El Japón imperial fascista experimentó con cobayas humanas
La siniestra Unidad 731 y sus crímenes de guerra impunes y premiados
El Japón fascista estaba muy interesado en los programas de investigación en armas biológicas, y los inició en 1930.
Pero es a partir de 1935 cuando disparan la creación de numerosas unidades criminales, médicas, bioquímicas, de exterminio, de experimentación, pero todo ello con cobayas humanas.
Oficialmente conocido por el Ejército Imperial Japonés como el ‘Laboratorio de Investigación y Prevención Epidémica’ fue inicialmente instaurado y formado con la intención de contrarrestar la influencia político-ideológica de los enemigos y reforzar el sistema militarista a través de investigaciones científicas y médicas. El Escuadrón 731 fue un programa encubierto de investigación y desarrollo de armas biológicas del Ejército fascista japones, que llevó a cabo letales y horripilantes experimentos médicos sobre humanos desde 1935 a 1945, siendo responsables totalmente impunes a día de hoy de algunos de los más horribles crímenes de guerra cometidos en la historia de la humanidad.
El escuadrón fue camuflado como un módulo de purificación de agua situado en Pingfang, al noreste de la ciudad china de Harbin, en la Manchuria ocupada por Japón. El complejo, la Unidad 731, estaba formada por 150 edificios repartidos en 6 km². Los médicos, militares de alta graduación, científicos, sus ayudantes, trabajadores… llegaron a un número de 20.000 en dicho cuartel general.
Unas diez mil personas, tanto civiles como militares, antifascistas, antiimperialistas chinos, rusos, coreanos y mongoles fueron sobre todo el objeto de la experimentación humana y murieron en las pruebas. También algunos prisioneros de guerra estadounidenses y europeos murieron a manos de estos asesinos fascistas en dichos experimentos criminales. Además el uso de armas biológicas desarrolladas por el programa de armamento bioquímico del Escuadrón 731, ocasionó también decenas de miles de muertes en China -posiblemente unos 200.000-.
Congelaciones, apertura de cuerpos en vivo, quita de órganos, suma de otros, disecciones de miembros… en la totalidad de los casos sin anestesia “para poder comprobar sin elementos ajenos cómo se comportaban aquellos cuerpos”.
Contagios de sarna, carbunco, rabia. Suelta de ratas infectadas en pueblos de alrededor para comprobar el proceso de contagio. Y apunte de todo lo que de esos experimentos horrorosos se aprendía.
Gas, descargas eléctricas hasta la electrocución, visceración de úteros, senos… en adolescentes, en hermanas para ver las diferencias, y que luego empleaban como clase de ¡educación sexual! en sus tropas selectas.
Lo practicable, lo ponían en demostración con sus soldados heridos. Comprobaron por ejemplo el punto de congelación mortal en humanos haciéndolo con detenidos, la gran mayoría antifascistas y antiimperialistas. Luego aplicaron descongelaciones en sus soldados heridos, pues sabían el punto exacto de calor del agua para hacerlo “nunca a menos de 102 y nunca a más de a 122 grados centígrados”.
Por “la curiosidad en la investigación”, trepanaron miembros y los unían en otras partes del cuerpo; rajaban de arriba a abajo a detenidos anotando su grado de dolor hasta la muerte; lo realizaron con muchos niños y niñas también “seguro serían hijos de espías antijaponeses”, decía un exmiembro impune de aquella unidad asesina aún en 2014.
Pero la Unidad 731 fue sólo uno de los muchos destacamentos usados por las Fuerzas Armadas japonesas para la investigación y experimentación sobre agentes biológicos para la guerra en seres humanos. Otras unidades tácticas y administrativas fueron los Escuadrones 100 (Changchun), 200 (Manchuria), 516 (Qiqihar), 543 (Hailar), 773 (Songo), 1644 (Nankin), 1855 (Pekín), el Escuadrón 8604 en Cantón y el 9420 en Singapur.
Acabada la guerra, los atrapados por los soviéticos fueron juzgados y condenados en los juicios sobre crímenes de guerra de Jabárovsk.
Los que se entregaron a los yanquis, por el contrario, no solo no fueron juzgados, si no que la mayoría de ellos, sobre todo los más altos científicos y médicos implicados en el Escuadrón 731 continuaron con sus prominentes carreras en la medicina (Presidencia de la Asociación Médica de Japón), los negocios (fundación de la farmacéutica Green Cross), la educación (profesores, doctorados), el deporte (presidencia del Comité Olímpico de Japón) y la política (Gobernador de Tokio) tras recibir una amnistía e inmunidad a cambio de la información bioquímica, médica y de investigación que habían recopilado. Y que pasó a manos del ejército yanqui.
Varios informes apuntan en torno a 15.000 los miembros de la Unidad amnistiados y retribuidos con sueldo por el gobierno de EE.UU. En diciembre de 1946, no se les incluyó en el Juicio de Médicos en Núremberg, donde sí se juzgó a 31 médicos criminales de guerra alemanes nazis. En marzo de 1947, MacArthur escribió a Washinton para lograr los testimonios del jefe del escuadrón, el asesino de masas Comandante Shiro Ishii, a cambio de impunidad absoluta. Aunque el emperador japonés (y más con el tipo de relación en esa sociedad) sabía todo sobre la existencia de estas unidades y escuadrones -su propio hermano Takahito Mikasa escribió con agrado en un diario sus visitas a dicho cuartel general “he visionado películas de marchas de prisioneros chinos sobre llanuras de Manchuria para experimentar con gas venenoso”-, jamás fueron denunciados por tan crueles crímenes de lesa humanidad.
Solo en 2002 se celebró un proceso de 180 familiares de víctimas chinas contra el estado japonés. Solo lograron compensaciones, la impunidad política y humana ya estaba escrita más de 50 años antes.
Y el terrible resultado de los experimentos, en los archivos de datos del Gobierno de EE.UU., su ejército y sus servicios secretos.
Terrible.
Se habla de Hitler y de Mosulini pero no de estos japoneses asesinos imperiales que fueron mucho peor.
Gringolandia, la viva como siempre al final del cuento.