El Camarada Arenas escribe:
-Prólogo de Manuel Pérez Martínez «Camarada Arenas» al libro «Tres años de lucha» de José Díaz, publicado por la editorial ‘Templando el acero’.
PRÓLOGO
En el momento de escribir este prólogo a Tres años de lucha, compilación de discursos y artículos que José Díaz escribió entre los años 1935-1938, encuentro una dificultad que me resulta difícil soslayar.
Se trata del prólogo de Santiago Carrillo que aparece en la edición de la Editorial Laia, Barcelona 1978, que ha llegado a mis manos. Este prólogo de Carrillo no trae fecha, pero a juzgar por el contenido se puede establecer que es muy posterior a la primera edición de Ediciones Nuestro Pueblo, Toulouse, 1947, fecha en la que el Partido Comunista de España aún no había degenerado en partido revisionista.
Esta circunstancia obligó a Carrillo a tener que hacer verdaderos malabarismos para sortear el profundo abismo que separa el texto que recoge las ideas y planteamientos antifascistas y comunistas de José Díaz, de sus ideas revisionistas y reconciliadoras. Para eso, naturalmente, como luego veremos, Carrillo se valió de los cambios sobrevenidos en la estructura económica y social de España durante los milagrosos años del “desarrollismo”.
Algo que debemos destacar aquí, es que nunca podremos saber lo que le habría ocurrido a José Díaz, Secretario General del PCE, de haber vivido más allá de la celebración en 1956 del XX Congreso del PCUS. En este Congreso, como es sabido, N. Jrushchov presentó el famoso “Informe Secreto” sobre el “Culto a la personalidad de Stalin”, con el que se dio la señal para la caza de los estalinistas que tuvo lugar en la mayor parte de los países socialistas y de los partidos comunistas.
Una de las víctimas de esa cacería (de la chivatería, la difamación y la calumnia carrillista) fue Joan Comorera, Secretario General del Partido Socialista Unificado de Cataluña; por lo que no resulta exagerado suponer que un estalinista “impenitente” -como seguramente habría sido también José Díaz- hubiera corrido la misma suerte que el dirigente comunista catalán.
Obviamente los carrillistas no tuvieron la necesidad de hacer campaña para desacreditar y “depurar” a José Díaz. Al principio fue suficiente para sus planes con retirar de la circulación Tres años de lucha (como hicieron con los clásicos del marxismo-leninismo) y condenar a su autor a la desmemoria colectiva. Y cuando ya no pudieron seguir ocultando por más tiempo este texto fundamental de la historia de nuestro movimiento revolucionario, decidieron “prologarlo” con un doble propósito: primero, Carrillo y su grupo de revisionistas, arribistas y cobardes, tratarían de apropiarse de un legado teórico y político del que hacía tiempo habían renegado; y segundo, los carrillistas harían verdaderos encajes de bolillos para restar vigencia a las ideas comunistas y a los planteamientos de lucha antifascista de José Díaz, de modo que pudieran hacerlos “casar” con su política de “reconciliación nacional” y de alianza con los llamados “sectores evolucionistas” del régimen.
Ese “abismo”, al que me he referido, aparece nada más comenzamos a leer Tres años de lucha.
“Organizar, organizar siempre”. Estas son palabras extraídas del discurso pronunciado por José Díaz en el Monumental Cinema, el 2 de junio de 1935. Díaz ilustra esas palabras con estas otras: “El genio de la revolución mundial, Lenin, dijo que ‘la revolución no se hace, sino que se organiza’. Y esto mismo os decimos nosotros, os dice el Partido Comunista: que a la represión de este gobierno fascista del hacha y el patíbulo, nosotros tenemos que oponer y oponemos ya la lucha organizada”. 1
Estas palabras, no obstante el tiempo transcurrido desde que fueron pronunciadas, conservan hoy para nosotros toda su vigencia.
El esclarecimiento de las ideas sobre la necesidad de la organización y de la unidad de la clase obrera para luchar contra la explotación capitalista y contra el fascismo, fue una constante en los discursos y artículos de José Díaz. Claro está que con proclamar esta necesidad no basta para resolver este importante problema. Para eso hace falta, además, tener la firme voluntad de trabajar activamente entre los trabajadores “bajo una dirección firme y consciente de sus objetivos”. Sobre esta cuestión tan esencial, José Díaz dijo en el mismo discurso que he citado:
“Nosotros, el Partido Comunista, luchamos y lucharemos siempre por la realización de nuestro programa máximo, por la implantación en España de un gobierno obrero y campesino, por la dictadura del proletariado en nuestro país.
