(…) Paso a copiarte lo que garabateé sobre el artículo de Javier. Veremos si consigo hacerlo tal cual se lo envié a él, porque el borrador es tan enrevesado que incluso a mí me cuesta descifrarlo. En estas circunstancias siempre siento nostalgia del “Word” y su “cortar-pegar”. (Que te sea leve). Lo dicho, a pesar de no ser un experto en economía política, o quizás precisamente por eso, cuanto más leo el artículo de Javier, menos me convence. Una de las cosas que, según las cartas dirigidas a Ortín, molestaba a Javier, es que tratándose de un escrito sobre el pensamiento económico del Che, las críticas que le hacía Ortín poco o nada tuviesen que ver con ese pensamiento propiamente dicho. A mí me ocurre algo parecido, pero de todos modos voy a intentar empezar por ahí. Tras leer el artículo, en mi opinión, el gran mérito que se le puede atribuir al Che es haber retomado algunos de los planteamientos que guiaban la construcción y el desarrollo de la economía socialista en la URSS hasta la muerte de Stalin en 1953. Lo cual no es poco teniendo en cuenta la fuerza que habían ido tomando las concepciones revisionistas en este terreno, como en tantos otros. No tengo acceso a las obras con las que se documenta Javier, así que no me queda más remedio que dar por bueno lo que dice que decía el Che sobre estas cuestiones. No es que desconfíe de la honradez del camarada, pero con las citas descontextualizadas, ya se sabe, tanto pueden ayudar a sostener una idea como la contraria. Además, sería conveniente aclarar que el pensamiento económico del argentino y el pensamiento económico de Javier no tienen que ser, necesariamente, la misma cosa. Señalo esto porque a lo largo del artículo sucede precisamente eso. Respecto a la ley del valor el Che llega a afirmar una cosa y la contraria. Defendiendo en un primer lugar, y en la mayoría de las citas, los postulados de Stalin y los comunistas soviéticos, su vigencia durante la etapa del socialismo mientras pervivan las relaciones mercantiles y la posibilidad de un uso consciente de sus efectos, para luego, en un viraje un poco extraño, rebatirlas. Discutir, como pretende hacer Javier, si la ley del valor sigue teniendo vigencia en una economía socialista y si es posible servirse de ella para desarrollar esa economía sobre unos principios verdaderamente socialistas, me parece algo absurdo por cuanto la práctica revolucionaria demostró esa vigencia, y no sólo que es posible hacer uso consciente de ella sino que en las condiciones en las que se hizo, era imprescindible. Así lo avala el proceso de desarrollo de la economía socialista en la URSS hasta 1953. No se trata de pretender perpetuar bajo el socialismo la existencia de esta ley, como después hicieron los revisionistas. Es que en la medida en que existan las relaciones mercantiles, la ley del valor continuará vigente, y por más que nos empeñemos, como fenómeno espontáneo que actúa de forma independiente a la voluntad de los hombres, seguirá actuando hasta que no se superen esas relaciones mercantiles que son la base material de su existencia. Leyendo el desarrollo que realiza Javier de esta cuestión, y analizando la interpretación que hace de determinados conceptos, da la impresión de que o bien no los entiende correctamente, o en aras de lograr una mayor síntesis expositiva, no logra expresarse de una forma adecuada. Antes de continuar, hagamos un inciso para centrar la crítica. Al hilo de cita 7 en la que el Che dice: «Entendemos que durante un cierto tiempo se mantengan las categorías del capitalismo». Esto así expresado es un error. Habría que hablar de relaciones, o categorías, heredadas del capitalismo. Porque la propiedad privada o la economía mercantil no son categorías exclusivamente capitalistas, también en la sociedad esclavista y en la feudal existían. Relaciones capitalistas de producción implican la existencia de capitalistas que invierten dinero, capital, con el objetivo de obtener el máximo beneficio posible mediante la extracción de la plusvalía a través de la explotación de la fuerza de trabajo de “sus” obreros. Asimismo presupone la existencia de proletarios