Memoria histórica imprescindible:
-Fascistas antes que las JONS y Falange
Libro: “El Fascio de Las Ramblas”.
Las Ramblas de Barcelona se convirtieron en enero de 1919 en un campo de batalla, en el escenario de una lucha por el dominio del bulevar como símbolo del control de la ciudad. A un lado, los jóvenes catalanistas que entonaban El Segadors y se dedicaban a intentar desgarrar el uniforme o romper el sable de los militares; al otro, un grupo ultraespañolista, organizado bajo el rótulo de Liga Patriótica Española (LPE), con garrotes que intimidaban a los que gritaban «Visça Catalunya!» y les forzaban con pistolas a clamar «¡Viva España!». En un manifiesto lanzado a finales del año anterior, estos últimos defendían la necesidad de redimir a Cataluña de «sus hijos malvados» que la llevaban «a la ruina», mostrando su confianza en «los pundonorosos oficiales del Ejército Español».
Esta formación, con elementos de procedencia ideológica heterogénea, no solo encarnó el primer escuadrismo españolista organizado, sino que también reflejó, según los historiadores Xavier Casals Meseguer y Enric Ucelay-Da Cal en su libro, «un fascismo español primigenio», el embrión del primer partido fascista español genuino.
El libro sostien que este fenómeno tuvo sus raíces en Cuba, afloró y se configuró en la Península por primera vez en Barcelona entre 1919 y 1923 y tuvo ecos y reverberaciones en Madrid entre finales de 1922 y principios del año siguiente.
Casals Meseguer y Ucelay-Da Cal aseguran que la emergencia y la evolución del fascismo en España fue inseparable de la del militarismo del siglo XIX. Para enfrentarse a la doble amenaza del separatismo y la revolución obrera, los capitanes generales de Cataluña Joaquín Milans de Bosch y Severiano Martínez Anido exportaron desde La Habana —donde se había luchado contra la independencia y las revueltas de esclavos gracias al apoyo de las élites propeninsulares y un Cuerpo de Voluntarios— un sistema que les permitió ocupar el poder civil con apoyo de las élites locales y una milicia auxiliar, conformando lo que denominan «Capitanía cubana» de Barcelona.
En el caso catalán, esa primera milicia auxiliar fue la Liga Patriótica Española, cuyo testigo recogerían el Somatén, una organización civil que se arrogó funciones de orden público, (y que fueron impunes desde marzo de 1919, cuando Joaquín Milans del Bosch decretó que cualquier civil que no perteneciese al Somatén y que portase armas sería reo de rebelión militar), los grupos parapoliciales de la llamada «banda negra» y los eficientes matones del Sindicato Libre. Ese «fascismo de primera generación» —también se manifestó con la creación del grupo La Traza—, con un discurso y una práctica política acuñada en Ultramar, un carácter esencialmente organizativo y una organización ideológica muy escasa, tuvo su epicentro en la convulsa Barcelona de 1919-1923, aunque interaccionó con propuestas surgidas en Madrid, como en el seno del africanismo militar, encarnado por la Legión de Millán-Astray.
Si este fascismo hunde sus raíces en la Habana y se desarrolló en Barcelona y Madrid, el de «segunda generación», articulado esencialmente en torno a la ideología, se incubó, resumen los autores, desde Valladolid, con Onésimo Redondo a la cabeza, y de nuevo la capital, con Ramiro Ledesma. Ambos grupos fascistas se fusionaron en octubre de 1931 en las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS) y se unirían a la Falange Española de José Antonio Primo de Rivera, en febrero de 1934. La Falange se había fundado sólo cuatro meses antes, en octubre de 1933.
En: elespanol.com
-Los centros de menores del franquismo regidos por Carmen Polo: monjas, moral católica, castigos y control de virginidad.
Las periodistas Marta García Carbonell y María Palau Galdón publican ‘Indignas hijas de su patria. Crónicas del Patronato de Protección a la Mujer en el País Valencià’.