Pero en estos momentos de grave peligro que amenaza a los trabajadores, declaramos que estamos dispuestos a luchar unidos con todas las fuerzas antifascistas, sobre la base de un programa mínimo de obligado cumplimiento para cuantos entren en la Concentración Popular Antifascista”. 2
José Díaz dio lectura al programa de 4 puntos que el Partido Comunista proponía de base para la Concentración Popular Antifascista, que poco más tarde pasaría a llamarse Frente Popular: “1.- Confiscación de las tierras de los latifundistas, de la Iglesia y del Estado, sin ninguna indemnización para entregarlas inmediata y gratuitamente a los campesinos pobres y a los obreros agrícolas. 2.- Liberación de los pueblos oprimidos por el imperialismo español. Concesión del derecho de autodeterminación a Cataluña, Euskadi y cuantas nacionalidades se sientan oprimidas. 3.- Mejoramiento general de las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera (…/…) 4.- Libertad para todos los presos revolucionarios. Amnistía Total para los presos y perseguidos de carácter político-social”.
Díaz aclaró a continuación que la Concentración Popular Antifascista debía “descansar en las alianzas obreras y campesinas, en los órganos de la unidad y lucha del proletariado y los campesinos.
(…/…)
Y no solo esto (…) proponemos que la lucha debe encaminarse a lograr, a imponer la disolución de las cortes contrarrevolucionarias y a que se convoque inmediatamente unas nuevas elecciones.
(…/…)
Y tampoco esto es todo. Nosotros proponemos que se forme un gobierno revolucionario provisional que dé satisfacción a los obreros y a todas las masas populares, a todos los antifascistas, que se comprometa ante las masas a realizar el programa de la Concentración Popular Antifascista”.
En el verano de 1935 se celebró en Moscú el VII Congreso de la Internacional Comunista al que asistió José Díaz al frente de la delegación del PCE. En el informe al Congreso del dirigente comunista búlgaro Jorge Dimitrov, se alertaba sobre la ofensiva general del fascismo que había subido al poder en numerosos países y amenazaba a otros. Dimitrov definió al fascismo como “la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capitalismo financiero.”
Esta nueva situación exigía a los partidos comunistas un cambio de táctica. “El VII Congreso de la Internacional Comunista -informó José Díaz a los obreros en su discurso del Coliseo Pardiñas, Madrid, en noviembre de 1935- ha analizado los cambios que se han operado en la situación internacional. Porque en la situación internacional ha habido cambios profundos. Y el Congreso ha comprobado estos cambios, los ha examinado, los ha analizado a la luz del marxismo-leninismo y ha decidido que a una nueva situación corresponde una nueva táctica.
(…/…) El VII Congreso ha discutido ampliamente en torno al peligro de guerra en el mundo. Y para decir la verdad, camaradas, las conclusiones no pueden ser más pesimistas, si la lucha de todos los trabajadores, la lucha de todos los que odian la guerra, no hace abortar los apetitos criminales y los manejos monstruosos de los imperialistas, especialmente de los imperialistas fascistas”.
Díaz no oculta su preocupación por la división existente en el movimiento obrero y popular, y lo señala con insistencia como su principal debilidad frente a la ofensiva criminal del fascismo. Esta nueva situación internacional y sus repercusiones en cada país, imponía de manera imperiosa a los partidos comunistas redoblar sus esfuerzos para unir al proletariado en la lucha contra el capital y orientar al mismo tiempo su política para “levantar un dique insuperable contra los avances del fascismo”. Este dique estaría formado por el Frente Popular. Pero para levantarlo había que aclarar bien las ideas de los trabajadores sobre su importancia y verdadero significado, y apartar los obstáculos que los dirigentes de los partidos republicanos de izquierdas y los del partido socialista interponían en el camino de la unidad.
“Solo el Partido Comunista ha mantenido una posición justa y firme en esta cuestión, propugnando por que el Frente Popular sea un frente de lucha no solo en las elecciones y en el parlamento, sino principalmente en la calle; un frente que organice y agrupe a todas las masas trabajadoras y que sirva de garantía para el cumplimiento por parte del gobierno del pacto electoral.
(…/…)
Con excepción del Partido Comunista (…) los dirigentes de todos los otros partidos que participan en el Frente Popular (no las masas, pues éstas ven en el Frente Popular no solo un frente electoral, sino también extraelectoral), lo consideran como una coalición electoral y no aspiran a otra cosa”. 3
En las elecciones del 16 de febrero, en las que el Frente Popular consigue un triunfo histórico, en las listas del Frente, el PCE obtuvo 17 diputados, siendo José Díaz elegido diputado por Madrid.
La influencia que seguían manteniendo entre los trabajadores los dirigentes republicanos de izquierdas y del partido socialista, les permitió mantener su hegemonía política en el primer periodo del Frente Popular. Esto se debió, como explicó José Díaz, a que el Frente Popular, en España, se había constituido cuando la clase obrera aún no había conseguido forjar su unidad combativa. No obstante, “a pesar de eso los resultados que este Frente Popular, con todas sus debilidades, ha traído para el triunfo del 16 de febrero, son enormes y valiosos”. 4
El 18 de julio de 1936 se produjo la sublevación militar-fascista. Como venía alertando el Partido Comunista, esta sublevación tenía como principal objetivo impedir, mediante la implantación de un régimen de terror, el desarrollo de la revolución democrática que habría de recibir un nuevo impulso tras la victoria del Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero. Este triunfo cambió el carácter de la República, y la sublevación fascista vino a reforzar este carácter, ya que fueron las masas del pueblo en armas, las únicas capaces de respaldar al nuevo poder.
