El derecho de autodeterminación de Cataluña
A medida que se afianza el proceso de lucha del pueblo catalán por conseguir su derecho a la autodeternminación, Mariano Rajoy y todas las fuerzas del Estado vienen poniendo en marcha una agresiva ofensiva para negarle esa justa aspiración, escudándose en la trinchera de la «indisoluble unidad de España», y tratando de amedrentarle con todo tipo de amenazas e incertidumbres; como la derogación de la Generalitat y el Estatut, la intervención militar, la salida de Cataluña de la Unión Europea, el catastrofismo económico, etc. Pero ese comportamiento pone en evidencia una vez más el verdadero carácter fascista de este Estado, alentando al pueblo catalán a seguir adelante con firmeza.
A esta situación se ha llegado tras el desengaño y el cuestionamiento que ha expresado ese pueblo catalán por el Estatut, lo que también supone su rechazo a la «Reforma Política» del régimen y su «Transición». El llamado «café para todos» en que se basó la configuración autonómica fue en realidad una clara maniobra para negar el hecho diferencial de Cataluña, Galicia y Euskal Herria, y cerrar el paso al reconocimiento de los derechos democráticos de esas naciones oprimidas por el Estado español. No se puede negar que las autonomías trajeron un alivio a la opresión de sus idiomas (prohibidos en la etapa de Franco), de su cultura, etc. No obstante, a partir de la presidencia de Aznar y su maniobra de
regreso a los orígenes del fascismo, se volverá a agudizar la tendencia al centralismo y la presión del idioma y la cultura estatal sobre el resto, lo que ha continuado hasta nuestros días. Finalmente llegará la reciente Ley Wert y las declaraciones de este ministro de educación remarcando su intención de «españolizar a los niños catalanes». Mas, por otra parte, también hay que subrayar que, de forma paralela, el desarrollo de la crisis económica del sistema capitalista y su profunda repercusión en el estado español han contribuido en gran medida a exacerbar las contradicciones y el enfrentamiento entre Cataluña y el Estado.
En términos concretos, como se recordará, en el año 2006 el gobierno tripartito de Cataluña aprobó un nuevo Estatut. Las reservas presentadas por el PP al tribunal Constitucional y los recortes producidos durante el trámite parlamentario lo vaciaron de contenido, provocando en Cataluña un sentimiento de humillación. La reacción de su pueblo no se hizo esperar y, desde el año 2009 al 2011, se desarrollaron las consultas por la independencia en todo el territorio, con una elevada participación y un resultado mayoritario del sí. En esa misma dirección, en la Diada del 2012 salen en manifestación dos millones de personas bajo el lema «Somos una nación. Nosotros decidimos». Y un año después se realizará la gran cadena humana que enlazó la frontera francesa con Valencia. El colofón a todo ello vendrá con la convocatoria desde el Parlamento Catalán de un referéndum de autodeterminación para el próximo 9 de noviembre.
Como bien se puede apreciar, ha sido la burguesía catalana quien ha venido gestionando y dirigiendo los pasos del programa de esa confrontación con el Estado. Pero lo ha hecho porque la lucha del pueblo catalán les ha empujado a ello de forma inexorable. Sin el transcendental papel jugado por la clase obrera y popular, configurándose en el último periodo como el verdadero motor de la lucha, no cabe dada de que parte de la burguesía hace tiempo que hubiera abandonado el proceso por la autodeterminación. Los verdaderos protagonistas de ese proceso son, por lo tanto, los trabajadores catalanes.
Sobran motivos para desconfiar de esa burguesía. No obstante, nuestra posición como comunistas no puede ser otra que la de apoyar en todo momento la lucha que lleve a cabo la burguesía de las naciones oprimidas contra la nación dominante y la opresión nacional. Claro que ese apoyo debe conllevar una crítica permanente a sus vacilaciones y a su nacionalismo burgués; ese que sólo busca ampliar sus privilegios de clase, empezando por el ensanchamiento de los mercados.
