Memoria histórica imprescindible:
-El cielo estrellado.
Falangistas criminales, contra Juanito Febles.
Juanito Febles, le decía siempre a su vecina la niña, Carmita Ramírez, que la primera estrella en el cielo no era una estrella, que aquella luz tan brillante que se veía desde sus casas de El Granillar era un planeta rocoso, su nombre, le decía como quien contara un cuento, era Venus, que sus dimensiones eran similares a las de la Tierra, pero que era muy caliente, aunque no estuviera tan cerca del sol como Mercurio.
Los dos se quedaban en el viejo patio de suelo empedrado, bajo el parral del abuelo de la chiquilla, Cho Damián «El Palmero», ensimismados el viejo le describía las primeras estrellas, fantaseaban juntos sobre como podría ser la vida más allá del misterio, así cada noche terminaban las tareas agrícolas, mientras las mujeres y los hombres se reunían en las cuatro casas de aquel pago límite entre el municipio de San Lorenzo y el de Teror, junto al Toscón Alto, donde desarrollaban sus vidas poquitas familias, todas muy unidas, solidarias, que se ayudaban cuando sucedía cualquier cosa, si había necesidad de algo de comida, de hierbas medicinales, o simplemente de un arreglo en su casa: un techo roto, una inundación, algún destrozo por la lluvia o el viento.
Todos se prestaban a la colaboración en aquella pequeña comunidad, donde cada cual tenía sus ideas, sus creencias, pero eso no era obstáculo para estar cuando se les necesitaba, incluso llegaron a construir todos juntos alguna casa si cualquiera de las parejas jóvenes se casaba. Se juntaban los domingos para echar un techo, para cargar las enormes piedras de los muros que hacían de tabiques.
Juanito era un intelectual autodidacta, nunca pudo estudiar, aprendió en el mar, cuando se pasaba meses navegando en los barcos atuneros, allí junto a marineros gallegos y vascos aprendió a leer y escribir en las horas libres, en los instantes en que los hombres se juntaban para tomar ron, trocear y asar alguno de aquellos gigantescos pescados.
Cuando la mujeres le preguntaban porqué sabía tanto, el anciano les sonreía y les decía:
-Leyendo mis hijas, leyendo, los libros son lo mejor que hay en este mundo, ahí están todos los secretos, es la forma de sacarnos de la ignorancia a los humildes, de darnos la libertad para no ser oprimidos por los poderosos-
Noche tras noche Juan y Carmita observaban el cielo antes de cada uno irse a su casa a dormir, allí el viejo le contaba todos los secretos astronómicos que había descubierto en sus lecturas.
Todo fue rutina, armonía, convivencia, hasta aquella noche terrible en la que llegaron los falangistas preguntando por Febles «El Anarquista», nadie lo conocía por ese apodo, «ese alias de un subversivo», como dijeron los hombres de azul que vinieron en un coche negro con el yugo y las flechas inscrito en una de las puertas.
El hombre estaba en ese momento con la niña, esa noche hablaban del enigma de la estrella Sirio, de la vieja leyenda de un pueblo africano, conocido como Los Dogón, que afirmaban en su tradición oral que habían venido a la tierra en naves estelares desde la profundidad del espacio hacía miles de años.
Los falangistas lo rodearon, eran tres hombres, muy conocidos en Teror por trabajar para los Yánez, una familia adinerada de la Villa Mariana, Juan le dijo a la chiquilla que se metiera en la casa tranquila, que aquellos señores tenían que hablar con él. Carmita desde la puerta entreabierta vio como lo amarraban con soga de barco, le llamó la atención el silencio del viejo, su entereza aunque tuviera más de ochenta años, como si los esperara en cualquier momento, el instante en que lo metieron en el sillón de atrás, dos hombres armados de azul, sentados uno a cada lado.
Luego el coche avanzando por el camino de tierra colorada embarrada hacia un destino desconocido, de alguna forma sabía que no lo vería más, Juan le hizo una señal por el cristal de atrás, señaló su ojo izquierdo, luego con su dedo índice y las manos atadas le indicó el cielo.
Relato publicado en el libro de Francisco González, “Señales del alba” (2022).
Imagen: Observación de las estrellas desde una cueva pintada de Acusa Seca.
-Ritual.
El coraje de Rosarito Bordón frente a los falangistas de una cuadrilla criminal.