A este respecto, José Díaz dijo con claridad: “Dado el carácter de la lucha que se está ventilando en España y su repercusión internacional, es necesario definir, declarar, para que lo comprendan todos, por qué luchamos. Luchamos por la República Democrática, por una República Democrática parlamentaria de nuevo tipo y de un profundo contenido social. La lucha que se desarrolla en España no tiene por objetivo el establecimiento de una República Democrática como puede serlo la de Francia o la de cualquier otro país capitalista. No; la República Democrática por la que nosotros luchamos es otra. Nosotros luchamos por destruir las bases materiales sobre las que se levanta la reacción y el fascismo, pues sin la destrucción de estas bases no puede existir una verdadera democracia política”. 5
Una vez fracasada la sublevación fascista por la actuación decidida de las masas trabajadoras organizadas en las milicias (que suplieron con audacia y heroísmo la falta de armamento y las vacilaciones del gobierno de los republicanos de izquierda), las fuerzas del campo fascista se reagruparon formando unidades militares en base al tercio, a los otros mercenarios marroquíes y a los voluntarios falangistas y carlistas. Estas fuerzas fueron inmediatamente reforzadas con la llegada de asesores y abundante material militar y poco más tarde, con el envío desde Alemania e Italia de tropas regulares. De esta forma, el enfrentamiento se transformó, de guerra civil en Guerra Nacional Revolucionaria.
La guerra de liberación contra los agresores fascistas en España tuvo una enorme repercusión internacional y recibió la solidaridad y el apoyo de los demócratas y los comunistas de todos los países, que formaron las Brigadas Internacionales para combatir con las armas al fascismo junto a los trabajadores de nuestro país. Un papel muy destacado en la ayuda de todo tipo a la República Popular, lo jugó la Unión Soviética. Esta solidaridad y apoyo internacionalista fue claramente expresado por Stalin en un telegrama enviado al Comité Central del Partido Comunista de España, en el que decía: “Al ayudar en lo posible a las masas revolucionarias de España, los trabajadores de la Unión Soviética no hacen más que cumplir con su deber, se dan cuenta de que liberar a España de la opresión de los reaccionarios y fascistas no es asunto privativo de los españoles, sino la causa común de toda la humanidad avanzada y progresista”. 6
Dos meses después de la sublevación militar fascista, y no obstante sus primeras derrotas en Madrid, Barcelona y otros lugares, José Díaz planteó la necesidad de crear un ejército regular del pueblo “bien disciplinado y organizado, en condiciones de hacer frente con éxito rápido en batallas más duras a las fuerzas enemigas”.
(…) “El heroísmo no es suficiente para ganar la guerra. Hace falta completarlo con la disciplina más férrea y la organización más perfecta”. 7
El Partido Comunista tuvo que poner en tensión todas sus fuerzas y hacer uso de su creciente influencia para llevar a cabo su propuesta de crear un Ejército Regular, necesario para enfrentar las agrupaciones de tropas del enemigo y ganar la guerra. Esta propuesta y la actividad desplegada por el Partido Comunista a tal fin, encontraron numerosos obstáculos y la oposición intransigente de algunos sectores del Frente Popular, particularmente de los anarquistas, empeñados en “hacer la guerra por su cuenta” y en implantar a toda costa el “Comunismo Libertario”. Esto fue motivo de continuos desacuerdos y enfrentamientos entre las fuerzas populares, cuyos esfuerzos deberían estar puestos, como no se cansaba de repetir José Díaz, en “ganar la guerra”.
“No pararse demasiado en ensayos de tal o cual doctrina económica, de tal o cual sistema teórico, olvidándose del presente. El presente nos dice que lo primordial, lo inmediato, lo urgente, lo imprescindible, es ganar la guerra. Pues, si no se gana la guerra, todos los ensayos doctrinales, todas las realizaciones de carácter social, caerán como castillos de naipes bajo las botas dominadoras del militarismo y del fascismo. Por eso nosotros, comunistas, sin renunciar ni un ápice a nuestro programa, decimos que hoy no puede haber más que un solo programa, una sola idea, un solo objetivo: ganar la guerra. A este objetivo estamos dispuestos a supeditar, y supeditaremos todas las otras reivindicaciones.”. 8
El Partido Comunista habría de supeditar al objetivo de “ganar la guerra” hasta su propia fuerza armada (el 5º regimiento). Este fue un error estratégico que, como veremos, debilitó su independencia política dentro del Frente Popular y habría de impedirle neutralizar las vacilaciones de la pequeña burguesía democrática; con todo lo cual se reducían enormemente las garantías para ganar la guerra.
