En homenaje a Jon Odriozola:
En El Otro país, nº 104.
-Jon Odriozola, periodista con olfato de clase
Juan Manuel Olarieta.
En septiembre falleció en Bergara Jon Odriozola. Había nacido en Lutxana, un barrio de la ciudad fabril de Barakaldo, hacía 67 años. Era miembro de la redacción de El Otro País y conocido columnista de numerosas publicaciones a lo largo de 40 años de trabajo, como Egin, Punto y Hora, Gara y Área Crítica, así como de radios libres, como Hala Bedi de Gasteiz.
También participó en publicaciones militantes, como A la calle, de la AFAPP-ACPG, y Solidaridad, del Socorro Rojo Internacional, portavoces ambas del movimiento por la amnistía y la liberación de los presos políticos.
Odriozola era un periodista con olfato de clase, partidista y defensor de las reivindicaciones democráticas, antifascistas, nacionales y antimperialistas, que fueron las mismas que le llevaron a ser detenido en 1977 y encarcelado dos años más tarde en Carabanchel, donde mantuvo una huelga de hambre durante varios días.
Su amplísima cultura le permitió abordar los temas más diversos en sus columnas, siempre con un lenguaje original y un estilo propio, directamente enfrentado al periodismo hipócrita y falaz de las tertulias y las mesas redondas modernas, que machacó en artículos inolvidables como “Perros de pre(n)sa”.
Una de sus habilidades lingüísticas era cambiar el sentido de los refranes populares para así hacer pensar a los que le escuchaban que las cosas no son como nos las meten en el cerebro.
Lo que mejor explica la obra de Odriozola es la diferencia que hacía Marx entre las clases sociales y lo que llamaba los “representantes literarios” de cada clase. Cuando alguien escribe quizá no sea consciente de que se posiciona con una determinada clase social, sobre todo si nada a favor de la corriente. Odriozola lo hacía conscientemente y en cada línea exponía cuáles eran los intereses de los trabajadores y de los oprimidos.
Es una tarea mucho más complicada, que él cumplía escrupulosamente, no sólo informando sino analizando la información, poniéndola bajo un microscopio con la minuciosidad de un cirujano. La radio, la televisión, la prensa y, últimamente, las redes sociales, eran su campo de acción porque, como decía, la realidad no se descubre por sí misma sino después de estudiar las noticias que se derivan de ella.
Un periodismo cabal requiere de periodistas independientes, comprometidos únicamente con las luchas de su pueblo, generosos, que como Odriozola, lo dan todo sin pedir nada a cambio.
El 29 de setiembre sus camaradas y amigos le rindieron un merecido homenaje en el gaztetxe Makala de Barakaldo.
*Perros de pre(n)sa
Jon Odriozola / (Area Crítica nº 45 nov-dic. 1992, en-feb 1993).
“No tener una idea y poder expresarla: Eso es el periodista”. (Karl Kraus)
Despreciativa y desdeñosa frase la de Kraus sobre la condición del periodista, y eso que en su época todavía podía hablarse del “reportero objetivo” a diferencia del periodista “profesional” hoy al uso. No creo que haya mejorado mucho la consideración social del periodista en la actualidad. Se animó un tanto cuando el “asunto Watergate” convirtió al periodista en una especie de héroe positivo, pero a qué engañarse (yo, que estoy intitulado de tal): bajo el capitalismo, ésta es una profesión compuesta por seres despreciables o, en el mejor de los casos, autocompasivos, que se venden al mejor postor (y los que están “locos” por venderse pero todavía no encuentran comprador o “cazatalentos”).
Por supuesto que hay (nos ha jodido) excepciones cuyo papel no es sino el de francotirador-concienciado o nihilista lúcido, en medio de esa ficción imposible que se llama consenso en temas y problemas candentes y de “rabiosa actualidad” (el paro, el “terrorismo”, la droga, etc.). Incluso cabe la posibilidad de pasar por periodista independiente, liberal y progresista porque critica al Gobierno de turno, pero, eso sí, sin cuestionar la legitimidad del sistema (yo he trabajado de pie, pero el sistema se da “por sentado”). Porque, en definitiva, ¿qué es un periodista?
