Cartas desde prisión:
-Juan García Martín.
Preso político del PCE(r)
Publicada en Opinión en El Otro País nº 105, febrero-marzo 2023.
El mundo está preñado de socialismo
Si quisiéramos sintetizar en un rasgo definitorio la actual situación geopolítica mundial o, dicho al modo marxista, encontrar la contradicción que hoy está condicionando la marcha de los acontecimientos en el mundo, sería en el enfrentamiento que se está produciendo entre las viejas y caducas potencias imperialistas, agrupadas en la OTAN y sus aliados del Asia-Pacífico con los EE.UU. a la cabeza, con el resto de los países, la inmensa mayoría en población y recursos naturales, con Rusia y China a su frente.
Como era de esperar, ese enfrentamiento “por un nuevo orden internacional» no transcurre por unos cauces pacíficos de “sana competencia” o, dicho en el término acuñado en los tiempos de la Unión Soviética, de “coexistencia pacífica” sino que los imperialistas están recurriendo a una creciente, variada y extensa violencia para defender su “viejo orden basado en (sus) reglas”; en justa correspondencia, los países agredidos se ven también obligados a recurrir a las armas para defenderse (Siria, Rusia, Irán, Corea del Norte…)
No podemos ocultar que este enfrentamiento cada vez más violento va a traer, en lo inmediato, más miseria, explotación y desastres para los trabajadores y sus familias, tanto a un lado como al otro de la barricada; tampoco asistimos a un enfrentamiento directamente relacionado con la lucha entre dos sistemas socioeconómicos, capitalismo contra socialismo, pues, desgraciadamente y a diferencia de la II Guerra Mundial, ya no existe el campo socialista… aunque, como luego veremos, la lucha de clases no anda muy lejos.
Teniendo en cuenta estas dos premisas, cabe hacerse la pregunta de si es legítimo que esos países emergentes e independientes, con regímenes capitalistas más o menos desarrollados e imbuidos del nacionalismo burgués, luchen por ese orden mundial “más equitativo, respetuoso de la soberanía y que busque el beneficio mutuo”; es decir, si esta puede ser considerada una reivindicación cargada de razón, progresista y democrática y que, por tanto, debe ser apoyada por el proletariado e incluso ser asumida como propia.
Seamos drásticos en asuntos de principio: la lucha del movimiento antiimperialista siempre será justa y, en consecuencia, debe ser apoyada por el proletariado revolucionario en la medida en que terminará por beneficiarle en su lucha por el socialismo; de hecho, Lenin ya calificó a este movimiento como el principal aliado de la revolución socialista. Y la actual lucha por “unnuevo orden mundial” cada día adquiere más características de una lucha global antiimperialista. Que en plena crisis económica, política y militar del sistema imperialista vigente, crisis que amenaza con arrastrar al mundo entero a catástrofes de todo tipo (bélicas, nucleares, hambrunas, tiranías…), los países de América Latina, África, Asia y Pacífico vean la posibilidad de librarse, y librar a sus pueblos, de las amenazas, la tutela, el dominio y la explotación de las potencias imperialistas, y luchen por ello no sólo es una causa legítima sino necesaria para la propia supervivencia como países.
¿Y en qué beneficia este enfrentamiento entre el viejo y el nuevo “orden mundial” a los intereses del proletariado? Descontando el hecho de que un desarrollo económico sin injerencias negativas facilita la aparición y el fortalecimiento de la clase obrera en esos países, este enfrentamiento, en primer lugar, debilita y aísla al propio imperialismo, el enemigo principal de la humanidad y, en lo que nos toca como europeos, nuestro más directo enemigo de clase a batir. Pero también debilita y divide a la burguesía en su conjunto facilitando la aparición y desarrollo de movimientos revolucionarios en cada uno de los países, al tiempo que dificulta enormemente la formación de “frentes internacionales” contrarrevolucionarios o anticomunistas.
A este factor positivo, verdaderamente estratégico para los intereses del proletariado revolucionario, podemos añadir otros: Profundiza la crisis económica lo cual va a incrementar las luchas y revueltas de los trabajadores por reivindicaciones económicas y sociales, propiciando un terreno fértil para que se desarrollen las ideas revolucionarias. Y en el caso de que la tendencia al enfrentamiento bélico se materialice, no podemos desdeñar el hecho de que este incremento de la lucha política y reivindicativa se va a encontrar con el pueblo armado, lo cual abre unas posibilidades insurreccionales como no se conocían desde la I Guerra Mundial o las guerras anticoloniales.
Es verdad que frente a estos factores positivos encontramos otros que van a dificultar la labor de los revolucionarios. En este sentido negativo va la tendencia que observamos a la implantación del fascismo abierto en la mayoría de los países imperialistas, con el consiguiente aumento de la represión; pero, bueno, los comunistas, en especial los europeos, ya llevamos en nuestra genética el mantener la estrategia de resistencia antifascista en las peores circunstancias.