que no poseen otra cosa que su fuerza de trabajo y se ven obligados a vendérsela, como mercancía, a esos capitalistas para subsistir. De todos modos, las palabras del Che evidencian que comprende la existencia de la ley del valor durante la construcción de la economía socialista, mientras no son “liquidadas” las categorías antiguas (el propio Javier las enumera). Pero no es la primera vez que lo hace en el artículo. En la cita 5 dice: «toda una serie de artículos de carácter fundamental para la vida del hombre deben ofrecerse a precios bajos, aunque en otros menos importantes se cargue la mano con manifiesto desconocimiento de la ley del valor en cada caso concreto» Sería más acertado hablar de fijar los precios según necesidades sociales, aunque esto implique fijarlos por debajo de su valor, en lugar de “desconocimiento”, pues al actuar así demuestra conocer la ley del valor bajo el socialismo. Más adelante vuelve a incidir en esta idea (los subrayados son míos). Cita 10: «del dinero aritmético como reflejo en precios de la gestión de la empresa» Cita 13: «el paso de una empresa a otra (…) no debería ser considerado sino como una parte del proceso de producción que va agregando valores al producto». En la cita ¿?, aunque vuelve a confundir relaciones mercantiles con relaciones capitalistas, acaba reconociendo: «(…) el mercado deja de tener características de libre concurrencia (…) y adquiere otras nuevas, ya limitado por la influencia del sector socialista que actúan de forma consciente sobre el fondo mercantil». O sea, que además bajo el socialismo sí se puede hacer un uso consciente de las relaciones mercantiles. Y, por lo tanto, de la ley del valor, añado yo. Finalmente, la clave del asunto en la cita 16: «La ley del valor es reguladora de las relaciones mercantiles en el ámbito del capitalismo y, por tanto, en la medida en que los mercados son distorsionados por cualquier causa (como la socialización de los medios de producción), asimismo sufrirá ciertas distorsiones la acción de la ley del valor». Precisamente de eso se trata, las condiciones socialistas condicionan, limitan, la acción de la ley del valor en sí, pero no tiran, ni eliminan, la ley del valor en sí, mientras subsista la producción de mercancías. A partir de aquí, el Che parece cambiar de criterio, contradiciéndose en lo expuesto anteriormente: «Consideramos la ley del valor como parcialmente existente» (cita 17). Aquí habría que aclarar si se refiere a la ley del valor en sí o a sus efectos, porque no explica cómo una ley económica puede existir parcialmente y, por lo tanto, no existir parcialmente al mismo tiempo. En todo caso, ¿qué parte de la ley del valor es la que deja de existir? Y en la cita 18: «Negamos la posibilidad de un uso consciente de la ley del valor basándonos en la no existencia de un mercado libre (…)». Aquí también queda la duda de saber a qué se refiere exactamente, porque más abajo parece referirse a las relaciones entre empresas estatales, porque para ser mercancía, el producto ha de pasar a manos de otro, del que lo consuma, por medio de un acto de cambio. Sea como fuere, Javier parece no percatarse del cambio de criterio y formula la siguiente pregunta: «¿Cómo puede la economía socialista determinar, sin contar con la ley del valor, el valor y el precio de sus productos, pues a este respecto es evidente que no se puede proceder de una manera arbitraria porque se generarían unos desequilibrios que podrían ponerla en muy serios apuros?». Vayamos por partes. Primero, si hablamos de productos, podría no ser necesario tener que determinar su valor y su precio, pues su distribución podría realizarse mediante otros criterios que no sean los mercantiles, por ejemplo, sociales (a cada cual según sus necesidades). Si por “productos” en este caso entendemos mercancía, el valor de las mismas en ningún caso podrá fijarlo el gobierno socialista pues, diga lo que diga éste, su valor estará determinado por la cantidad de trabajo socialmente necesario para su producción. Obviando estas dos puntualizaciones, la pregunta se responde en el propio enunciado de la misma: no puede