Un o una periodista consiste en estar horas y más horas y requetehoras dentro de un auto con una cámara fotográfica para sacar una instantánea (exclusiva) del momento en que el empresario Revilla salía de su casa por la puerta trasera luego de su prolongado secuestro (o “arresto”, porque, señores, aquí todo es según como se mire). La periodista que lo logró, en paro, encontró trabajo listo y ella mismo se convirtió en “presa” de los propios periodistas, esto es, de sus “compañeros”. Esto es ser periodista o, mejor dicho, la primera lección de lo que se debe ser (y se espera).
Se me reprochará, seguro, que mi visión es bien simplista. Ser simple es partir de lo sencillo para explicar lo complejo, oh vamos a dejar esto. Pero si pasamos al periodismo “serio”, ¿qué nos encontramos? Seres aún más despreciables por cuanto son conscientes de su función tergiversadora. Karl Kraus, un poco aristocráticamente, no reparó en esta clase. Tal vez pensara que el “periodistilla” era un sucedáneo del “gran escritor”, berdin da. Me llamó siempre la atención la analogía que el escritor socialista norteamericano de los años 20 y 30 Upton Sinclair (ya antes, en 1905, Lenin) establecía entre periodismo y prostitución. La puta comercia con su cuerpo de igual modo que el periodista (o la “firma”, mejor dicho,) lo hace con su pluma o voz o rostro. Los periodistas famosos, eso que llaman “líderes de opinión”, pasan de un periódico a otro o de una emisora de radio a la competencia o de la televisión pública a la privada (con “facilidad pasmosa”, pues son “profesionales”) con contratos millonarios como si de fichajes de estrellas futboleras se tratara. They said:”I will not loose”, digo, perdón, no perderé mi independencia de criterio (critery) y ni un gramo (gram) de mi “frídon”, suelen decir estas gentecillas como si esa “independencia” y “libertad” suyas nos hicieran a nosotros más libres. Como si uno creyera que por comprar determinado periódico, y no otro, fuese a ser más libre dentro de la “plural oferta” informativa. Como si no supiéramos que les somos absolutamente indiferentes salvo para elevar los índices de audiencia o las tiradas que ofrecerán al altar de la publicidad, al tiempo, que machacan nuestras mentes con sus discursos y mensajes. Como si desconociéramos que esa “opulencia comunicacional” de la que hablara A. Moles, y se supone disfrutamos, ni es opulencia (saturación) y menos comunicativa (no se dan las “claves” para “descifrar”) por cuanto la opulencia cuantitativa no se ve libre de la omnipresente miseria comunicacional cuantitativa.
¿Cómo puede ser que yo me considere libre por tener la posibilidad de comprar (y digo “comprar”) y me acuerdo de lo que decía ya en 1.919 el revolucionario bávaro Ret Marut: “la prensa tiene que estar libre de ganancia empresarial como la escuela”) uno u otro periódico si ambos se guían por criterios comerciales y de mercado (la información que no tenga mercado, no saldrá), son de propiedad privada y velan (lógicamente) por sus intereses y, por tanto, controlan a sus periodistas?
Los únicamente libres son los propietarios de las empresas informativas, libres de comprar y vender periodistas y libres de emitir y circular ideología y mensajes, no así el lector ni el propio periodista que, de mejor o peor gana, sabe lo que esperan de él porque sabe o intuye donde se mete y conoce los caprichos y “perversiones” de quien le paga.
