Internacional:
Francia
-¿Qué está pasando en Francia?
Jean-Marc Rouillan / Histórico militante de Acción Directa.
Traducción: Umberto Passigatti y Andreu García Ribera.
Artículo publicado en la revista El Otro País, n.º 107. Sep-Oct 2023.
Si participamos de cerca en este hervidero social y político, tenemos que formularnos esta interrogante. Desde el comienzo del año, no pasa una semana sin que haya multitudes que salen a las calles. Todo empezó el 19 de enero con la primera movilización en contra de la ley sobre las jubilaciones. El gobierno ha aumentado la edad de la jubilación de 62 a 64 años. Y, a pesar de la repetición de las manifestaciones, de los actos de protesta, de las ocupaciones, de las huelgas, de las concentraciones salvajes, a menudo de la violencia callejera, después de meses de lucha, la movilización sigue muy fuerte.
La ira va creciendo. Y los trabajadores conservan el apoyo de la mayoría de la población. 70% de los franceses apoyan al movimiento. Este apoyo es concreto y visible en los cortes de carretera y por los aplausos desde las ventanas durante las manifestaciones.
Una de las características principales de este movimiento es la unidad. Es impulsada desde la base de los trabajadores. Según los sondeos, el 90% de los trabajadores se declaran en contra de la reforma.
La unidad ha permitido conseguir 12 jornadas nacionales de huelgas y de manifestaciones que han insertado al movimiento a lo largo y ancho de la sociedad. Inmensos cortejos en las principales ciudades, sin duda los más importantes desde hace décadas y manifestaciones por primera vez en pequeñas ciudades. Algunas movilizaciones han reunido más de 3 millones y medio de participantes.
El historiador Pierre Rosanvallon, especialista en historia política francesa, afirma que nos encontramos en la más grave crisis democrática que el país haya conocido desde 1958, es decir desde la guerra de Argelia, la repetición de los golpes de estado militares y la instauración de la Quinta República por el general De Gaulle.
Crisis social, crisis política, crisis ideológica, crisis constitucional, crisis democrática, ¿cómo analizar este ensamblaje complejo sin sobrevalorar ni infravalorar las potencialidades?
Para alimentar una crisis general de tal amplitud y hacer que desemboque en una posibilidad revolucionaria, han de darse dos condiciones. Un poder burgués arrogante y reaccionario y un contra-poder popular fuerte.
En primer lugar, tenemos a Macron, un ex banquero con características psicóticas de cocainómano que, a cada intervención, envenena la situación y agudiza la contestación.
Sí, estoy hablando de Macron como persona, cuya gestión es tan personalizada empujando hasta el paroxismo el espíritu gaullista de la Quinta República, fundada sobre el presidencialismo. Sin embargo se ha rodeado de jóvenes lobos globalizadores, que son las correas de transmisión de los lobbys y de los agencias de consejos estadounidenses.
Macron sólo tiene una brújula, el mercado financiero del crédito mundial y las decisiones de los diferentes aparatos burocráticos europeos. Por un lado debe tranquilizar a los mercados y las agencias de calificación sobre su capacidad de gobernar con el fin de obtener crédito a coste mínimo y por el otro lado, contestar a los requerimientos de la Comisión europea sobre trabajar más años.
Si leemos con atención las circulares de las instancias supranacionales, es fácil comprender como Macron defiende de hecho un estado subordinado y reducido a sus características administrativas para corresponder a esta dominación transnacional.
Constitucionalmente Macron ya no está condicionado por una posible reelección. Al fin de su mandato, debería retirarse. Algunas de sus declaraciones se pueden interpretar con el muy monárquico “después de mi, el diluvio”. Sin embargo, con la deriva autoritaria del régimen, hay que esperarse de todo, por ejemplo un golpe de estado institucional que le permitiría hacer un tercer mandato (y más si fuere necesario).
Y para este segundo mandato, hay que recordar que ha sido elegido gracias al rechazo de la segunda candidata de extrema derecha. Además ha tenido la osadía de festejar su «victoria» la tarde del primer turno. Para hablar claramente, tiene el apoyo efectivo sólo de un 20% de los electores. Lo que se ha demostrado unas semanas después de su elección, en las legislativas donde no ha obtenido la mayoría en el parlamento. Y sin hablar de la mitad de los franceses que no han participado en las elecciones.