El Partido Comunista quería un ejército regular. La decisión estaba tomada, y José Díaz lo anuncia en el discurso que pronunció en el Cinema Goya, de Madrid, el 27 de enero de 1937: “El 5º regimiento se disuelve, lleva al ejército regular toda la experiencia de seis meses de guerra civil”. Creado por el Partido Comunista al comienzo de la guerra, el 5º regimiento, había sido concebido como el “embrión” del ejército popular. Pero ahora, con su disolución e integración en el ejército regular de la República, se interrumpe ese proceso, lo que habría de traer muy graves consecuencias para la lucha popular. Este paso dado por el Partido Comunista, en palabras de José Díaz, debería servir de ejemplo a los otros partidos y sindicatos para que hicieran lo mismo, disolviendo sus milicias. Esto era necesario hacerlo porque, entre otros motivos, como argumentó José Díaz unos días antes, “mientras haya un gobierno, solo él es la representación genuina de todas las fuerzas responsables de España.”. 9
José Díaz no estaba hablando en esta ocasión de un gobierno como los anteriores gobiernos de la República. Se estaba refiriendo al gobierno del Frente Popular, en el que tras la caída de Largo Caballero y su sustitución por Negrín, el PCE adquirió mucho peso. También los otros partidos y sindicatos obreros, incluida la CNT, estaban representados… Díaz, pues, hablaba de “una lucha nacional, dirigida por un Gobierno Nacional”, al que todos deberían “obedecer como un solo hombre porque este es uno de los postulados fundamentales para ganar la guerra.”. 10
El problema, no obstante residía en el hecho de que “todos” esos hombres (y mujeres) a los que el interés común de la lucha antifascista había unido de “aquella forma”, no pertenecían a una misma clase y no estaban igualmente interesados en “ganar la guerra” si esta victoria sobre el fascismo habría de suponer, a no muy largo plazo, el paso de la revolución democrática burguesa, en su transformación popular, al socialismo. Este temor de la pequeña burguesía republicana aumentaba cada día en la misma medida que veía crecer la fuerza e influencia política del Partido Comunista entre las masas trabajadoras y en el gobierno. Y la dirección del PCE era consciente de ese temor que podía llevar a romper la unidad del Frente Popular.
Esto “le llevaba a no denunciar clara y abiertamente las vacilaciones del gobierno y del resto de los partidos que lo componían y, sobre todo, a no desenmascarar la tendencia a la creación de un bloque anticomunista, encabezado por los caballeristas y sus nuevos aliados anarquistas y algunas otras formaciones republicanas y nacionalistas. En realidad, bajo la capa de esa alianza anti-PCE que se estaba fraguando, lo que realmente se escondía era una política de capitulación ante los fascistas y de entrega de la república popular a la que, a partir de ese momento, solo el PCE defendería encarnizadamente”. 11
Por otra parte, esa posición del Partido Comunista respecto al gobierno y las demás fuerzas del Frente Popular, ha sido calificada muchas veces como una “supeditación” del PCE a la política de la burguesía democrática española, detrás de la cual estaría el interés de la Unión Soviética, que de esa manera estaría buscando reforzar su política de alianza con las “democracias occidentales” frente al régimen nazi. Esta interpretación, bajo mi punto de vista, es completamente equivocada, ya que no tiene en cuenta para nada el contexto internacional en el que tiene lugar la guerra de España. Pierde de vista el enorme interés de la República Popular en que se pusiera fin a la “no intervención”, que solo beneficiaba a los fascistas, así como el fortalecimiento de la Unión Soviética, como condición indispensable para la derrota del nazi-fascismo y el triunfo de la democracia popular y el socialismo.
Otra cuestión muy diferente, como queda indicado, es la que se refiere a la disolución del 5º regimiento y la estrategia militar del gobierno del Frente Popular, impuesta en parte por grandes concentraciones de tropas regulares fascistas, frente a las cuales poco o nada podían las milicias populares. Esto no quiere decir que hubiera de confiarlo todo al ejército regular de la República, sin conceder apenas atención al papel que debía jugar la guerrilla (sobre todo en la retaguardia fascista) en la estrategia de guerra popular.
“La formación de un ejército regular tenía importantes implicaciones políticas y militares que no fueron tenidas en cuenta por la dirección del partido.
El hecho de que el PCE disolviera sus fuerzas armadas y las integrase en el ejército regular sin poder ejercer sobre este ni sobre sus unidades ningún tipo de dirección, no solo conllevaba la renuncia a seguir una política independiente en el terreno militar.” 12 También se privaba de un instrumento esencial para hacer frente a las posibles medidas capituladoras y contrarrevolucionarias de sus aliados; lo que no era descartable que sucediera dado el carácter oscilante y la mentalidad anticomunista predominante en ellos. Esto se podría haber evitado si el partido hubiera integrado el 5º regimiento y otras fuerzas sin disolverlas, como unidades del ejército republicano, bajo su control, preservando así el “principio de su dirección absoluta sobre ellas.”