Nosotros somos internacionalistas, estamos contra todo tipo de nacionalismo y propugnamos la unidad de la clase obrera y los trabajadores de las naciones oprimidas por el Estado español, y de todo el mundo, frente a las respectivas burguesías, para acabar asimismo con la opresión y la explotación de clase. En ese sentido Lenin en su escrito Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación remarcaba: «Los intereses de la clase obrera y su lucha contra el capitalismo exigen una completa solidaridad y la más estrecha unión de los obreros de todas las naciones, exigen que se rechace la política nacionalista de la burguesía de cualquier nacionalidad. Por ello, sería apartarse de las tareas de la política proletaria y someter a los obreros a la política de la burguesía, tanto si los comunistas se pusieran a negar el derecho a la autodeterminación, es decir, el derecho de las naciones oprimidas a separarse, como si los comunistas se pusieran a apoyar todas las reivindicaciones nacionales de la burguesía de las naciones oprimidas».
Los propios trabajadores de la nación dominante tenemos que ser conscientes de que nunca podremos ser libres en un Estado que oprime a otras naciones. Esa opresión supone en realidad un obstáculo para nuestra propia libertad, una cobertura o palanca para que el Estado pueda seguir negándonos otros derechos democráticos elementales, como el de expresión, manifestación, asociación, etc., y dar continuidad al régimen fascista. Así mismo es preciso reconocer que, en estos momentos, la lucha del pueblo catalán por su derecho a la autodeterminación viene agravando la crisis política del Estado y contribuyendo de forma considerable y progresiva a la lucha general por conquistar un verdadero marco democrático en el conjunto del territorio estatal.
Por otra parte, y ante la posibilidad de poder celebrar en Cataluña, o cualquier otra nacionalidad, un referéndum de autodeterminación, los comunistas deben llamar al voto por la independencia y la formación de un estado propio. Ni que decir tiene que nuestra posición sería totalmente diferente si en la actualidad la clase obrera y popular del conjunto del Estado estuviese en condiciones de tomar el poder político para instaurar una República Popular de naciones libremente asociadas, que nos abocase al socialismo. En este caso llamaríamos a votar por la unidad. Pero como aún estamos lejos de una situación así, la separación de alguna nacionalidad y el consecuente debilitamiento del Estado español es, sin duda, lo que más favorece la lucha de la clase obrera y popular de este Estado por conseguir sus intereses inmediatos y sus objetivos estratégicos revolucionarios. Y ello también favorecería la lucha por los intereses de los trabajadores en la nación independizada, al tener enfrente a un Estado nuevo y más pequeño. Cabe recordar que por consideraciones similares el propio Marx ya exigía en 1869 la separación de Irlanda de Inglaterra.
En lo que respecta a la llamada «tercera vía federalista» que vienen proponiendo los pesoístas y sus acólitos de la izquierda reformista, la realidad es que supone una verdadera estafa con el objetivo de seguir sosteniendo el actual Estado unitario. ¿Cómo se puede hablar de federalismo negando el derecho a la autodeterminación, a la libre elección de las naciones oprimidas? Es el ejercicio de ese derecho, sin presiones ni coacciones, lo único que puede dar una solución plenamente democrática a las tres naciones oprimidas por el Estado.
El federalismo jugó un papel progresista y democrático en la ya superada etapa de la libre competencia, en el marco de una democracia burguesa que ofrecía algunos resquicios de libertad para poder defender los intereses del proletariado y las masas populares. Pero ese federalismo fue perdiendo todo su carácter progresista y democrático en el momento en que el capitalismo entró en su fase monopolista e imperialista; cuando la oligarquía financiera (la unión del capital bancario e industrial) se hizo con las riendas del poder económico y político, imponiendo la fascistización de los estados capitalistas. Y es preciso remarcar que lo mismo que desde el fascismo ya no puede haber marcha atrás a la democracia burguesa, tampoco es posible un retorno al federalismo democrático y progresista.
En el actual contexto histórico (última etapa del capitalismo) sólo sobre la base de la destrucción de este sistema y la implantación de una sociedad socialista se puede dar ya un verdadero y democrático federalismo. Apoyemos el derecho a la autodeterminación de Cataluña.
Editado por El Otro País, nº 69, mayo 2014.