Pocos hombres habrá en España con poder y más libre que el magnate de los mass media Jesús Polanco pues, además de representante de las “verdades oficiales”, no encuentra freno ni cortapisa para emitir “libremente” ideología dominante y, a la par y no menos importante, hacer negocio, pues no se crea que estamos delante de un Pulitzer o Ciudadano Kane promotores del “amarillismo” y amasadores de fortunas, sino más bien de un hombre de negocios como lo fuera el fundador de The Times, John Walter I, editor de libros, quien a cambio de publicar declaraciones del gobierno (allá en 1.788) recibía pedidos libreros oficiales (chico listo) algo muy parecido a lo que hizo Polanco quien se hiciera de oro vendiendo libros de texto cuyos programas escolares le eran facilitados ANTES que a nadie por ministros de Educación… franquistas.
El es libre como sólo son cuatro en este país, él y otros “parvenus” pueden hablar todavía de libertad de prensa en, por supuesto, un país democrático, que como sabemos por Lenin (ya salió), no es más que la libertad de comprar escritores, sobornar periodistas y fabricar opinión pública a favor de la burguesía. La libertad de prensa será una “feliz realidad” bajo el capitalismo y un “derecho” a “conquistar” bajo el socialismo.
Libre es quien tiene los medios para expresarse, y no es este precisamente el caso de las clases trabajadoras que se ven envueltas, o tratan de ser enzarzadas, en querellas ajenas, a sus intereses. No existe un periódico obrero o de partido o de clase (bueno sí), y está hasta feo hablar de ello a riesgo de parecer Boris Karloff cual momia rediviva en otro tiempo. A esto digo que ya sé que es el “signo” de los tiempos, porque también digo (porque mi sistema trata de ser válido y completo) que las significaciones y “significados” apenas cambiaron en lo fundamental, como no cambió el “humus” que genera la “plural oferta” comunicativa (que se confunde) o un periódico de partido comunista (que se funde). La comunicación auténtica, en una sociedad dividida en clases, la bidireccional, sólo es posible entre un órgano de prensa (o una radio libre) que defiende los intereses del público al que se dirige. Lo demás no es comunicación, sino información (saber qué hizo el Madrid o el Athletic de Bilbao). De un periódico como el “Granma” cubano, por ejemplo, se podrá decir que tiene muchos defectos y el papel es desastroso (desastrado) y la diagramación pésima y, lo que cumple decir, es un “periódico monopólico, órgano de un “partido único” y, por tanto, no solamente “totalitario”, sino aburrido y sin colorines. Pero nadie, que no sea vendido (periodista-puta o puto), podrá decir que no es un periódico que no responde a los intereses de la mayoría de los trabajadores cubanos, que recibe críticas y refleja sus preocupaciones, que, en una palabra, comunica y se retroalimenta (feed-back) de lo que le comunican porque, a diferencia de cual cualquier periódico burgués, que no le importa quién lo compre con tal de que lo compre, al periódico obrero y de masas “no le es indiferente saber dónde y cómo se vende su periódico”. La comunicación en un país capitalista no existe. Cualquier octavilla o periodiquito de barrio, fanzine o boletín es más libre y comunica más (cualitativamente hablando) que todo este basural de papel.
Marginal es el periodismo libre y el periodista, vive al margen, pero no marginado. Pobrecito periodista, a cambio de vender letras impresas, pudo pagar la última letra de la lavadora. Pobrecito periodista “al margen”, que no usó metralleta, pero si la letralleta, y recibió igual. Y no le importó. Ya sabía… Como que una vez, cuando entró en una sala de redacción muy moderna y convencional, los compañeros periodistas se extrañaron de que su “colega” en vez de visitar las instalaciones o consultar la hemeroteca, se lanzó como loco al cesto de los papeles.
-Lo que vosotros publicáis-dijo- es traducción simultánea del poder, lo que tiráis a la papelera, porque es demasiado importante para ser publicado es lo que me interesa.
-Quien paga, manda.
-Eso, seguro, pero no en el caso de esta revista, donde no manda nadie porque nadie se paga.
Varios días después de haber escrito este artículo, se ha sabido del desembarco de Polanco en México para hacer exactamente la misma operación.