De todas formas, los otros partidos y sindicatos integrantes del Frente Popular, no siguieron el ejemplo del Partido Comunista y continuaron manteniendo sus milicias, en tanto una parte de ellos (los más izquierdistas) criticaban la política general del Partido Comunista y sus esfuerzos encaminados a ganar la guerra, argumentando que había que “hacer primero la revolución”.
José Díaz respondía a esas críticas: “El pueblo, que hace la guerra, hace al mismo tiempo la revolución. Los objetivos que las armas de nuestros soldados persiguen en la lucha heroica no son, solamente, los mercenarios de los ejércitos de invasión, sino que son los enemigos tradicionales de nuestro pueblo, sus opresores de siempre, desde el terrateniente al gran capitalista, el cacique, el hombre político corrompido y desleal. El fascismo es la defensa de todo eso, y es aún más, porque si el fascismo triunfase no se podría hablar ya de ninguna forma de libertad en nuestro país, y se instauraría un régimen de esclavitud completa.” 13
En el Frente Popular existían numerosas contradicciones y era incesante la lucha ideológica y política, como manifestaciones de los intereses contrapuestos que enfrentaba a la burguesía con el proletariado, los campesinos, etc.; una lucha que el interés común antifascista no lograba “apaciguar”. Esto fue motivo de que muchas veces se retrasaran, y otras se impidieran tomar decisiones necesarias para asegurar la victoria. A pesar de ello, José Díaz insistió una y mil veces en la importancia de la unidad como garantía para vencer a los agresores y esclavistas. Ahora bien, esta unidad solo podía mantenerse y reforzarse sobre la base de la hegemonía política de la clase obrera: “En la situación actual, es necesario y debe quedar bien claro para todos, que lo mismo que es una necesidad esta política de Frente Popular, lo es también esta hegemonía de la clase obrera dentro del Frente Popular.” 14
La hegemonía no se puede imponer, pues como decía justamente José Díaz, es la forma que adopta la dirección de la clase obrera sobre el conjunto de las masas populares para llevar a cabo una política acertada, que permita resolver los problemas que afectan a la inmensa mayoría de la población de una manera “eficaz” sin recurrir a la violencia; es decir, por medio de la persuasión, la educación política, etc. No existe otra manera de tratar y resolver las contradicciones no antagónicas que surgen, inevitablemente, en el seno del pueblo. Sin embargo, el concepto leninista de la hegemonía del proletariado no solo no excluye, sino que presupone, de una forma lógica y natural, el ejercicio legítimo de la dictadura democrático- popular contra los enemigos del pueblo y de la revolución.
Este problema se planteó en el Partido cuando los reveses y derrotas militares de la República “agravaron las contradicciones del Frente Popular, convirtiéndolas en antagónicas, porque acentuaban la tendencia de la burguesía democrática al compromiso y la claudicación ante la oligarquía financiero-terrateniente, con la que, pese a sus divergencias y rivalidades políticas y también económicas, compartía unos mismos intereses y objetivos de clase y el mismo temor al desarrollo de la Revolución bajo la dirección del proletariado.” 15
El Partido Comunista necesitaba haber tenido la dirección de una fuerza militar disciplinada y lo suficiente poderosa capaz de “neutralizar”, llegado el momento, las vacilaciones de las otras fuerzas del Frente Popular y de poner término a las tentativas de rendición, que acabarían imponiéndose mediante el golpe militar y la traición de la Junta casadista.
La clase obrera no pudo ejercer eficazmente su hegemonía porque carecía de esa fuerza militar, necesaria para ello, y porque, como escribió José Díaz en 1940 en un trabajo autocrítico, “el error principal de nuestro partido fue que frente a la amenaza de rebelión contrarrevolucionaria en Madrid –el traidor golpe de la Junta de Casado- que entregó Madrid a las fuerzas fascistas (5 de marzo de 1939), no la dio a conocer a las masas, y no actuó tan enérgica y resueltamente, cuando la rebelión ya estaba en marcha, tal como la situación difícil lo requería”.
De esa manera, José Díaz puso también claramente de manifiesto el otro “gran error” que venía arrastrando el Partido, consistente en relajar la lucha ideológica y la vigilancia revolucionaria, tanto en el Frente Popular como en sus propias filas.
La disolución del 5º regimiento y su integración en el ejército regular, si bien contribuyó al principio al fortalecimiento de las posiciones del Partido Comunista dentro de la estructura burocrático-militar de la República, no facilitó la creación de un ejército regular al servicio del pueblo, y todos los esfuerzos realizados por el Partido Comunista a tal fin encontraron el rechazo de las otras fuerzas del Frente Popular. Si a esto añadimos el debilitamiento de los lazos con las masas obreras y campesinas y el relajamiento de la lucha ideológica dentro del Frente Popular por “temor a romper la unidad”, comprenderemos por qué fue imposible inculcar a las fuerzas de la pequeña burguesía democrática la voluntad de proseguir la lucha hasta vencer al fascismo, y tomar todas las medidas que la difícil situación requería para prolongar la resistencia armada antifascista hasta que se crearan condiciones favorables para la victoria durante la II Guerra Mundial, que no tardaría en comenzar.
