Memoria histórica necesaria
Valdenoceda, prisión del horror, cementerio y homenajes.
Valdenoceda es un pequeño pueblo burgalés a orillas del río Ebro, perteneciente a las Merindades y dentro del partido judicial de Villarcayo.
Se encuentra en la carretera general que de Villarcayo va a Burgos por el Puerto de la Mazorra. Por tal razón, casi con seguridad, a principios del siglo XX se levantó allí una fábrica de seda, donde los productos y mercancías transitaban con mayor rapidez entre Burgos y Bilbao.
Pero la historia negra de Valdenoceda y de la propia fábrica de seda comienza con el inicio de la guerra civil, cuando por necesidades técnicas y de espacio se habilitó como prisión dependiente de la Prisión Provincial de Burgos. Miles de presos republicanos pasaron por ese penal infecto, fábrica de horror del franquismo y lugar de represión.
Nuestro abuelo Paulino Lafuente Riancho estuvo preso en ese lugar, al igual que otros miembros de nuestra “revolucionaria” familia, entre ellos su futuro suegro Francisco Rojo González y Sergio Rojo, tio y sobrino respectivamente. Fueron unos de tantos, de los que a pesar de las calamidades que allí pasaron, lograron sobrevivir para contarlo.
Francisco Rojo, de Manzanedo, paso por allí y compartió penurias, frio y hambre con Paulino. Aún no eran parientes, su hija Ramona Rojo iba a verle y le llevaba ropa y comida cuando podía y los guardias la dejaban. Allí Francisco le pidió una manta más grande o una propia para el compañero Paulino..¡ tráeme una manta porque este vasco me la quita por la noche y me muero de frío!, le dijo a su hija.
Paulino media dos metros y durante la noche para taparse, destapaba a su compañero de “suelo” que era Francisco, apodado “El Zurdo”. Con ese ir y venir de Ramona al penal a llevar alimentos y ropa de abrigo a su padre, conoció a Paulino y se enamoraron.
No fue hasta después de un largo periplo de cárceles, batallones de trabajadores y “mili” obligatoria en el ejército enemigo, cuando años después se casaron.
En sus memorias, investigadas y narradas por nosotros en varias publicaciones, cuenta esa etapa de su vida en aquél horror de cárcel.
“Entré el 17 de enero de 1938 en calidad de detenido y entre los trabajos que le obligaron a hacer, el que más me impresionó y a todos los demás prisioneros, fue el de hacer el muro de cierre alrededor de la cárcel, encerrándonos de este modo a nosotros mismos.
La vida en esa infame prisión fue muy dura, asfixiante calor en verano y frío insoportable el resto de los meses, humedad por su cercanía al Ebro y hacinación. El hambre era tal que muchos soñábamos con pan en las largas noches. La suciedad, la falta de higiene, el hambre y los malos tratos eran el “pan” de cada día. Muchos sobrevivimos a aquel infierno y muchos se quedaron en el camino, enterrados en fosas individuales en la finca cercana al cementerio e iglesia de Valdenoceda. Nosotros los presos hacíamos las fosas y trasladábamos los muertos, esperando no ser los próximos inquilinos”.
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