Macron se ha rodeado de una camarilla de políticos “despolitizados”, dignos herederos de tres décadas de neo-liberalismo. Traidores de derecha o traidores de izquierda y verdaderos oportunistas sin talento ni experiencia. En cada etapa de la presentación de la ley de pensiones, han caído en flagrantes mentiras y otras argucias. Y se han portado como unos niños cogidos con los dedos en el tarro de mermelada.
Peor todavía, en el momento en que los trabajadores han pedido cuentas, después de unas semanas de silencio, suprema provocación, Macron se ha expresado en la revista “Pif le chien” (el equivalente en España de Mortadelo y Filemón), su secretaria de Estado Marlène Schiappa ha posado para “Playboy” y su ministro de trabajo Dussopt ha hecho su “coming out” en el periódico gay “Têtu”, como para decir que si le criticaban era por ser homosexual. Ridícula caricatura del poder burgués digna del siglo XIX, una burguesía soñando vestir el hábito aristocrático, descrita por Marx en “La guerra civil en Francia”.
Y por último, no menos importante, Macron se aferra al poder con la violencia de su policía. La represión policíaca intenta disuadir a los trabajadores de salir a las calles o defender los piquetes de huelga con extrema brutalidad. Hoy en día el 53% de la gente tiene miedo a manifestarse debido a esta represión. Es así que ha “solucionado” la crisis de los chalecos amarillos en 2018-2019. Nadie ha olvidado que el gobierno ha quebrantado la revuelta de los más precarios con 11 muertos (entre ellos Zineb en Marsella) y decenas de manifestantes mutilados y otros con pérdida del globo ocular … Y con pesadas condenas judiciales que han acompañado los golpes de porras. Un fuerte resentimiento popular ha quedado y pesa todavía hoy en día en nuestras movilizaciones.
Unos meses antes de presentar su reforma, Macron ha hecho un enorme pedido de granadas de todo tipo y de vehículos blindados para su policía. Nosotros habíamos visto en eso un muy mal presagio sobre sus intenciones. Sin hablar de múltiples leyes liberticidas que han atacado las libertades públicas (el derecho de huelga, el derecho de manifestación…).
Macron, con su ataque frontal e imposición de la reforma de la ley de pensiones, ha carbonizado al parlamento con el uso de diferentes artículos sacados directamente de la ley de excepción (artículo 47,1 que limita a 20 días el examen de la ley, artículo 49,3 por una aprobación sin voto). Ha ridiculizado al Consejo Constitucional transformándole en cámara de registros protegida por centenares de policías y vehículos blindados.
Debilitando el conjunto del cuadro institucional, ha debilitado al mismo tiempo las posiciones de los partidos de la izquierda institucional y las direcciones de las confederaciones sindicales que sólo viven para este cuadro institucional. La France Insoumise (la Francia Insumisa, partido de Jean Luc Mélenchon) propone solamente una alianza desde la dirección con una izquierda desacreditada por años de colaboración neo-liberal y por leyes anti- populares como la ley del trabajo en 2016 (el desprecio de Manuel Valls titular de esta ley es uno de sus estigmas).
Las demostraciones históricas de los fracasos de Syriza y Podemos, y de hecho de todos los que se han puesto la chaqueta de la institución, iluminan la conciencia colectiva por una necesaria y verdadera ruptura con este cuadro institucional dominado por los organismos burgueses internacionales.
Hoy de pie sobre un campo de ruinas, Macron anuncia que quiere ir aún más lejos. Concretamente quiere acabar con el conjunto del modelo social francés (la seguridad social, la protección del trabajo…) heredado de la posguerra cuando la correlación de fuerzas todavía estaba a favor de la clase obrera.