Sin embargo, los errores cometidos por el Partido Comunista no fueron la causa de que perdiéramos la guerra. “Las causas de la pérdida de la guerra hay que buscarlas, principalmente, en la enorme desproporción de fuerzas existente entre la República Popular y sus enemigos, lo que, a medida que se iba desarrollando la guerra, agravaba aún más las contradicciones latentes desde el principio en el seno del Frente Popular: la falta de cuadros, la desorganización de la retaguardia, la ausencia de un plan de acción en lo económico y lo militar, la carencia de material y ayudas internacionales; todos estos problemas podrían haber sido resueltos de haberse superado esa falta de unidad.
(…/…)
Si la línea general del partido fue justa en lo esencial y no le faltó valor para llevarla a cabo, constituyéndose en el artífice principal de la heroica resistencia, a sus graves errores, cometidos en la aplicación de esa línea, hay que atribuir también la precipitación de la derrota y la forma en que ésta se produjo.” 16
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En el prólogo a la edición de Laia de 1978, al que me he referido al principio, S. Carrillo no podía dejar de mencionar algunas de las causas de la “derrota del Frente Popular” pasando por alto a las más importantes. Así que una vez salvado ese escollo, Carrillo vio despejado el camino que le llevaría a descubrir lo que califica nada menos que como “la novedad más destacada de la vida política española actual por lo que significa de cambio de fondo”. Esta supuesta “novedad” tan destacada, con la que los carrillistas trataron de justificar su política de “reconciliación nacional”, no es otra que «el hecho de que las fuerzas católicas ya no son un bloque político reaccionario como lo eran en los años 1936-1939 e inmediatamente posteriores.”
Con S. Carrillo en la Secretaría General, el PCE acabaría propugnando la reconciliación del pueblo con sus enemigos. Consignas tales como el “pacto por la libertad” o la “huelga general pacífica” suponían el abandono por completo de la táctica del Frente Popular y de toda perspectiva de lucha de resistencia contra el fascismo. Los carrillistas “fundamentaban” teóricamente este abandono y su estrategia de colaboración con los elementos “dinámicos” de la oligarquía monopolista española, aludiendo a unas supuestas “contradicciones o falta de correlación entre el crecimiento económico y el inmovilismo político, entre la infraestructura económica y la superestructura política.”
“Carrillo consideraba al régimen como algo ajeno a la naturaleza de clase de la burguesía monopolista-financiera, como un obstáculo para sus planes (…) ocultando el hecho de que lejos de un obstáculo, era su arma más eficaz. La oligarquía española se ha servido del estado fascista como el principal instrumento para el sometimiento de las masas obreras y populares, pero también va a emplear el Estado como medio esencial de su política económica.” 17
En consonancia con esa teoría revisionista sobre la independencia del Estado respecto a la oligarquía financiera, está el planteamiento sobre la “ruptura democrática” del régimen nacido de la cruzada fascista contra la República Popular; una “ruptura” que habría de producirse, además de manera pacífica y sin remover los cimientos económicos del capitalismo monopolista sobre los que se levanta el régimen fascista en España.
Contra estas ideas, ampliamente difundidas hasta hoy día por los revisionistas y otros elementos de su misma calaña, los comunistas siempre hemos sostenido que del fascismo no hay regreso posible a la democracia burguesa; y que el monopolismo tiende a la reacción y no a la democracia. Pues como había indicado Lenin, la democracia burguesa corresponde históricamente al capitalismo de competencia (premonopolista) en tanto que la reacción política corresponde al monopolio.
Por este motivo se puede decir que para luchar contra el régimen burgués de nuestros días, ya no vale oponerle las viejas tácticas obreras correspondientes a la época del capitalismo de libre competencia y el parlamentarismo, cuando era posible -como escribió F. Engels- “utilizar la legalidad burguesa contra el mismo régimen burgués”. No; “Hoy, junto a la defensa de los restos de libertades democráticas, hay que emplear formas nuevas de lucha y organización, que el movimiento obrero y revolucionario desarrolla sin cesar. Estas nuevas formas de lucha ocuparán, sin duda, un lugar preferente en los combates venideros y son los que hoy corresponde impulsar.” 18
En este sentido la táctica de Frente Popular, tal como fue concebida en el VII Congreso de la Internacional Comunista y aplicada en España en 1936-1939, hace tiempo que perdió su vigencia, lo cual no significa que actualmente o en un futuro no muy lejano no sean aplicables tácticas de Frente Unido de los trabajadores. No otra cosa viene a ser, en realidad, el Movimiento de Resistencia Antifascista que se desarrolla últimamente en España; un movimiento encabezado por la clase obrera y del que forma parte, además, todos aquellos sectores de la población que luchan contra la explotación, el expolio monopolista y la represión del estado policiaco, militarista e imperialista.