determinarse el precio de las mercancías sin tener en cuenta la ley del valor porque procediendo de esa manera arbitraria se generarían unos desequilibrios que podrían ponerla en muy serios apuros. Lo cual no quiere decir que los precios de mercado que se fijen conscientemente tengan que corresponder siempre a su valor. Intentar dar respuesta a esta pregunta en sentido contrario lleva a la paradoja que plantean las citas 19 y 20. Como el valor de las mercancías producidas en el socialismo, al no tener vigencia la ley del valor, ya no está determinado por la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción, su valor y su precio hay que establecerlos de un modo “artificial”. ¿Cómo? «Estableciendo un sistema general que contemple una cierta medida histórica de los precios del mercado mundial capitalista». O sea, que vamos a buscar fuera lo que tenemos en casa, utilizando como referencia los precios establecidos en un mercado en el que no sólo está vigente la ley del valor sino que, además, bajo las condiciones capitalistas de la producción, «con las correcciones que puedan introducirse por la acción de los precios en el mercado socialista…». Unos precios -y valores- que no sabemos cuáles son porque tenemos que establecerlos de una forma “artificial”. Llegados a este punto, creo que más que referirnos a lo que decía el Che, toca hablar de lo que dice Javier, porque teniendo en cuenta la definición que hace de la ley del valor, creo que confunde varios conceptos sobre la ley en sí, y otros de carácter más general. Como te decía, no soy experto en economía política, ni de lejos, así que soy consciente de que se me pasan unas cuantas cosas. Pero veamos lo que decía Marx en el primer tomo de El Capital, al hilo de la mercancía y el valor: «En realidad, el carácter del valor de los productos del trabajo sólo se consolida al funcionar como magnitudes de valor. Estas cambian constantemente, sin que en ello intervenga la voluntad, el conocimiento previo ni los actos de las personas entre quienes se realiza el cambio. Su propio movimiento social cobra a sus ojos la forma de un movimiento de cosas bajo cuyo control están, en vez de ser ellos quienes las controlen. Y hace falta que la circulación de mercancías se desarrolle en toda su integridad, para que de la propia experiencia nazca la conciencia científica de que los trabajos privados que se realizan independientemente los unos de los otros, aunque guarden entre sí y en todos sus aspectos una relación de mutua interdependencia, como eslabones elementales que son de la división social del trabajo, pueden reducirse constantemente a su grado de proporción social, porque en las proporciones fortuitas y sin cesar oscilantes de cambio de sus productos se impone siempre como ley natural reguladora el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción, al modo que se impone la ley de la gravedad cuando se le cae a uno la casa encima. La determinación de la magnitud del valor por el tiempo de trabajo es, por tanto, el secreto que se esconde detrás de las oscilaciones aparentes de los valores relativos de las mercancías. El descubrimiento de este secreto destruye la apariencia de la determinación puramente casual de las magnitudes de valor de los productos del trabajo, pero no destruye, ni mucho menos, su forma material». (Tomo I, sección primera, capítulo I: “El fetichismo de la mercancía y su secreto”). «La magnitud de valor de una mercancía permanecería constante, invariable, si permaneciese constante el tiempo de trabajo necesario para su producción. Pero éste cambia al cambiar la capacidad productiva del trabajo. Ésta depende de una serie de factores entre los cuales se encuentra el grado de destreza del obrero, el nivel de progreso de la ciencia y de sus aplicaciones, la organización social del proceso de producción, el volumen y la eficacia de los medios de producción y las condiciones naturales». (Tomo I, sección primera, capítulo I: “Los dos factores de la mercancía: valor de uso y valor –substancia y magnitud del valor-“). Como se ve en esta concepción, difiere sustancialmente de los que Javi entiende por ley