De nuestro lado, la inmensa masa de los trabajadores, de los precarios, de los estudiantes… unas masas que en sus movilizaciones y sus acciones diarias se sacuden lo mejor que pueden del yugo del pensamiento único neo-liberal. Se atreven a utilizar los términos: obreros, clases, reparto en contra de la privatización… incluso la misma tarde de la restricción del debate parlamentario a veinte días por imposición del artículo 49,3, han coreado “revolución”. Esta resistencia consciente marca una ruptura después de la imposición del neo-liberalismo.
Es cierto que la máscara del acaparamiento capitalista se desmorona. La especulación es general. La inflación es galopante. En Francia el precio del aceite se ha multiplicado por dos en unos meses. Para la inmensa mayoría de los trabajadores, el poder adquisitivo se hunde. Un tercio de los franceses reconoce haber sacrificado una comida por día. Mientras una casta de privilegiados acumula fortunas. Actualmente dos multimillonarios franceses son los más ricos del mundo. La crisis del reparto de los beneficios del trabajo se hace evidente a los ojos de todos.
Por su amplitud y su duración, el movimiento nacido del rechazo de la ley de pensiones ha permitido la emergencia de una contestación global. La pensión sí, sin embargo ahora ya se habla de las condiciones de trabajo, de los salarios, de los servicios públicos, de la educación, de la salud…
En cambio, en su deseo de unidad, los trabajadores en gran medida han elegido seguir (frecuentemente por defecto) el calendario del inter-sindical (dominado por los sindicatos reformistas). Su ritmo prudente ha acompañado sin romperla, ni tampoco ralentizarla, la progresión de la imposición por la fuerza.
Un seguidismo que ha sido agravado por la entrada tardía de la juventud en la lucha. Las ocupaciones de las universidades y de los liceos a menudo han sido dificultadas por las vacaciones escolares. La policía ha aprovechado eso para evacuar y reprimir los lugares ocupados.
Si la necesidad del bloqueo total y de la huelga general indefinida ha sido coreado por los manifestantes, se ha quedado desgraciadamente en un lema vacío de una potente realidad. Ya que lo más decisivo de este movimiento histórico está marcado por un hecho innegable.
Ha habido una gran desorganización en la base y hemos quedado muy lejos de una huelga dirigida por las asambleas generales y los comités de lucha.
Raros han sido los que han actuado por otra vía. Cierto, ha habido grandes huelgas intermitentes de los trabajadores de las refinerías, de los basureros y de los trabajadores de la energía. Pero las direcciones sindicales no han declarado la huelga general indefinida y la clase obrera no ha osado ni podido ir sola, consciente de sus recortes después de las restructuraciones de los años 80-90.
En algunos sectores hemos conocidos el mismo síndrome post-restructuración: la huelga por poderes. Hacer de los obreros de los transportes, de las refinerías, de los barrenderos… los gladiadores de nuestra clase.
En cuanto a las masas de los trabajadores precarios considerablemente empobrecidos, no han tenido la fuerza para un paro prolongado.
Sólo la organización Revolución Permanente ha empezado y dinamizado el circuito de los comités de acción por la huelga general que ha intentado coordinar y aportar una estrategia a las iniciativas obreras.
Para una situación revolucionaria, hace falta la objetividad de un poder acorralado y empujado a no retroceder, pero también la subjetividad de un importante movimiento autónomo de clases fuerte, de una estrategia y de las premisas de su realización. Una situación revolucionaria no se mide por el número de incendios ni de barricadas, sino por la conjunción de acciones autónomas de clase, ciertamente capaces de violencias revolucionarias pero fuertemente conscientes de su fuerza y de sus objetivos.
No se trata de afirmar «iremos hasta el final », tenemos que definir este final y construir los instrumentos políticos que se ajustan a él.
La ley ha sido promulgada (apresuradamente en plena noche) y Macron ha hablado de 100 días de apaciguamiento.
En cuanto a las direcciones sindicales, propusieron un último combate con un Primero de mayo “histórico”.
Sin embargo gran parte del movimiento de base ha rechazado la idea de pacificación y ha continuado sus acciones de bloqueo y de ocupación. Durante semanas, Macron y sus ministros, allí donde han aparecido, han sido acogidos por manifestaciones que los abuchean: el día de la fiesta nacional, el 14 de julio, Macron fue abucheado en los Campos Elíseos, abucheado también durante las finales de fútbol y de rugby, abucheado también durante unos conciertos… y en todas concentraciones populares… etc.