Lo que está fuera de toda duda es que pueda llegar a formarse de nuevo en España un frente de las características del Frente Popular del 1936-1939, constituido como una alianza de la clase obrera, los campesinos, los pueblos de las nacionalidades oprimidas y la burguesía democrática, para luchar unidos, sobre la base de un programa común, contra el fascismo y el imperialismo. Y esto por la sencilla razón de que el fascismo y el imperialismo de la oligarquía española hace más de 80 años que nos “gobierna” contando con la complicidad y la colaboración de esa llamada “burguesía democrática” o “nacional”.
No hace falta recordar que esta burguesía desertó del Frente Popular y traicionó a la República Democrática cuando comenzaron a ponerse “feas” las cosas, y desde entonces no ha hecho otra cosa que mentir y engordar a la sombra del régimen fascista que le dio cobijo.
Y es que esta burguesía tramposa, cobarde y colaboracionista, desde el momento que vio aparecer al proletariado revolucionario en el escenario de la historia, organizado y decidido a crear un nuevo Estado Socialista, abandonó sus veleidades democráticas y se transformó en una clase reaccionaria. Por eso se puede asegurar que hoy, no obstante las contradicciones existentes y las luchas de intereses que enfrentan a diversos sectores de esta burguesía a la oligarquía monopolista-financiera, forma la base social del régimen.
La causa profunda de este cambio (que comenzó a manifestarse durante el periodo del Frente Popular), reside en el hecho de que las transformaciones económicas y sociales correspondientes a la revolución burguesa, hace tiempo que fueron realizadas por el capital monopolista financiero utilizando “a fondo”, como ya hemos visto, el Estado terrorista. La etapa de la revolución democrático-burguesa fue así superada en España, de modo que ya no queda, como diría Lenin, “ninguna etapa o escalón histórico” que superar anterior a la revolución socialista.
Es verdad, como queda explicado en el programa del Partido Comunista de España (reconstituido), que aún falta por resolver algunos problemas derivados de la etapa anterior de desarrollo relacionados con la opresión de las nacionalidades y otros de carácter superestructurales (culturales, etc.), pero esto no hace de la burguesía española una clase “progresista”, interesada en un cambio verdaderamente democrático de la sociedad que ponga fin a la explotación, la opresión y a las demás lacras que padece el pueblo trabajador bajo el dominio de la oligarquía monopolista-financiera.
De manera que ya solo quedan, junto a esos remanentes de la revolución burguesa, algunas capas de la pequeña burguesía en acelerado proceso de proletarización. O sea, que actualmente, no es el proletariado, como frecuentemente se afirma, el que se está “aburguesando”. Más bien sucede lo contrario: son amplios sectores de la pequeña burguesía de la ciudad y el campo los que se están proletarizando como consecuencia de la grave crisis del sistema capitalista.
“En la perspectiva de sus intereses futuros, esos sectores están objetivamente interesados en la revolución socialista, aunque oscilan continuamente entre las posiciones democráticas y revolucionarias del proletariado y el reformismo burgués.” 19
Por este motivo no resultará tarea fácil atraer a esos sectores a la lucha unida y consecuente contra el fascismo y el monopolismo, si previamente el proletariado no forja su unidad en la lucha, dando ejemplo y mostrando así toda su fuerza y capacidad transformadora.
Este es el gran reto que tiene actualmente planteado la clase obrera de nuestro país; tanto más importante si se tiene en cuenta que la acumulación de fuerzas revolucionarias no podrá realizarse en la legalidad del régimen; es decir, utilizando las leyes y demás instrumentos creados por los fascistas para mantener sometidas y explotadas a las masas obreras y demás sectores populares. Esto se ha revelado imposible, como lo estamos comprobando todos los días, bajo el “imperio” de la legislación especial “antiterrorista”, la “ley de partidos”, la “ley mordaza” y otras leyes represivas de los derechos democráticos, de expresión, organización y manifestación. De ahí que resulten tan limitadas las posibilidades legales para poder organizarnos y para luchar unidos para la conquista de todos nuestros derechos y libertades.
En la época del Frente Popular aún era posible utilizar la legalidad y el parlamento burgués para acumular fuerzas revolucionarias, luchar contra el fascismo y crear las condiciones para marchar al socialismo. Pero esa situación hace tiempo que pasó a la historia.
En nuestros días, los estados capitalistas, armados hasta los dientes, no permitirán a las masas trabajadoras concentrar sus fuerzas y disponerlas para derrocar su poder y crear un poder nuevo, proletario.
Esto no significa que no existan posibilidades de organizarnos y unirnos a los demás sectores explotados y oprimidos de la población, fuera del control y las manipulaciones del aparato represivo del Estado, de los partidos y colaboracionistas y los sindicatos mafiosos; no significa que la clase obrera no pueda continuar radicalizando y extendiendo la lucha de resistencia en todas sus formas (como siempre ha hecho en nuestro país) hasta conseguir desbordar completamente todos los diques de la represión e imponer mediante las asambleas, las manifestaciones en las calles, etc., su propia legalidad democrática y revolucionaria.