del valor. Al hablar del valor, Marx ni siquiera menciona la competencia entre productores de mercancías (sean estos esclavistas, artesanos o capitalistas), factor al que Javi da una importancia decisiva: «Este valor de cambio es el resultado de la competencia entre los distintos productores». Perdiendo de vista, además, que, según Marx, el valor de cambio de la mercancía no se regula con el cambio, sino al revés, éste se haya regulado por la magnitud de valor de la mercancía. Pero vayamos al fondo de la cuestión. Lo que hace variar la magnitud de valor de las mercancías no es la competencia, sino los cambios en la capacidad productiva del trabajo. La competencia, ciertamente, es un factor que en ocasiones, no siempre, actúa a favor de esos cambios; pero no es el único, ni siquiera el decisivo. En la URSS, con una economía socialista en la que la competencia entre capitalistas era inexistente, la capacidad productiva del trabajo no permanecía constante. Más bien al contrario, experimentó una evolución sin parangón en la historia de la humanidad. Partiendo de esta confusión, de la ley en sí con las consecuencias que tiene bajo determinadas consecuencias, acaba haciéndose un lío. Las condiciones capitalistas de producción, la búsqueda del máximo beneficio por los capitalistas, la competencia entre ellos en la búsqueda del mismo objetivo y la consiguiente anarquía productiva es la que permite que la ley del valor pueda jugar un papel decisivo a la hora de determinar la producción. Al cambiar esas condiciones mediante la socialización de los medios de producción, y con una acertada planificación de la producción social, la ley del valor no desempeña un papel regulador, pero mientras existan relaciones mercantiles seguirá actuando sobre la producción, cosa que debe ser tenida en cuenta a la hora de dirigirla. Por lo tanto, no sólo es posible un uso consciente de la ley del valor en la economía socialista, sino que es necesario para evitar “desequilibrios que puedan ponerla en muy serios aprietos”. Decir que en esas circunstancias la ley del valor deja de tener vigencia, es como decir que la ingeniería aeronáutica logra cesar la ley de la gravedad (por seguir el símil de Marx). Sus efectos sufren modificaciones, al ver limitada su esfera de acción, pero la ley tal cual sigue actuando. Pierde esto de vista y verás el trompazo que te pegas. La misma confusión lleva a Javier a decir que bajo la fase monopolista del capitalismo la ley del valor comienza a dejar de tener vigencia, por cuanto los monopolios limitan la competencia. Esto es lógico dada la decisiva importancia que él otorga a la competencia en la conformación de la ley del valor. Llevamos más de un siglo instalados en la última fase del capitalismo y, aunque el sistema es un lastre para el desarrollo del conjunto de la humanidad, desde entonces la capacidad productiva del trabajo no ha permanecido constante. Por otro lado, la competencia no ha desaparecido, aunque se haya visto disminuida, porque la competencia entre capitalistas es una característica inherente al capitalismo. El monopolio como elemento perturbador de la ley de la oferta y la demanda condiciona los precios del mercado, pero no el valor de las mercancías. Ciertas empresas pueden llegar a alcanzar un papel preponderante tal, en un sector del mercado, que consiga imponer los precios (de mercado) a su voluntad o casi, pero el valor de cambio de sus mercancías seguirá estando determinado por la cantidad de trabajo necesario para producirlos. ‘Curiosamente’, en cuanto un monopolio logra barrer a la competencia en un determinado sector los precios que establece siempre estarán por encima de su valor. -¿qué sentido tendría sino?