llegamos a la zona del Tibidabo, y mientras buscaban un «lugar tranquilo», uno de los sociales cogió el collar de madera y me intentó ahogar con él (todavía hoy, cuando ya han pasado veinte días, me duele la garganta, tengo inflamación de faringe y dificultades para tragar).
Al llegar al lugar elegido por ellos, me bajaron a golpes del coche y empezaron a darme puñetazos en el estómago y la espalda hasta que caí al suelo semiinconsciente; para entonces ya me dolía la cabeza, la garganta, las piernas y respiraba mal.
En esa situación, como no podía levantarme del suelo, me cogieron entre dos por los pelos y me llevaron hasta la cuneta y me dejaron tirada para que me recuperara. Fue entonces cuando me dijeron que a mi compañero también le habían llevado al monte y que nos podían matar, que nadie sabía de nuestra detención y que si ellos querían podían presentarlo como un enfrentamiento como ya habían hecho otras veces.
Que me lo pensara y que si no contestaba a sus preguntas ya sabía lo que nos esperaba. Como a los cinco minutos, me preguntaron que si iba a decir algo y yo ni siquiera contesté, me dispararon el primer tiro con un pistola del calibre nueve milímetros largo, muy cerca del pie, diciéndome que eso era el aviso y que a mi compañero le habían dado de verdad. Hicieron otros dos disparos más, mientras me comentaban que Joaquín tenía un tiro en cada pie y otro en el hombro y que si seguía así, el próximo iba a ser el definitivo para los dos.
Dejaron pasar un corto período y me dispararon un cuarto tiro al brazo que me pasó rozando y me hizo una herida de unos tres centímetros de largo, cuya cicatriz todavía conservo y conservaré. En ese momento decidieron que me iban a llevar junto a Joaquín para matamos a los dos; así que volvieron a meterme en el coche y sobre las seis de la tarde aparecimos en la Jefatura Superior de Policía.
Para ese momento tenía ya el ojo derecho completamente morado, el pelo se me caía a puñados, la garganta, la cabeza y los oídos me dolían tremendamente y casi no podía respirar, la rodilla derecha la tenía negra y la herida del brazo me escocía. En esta situación decidieron llevarme a hacerme un reconocimiento médico al Hospital Pere Camps, para dar cuenta «muy democráticamente» de mi detención y que constaran las moraduras que tenía, ocasionadas según su informe porque me había resistido a la detención muy violentamente que, según consta se produjo sobre las 4,30 de la tarde. Aún así, en el Hospital dijeron que me llamaba Rosario Flor Flor, para que siguiera sin constar mi detención en parte alguna y poder decidir en el último momento si me mataban o no. Allí insistieron mucho en que me curaran bien la herida del brazo y me pusieran la inyección del tétanos (por lo que deduje entonces que querían asegurarse que no se pudiera demostrar que me habían pegado un tiro).
De nuevo en la Jefatura, otro médico me hizo un nuevo reconocimiento y se dio cuenta que tenía una lesión de corazón, por lo que, otra vez más, me sacaron al Hospital, esta vez al Clínico de Barcelona, en donde me hicieron un electrocardiograma. A los médicos y enfermeras no les dejaban hablar a solas conmigo y también allí les dijeron que me llamaba Rosario Flor.
Tras el reconocimiento me dijeron que estaba perfectamente, pero a partir de ese momento ya no se atrevían a torturarme como en esas primeras cinco horas y se limitaban a golpearme en la cara, cabeza, espalda, estómago y rodillas, hasta que veían que se me alteraba el pulso o iba a desmayarme. En esas condiciones decidieron torturarme psicológicamente; me decían que Joaquín estaba colgado en la barra y que se iba a volver loco y, en tres ocasiones, me llevaron ante él mientras le tenían colgado.
Como yo les gritaba que me lo hicieran a mí y no a él y los gritos se podían oír desde la calle, se me tiraban 4 ó 5 encima y me sacaban a rastras de la habitación. También me amenazaban con que iban a detener a mi familia y a mi hijo Aitor y me los iban a llevar allí: hicieron varios amagos de colgarme en la barra y, en el último momento, cuando ya tenía recubiertas las muñecas y puestas las esposas, se volvían atrás, todo ello acompañado de insultos y vejaciones de todo tipo.
