He estado siguiendo muy atentamente la formación del gobierno en Catalunya y el papel jugado por la CUP en ella. Nos encontramos con un partido o grupo político pequeño y minoritario en las instituciones -en este caso, el Parlament catalán- que, por una confluencia de contradicciones y crisis a varios niveles y, claro, teniendo detrás un fuerte empuje popular hacia la independencia y contra la política económica de recortes, estaba en disposición de influir decisivamente tanto en la política catalana como en la estatal. ¿De qué forma? En primer lugar, y me parece lo principal desde el punto de vista del proletariado revolucionario en España (e incluyo aquí el catalán), acentuando la crisis política en que está metido el Estado español y sus instituciones, en unos momentos en que Madrid estaba con un gobierno en funciones y con escasas perspectivas de llegar a un acuerdo para formar otro a corto plazo; para conseguir acentuar la crisis, interesaba llevar hasta las últimas consecuencias y sin dilaciones los planteamientos unilaterales de independencia aprobados por el Parlament. Insisto en que esto me parece lo principal: meter presión, desde Catalunya, a la olla podrida -sin comillas- en que se ha convertido la política estatal y, así, revelar cuanto antes y claramente los límites infranqueables que los fascistas se dieron en la Constitución de 1978: ni rojos, ni separatistas caben en ella; de esta forma, no tendrían más remedio que echar mano de su recurso “natural”: la represión, con la que, por cierto, no dejan de amenazar desde Madrid. Este nuevo escenario abriría las perspectivas para otra clase de lucha organizada, tanto en Catalunya como en el resto de España, dejando de lado o como muy secundario la lucha institucional y retomando las movilizaciones de masas que quedaron frustradas por las ilusiones sembradas por los PODEMOS, SORTU, etc.
En segundo lugar, y ya en el ámbito puramente catalán, una rápida conformación del Gobern de la Generalitat, tal como lo tenía previsto el tándem Convergencia/Esquerra (Junts pel sí) pondría en marcha el calendario con las medidas políticas y sociales pactadas con la CUP… ¡y que la burguesía catalana, sobre todo sus niveles más “altos”, no están en disposición ni quieren cumplir! No olvidemos la historia de traiciones de esta burguesía; ¿cuántas veces se ha subido al carro del nacionalismo para, al primer tiro, salir corriendo al regazo de la oligarquía española y que otros pusieran los muertos? Ahí están la Semana Trágica de 1909, la Dictadura de Primo de Rivera en los años 20, el Bienio Negro durante la II República, el golpe fascista del 18 de Julio de 1936 y la propia guerra como lecciones que no se deben olvidar. Ahora, nada hace pensar que la burguesía catalana haya cambiado su esencia antiobrera y vendepatria por lo que la rápida formación del Gobern no haría más que evidenciar en muy corto plazo este papel traicionero de la burguesía catalana y el carácter vacilante de Esquerra, propiciando la división y el debilitamiento de la burguesía catalana en su conjunto, lo cual solo puede propiciar que el proletariado coja en sus manos todas las reivindicaciones democrático-populares, incluida la nacional.
En este contexto de lucha de clases más o menos soterrada, la figura de Mas, como representante de la “alta” burguesía catalana, resulta muy secundario. Sin embargo, la CUP, a la hora de negociar la formación del Gobern, la convierte en una cuestión de principio, negándose a facilitar dicha formación si Mas no se va.
Aparentemente, los sectores de la CUP que defendían “por principio” la marcha de Mas parecían muy de “izquierdas”; pero, ¿realmente era así o solo era una pose? Los acontecimientos posteriores han venido a demostrar lo segundo.
No olvidemos que la última vez que la CUP se “plantó” Convergencia se había visto obligada a firmar una larga lista de concesiones de tipo político, económico y social y que, incluso, la figura de Mas quedaba bastante, sino diluida, sí controlada; por lo demás, la CUP mantenía intacta su independencia política y abiertas todas sus opciones para seguir determinando la marcha futura del Gobern dentro y fuera del Parlament.
Sin embargo, en pocos días todo se da la vuelta. Es verdad que se quita a Mas de la Presidencia pero, a cambio, se entrega la dirección de la política catalana y del “proces” a la burguesía vendepatrias, colocando al frente a un alter ego del propio Mas el cual, además, queda con las manos libres para volver cuando lo estime conveniente y, lo que es peor, para desde “la sombra” e incontroladamente hacer cuantos chanchullos y pasteleos vea conveniente con sus hermanos de clase del resto de España. Por el contrario, la CUP se desarma parlamentariamente, queda dividida, crea confusión entre su electorado y de los compromisos sociales firmados anteriormente no se ha vuelto a hablar. Naturalmente las primeras actuaciones del nuevo Gobern van en la dirección de dar largas al “proces”, rehuyendo el enfrentamiento directo con Madrid.