Castigos, pruebas de virginidad, trabajos forzosos, celdas de aislamiento y mucha moral católica. El franquismo creó el Patronato de Protección a la Mujer —con la esposa del dictador, Carmen Polo, como presidenta de honor—, una institución que propició el encierro de un número incalculable de menores de edad en conventos a modo de reformatorios. “Los motivos del internamiento fueron muchos y muy diversos, desde portarse mal hasta ir de la mano de un chico o fumar por la calle”, explica la periodista Marta García Carbonell (Gandia, 1999), autora junto con María Palau Galdón (Bicorp, 1999) de Indignas hijas de su patria. Crónicas del Patronato de Protección a la Mujer en el País Valencià, editado por la Institució Alfons el Magnànim tras obtener la ‘Beca de periodismo de investigación Josep Torrent’ que otorga la Unió de Periodistes Valencians.
Las autoras han rastreado la trayectoria de la institución en decenas de cajas de los archivos oficiales de la dictadura, con la ayuda de los trabajos de la investigadora Consuelo García del Cid, pionera del estudio del patronato y superviviente del encierro, o de las historiadoras Mélanie Ibáñez y Vicenta Verdugo, especialistas en género y represión franquista.
A pesar de que las raíces históricas más lejanas de la institución se remontan a 1902 y de la fallida experiencia de reforma durante la II República, brilló en todo su esplendor durante la dictadura franquista y no se extinguió hasta 1985.
En plena posguerra, en 1941, la dictadura creó el Patronato de Protección a la Mujer, dependiente del Ministerio de Justicia (cuyo titular ejercía de presidente efectivo) y con representantes de los obispos, militares, policías y de la Sección Femenina de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, entre otros estamentos del régimen. Todo con el objetivo de imponer la moral católica, de manera especialmente activa en las zonas que habían estado bajo control republicano hasta el final de la contienda.
En el punto de mira quedaron los “comportamientos homosexuales u otras anomalías de orden mental”, la prostitución callejera —disparada a consecuencia de la pobreza y el hambre durante la posguerra—, los paseos domingueros de parejas en bicicleta (“vehículo de moda”, según las memorias del patronato), la oscuridad de las salas de cine y, especialmente, los salones de baile (“Es la raíz de incontables pecados y ofensivas contra Dios Nuestro Señor que tiene prohibida la lujuria en todos sus grados”, alertaba la revista Ecclesia en 1945).
Las encargadas de aplicar el encierro, en última instancia, fueron monjas de varias órdenes religiosas. En los centros de clasificación previos al encierro en conventos, “les hacían exámenes de virginidad para ver cuáles habían sido sus pecados”, recuerda María Palau. “En el patronato las mujeres podían acabar encerradas como consecuencia de redadas callejeras o porque las enviaba un médico, un profesor o una monja”…
-“Holocausto documental” en Carabanchel: desaparece el archivo histórico del mayor penal del franquismo.
La documentación relativa al centro penitenciario más grande de la dictadura franquista ha sido destruida por el Ministerio del Interior “por acción u omisión”, denuncia el historiador Luis Antonio Ruiz, autor de la primera monografía sobre el centro.
“El archivo histórico ha sido, por acción u omisión, destruido por el Ministerio del Interior; un holocausto documental”.
Así de rotundo se mostraba el historiador Luis Antonio Ruiz Casero, en el marco de la presentación del primer monográfico sobre la cárcel de Carabanchel, el mayor penal durante el franquismo y los primeros años de la ‘Transición’. “No se ha dejado un solo papel, más allá de algunas fichas. Es una gestión documental negligente”.
Para el expreso y miembro de La Comuna – Asociación de Expresos y Represaliados por la dictadura franquista, Luis Suárez, la demolición del edificio y la pérdida del archivo suponen un “doble memoricidio: la demolición, que es un acto de cancelación histórica; y la eliminación de los archivos, que son la memoria documental administrativa”. Recuerda, además, que el artículo segundo de la Ley del Patrimonio Histórico Español afirma que es deber de la Administración del Estado “garantizar la conservación del Patrimonio”.
La prisión de Carabanchel fue inaugurada en enero de 1940, clausurada en 1998 y derribada en 2008 —con excepción del hospital penitenciario, reconvertido en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE).
El monográfico sobre la cárcel, un documento que pretende reconstruir la historia de la cárcel realizado por Ruiz, ha sido promovido por la asociación a la que pertenece Suárez, una de las que integra la Plataforma por un Centro de Memoria de la Cárcel de Carabanchel. El trabajo realiza un recorrido histórico por la vida de la cárcel, incluyendo como ejes el proceso de construcción —se derribó sin llegar a terminarse—, las instituciones laterales —el psiquiátrico, hospital…— o el papel de las mujeres dentro del centro…