Sólo añadir que desde el domingo en que me detuvieron hasta el miércoles por la mañana me tuvieron sin comer nada y, como el miércoles, cuando estaba en los calabozos me dio un desvanecimiento y calambres por todo el cuerpo, me empezaron a dar leche y hacerme comer (pues, según ellos, se les «había olvidado»).
Todas estas torturas me fueron aplicadas por miembros de la Brigada Regional de Información de Barcelona y de la Brigada Central de Información de Madrid.
Hoy, en la prisión de Yeserías, en un reconocimiento médico que me hicieron a la llegada, los médicos vieron que tenía distensión de ligamentos y la rótula suelta, por lo que al andar me duele la pierna; según han dicho, es de las lesiones que quedan para siempre.
Condenar a un condenado:
-Cárceles y Estado de derecho.
Presos políticos de la prisión de Zamora. Abril de 1984
Colectivo de presos políticos militantes del PCE(r) y de los GRAPO.
El día 18 del pasado mes de febrero, un juez zamorano dictó una de esas sentencias que por derecho propio merece entrar a formar parte de las páginas más gloriosas de esta particular Judicatura, entronizada en España a partir de la victoria de Franco.
Los hechos juzgados por el insigne magistrado zamorano se remiten al 1 de agosto de 1983, fecha en la que el Jefe de Servicios de la Prisión de Zamora, Juan Luis Martínez Cordero, decidió que el cacheo ordinario realizado en el día a Pedro Ríos Pérez no era bastante y que había que someterlo a un segundo. Como Pedro Ríos alegara que a él sólo le habían condenado a nueve años de privación de libertad, y que para nada se le había mencionado una exhibición continua delante de funcionarios, y como además pensara que el asunto ese de los Derechos Humanos era lo suficientemente importante como para defenderlo donde haga falta y no sólo en Simposios y Conferencias, Pedro Ríos se negó a un segundo cacheo.
En vista de ello, el Jefe de Servicios, Juan Luis Martínez Cordero, militante de extrema derecha y con una sólida experiencia en tratamientos de rebeldías semejantes, mediante porras, «nunchakos» y otros instrumentos, penetró en la celda de Pedro armado de una barra de hierro dispuesto a doblegar voluntades. Sin más, golpeó a Pedro Ríos con la barra. Un sólo golpe, porque la reacción de defensa del agredido le obligó a salir de la celda.
Al día siguiente, Pedro Ríos llamó al juez para presentar denuncia por malos tratos. A pesar de lo justificada de su actitud, fue sancionado por la dirección a dos meses de aislamiento en celdas de castigo.
El día 15 de febrero último fue conducido a juicio, encontrándose con la sorpresa de que éste no era la consecuencia de su denuncia, sino la de su agresor. El delito a juzgar: atentado, por lo que el fiscal solicitaba pena de cuatro años. El abogado defensor nombrado de oficio por el juez se mostró totalmente de acuerdo en la calificación de atentado, apuntando, sin embargo, un atenuante: provocación previa, debido a la barra de hierro esgrimida por el Jefe de Servicios. Por ello solicitaba como pena la nimiedad de dos años y medio de prisión. Debió ser brillante su intervención, porque ésta fue la pena finalmente impuesta.
Tras esta maravillosa aportación a la jurisprudencia de este nuestro amado país, ya no hará falta para retener a los militantes revolucionarios encarcelados y a punto de salir más que inventarse nuevos sumarios.
A partir de ahora, y dado que conocen nuestras reacciones, será suficiente con enviarnos durante los días anteriores al cumplimiento de la sentencia al jefe de servicios con su correspondiente barra de hierro, y sumar condena tras condena de dos años y medio hasta alcanzar el tope deseado. Viva el estado de derecho.
Publicada en mayo de 1984, en varias revistas de contrainformación. Ésta, en la revista Área Crítica.
Arte en prisión:
-Dibujos de Sánchez Casas. 1984:
-El PSOE entrega a la clase obrera a los capitalistas.
Ofrecidos de la mano del PSOE, estrujados, los mete al saco en manos de fascistas, gobernantes y empresarios.
-Miedo a la guerrilla.
La sombra de un guerrillero planea en el cuartel militar OTAN, y arrincona y aterroriza a los milicos.