- señal de que los monopolistas sí tienen en cuenta la vigencia de la ley del valor al hacer sus cuentas, aún en el caso de que ignoren la formulación científica de la misma. Hay otro aspecto sobre la ley del valor que el camarada, creo, confunde en su exposición, y que podría entenderse como un debate de carácter más general sobre qué entendemos por fenómenos espontáneos al referirnos a leyes de la economía política. Stalin decía que son «reflejo de procesos objetivos que se operan independientemente de la voluntad de los hombres. Los hombres pueden descubrir estas leyes, llegar a conocerlas, estudiarlas, tomarlas en consideración al actuar y aprovecharlas en interés de la sociedad; pero no puede manipularlas ni abolirlas. Y aún menos puede formar o crear nuevas leyes». «Las leyes de la economía política, por lo menos la mayoría de ellas, actúan en el transcurso de un período histórico determinado, y después ceden lugar a unas nuevas leyes. Pero las leyes económicas no son destruidas sino que cesan de actuar debido a nuevas condiciones económicas y se retiran de la escena para dejar sitio a leyes nuevas, que no son creadas por la voluntad de los hombres, sino que nacen sobre la base de nuevas condiciones económicas». Esto, al margen de expresiones como “existencia parcial” o “ley muy distorsionada” que como decía pueden ser fruto de una exposición deficiente en aras de una mayor brevedad, viene al pelo por la negación que hace Javier ante la posibilidad de realizar un uso consciente de las mismas, aunque no explica porqué sería así, más allá de señalar el carácter espontáneo de esa ley. “Intentar dirigirla o utilizarla es ya un elemento de distorsión de la misma”. O sea, aunque es un “fenómeno espontáneo”, un proceso objetivo que obra independientemente de la voluntad de los hombres sólo por el hecho de intentar dirigirla, pueden distorsionarla a voluntad y, por lo tanto, transformarla, sin necesidad de modificar la base material sobre la cual se sustenta. O bien es un fenómeno espontáneo y los hombres no pueden incidir en él sin cambiar las condiciones de las que nace (en todo caso sobre sus efectos); o bien no es un fenómeno espontáneo tal y como se entiende en términos marxistas. Lo que plantea Javier, tal cual, resulta contradictorio. Paso a explicar lo que no entiendes sobre “al leer el artículo de Javier me chirriaba que prácticamente hiciera tabla rasa con el ‘modelo soviético’, como si la definitiva zona de los más altos órganos de control por parte de los revisionistas no hubiese provocado un brusco giro en todas las esferas de la vida y política de la URSS”. Vamos por partes, que hay mucha tela que cortar. Durante todo el artículo establece una relación de correspondencia entre cálculo económico –entendido como la serie de principios que critica-, revisionismo y relaciones capitalistas. Desde mi punto de vista nada hay que discutir al respecto –salvo lo expuesto acerca de la ley del valor-. El problema surge cuando, de golpe y porrazo, echando la vista atrás establece una relación de continuidad con la historia de la construcción de la economía socialista en la URSS. «No obstante, para ser justos con el cálculo económico, hay que reconocer que durante un tiempo jugó un papel revolucionario. Fue el sistema que se utilizó en el primer país socialista de la Historia, la Unión Soviética; permitió su industrialización (…). En este contexto, el cálculo económico, con todas sus deficiencias, era un buen primer intento de poner en pie esa estructura económica socialista». Así expresado da a entender que los principios que guiaban la construcción económica de la URSS siempre fueron los mismos, pero durante un período jugaron un “papel revolucionario”. Y no es así. No es que las mismas concepciones sobre la economía socialista en unas determinadas condiciones juegan un papel progresista y, llegado un momento, por cambiar las circunstancias en que se aplicaban se convirtieron en su contrario, pasando a desempeñar un papel reaccionario. Los principios, o coordenadas, por los que transcurre la construcción del socialismo en la URSS durante el período de Stalin, incluido el “cálculo económico”, más allá del nombre, poco o nada tienen en común con la etapa de restauración del capitalismo que se abre después de la muerte de Stalin. Claro que, para llegar a esta conclusión, hay que leer a Stalin y a la gente que analiza su obra de forma honesta, en lugar de leer lo que el revisionismo dice de Stalin. Como decía al principio de esta parrafada, el mayor mérito que se le puede reconocer