Sobre el fascismo, el que muerde
Perro ladrador poco mordedor’: hay que preocuparse de los fascistas que muerden más que de los que sólo ladran
Juan Manuel Olarieta
Para que los oportunistas le pongan a alguien la etiqueta de “fascista” tiene que ser uno de esos bocazas típico al que no le gustan las mujeres ni los homosexuales, aunque estos últimos cuando son hombres sobre todo y por el mero hecho de que, en realidad, no son tales sino “afeminados”, es decir, “casi mujeres”.
Por el contrario, cuando un fascista es un poco discreto y disimula, pasa la prueba; entonces sólo es “de derechas”. Así son los oportunistas; toda su doctrina política e ideológica no se sale del recetario de la posmodernidad, ni va más allá del seudoecologismo, el feminismo burgués, la marejada LGTB…
El pragmatismo es la seña de identidad de la política posmoderna. Los políticos se callan la bocaza en función de los sondeos, de las afirmaciones que dan o quitan votos, no en función de que tengan una opinión al respecto. Los demás, los que tienen una opinión propia, son dogmáticos, doctrinarios, como ha repetido Rajoy este fin de semana en una fiesta del PP y no se refería a sí mismo, sino a “la casta”.
Entonces Bolsonaro es un fascista, pero Macron no. En el francés todo es políticamente impecable porque su lenguaje está a la altura de la vara de medir que se utiliza en las grandes metrópolis mundiales. Lo que está ocurriendo con los “chalecos amarillos” no importa nada o, en el caso de que importe, se la califica como una crisis “ecosocial”(*) porque los oportunistas siempre llevan las cuestiones al mismo terreno pantanoso de la posmodernidad.
Sin embargo, la protesta de los “chalecos amarillos” se inicia contra una medida justificada por Macron con propósitos “ecologistas”. El auténtico “verde” es el Presidente francés y quienes protestan no cuidan el medio ambiente o no quieren hacerlo a costa de su bolsillo.
Una movilización que empieza de esa manera tiene un evidente carácter social, a partir del cual Macron ha iniciado una abierta deriva fascista que no tiene nada que ver con la posmodernidad y que, a causa de ello, los oportunistas siguen sin querer destapar por razones que son evidentes.
La primera es que los “chalecos amarillos” han iniciado la movilización más importante en Europa desde hace muchas décadas.
La segunda es que dicha movilización tiene un claro contenido político y social, que es una de las razones por las cuales ha alcanzado una dimensión que los posmodernos nunca fueron capaces de soñar.
La tercera es que, lo mismo que en Catalunya, la represión del movimiento popular no está en manos de ningún partido “ultraderechista” sino del Estado porque el fascismo es algo que concierne fundamentalmente al Estado burgués contemporáneo.
Los oportunistas se callan sobre este aspecto de lo que está ocurriendo en Francia porque intentan ocultar la verdadera naturaleza del Estado con la cortina de humo de la “ultraderecha”. Se trata, pues, de poner de manifiesto lo que el Estado hace, no lo que dicen tales o cuales bocazas fascistas.
Los 4.700 detenidos, las 1.000 condenas a penas de prisión y las 5.600 órdenes de libertad vigilada no las ha dictado ningún “ultraderechista” sino jueces, fiscales y policías, es decir funcionarios del Estado que cumplen leyes y órdenes dictadas desde arriba.
Conclusión: Francia ya tiene un buen puñado de presos políticos. Ayer en Dijon unos 50 “chalecos amarillos” lograron entrar en la cárcel donde algunos cumplen condena para exigir su liberación. Desde el asalto a la Bastilla en 1789, todo movimiento popular empieza siempre de esa manera: por exigir la salida de sus presos políticos.
Desde el inicio de las movilizaciones de los “chalecos amarillos” hay entre 2.000 y 3.000 manifestantes heridos, mutilados y apaleados. Las nuevas armas que lanzan proyectiles de caucho (“flashball”) permiten a la policía disparar a discreción causando lesiones gravísimas. A 4 manifestantes les han arrancado la mano y 14 han perdido un ojo.
