Memoria Histórica imprescindible
Alberto Sánchez, el comandante cubano caído en España que inspiró a Neruda
Por Ronald Suárez Rivas
Al enterarse de su caída en Brunete, Pablo Neruda escribiría un emotivo poema en el que lo llama «héroe» y «preferido de mi alma», y afirma que «allí yace para siempre un hombre que entre todos destacó (…) como una flor de violentos pétalos abrasadores»
PINAR DEL RÍO.
–Sobre la entrada de cristales, en la fachada del número 27 de la calle José Martí, en la ciudad de Pinar del Río, se lee en letras negras: Centro para el desarrollo y estudio de la fotografía Alberto Sánchez Méndez.
Inaugurado hace poco más de un año, con el apoyo del Gobierno provincial, el sitio tiene el propósito de preservar la memoria de uno de los cubanos que más sobresalió en la Guerra Civil Española.
Así lo indican desde la entrada, junto a una fotografía suya, los versos que le dedicara a su muerte el poeta Pablo Neruda: «Este es Alberto Sánchez, cubano, taciturno, fornido y pequeño de estatura. Capitán de veinte años…».
«Desafortunadamente, la historia de este joven que cayó con grados de comandante, dirigiendo un contingente de miles de soldados, no es muy conocida en nuestro país», dice Esteban Díaz, director de la instalación.
De ahí la decisión de construir este centro, en lo que a principios del siglo pasado fueran los Estudios Sánchez de fotografía, pertenecientes al papá de Alberto y, al mismo tiempo, la casa familiar.
¿QUIÉN FUE ALBERTO SÁNCHEZ?
Nació en El Gabriel, entonces provincia de La Habana, el 26 de febrero de 1915, debido a que sus padres –que eran oriundos de Pinar del Río– se habían trasladado hasta allá por razones de trabajo.
Sin embargo, a los cinco años se mudaría con ellos de regreso a Vueltabajo.
Cuentan que era un muchacho sensible e inquieto. Con apenas 15 años, comenzó a identificarse con las ideas revolucionarias.
En agosto de 1931, formó parte del alzamiento fallido que promoviera el partido Unión Nacionalista contra la tiranía de Machado, en las montañas pinareñas.
Varias veces fue detenido por la policía, debido a sus vínculos con Antonio Guiteras, de quien llegaría a ser uno de los hombres más cercanos.
Integró la policía técnica durante el Gobierno de los Cien Días, creada para garantizar la seguridad frente a las intentonas golpistas que se sucedían una y otra vez, con el respaldo de Estados Unidos.
Con la caída del gobierno, tuvo que pasar a la clandestinidad.
En mayo de 1935, estaba junto a Guiteras y Carlos Aponte en El Morrillo, cuando ambos fueron asesinados mientras trataban de salir del país, para reorganizar la lucha desde el exterior.
María Elena Sánchez, su sobrina, explica que Alberto consiguió escapar con vida gracias a que un carbonero de la zona le prestó las ropas de uno de sus hijos, y les dijo a los soldados que el joven era empleado suyo.
Por fin consiguió salir de Cuba, pero se vio obligado a saltar de un país de Centroamérica a otro, para evadir la persecución que había iniciado contra él Fulgencio Batista.
De Jamaica pasa a Panamá, luego a El Salvador, después a México, donde momentáneamente cesa el peligro gracias a la protección del general Lázaro Cárdenas.
De manera clandestina vuelve a Cuba, y nuevamente tiene que marchar al exilio para salvar su vida.
Durante un breve periodo se establece en Estados Unidos, y de allí viaja a España, donde ingresó en la Asociación de Revolucionarios Antimperialistas Cubanos.
En tierras españolas, se vincula a las fuerzas progresistas y el 18 de julio de 1936, participa activamente en la toma del Cuartel de la Montaña.
Su valor y su capacidad para el combate durante la guerra civil que se libra en la nación ibérica, hacen que la prensa de la época lo trate como a un héroe. La mayoría de los documentos lo ubican como comandante, aunque algunos periódicos también se refieren a él como teniente coronel.
Su papel en las tropas antifascistas, sin embargo, fue mucho más relevante de lo que significaban ambos grados, según les contara él mismo a sus padres, en una carta que hoy se conserva en el Museo de Historia de Pinar del Río: «De nuevo estoy en las trincheras, pero ya mandando una Brigada, o sea, 3 000 hombres, con la categoría de General, aunque solamente soy Comandante, porque hay una orden de que los que no somos profesionales, no podemos pasar de ese grado todavía…».
