Cartas desde prisión
Victoria Gómez Méndez
Cáceres II
Querida E:
He recibido y leído con enorme satisfacción tu carta. Empiezo por decirte que ha sido todo un placer conocerte y leerte… y me ha dejado (gratamente) asombrada el saber que con 13 años empezases a tomar conciencia de las injusticias que te rodeaban. Aunque también es verdad que tu “curriculum” -hija de padres obreros y con pocas oportunidades laborales-, con el añadido de 7 hijos que alimentar, la injusticia tuvo que llamar a tu puerta desde bien pequeñita […]
Ya entrando en materia de tu carta: No le des tanta importancia -“no te comas el tarro”- al hecho de no haberme escrito hasta la fecha. Aunque, evidentemente, a nadie le amarga el dulce de recibir y percibir la solidaridad exterior –a los únicos que les amarga es a quienes no leen y cotillean- lo importante, lo que es realmente importante es lo que se hace fuera. Así que lo dicho, ni perdón ni nada por el estilo.
Pues sí, mi retoño nació en Plasencia, pero por “casualidades” de esta vida nuestra. “Casualmente” me detuvieron en Gijón embarazada de 4 meses, salí con 6 meses de embarazo y, ya que mis padres vivían en Plasencia (mi padre es extremeño), me quedé con ellos hasta que di a luz y el “churumbel” tenía ya 5 meses.
En cuanto a tu interés “por lo que supone tener un hijo estando en la brecha”, como tu dices, el tema sería largo de desmenuzar ya que en el influyeron, en mi caso, variados factores. Como por ejemplo el que yo militase en el PCE(r). Las compañeras de los GRAPO que entonces fueron madres tenían que dejar a sus retoños con sus familias a los pocos meses de dar a luz. La “época” también es otro factor a tener en cuenta. Lo digo porque, a partir de la década de los 80, maternidad y clandestinidad se volvieron incompatibles, incluso si desarrollabas tareas partidistas. De hecho, las nuevas generaciones “femeninas” de militantes han tenido que renunciar, conscientemente, a ser madres (me refiero a las clandestinas). Para resumir, digamos que mis estancias en la cárcel durante la primera infancia de mi hijo fueron cortas. Luego estuve 5 años trabajando en la legalidad… lo que me permitió “criarlo” hasta los 9 años. En cuanto a que se criase “concienciado”, ahí te equivocas. No se puede concienciar a un niño… y el que lo intente se llevará un chasco… de consecuencias imprevisibles y posiblemente nefastas, para la criatura. Otra cosa es que las “condiciones objetivas” en las que vivió propiciaran que, cuando uno ya piensa por sí mismo -deje de ser un niño y pasa a ser joven- y como él me relataba cuando me fue a visitar a la cárcel en Fresnes, se interesase por lo que había oído y vivido de pequeño, quisiese indagar y conocer… Eso sí, lo que nunca hice fue mantenerlo en una burbuja de cristal, aislado del mundo que lo rodeaba. Convivió con él y fue su propia elección el dar el paso siguiente… lo que a mí me puso un nudo de emoción en la garganta cuando me enteré. La infancia de nuestros hijos no ha sido fácil y francamente mi mayor preocupación cuando se iba haciendo joven era que buscase “evadirse” en el mundo artificial y sin retorno de las drogas.
De todas formas, E. y aunque te preguntes qué harías si tuvieses un hijo “estando en la brecha”, lo cierto es que en la actualidad, y como me decía una joven compañera hace algunos años, “a las jóvenes se nos niega el derecho de ser madres: ser joven, mujer y en paro, te hace candidata a no poder tener un hijo”. En fin, si quieres plantearme alguna cuestión al respecto de todo lo escrito, “ya sabes mi paradero”, que decía una canción en la época de guerra.
Te voy a ir dejando ya, haber si me da tiempo a ponerle unas letrillas a A. Si no lo consigo, dile que en la próxima lo haré ¿vale? En cuanto a “pedirte cualquier cosa”, ya hablaremos cuando vengas mejor ¿vale? Lo dicho, ha sido un placer leerte.
Un besazo enorme.