De facto Francia ha decretado la ley marcial, ha puesto 80.000 policías en las calles con armamento de guerra, carros blindados, helicópteros y fusiles de asalto HK G36. Los francotiradores de la policía se apostan en los tejados con rifles de mira telescópica para disparar contra la multitud, contra los manifestantes, contra los mirones y contra los periodistas.
Jamás los periodistas habían tenido tantas bajas en sus filas; ni en la peor de las guerras han caído tantos. Los reporteros acuden a cubrir las manifestaciones vestidos al mismo estilo de los antidisturbios: con casco, gafas antigases, la nariz cubierta e incluso algunos de ellos acompañados de guardias de seguridad.
Sin embargo, a pesar de que todos los medios franceses lamentan que sus reporteros hayan sido heridos y apaleados por la policía, de lo único que hablan es de lo mismo de siempre: de la violencia de los “chalecos amarillos”.
Los oportunistas están empeñados en mantener la ficción de un “cuarto poder”, de las cadenas de intoxicación (privadas) como algo distinto del Estado (lo público) y se olvidan de datos como el siguiente: en medio de las movilizaciones de los “chalecos amarillos”, el 27 de noviembre Macron suprimió tres impuestos que pesaban sobre las cadenas de radio y televisión para convertir a los medios en complices de la represión policial.
A un diputado de LREM, el partido de Macron, se le escapó en una entrevista cuando calificó a la cadena BFMTV como “la nuestra”. Todos los medios son “los suyos”.
El moderno Estado burgués está en una guerra abierta con su propia población y se prepara para futuras guerras, siempre con la excusa de la “lucha contra el terrorismo”. Por ejemplo, tras los atentados de 2015, la policía impuso el Protocolo SIVIC que le permite acceder a los informes médicos de los pacientes hospitalizados que, según la ley, deberían ser confidenciales.
Hasta hace muy poco eso sólo era posible en casos de “terrorismo”. Ahora lo están haciendo con los “chalecos amarillos” porque el mantra del “terrorismo” es como todo: primero se justifica “en caliente” para determinados casos excepcionales y luego resulta que los “terroristas” no eran los “lobos solitarios” que creíamos, sino todos nosotros.
“El personal sanitario se está convirtiendo progresivamente en auxiliar de policía”, lamentan los médicos franceses. El moderno Estado burgués es fascista porque funciona exactamente así: todo lo convierte en un auxiliar de la policía, todos se ponen al servicio de la policía.
En un Estado, como Francia, que hace años que mete de cabeza de lleno en el fascismo, es posible escuchar con la mayor naturalidad declaraciones, como las del antiguo ministro Luc Ferry, un catedrático de filosofía de pacotilla, pidiendo a la policía que dispare sus armas de fuego contra quien se está manifestando en la calle. No quiero ni pensar en lo que habría ocurrido si alguien hubiera dicho lo mismo de los “chalecos amarillos”: que hicieran uso de sus armas contra la policía…
La represión de los “chalecos amarillos” está siendo un entrenamiento. Un Estado fascista sabe lo que le espera; es esencialmente preventivo. No sólo reacciona haciendo uso de toda la fuerza de la que se dispone, sino que se prepara para algo mucho peor y no lo oculta.
Va a crear un fichero de “violentos” a los que privará de su derecho constitucional a manifestarse. No es tan difícil de entender que basta con que el listado sea un poco extenso para que nadie pueda protestar en la calle.
Los policias podrán acudir encapuchados a las manifestaciones, pero los manifestantes no. Ni siquiera podrán taparse la nariz para no aspirar los gases lacrimógenos.
Quedan prohibidas las manifestaciones que no se anuncien previamente con la suficiente antelación…
Etcétera.
Si alguien preguntaba por lo que es el fascismo, ahí lo tiene y, como puede ver, no son palabras, ni amenazas, ni proceden de charlatanes “ultraderechistas” sino que son actos de políticos y funcionarios del Estado que cumplen cabalmente con las tareas que tienen encomendadas. “Perro ladrador poco mordedor”. Preocupémonos de quienes, como Macron, ladran poco y muerden mucho.