Artículos en prensa popular:
Es el capitalismo, compañera
Juan García Martín / Preso Político del PCE(r)
Artículo en El Otro País, n.º 87. Septiembre 2018.
¡Qué difícil resulta ser crítico con respecto a la estimulante y exitosa movilización feminista del pasado 8 de Marzo!
Transcurridos los meses aún tenemos presentes a los cientos de miles -millones en el mundo- de mujeres en la calle haciendo visible su doble opresión como mujeres y como trabajadoras; un subidón de su moral de luchadoras por la igualdad para esa mitad larga de la humanidad que viene siendo explotada, ninguneada, instrumentalizada, humillada, vapuleada y asesinada desde hace siglos. En estas condiciones, ¡cómo hablar de algo negativo en ese día sin que me llamen agua-fiestas cuando no algo peor!
Pues voy a hacerlo, yendo a contracorriente del triunfalismo imperante; al fin y al cabo, pienso que no hago más que sumarme al llamado ‘efecto del día después’, pasando a formar parte de la dura cotidianeidad a la que han vuelto la inmensa mayoría de esas mujeres que se movilizaron el 8-M. Para ello voy a referirme a dos cuestiones que eché de menos tanto en la previa como el mismo día de la movilización. Me refiero al propio encabezamiento de la convocatoria, es decir, a esa contumacia de voceros y políticos de hablar del “Día de la Mujer” sin más, quitando lo de “Trabajadora“. Y en correspondencia con la falta de este adjetivo, creo que esos días se habló muy poco del capitalismo que nos domina en beneficio de otras dominaciones como el patriarcado, el machismo, el paternalismo, etc.
Yendo a la primera cuestión, ¿por qué ese empeño en no nombrar el 8-M “Día de la Mujer Trabajadora”? Recordemos que ese día fue instaurado con nombre y apellido en recuerdo a las mujeres obreras muertas en un incendio provocado en Nueva York, y así se siguió llamando. Sólo en los últimos decenios se le ha ido quitando lo de “Trabajadora”.
Hay quien ve o quieren hacernos ver en ello una muestra de “trasversalidad”; sin embargo, ya lo de “Trabajadora” es una muestra de dicha trasversalidad porque abarca no sólo a las obreras, sino también a las compañeras de los obreros que, con su trabajo no pagado en el hogar, son las reproductoras del sistema de explotación; igualmente comprende a las mujeres que trabajan en el sector servicios, a las profesionales y a quienes atienden y trabajan en sus propiedades campesinas, industriales y comerciales. ¿Habrá mayor muestra de “trasversalidad”? Todas ellas se ven afectadas por problemas comunes que fueron, precisamente, los que el 8-M se levantaron como banderas reivindicativas: explotación, brecha salarial, techo de cristal, maternidad negada o postergada, menosprecio y relegamiento institucionales, maltrato físico y sicológico, asesinatos machistas…
Para abundar más en la incongruencia de quitarles lo de “Trabajadoras”, el 8-M hubo también un llamamiento a la huelga; pues bien, ¿cómo llamar a hacer huelga a quien se le quita su condición de trabajadora? Y a pesar de esta evidente contradicción, hay quienes siguen empeñados en separar a la mujer de su condición de trabajadora; la única explicación es que de esta forma se obvia, interesadamente, por ejemplo, que hay mujeres que eligen voluntariamente no trabajar (¿qué pasa con las “señoras de su señor” que cantaba Cecilia?), otras que viven a costa de las que si trabajan (y pienso en esos Consejos de Administración de empresas que explotan el trabajo femenino pero cuyas ejecutivas se quejan del techo de cristal) o, incluso, quienes viven de joder a las demás mujeres, como ocurre con las que están en las F.O.P. o el Ejército donde, es verdad, sufren vejaciones… mientras no les preocupa las que ellas y sus colegas hacen, dentro y fuera de nuestras fronteras, en el ejercicio de su “trabajo”. Borrando esas diferencias, se diluye la causa de la opresión, se emborronan los objetivos de la lucha feminista y, por tanto, las vías de solución. ¿Qué pueden tener en común las “Kellys” con las meapilas del PP o la Sección Femenina de C ́s?
La sociedad de clases, por mucha trasversalidad con que se le quiera esconder, también se da entre las mujeres y, por tanto, la lucha de clases debe tener su lugar en la lucha feminista. Este es un debate que no es nuevo, sino que ya se daba en los orígenes del movimiento feminista. Y, como entonces, hoy también hay que tomar partido entre las mujeres burguesas y las proletarias por más que tengan algunos problemas comunes y que coyunturalmente haya sectores de las primeras que puedan ir de la mano de las segundas (que no al revés).
Como vemos, llamar al 8 de Marzo “Día de la Mujer Trabajadora” es algo más que una cuestión de nombre, ya que apunta directamente contra el sistema de dominación que hoy rige el mundo y que es el que hoy ampara y fomenta la permanencia de la opresión, ninguneo y explotación de la mujer por ser mujer: el capitalismo.
Naturalmente, no voy a caer en la facilona simplificación de pensar que el capitalismo es la causa o el origen del machismo, el patriarcado, etc., y que, desaparecido el capitalismo, desaparecerán milagrosamente unas lacras sociales cuyo origen se remonta a milenios atrás, hundiendo sus raíces en la descomposición de las sociedades primitivas al darse las primeras divisiones del trabajo.