Tampoco podemos desdeñar el auge que están teniendo las ideologías más patrioteras y reaccionario-religiosas que lo que intentan es confundir y subordinar los intereses de la clase obrera a los de la burguesía. Sin embargo, estos intentos chocan con la realidad: ¿acaso la inmensa mayoría de países que van conformando el movimiento antiimperialista pueden ganar esta guerra contra un enemigo aún poderoso y armado hasta los dientes sólo con las banderas del nacionalismo burgués y sin apoyarse y atraerse indispensablemente a la mayoría de sus trabajadores? Tanto la burguesía rusa (lo estamos viendo ya en su guerra en Ucrania) como la china, la de los países emergentes y los dependientes necesitan la “complicidad” de sus respectivos pueblos, son su verdadera y única fuerza y “reserva estratégica” para ganar esta guerra.
Sin embargo, vivimos en la época en la que el “orden burgués” en su conjunto está en franca decadencia y el capitalismo no tiene ya nada positivo que ofrecer a la humanidad, ni en lo material ni en lo ideológico; por eso esta burguesía moribunda, por muy radical que aún pueda mostrarse en la defensa de sus intereses nacionales frente a la bestia imperialista, no puede pretender derrotarle sin la fuerza viva y pujante del proletariado.
Y a estas alturas de la historia, con la experiencia revolucionaria acumulada, a los obreros no se les puede engatusar por mucho tiempo con abalorios y banderitas, de la misma manera que no se les puede pedir “sacrificios” económicos o de otro tipo cuando sigue existiendo en casi todos los países una élite burguesa que se beneficie de esos “sacrificios” y que les sigue explotando. Si quiere contar con los trabajadores para hacer frente al imperialismo, la burguesía se verá obligada (y lo estamos viendo ya en China o Rusia) a hacerles concesiones políticas, económicas y sociales, concesiones que, por su parte, la clase obrera deberá aprovechar para recomponer su propio movimiento revolucionario, eso sí, si mantiene su independencia política como clase.
Por esa misma debilidad estratégica de la clase burguesa podemos augurar que ese “nuevoorden internacional” que, repetimos, es una necesidad objetiva para el conjunto de la humanidad, no puede ser llevado hasta el final dentro del actual sistema capitalista, es decir, manteniendo las actuales relaciones de producción basadas en la propiedad privada y la apropiación privada del trabajo asalariado. Y no se trata sólo de que mantener las relaciones de explotación case mal con la necesidad que tienen los capitalistas de utilizar a “sus” trabajadores en sus rivalidades, sino que entre los propios capitalistas y entre los países capitalistas lo predominante y lo que al final siempre se impone no es la “paz y concertación”, sino la competencia feroz, la concentración de capitales, el desarrollo desigual, la tendencia al dominio imperialista, las crisis periódicas y el descargarlas sobre las espaldas de los demás. Estas son algunas de las leyes objetivas del sistema capitalista, las mismas que le han conducido a su actual estado de postración, enfrentamiento, crisis crónica y guerra, leyes que seguirán operando por mucho “nuevo orden” que se intente establecer manteniendo el capitalismo.
La humanidad necesita estar regida por otras leyes del desarrollo social, el mundo exige socialismo. Detrás de la resolución de cada uno de los problemas verdaderamente importantes de nuestra sociedad vemos la necesidad de un cambio revolucionario. La planificación de la economía para hacer frente a la penuria, las crisis y los desastres naturales y climáticos, la expropiación de los monopolios industriales, comerciales, de energía y agropecuario, la nacionalización de la Banca, la puesta a disposición de los trabajadores y sus familias de las viviendas vacías, la integración plena de la mujer en todas las esferas de la vida social, empezando por la laboral, la no mercantilización de los servicios sociales (sanidad, educación, residencias…), el derecho a la autodeterminación de las naciones sometidas y, tal como venimos desarrollándolo, frente al imperialismo y la guerra, un “nuevoorden internacional” basado en la no explotación, en el diálogo, la equidad, la fraternidad y la paz sin imposiciones. Junto con el poder político en manos del proletariado, única clase sin propiedad que defender, estas medidas son el socialismo. Y el mundo está preñado de él y pugna por salir a cada paso que se da para resolver algún problema.
Pero la burguesía, por más “progresista” o “antiimperialista” que hoy quiere presentarse, no se va a hacer el harakiri; la preñada exige su partera que es la clase obrera en su lucha por el socialismo. Por eso la lucha de clases está más presente que nunca en todo el mundo, por más postrado que podamos ver actualmente al movimiento obrero revolucionario y por más que la burguesía y sus acólitos “progres”intenten darlo por muerto.
Es verdad que el camino para salir de una postración y lograr la victoria revolucionaria se presenta confuso, tortuoso, empinado y con trampas y zancadillas internas y externas; incluso es posible que, tal como hoy vemos la geopolítica, sea el camino de la “guerra antiimperialista” en curso el que debamos transitar, eso se va a decidir relativamente pronto. Pero sea por esa vía o por otra, el mundo necesita ese movimiento obrero y esa Revolución. Y es el deber del proletariado consciente, es decir, de los comunistas, el clarificar y acelerar ese proceso. No podemos dejar en manos de una burguesía que ya cumplió su papel histórico ni de quienes le apoyan dentro de las filas obreras el futuro de la humanidad.