al Che, en este terreno y a tenor de lo leído, es retomar –obviando la supuesta confusión sobre la ley del valor- aquellos principios que defendían los comunistas soviéticos y que los revisionistas intentaron borrar de la faz de la tierra. Porque esos tres requisitos que Javier dice que debe cumplir una política económica consecuentemente socialista y revolucionaria, la postura del Che sobre el proceso de tecnificación del aparato productivo, entender las empresas estatales y sus relaciones, como un todo de propiedad socialista, o entender la rentabilidad desde el punto de vista del conjunto de la actividad económica y en períodos de tiempo relativamente largos, son calcados a los que regían el pensamiento económico de Stalin. Vamos, que Javier olvida decir que la fuente de conocimiento de la que bebe el Che probablemente sean las obras del bigotes. Para cerrar capítulo del “cálculo económico”. No es del todo acertado afirmar que ése fuese el sistema que utilizó la URSS, al menos durante la “etapa de Stalin”. La economía soviética se basaba en una producción planificada que se realizaba teniendo en cuenta diversos factores, como la ley de la armonía obligatoria entre las relaciones de producción y el carácter de las fuerzas productivas o la ley del desarrollo armónico, proporcional, del conjunto de la economía. Y entre esos factores se encontraba el cálculo económico, entendido como principio aplicado a la dirección de empresas socialistas, que, ya señalamos, formaban parte de un todo. Basándose en el estudio de los efectos de la ley del valor bajo las condiciones de producción socialista servía para dirigir de un modo racional la producción, «a calcular las magnitudes de la producción, a calcular exactamente y a tener en cuenta con la misma exactitud las cosas reales de la producción, en vez de hablar y hablar de ‘datos aproximados’ (…), a buscar, encontrar y aprovechar las reservas ocultas en las entrañas de la producción y a no pasar por encima de ellas sin advertirlas», decía Stalin. ¿Cómo, si no es teniendo en cuenta todos y cada uno de los factores que intervienen en el proceso de producción, podría realizarse la rigurosa planificación que requiere la economía socialista? En definitiva, aunque se quisiese enmendar esa concepción del cálculo económico en la URSS pre-1953, no podría hablarse de proyecto de construcción de la economía socialista porque, como ya señalamos, ese concepto engloba muchos otros factores. Por último nos resta hablar de esos “lugares comunes de la propaganda enfocada a socavar el prestigio del bigotes”. Refutas que eso sea así basándote en el siguiente párrafo: «pero ya Stalin en sus últimos años de vida (finales de los cuarenta y principios de los cincuenta) empezó a percibir que tenía que introduciré cambios en la construcción económica, que no todo era desarrollo de las fuerzas productivas (…)». Pues precisamente esto es lo que yo denomino como ciertos prejuicios anti-estalinistas. Si decimos que en “sus últimos años de vida” entendió la necesidad de corregir determinadas cuestiones, quiere decir que hasta entonces no lo entendía, o sea, estaba equivocado. Inevitablemente, esto evoca la coletilla de “los errores de Stalin”, que como es sabido no deja de ser la versión edulcorada de los famosos “crímenes de Stalin”. Resulta sintomático que varios camaradas hiciésemos la misma lectura cuando le echamos el ojo al artículo. Pero, además, lo que plantea Javier es falso. Obviamente el pensamiento de Stalin –como el de cualquier persona- estaba en movimiento y, por lo tanto, la interpretación que pudiese hacer sobre diferentes aspectos de la vida política, social o económica eran susceptibles de evolucionar; incluso hasta considerar como acertado algo que anteriormente apreciaba erróneo, y viceversa. Pero en las cuestiones fundamentales de la lucha revolucionaria por la construcción del socialismo, lo que nosotros llamados principios del marxismo-leninismo, siempre mantuvo la misma postura, que difiere bastante de la que dibuja Javier. En 1934 –desconozco si con anterioridad se había manifestado en este sentido-, durante el XVII