Lo que empezó como una desigualdad y dependencia de la mujer se convierte, al aparecer las sociedades de clase, en algo más profundamente ideológico e institucionalizado: el patriarcado. Esclavismo, sociedades asiáticas, feudalismo y capitalismo no sólo reproducen y consolidan este sometimiento de la mujer, sino que lo amplían y explotan para el propio mantenimiento de esos modos de producción clasistas.
Podemos decir que mientras subsista ese modelo de sociedad dividido en clases, subsistirá la opresión de la mujer; y hoy esa sociedad es el capitalismo y son los capitalistas quienes están interesados en que se mantenga e intensifique esa opresión. Hoy es la burguesía la principal valedora y la que da soporte material e ideológico al machismo y demás -ismos de los que tanto hemos oído hablar este 8-M. No tener esto claro sólo puede llevar a no encontrar verdaderas vías de solución a la secular opresión de las mujeres y a sembrar ilusiones de supuestas soluciones dentro del sistema capitalista, ilusiones que, al chocar con la dura realidad del “día después”, sólo pueden acabar en la decepción, la frustración y la desmovilización.
Una coeducación laica y gratuita, campañas por la igualdad, redes de acogida, protección y trabajo para mujeres maltratadas, denuncias públicas y ante los tribunales, iniciativas legislativas respaldadas en la calle, paros, manifestaciones, programas de autodefensa, intransigencia ante los macro y micromachismos… por supuesto que hay que seguir haciendo estas cosas y más; pero hay que ser conscientes de que el problema de la opresión de la mujer y el camino de su emancipación va mucho más allá de soluciones individuales o parciales, que está inmerso en una falta general de derechos y libertades. Vivimos en un contexto determinado por unas instituciones, unas leyes, una escuela, unas relaciones laborales, unas organizaciones, partidos y tribunales anclados en el patriarcado y el servilismo al Estado, dominados todos por las leyes salvajes de la propiedad privada capitalista y férreamente controlados por sus aparatos represivos e ideológicos, todo lo cual puede borrar de un plumazo cualquier mejora que tanto cuesta arrancar.
No se trata, por tanto, de dejar la lucha, sino de saber con qué despiadado enemigo nos la tenemos que ver y, así, saber con qué métodos enfrentarlo; se trata de conocer los límites de la lucha reivindicativa bajo este Estado para encontrar las vías efectivas para superarlos y, por último, saber situar éxitos y fracasos de esa lucha en la perspectiva de, junto con otras luchas obreras y populares, ayudar a debilitar y, por último, derrocar al propio capitalismo. Es verdad que no es el capitalismo solo la causa de la opresión de la mujer, pero si es el principal muro a derribar para tener despejado un horizonte de solución. Y el capitalismo no caerá por sí solo, por más podrido y caduco que esté; necesita sus demoledores y sepultureros, los obreros y obreras, todos y todas las trabajadoras unidos en la lucha común, los únicos, por lo demás, capaces de ofrecer una alternativa de una sociedad sin clases: el comunismo.
Llegados a este punto, tampoco se trata de vender el paraíso; no vamos a caer en la ingenuidad de pensar que, derrocado el capitalismo e instaurado el socialismo, se acabó la opresión y dependencia de la mujer. Más de 70 años de socialismo en la URSS no bastaron para acabar con los -ismos que azotan a la mujer; y ha bastado la reinstauración del capitalismo en Rusia y demás países socialistas para que vuelvan, y con mayor virulencia si cabe, situaciones de opresión y explotación que se pensaba estaban superadas. Aun así, no podemos olvidar lo que esa experiencia de vivir en el socialismo supuso para la mujer: en primer y principal lugar, la opción para todas las mujeres de trabajar fuera del hogar, de tener su independencia económica, base de su independencia como persona, de compartir el día a día laboral con millones de compañeros y compañeras; en segundo lugar, conquistas sociales como vivienda a bajo coste, planificación familiar, guarderías en todos los centros de trabajo, vacaciones y horarios adaptados, sanidad y educación gratuitas, etc.; y en tercer lugar, una legislación sin trabas para el desarrollo laboral, intelectual, social, político, organizativo, artístico, etc. de la mujer.
Como conclusión, podemos decir que para el problema de la opresión de la mujer no existen las soluciones aisladas, fáciles y a corto plazo. Por ello, si el socialismo, de entrada, no es la solución, sí es el principio de la solución. Sólo con el derrocamiento revolucionario del capitalismo por todos los trabajadores y la implantación del socialismo se crearán las condiciones materiales, sociales e ideológicas (desaparición de la propiedad privada, incorporación plena de la mujer a la producción y el trabajo fuera del hogar, educación igualitaria y laica, libertad sin trabas de asociación, poder real de decisión de la mujer y sus organizaciones en todos los ámbitos, en especial lo que le compete como mujer y trabajadora, etc) para que el largo proceso de emancipación de la mujer avance firme y sin retrocesos. Sólo en el socialismo la lucha feminista, que deberá proseguir, tendrá futuro.