Hoy se podría sonreír al vernos dar vueltas frente a todos los ayuntamientos del país golpeando cacerolas (nosotros mismos hemos sonreído) sin embargo, estamos juntos, hacemos número. Como ayer en las rotondas (en el tiempo de los chalecos amarillos), nosotros somos las masas (una palabra reactualizada, rejuvenecida). Hemos quebrantado las cadenas de la individualización neo-liberal, el pentotal de los mass media, hemos sido cruciales durante la crisis del covid, nosotros que somos esenciales a la economía, somos las masas explotadas y oprimidas. Aunque hayamos sido literalmente desarmados por décadas de derrotas frente al neo-liberalismo.
Mientras Macron anunciaba 100 días de pacificación para pasar página de este episodio de lucha, la desestabilización del régimen rebotaba una primera vez con un enfrentamiento ecologista en Sainte Souline, una manifestación duramente reprimida (numerosos heridos graves) y en seguida el gobierno declaraba fuera de la ley los “Soulèvements de la terre” (NdT: Insurrecciones de la tierra). Un movimiento integrado por ecologistas, jóvenes autónomos y antifascistas, campesinos conscientes… que ha vuelto a poner encima de la mesa la cuestión de la ecología radical.
Pero el periodo de “pacificación” ha sido marcado sobre todo por la más importante y la más larga revuelta que ha inflamado los barrios populares (mucho más importante que los desórdenes de 2005). Y esta insurrección de la juventud más desheredada ha sido el punto culminante de la crisis política y social atravesada por el país desde el comienzo del año.
El 28 de junio, Nael, un joven trabajador racializado y uberizado (de Uber la empresa de trabajo temporal) ha sido fríamente asesinado por un policía en Nanterre.
Este homicidio filmado por unos testigos inmediatamente ha incendiado la situación social ya explosiva. Decenas de miles de jóvenes han luchado en las calles de las periferias pero también de las pequeñas ciudades.
Durante cuatro noches, han tenido en jaque a 45.000 policías (un tercio de los efectivos de la represión), las fuerzas especiales (GIGN, GIPN, BRI…) y sus maquinarias militarizadas como los vehículos blindados…
Durante horas numerosas ciudades han sido tomadas, las fuerzas de policía han sido asediadas en las comisarías. Las destrozos han sido enormes (103 ayuntamientos, 300 sucursales bancarias, edificios públicos, 273 comisarías y cuarteles de gendarmería, tiendas, escuelas, bibliotecas…). 900 policías heridos, 3.800 detenidos.
Evidentemente es muy difícil en caliente sacar conclusiones de tal revuelta urbana. Sin embargo me voy a aventurar sobre dos pistas.
Primero, la confirmación de un posible proceso revolucionario, los chalecos amarillos nos habían demostrado que era posible empujar a los gobernantes al borde de la ruptura, incluso el gobierno había previsto su evacuación de la capital. Una vez más las fuerzas de la represión tuvieron que hacer frente a dos noches seguidas de revueltas.
Segundo, al contrario de 2005, gran parte del movimiento de clase (hasta una parte de la izquierda institucional) no se ha disociado de esta revuelta y algunos, más todavía, han apoyado la misma. Aun así, hasta en estas partes más progresistas, es imposible hacer un análisis de clase coherente. Porque se trata evidentemente de una revuelta proletaria, de la parte de la clase más precarizada (uberizada). Y conformarse con una visión de clases de los años ‘50 y ‘60 del siglo pasado, es un error fundamental que impide toda construcción a partir del conjunto de la realidad de clase.
Mientras, debemos luchar por la amnistía política de todos los condenados de nuestro clase. La policía está emprendiendo un golpe de estado larvado, se ha puesto en huelga en diferentes sectores, para imponer a jueces y gobernantes su impunidad total por todas los excesos cometidos que han sido muy numerosos…
Macron, desde la lejana Nueva Caledonia, anuncia nuevas reformas y repite una siniestra advertencia: “Orden, orden, orden…”
¡Este año todavía no se ha terminado!