Congreso del PCUS, Stalin plantea la necesidad de efectuar la transición de las granjas colectivas basadas en la propiedad de grupo, a comunas basadas en la propiedad social y en la técnica más desarrollada que sentara las bases para la producción en abundancia de productos en la sociedad. Esto tiene un doble sentido: lograr progresivamente la extensión de las relaciones mercantiles, pasando al intercambio de productos, y llegar a alcanzar una distribución de productos basada en la necesidad. El XVIII Congreso, de 1939, creó una comisión, entre cuyos miembros estaban Stalin y Molotov, encargada de elaborar un nuevo programa del Partido que, entre otras cosas, debía hacer frente resueltamente a la cuestión de la reconversión de los koljoses en propiedad pública socialista. El GOSPLAM elaboró un plan económico general para un plazo de 15 años que fue aprobado por el CC del PCUS el 7 de febrero de 1941. Todos esos proyectos fueron interrumpidos por la invasión nazi. En 1947 volvió a retomarse la elaboración de un nuevo programa y de un plan general para 20 años (1951-1970). Dicha planificación no pudo finalizarse por el papel desempeñado por el presidente del GOSPALM –Voznesensky- que toma medidas para reforzar la extensión de la esfera de actividad de las relaciones mercantiles y también de la ley del valor. Realiza un alza de precios de mercancías producidas por la industria pesada y propone que cada empresa tenga su propio criterio de planificación. Por ello es destituido de puestos de responsabilidad. En el contexto de la lucha por erradicar las concepciones de Voznesensky y la confusión que generaron, Stalin escribe en 1951 “Los problemas económicos del socialismo en la URSS”, documento que circuló entre nosotros en las cárceles hace algunos años. Todos esos planes fueron demolidos tras la muerte de Stalin. Jruschev “rehabilitó” a Voznesensky y sus postulados, acabando con la perspectiva de reemplazar la circulación de mercancías por el intercambio de productos. Llamó explícitamente al extremo desarrollo de las relaciones dinero-mercancías. Se preservó la propiedad de grupo de los koljoses y se reforzó vendiéndoles la “Estación de Máquinas y Tractores” (SMT), medida a la que Stalin se opuso explícitamente en vida. Las ganancias pasaron a regular la producción; concedieron una mayor autonomía a las fábricas junto con un continuo debilitamiento de la planificación central, viendo el GOSPLAM disminuidas sus competencias progresivamente… En fin, como se ve, no “insistieron en el economicismo que contenía el cálculo económico, fomentando sus aspectos más negativos” sino que realizaron una enmienda a la totalidad de la economía socialista tal y como se conocía hasta entonces. Largo y tendido se podría hablar de si Stalin antes de esos “últimos años de su vida” entendía “que no todo era desarrollo de las fuerzas productivas, sino que la labor ideológica –el trabajo de transformación de la conciencia- debía ser potenciado”. Pero hoy nos lo vamos a ahorrar porque la carta ya es de por sí lo suficientemente extensa. Artículos como “Stalin y la reforma democrática” de Grover Furr dan una idea de hasta qué punto eso es falso. Sólo apuntar que cuando Stalin insistía en la necesidad de desarrollar las fuerzas productivas, no lo hacía como un fin en sí mismo, sino como medio para lograr la base material para el desarrollo físico y mental de los trabajadores, reduciendo el tiempo de trabajo –Stalin habla de una jornada laboral de 5 horas- posibilitando la formación continua, no sólo en términos de conocimientos técnicos que los equiparen al personal encargado de las labores de dirección de las empresas, introduciendo la posibilidad de libre elección del tipo de trabajo, sino también a nivel cultural, político e ideológico. La conclusión de todo esto es la misma que te adelantaba en la anterior: es evidente que, entre nosotros, a nivel Movimiento Comunista Internacional, existe cierto nivel de incomprensión de lo que realmente fue el proceso de construcción del socialismo en la URSS, en general, y de la figura de Stalin, como “metáfora” del mismo, en particular. Un abrazo