¿Cómo se ha podido llegar a este verdadero harakiri político entreguista y cuasi liquidacionista por parte de la CUP? Hay una frase clásica del comunismo que viene al pelo: «la línea política lo decide todo». Y en la CUP han pesado más su heterogeneidad social, su diferente composición política, su falta de claridad y unidad alrededor de un programa de mínimos que abarque y asuma la contradicción objetiva que se da entre lo nacional y lo social, lo nacionalista burgués y lo internacionalista proletario.
Merece la pena detenerme en el aspecto relativo a los componentes de la CUP ya que esto, en mi opinión, ha resultado decisivo en esta victoria pírrica que vengo analizando. Me refiero a la presencia notoria de los trotskistas en su seno, al lado de anarquistas, nacionalistas de izquierda, independentistas y, supongo, verdaderos comunistas. Antes, al referirme al empecinamiento de la CUP por defenestrar a Mas, usé la palabra “izquierdismo”; un izquierdismo que, al final y en la práctica, desemboca en entregarse en manos de la burguesía. Pues bien, según la definición de Lenin y otros comunistas «la palabrería izquierdista y los actos derechistas» constituyen en esencia el trotskismo.
No es nueva la labor de zapa, entreguista y liquidadora del trotskismo en España. Y no hace falta remontarse a los tiempos del propio Trotski o de sus seguidores durante la Guerra Civil del 36; de hecho muchos de los que hoy se tienen o actúan como trotskistas ni habrán leído a quien les presta su nombre. De lo que se trata es de determinar y calificar una actuación política muy determinada que se esconde bajo las más variadas denominaciones: antiestalinistas, “verdaderos” comunistas, “bolcheviques”, pensadores marxistas, cuarto-internacionalistas, y, últimamente, “anticapitalistas”. Todos tienen en común subirse al carro de cuantas movilizaciones se producen, en especial en medios estudiantiles y universitarios (el llamando “sindicato de estudiantes” es uno de sus viveros), así como “entrar” en determinados partidos o grupos políticos y, por medio de su “palabrería” izquierdista y proyecto, a cual más descabellado, presentados como muy “revolucionarios”, crear falsas ilusiones entre la gente para, una vez fracasados, pasar a predicar el “posibilismo”, lo “razonable” y acabar chapoteando en el pantano de la legalidad fascista.
Ejemplos de esta forma de actuar no faltan en la historia reciente. Durante la Transición, cobijándose bajo una sopa de siglas de lo más variopinta (LCR, MC, ORT, PCE(i)…),algunas incluso presentándose como “maoístas”, contribuyeron grandemente a liquidar el “movimiento de izquierdas” que se formó tras la destrucción del PCE por los carrillistas. Solo sobrevivió y se mantuvo el PCE(r) que, por cierto, en el año 2000 también vivió un intento de estos “trotskistas y saboteadores” disfrazados de “maoístas” para llevarlo a la conciliación con la legalidad fascista, intento que fue rápidamente detectado y eliminado de sus filas.
También el trotskismo ha tenido mucho que ver en la actual claudicación y entreguismo de ETA y el resto de las organizaciones de la Izquierda Abertzale. Durante décadas, los restos del naufragio de aquella “corriente de izquierdas” se instalaron en Euskal Herria dedicándose a socavar ideológicamente al MLNV presentándose como adalides de la “lucha nacional y social”, de la independencia como vía al comunismo y del “marco vasco de relaciones laborales”, la no necesidad de Partido Comunista y otras lindezas que, en la práctica, suponía escindir a proletariado vasco del resto del proletariado y ponerlo tras la burguesía nacionalista. Hoy, bajo la denominación de “Anticapitalistas”, siguen actuando en el seno de PODEMOS y, como hemos visto, de la CUP.
Como podemos comprobar por lo expuesto, el “oportunismo de izquierdas”, que es la esencia del trotskismo, no es menos peligroso para el movimiento comunista que el oportunismo de derechas, el revisionismo; uno y otro se dan la mano y van a parar al mismo sitio: a la liquidación de cualquier movimiento de tipo revolucionario y a su integración en el sistema capitalista, al pantano del reformismo. Ambos oportunismos están muy vivos y ambos hay que denunciarlos y echarlos de las filas del movimiento obrero revolucionario apenas asomen la patita.
¡Cómo me he enrollado esta vez! Y es que una parrafada de estas de vez en cuando te deja el cuerpo a gusto, ¿no? Eso sí, he procurado que la letra se entienda y no necesites de traductores… ¿lo he hecho bien o sigo esmerándome más?
Reparte abrazos.