TORTURAS POLICIALES CON DROGAS
Fui detenida en Vitoria el 18 de julio de 2002. En plena calle varios individuos se abalanzaron sobre mí, me tiraron al suelo, me pisotearon y me esposaron por detrás mientras que con una pistola apuntaban a mi cabeza. Sólo me dio tiempo a gritar «¡soy militante de los GRAPO!». Rápidamente me encapucharon, me introdujeron en un coche y con violencia me obligaban a meterme la cabeza entre las piernas.
Me condujeron a un calabozo, supongo que en el cuartel de Sansomendi de la Guardia Civil de Vitoria. Allí me mantuvieron cara a la pared sin quitarme la capucha, y una voz masculina me avisó de que iba a cachearme, comenzando un minucioso manoseo de todo mi cuerpo. Seguidamente fui cacheada por otro individuo, aunque éste se limitó en examinarme las clavículas, las caderas, las parte baja de la columna y los codos, mientras me hacían preguntas sobre mi número de pie, mi altura, peso, etc… Poco después me dieron agua, que bebí con ansiedad pues tenía la boca y la garganta totalmente secas. En seguida empecé a notar síntomas de haber sido drogada. Me asusté al pensar en el tipo de sustancia que me habían dado y en sus efectos. No tardé en experimentarlos, pues empecé a sentir un terror irracional, vértigos, nauseas y unos incontrolables temblores por todo el cuerpo. Sentía caer en el vacío desde una gran altura y cuando creía estar a punto de chocar contra el suelo era como si despertase para en seguida volver a tener nuevos vértigos.
No sé cuento tiempo pasó hasta que me sacaron del calabozo, diciéndome que íbamos «a dar una vuelta». Mientras me llevaban en el coche por mi mente pasaron todo tipo de ideas sobre lo que irían a hacerme ¿llevarme al monte para torturarme y hacerme desaparecer? ¿y si me enterraban viva?. Cuando me bajaron del coche supe que estaban registrando la habitación del hotel donde me alojaba. Sin embargo no lograba apartar de mi mente las amenazas del monte, la tortura y la muerte, y mis temblores no cesaban. Ignoro cuánto duró aquello ni cómo me llevaron de vuelta al calabozo, pues a los síntomas anteriores se añadió la perdida de memoria y de la noción del tiempo.
Durante los días que me tuvieron detenida nunca fui consciente de si era de día o de noche, si habían pasado dos días o sólo minutos, sé que me sacaron del calabozo y me metieron en un furgón, luego supe que camino a Madrid. El viaje se me hizo eterno, los efectos de la droga se intensificaron y acabé tirada en el suelo del furgón. Pararon, me bajaron y me sentaron en un escalón, intentando reanimarme con agua. Como me habían quitado la capucha me forzaban a mantener la cabeza agachada y sólo veía pies a mi alrededor; oía sus comentarios: uno quería llamar a una ambulancia, otro que sólo faltaban 10 km… Lo siguiente que recuerdo es que me sacaron del furgón y que alguien me conducía encapuchada tirando de mis manos esposadas. Metió sus dedos en mis ojos y me forzaban a ir doblada hasta que me introdujeron en el calabozo.
Una de las peores angustias era sentirme indefensa, al no ver nada ni poder utilizar las manos para protegerme. Ni siquiera podía valerme del resto de los sentidos pues los tenía anulados por los efectos de la droga que me dieron. Los temblores tampoco cesaban. En ese estado me conducían por pasillos, me hacían subir y bajar escaleras, sin saber nunca qué había al final del trayecto.
Siempre que estaba en el calabozo aporreaban las puertas y se divertían gritando cosas como: «Esto es un atraco», «manos arriba», «si te mueves te disparo»… Les oía cantar el «Cara al sol» cuya melodía sonaba también en un teléfono móvil, daban Vivas a España, la Guardia Civil, etc…
No me permitieron sentarme en el camastro, menos aún acostarme y me obligaban a hacer gimnasia constantemente; brazos en cruz, flexiones… hasta que acababa tirada en el suelo.
No sé si fue el segundo día de estar en Madrid cuando me llevaron a declarar ante un abogado de oficio. Mi estado era tan lamentable que babeaba y era incapaz de limpiarme. El abogado debió de asustarse pues se negó a que declarase en ese estado y pidió que me llevasen al hospital, acompañándonos él también. Me hicieron un electrocardiograma y me extrajeron sangre, pero nada me dijeron de los resultados. En el hospital oí que eran las 4 de la madrugada y ya me dormía de pie, pese a que las nauseas parecían que iban a partirme el estómago.
Durante los primeros días sólo me daban leche, aunque muchas veces al día, supongo que para desintoxicarme de la droga, para estar más presentable cuando me viera el juez.
La última noche de la detención me sentaron en una silla de interrogatorios, me levantaron la capucha y me enseñaron fotos de otros detenidos. Al 5º día de nuevo encapuchada y esposada me metieron en un furgón y luego subieron a otras dos personas que iban en las mismas condiciones. Nos prohibieron hablar, pero aunque no estábamos seguros de estar solos comenzamos a preguntarnos quiénes éramos, hasta que nos bajaron en la Audiencia Nacional.
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