Además de mostrarse como un excelente combatiente, envía artículos a los periódicos que se distribuyen en el frente. Pablo de la Torriente Brau contacta con él en varias ocasiones.
En España también encuentra el amor. La joven que lo cautiva, y con quien se casa en medio de la guerra, es la capitana de ametralladoras Encarnación Hernández Luna.
Tras combatir en Somosierra, Buitrago de Lozoya, Guadalajara, Alfambra, Ciempozuelos, Portalrubio, Quijorna y Pozoblanco, se le ordena marchar a Brunete, donde se libraría una batalla encarnizada, y es precisamente allí, al cabo de 18 días, que recibe heridas en el rostro y una mano durante un bombardeo.
A pesar de su estado, Alberto decide permanecer en el frente, hasta que a las cuatro de la tarde del día siguiente, otra bomba enemiga termina con su vida. Es el domingo 25 de julio y tiene apenas 22 años.
Al enterarse de su caída en Brunete, Pablo Neruda escribiría un emotivo poema en el que lo llama «héroe» y «preferido de mi alma», y afirma que «allí yace para siempre un hombre que entre todos destacó (…) como una flor de violentos pétalos abrasadores».
María Elena Sánchez, su sobrina, cuenta que al principio, la familia no quiso dar crédito a la noticia de la muerte de Alberto, difundida en la prensa. Solo se resignaron a creerlo, cuando Luna se los confirmó en sus cartas, y les aseguró que al término de la guerra viajaría a Cuba para traer sus pertenencias.
Durante varios meses, la joven mantiene la correspondencia con la familia. La última misiva les llegaría desde el hospital militar, varios meses después, donde les dice que estaba ingresada con tifus.
Al triunfo de la Revolución Cubana, María Elena recuerda que su papá viajó a varios países socialistas, con la intención de contactarla, pero no lo consiguió.
«La estuvo buscando por la Unión Soviética, Polonia, Bulgaria, la República Democrática Alemana y Yugoslavia, y cada vez que llegaba a un lugar, le decían que estaba en otro».
A pesar del tiempo transcurrido, asegura que la familia ha sabido mantener vivo el recuerdo del joven comandante.
«Desde que tengo uso de razón, en mi casa se ha hablado de él, y en la sala, siempre estaba su foto con Luna. Incluso, la mayoría de nuestros hijos y nietos llevan su nombre», dice con una voz que no disimula la tristeza, pero también con orgullo.
A fin de cuentas, en un mundo donde el fantasma del fascismo amenaza con resurgir, su ejemplo y su legado siguen vigentes, y también aquellos versos en los que Neruda nos alerta: «Cuba fuerte y fragante, recordad al que duerme en Brunete en España, duerme para que vosotros estéis despiertos, para que la tierra no duerma».
EL POEMA DE NERUDA*
Allí yace para siempre un hombre que entre todos destacó como una flor sangrienta, como una flor de violentos pétalos abrasadores. Este es Alberto Sánchez, cubano, taciturno, fornido y pequeño de estatura, capitán de veinte años. Teruel, Carabitas, Sur del Tajo, Guadalajara, vieron pasar su claro corazón silencioso. Herido en Brunete, desangrándose, corre otra vez al frente de su brigada. El humo y la sangre lo han cegado. Y allí cae, y allí su mujer la comandante Luna defiende al atardecer con su ametralladora el sitio donde reposa su amado, defiende el nombre y la sangre del héroe desaparecido.
Hoy, en este sitio, después de haberos llevado a través del mar y de la tierra, a través de hombres y noches solitarias, a través del tiempo, dejadme también con este preferido de mi alma, y vosotros todos, todos los de Cuba, los de su madre Cuba la libre y la valerosa, en esta tarde ardiente de flor y de azúcar, de petróleo y llama, en este nuevo día terrestre, desangrado en la rueda del martirio desangrándose toda la tierra, con la Libertad desangrándose, alabad otro héroe vuestro, héroe, Cuba, Cuba fuerte y fragante, recordad al que duerme en Brunete en España, duerme para que vosotros estéis despiertos, para que la tierra no duerma, y para que sobre sus laureles ultrajados en la tumba lejana un día se oiga el paso vuestro, vuestro canto, mi canto, nuestro canto, el único, el canto de la Libertad y de la Victoria, que cantaremos llorando un poco, sonriendo un poco junto a la tumba de nuestros vehementes hermanos.
*El poema fue publicado en un trabajo de Ángel Auguier, tras cubrir una charla de Pablo Neruda en la Academia Nacional de Artes y Letras de La Habana.