Esta actividad deberá ir acompañada de la labor de organización y de la denuncia política permanente de las ideas reformistas y conciliadoras, en particular de la que habla de la “transición pacífica y parlamentaria al socialismo”. Es verdad que el fracaso y bancarrota ideológica y política del revisionismo en todos los países, ha hecho perder fuerza a esa idea, mas no por eso ha perdido todo su “encanto” para los oportunistas de la última hornada.
La prédica de estos oportunistas se basa en el supuesto de la existencia de unas libertades y un parlamento democráticos que habría traído la reforma del régimen, “homologándose” así al resto de los países europeos; cuando en realidad, lo que ha traído la susodicha reforma, como todos sabemos, no ha sido otra cosa que un recorte de las libertades y derechos conquistados en la lucha por las masas populares, y una falsificación del parlamentarismo, muy en la “línea” (es cierto) de los parlamentos dominados por los imperialistas. Esto se evidencia en el hecho de que sean los milicos los que continúan imponiendo su soberana voluntad aquí en España. Y es que, como escribieron los comunistas chinos hace ya mucho tiempo, refiriéndose a todos los países capitalistas “democráticos”:
“El componente principal de la máquina estatal burguesa son las fuerzas armadas y no el parlamento. El parlamento es tan solo un adorno, un biombo para el dominio burgués. Adoptar o limitar un sistema parlamentario, conceder mayor o menor poder al parlamento, adoptar uno u otro tipo de Ley electoral, todo eso lo determina la burguesía de acuerdo con las necesidades y los intereses de su dominio. Mientras la burguesía controle la máquina burocrático-militar no es posible que el proletariado consiga una ‘sólida mayoría en el parlamento’ a través de las elecciones, ni es posible asegurar tal mayoría en caso de obtenerla. Realizar el socialismo a través del ‘camino parlamentario’ es totalmente imposible; pretenderlo es simplemente engañarse y engañar a los demás.”
En fin, con todo lo que ha llovido desde que José Díaz insistiera en señalar el carácter no electoralista y fundamentalmente extraparlamentario del movimiento obrero en España ¿vamos a volver a caminar por el camino trillado del parlamentarismo? ¿Es que “llenando las urnas de papeletas”, como claman los lacayos de la burguesía, se van a solucionar los cada día más graves problemas económicos, laborales y sociales que está generando en su agonía el sistema capitalista? ¿Cómo explicar que no se haya impedido llegar a esta situación con los procedimientos legales y parlamentarios?
Nosotros, el PCE (r), siempre hemos sostenido que el proletariado ha de esforzarse en dominar todas las formas de lucha, las legales y las ilegales, las pacíficas y las armadas, y saber combinarlas o sustituirlas unas por las otras según cambien las condiciones de la lucha de clases. Lo que nunca debemos de hacer es sustituir la lucha revolucionaria de las masas por el electoralismo, con el que la burguesía trata de legitimar su sistema de explotación al tiempo que mantiene a los trabajadores en la impotencia, atados al carro de la politiquería reformista.
En pocas palabras: los comunistas debemos precavernos de caer víctimas de la enfermedad incurable del “cretinismo parlamentario”.
Manuel Pérez Martínez (Arenas)
C.P. MADRID VI – Aranjuez, 25 junio 2022.
Notas:
1. José Díaz. Tres años de lucha
2. Ibidem.
3. José Díaz. Tres años de lucha. Artículo publicado en Correspondencia Internacional, mayo de 1936.
4. Ibidem.
5. José Díaz. Tres años de lucha. Informe pronunciado en el Pleno del CC del PCE celebrado en Valencia los días 5 a 8 de marzo de 1937.
6. Publicado en Mundo Obrero, 16 de octubre de 1936.
7. José Díaz. Tres años de lucha. Contestación a una encuesta publicada en Mundo Obrero, 18 de septiembre de 1936.
8. José Díaz. Tres años de lucha. Discurso pronunciado en la sesión de las Cortes celebrada en Valencia, 1 de diciembre de 1936.
9. José Díaz. Tres años de lucha. Conferencia pronunciada en el teatro Olimpia, Valencia, 2 de enero de 1937.
10. Ibidem.
11. Colectivo Martín Eizaguirre. Aproximación a la Historia del Partido Comunista de España. Editorial Templando el Acero, 2012.
12. Ibidem.
13. José Díaz. Tres años de lucha. Artículo publicado en la revista Nuestra Bandera, febrero de 1938.
14. José Díaz. Tres años de lucha. Discurso de resumen de las deliberaciones del Pleno del CC del PCE pronunciado el 16 de noviembre de 1937.
15. Colectivo Martín Eizaguirre. Aproximación a la historia del Partido Comunista de España. Editorial Templando el Acero, 2012.
16. Comuna Carlos Marx. Temas de formación marxista-leninista. Editorial Templando el Acero, 2015.
17. María López. En primera línea. Historia del Partido Comunista de España (reconstituido). De los orígenes al II Congreso (1968-1977).
18. Ibidem.
19. Programa del PCE(r) aprobado en el III Congreso.