Rosarito Bordón, llenó el cántaro de leche recién ordeñada y lo sacó al patio de la casa de Pino Gordo, allí la esperaban los niños Luis y Rosendo, que jugaban con los baifos (1), el recorrido sería largo hasta el almogarén (2) de Linagua, una cuesta impresionante, reservada a personas fuertes y acostumbradas a la montaña.
El ritual mágico sería para espantar el dolor y la sangre de la isla, de nuevo había llegado aquella plaga que apenas cuatrocientos años antes vino del norte, hombres barbados, con armaduras de hierro y cruces que luego se convirtieron en espadas asesinas, la espada del castellano afilada y precisa, la misma que la anciana tenía guardada en la repisa superior de su cueva:
-El espíritu de los demonios blancos ha vuelto a esta tierra, no dejaran hombre con vida, volverá la esclavitud, los abusos a nuestras mujeres y niñas, los agujeros del volcán y los pozos serán de nuevo inundados de huesos y carne roja de sangre- dijo Rosario con los ojos cerrados invocando al sol del amanecer.
Llegando al tramo de las Lajas Negras venía bajando una cuadrilla de Falange con un hombre detenido, llevaba las manos a la espalda muy apretadas con hilo de pitera, Rosario y los chiquillos se pararon en una curva de la cuesta observando aquella romería terrible.
Vieron que era el hijo de Fernandito Santiago, pastor de ovejas, un muchacho sin filiación política, tan solo admirador de la cultura en los eventos del Ateneo de Gáldar, donde acudía a los encuentros poéticos y exposiciones, siempre junto a sus amigas y amigos de la zona, gente sana, abierta, con ganas de aprender y compartir inquietudes y conocimientos.
Cuando pasaron junto a ellos el chico les dijo casi susurrando al no poder hablar por tener los labios partidos:
-Rosarito avise a mi madre, dígale que estoy bien, que volveré pronto, que estos hombres no van a matarme-
En ese instante tropezó y se golpeó la cabeza contra el duro suelo de risco, los falangistas se morían de la risa y lo levantaron a culatazos en la espalda y las piernas.
Rosario los miró a los ojos, todos menos uno eran conocidos, varios vecinos de La Aldea de San Nicolás hijos del terrateniente agrícola, Román Rodríguez, los otros dos vivían en el Risco y el tercero era de otro punto de la isla, su nombre era Manuel Álvarez Peña, que pocos años después fue alcalde del municipio de Telde:
-¿Qué miras puta vieja?- Le dijo el teldense que tenía una cicatriz en la frente, posiblemente de una pelea en los prostíbulos que frecuentaba todos los fines de semana.
La anciana sin parar de mirarlo a los ojos puso el gánigo (3) de barro en el suelo, se santiguó varias veces, diciéndole algo en un idioma desconocido, su voz se volvió enérgica, casi varonil, los hombres de azul no se atrevieron a contestarle, siguieron su camino con el joven tambaleándose por el pronunciado sendero.
(1) Can. cabrito (cría de la cabra).
(2) Se trata de recintos generalmente abiertos y elevados, y que son tenidos para uso y función de realización de ritos y cultos religiosos y sagrados, hacia deidades que se ubicaban espacialmente en el espectro estelar.
(3) Es el nombre con que se denominan los distintos tipos de recipientes de arcilla que utilizaban los antiguos pobladores de las Islas Canarias.
Relato incluido en el libro de Francisco González. “Señales del alba”. (2022).
Foto: Casa cueva en Pino Gordo.
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-La represión a la católica que padeció España desde la guerra civil: “Franco mató en nombre de dios hasta el último día”.
“Detente enemigo que el corazón de Jesús va conmigo” (sic).
El lema iba prendido al sombrero cordobés de uno de los grupos paramilitares más sangrientos que actuaron en la guerra civil española, en la represión de los pueblos del Aljarafe sevillano. El “detente” guiaba las barbaridades que cometió esta columna franquista, que controlaba el temido Ramón de Carranza. Con el corazón de Jesús estaban legitimados para “limpiar los pueblos de gente roja”, como indica el historiador Paco Espinosa, autor del libro Contra la República. Los “sucesos de Almonte” de 1932. Laicismo, integrismo católico y reforma agraria.
«Cuando los obispos se exhibían brazo en alto» o cómo la iglesia apoyó al franquismo.
Núñez Feijóo borró de un plumazo una parte muy reciente de la historia española: el franquismo justificó la sublevación contra la democracia como una “cruzada” o “guerra santa”.
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-Informativo anti-represivo diario.
Memoria histórica imprescindible.
Zabaldu – Difon – Espande.