Artículo desde prisión
Juan García Martín / preso político del PCE(r)
Sobre la lucha sindical, el movimiento obrero desorganizado…
En: El Otro País, n.º 89, febrero 2019
Ya es una idea generalizada que el movimiento obrero en España se encuentra desorganizado, desorientado, desconcienciado, desmemoriado, desmovilizado y otros tantos -des que podamos añadir, todo lo cual trae como resultado que adolezca en su conjunto de una falta de iniciativa y combatividad que le ha restado protagonismo en el panorama político, reivindicativo y de movilizaciónes desde los años ́90 del pasado siglo, tras las duras batallas libradas contra las reconversiones del PSOE.
Todos hemos echado de menos esta presencia de los obreros, de sus huelgas y manifestaciones, en la oposición activa a los recortes que han venido haciendo los sucesivos gobiernos del PP-PSOE y que han acabado con la mayor parte de las conquistas que el movimiento obrero y popular de los años 60 y 70 del siglo XX alcanzó a costa de grandes sacrificios y con un grado envidiable de combatividad. Los efectos de esta baja oposición obrera se han notado no sólo en el aumento del paro o en el empeoramiento de las condiciones laborales y de vida, sino que ha traído también un gran retroceso en las libertades políticas; además, supuso que los gobernantes tuvieran las manos libres para hacer estos cambios mucho más amplios y profundos que si hubieran encontrado una fuerte resistencia. Añadamos el factor desmoralizador ya que donde tuvo que haber indignación y lucha sólo quedó anonadamiento y sentido de derrota.
Por seguir poniendo ejemplos, a diferencia de lo ocurrido en el primer tercio del siglo XX, la clase obrera, en este caso la catalana, ha estado ausente como tal clase (salvo “simbólicas” y dispersas excepciones) de la actual batalla del pueblo de Catalunya por ejercer su derecho democrático a la autodeterminación.
Generalizando, allí donde ha habido denuncias y resistencia a la refascistización del Estado, la ausencia obrera ha dejado la iniciativa de la lucha a la pequeña burguesía -y en el caso catalán, a la burguesía en su conjunto-, con lo que las vacilaciones, las dejaciones y las traiciones estaban servidas de antemano. Sólo esta baja participación y falta de protagonismo obrero en el llamado Movimiento 15-M puede explicar la facilidad con la que los de PODEMOS pudieron desmantelarlo y hacerlo retroceder a las posiciones de su artificio parlamentario.
Añadamos, por último, las frecuentes quejas de los trabajadores “veteranos” que están protagonizando las movilizaciones por unas pensiones dignas y garantizadas ante la ausencia en ellas de los obreros hoy “en activo”, en especial de los jóvenes. Muchas y variadas son las causas que están en el origen de esta desorganización del movimiento obrero. En general, podemos decir que desde la llegada al Gobierno del PSOE en 1982, éste y quienes le sucedieron se marcaron como una tarea prioritaria y estratégica para la defensa de los intereses monopolistas el desarticular el movimiento obrero que se había forjado en el tardo-franquismo, domesticarlo y llevarlo a la impotencia por los cauces institucionales de la mano de las grandes centrales sindicales, CC.OO. y UGT, convertidas en verdaderas mafias pagadas por los propios empresarios y el Estado. A despecho de “trasversalistas”, estos planes son la mejor prueba de que los obreros son el principal enemigo de los capitalistas y que la contradicción burguesía / proletariado es la fundamental de nuestra sociedad.
Con la destrucción del tejido industrial que supusieron las reconversiones de los ‘80 se dio inicio al proceso liquidador, pues envió al paro o la prejubilación a miles de obreros de sectores como el sidero-metalúrgico, el naval, la minería o el textil que habían sido la columna vertebral del movimiento obrero de los 60-70. Luego vinieron las privatizaciones, las dislocaciones y las externalizaciones para dar la puntilla a los obreros industriales. Con la liberalización del mercado de trabajo, la incentivación de las ETT ́S, las contratas y subcontratas, se dio un duro golpe a la unidad y concentración de obreros en un mismo centro de trabajo. Hoy, salvo contadas excepciones, las instalaciones industriales y de logística se encuentran dispersas y aisladas unas de otras, aunque se trate de la misma empresa, y los obreros, a su vez, divididos en fijos y subcontratados, funcionando los primeros como una especie de aristocracia obrera. ¿Cómo, por ejemplo, hacer una asamblea de empresa en estas condiciones? Al mismo tiempo, el aumento del paro estructural, sobre todo entre los trabajadores más veteranos, combinado con la incorporación masiva de jóvenes e inmigrantes en época de bonanza para ser despedidos cuando hay crisis, hace muy difícil la trasmisión de experiencia, de lucha y su continuidad.
El rosario de medidas antiobreras se fueron sucediendo: la banquización de la vida económica familiar que encadena y paraliza de por vida a las jóvenes generaciones, la política de subsidios destinados a que la olla no explote y que crea dependencia del Estado, la heroína introducida intencionadamente en los barrios obreros y destruyendo la generación de los ‘80, las diferentes formas de contratar para acentuar aún más la división y la insolidaridad, un verdadero ejército de seguratas y chivatos pululando libremente por los centros de trabajo, una maraña de pactos, leyes, estatutos y reglamentos que hacen inútiles las huelgas “legales”, con los comités de empresa y las mafias sindicales controlando las negociaciones, casi siempre en connivencia con la patronal; difusión sin freno por la TV y las nuevas tecnologías de la peor subcultura burguesa, el silencio sistemático de los medios de comunicación sobre los conflictos laborales, la banalización de las huelgas generales por el abuso que han hecho de ellas partidos y sindicatos… la lista de atentados sería interminable, pero no quiero dejar de señalar tres factores de índole política que han influido muy negativamente en el movimiento obrero de nuestro país.
En primer lugar, el hundimiento de la URSS y la desaparición del bloque socialista, por muy en precario que ya estuvieran, fue un golpe moral para la conciencia de los trabajadores del mundo entero del que aún no se han repuesto, al dejarles sin referentes ni perspectivas e, incluso, sin pasado.
Otro golpe que afectó a los trabajadores en España fue el fracaso de las ilusiones que muchos de éstos pusieron ante la llegada del PSOE al gobierno; el sentimiento de frustración y desencanto que produjo este encontronazo con la “izquierda real” es algo que los sucesivos gobiernos se han encargado de seguir explotando con la llamada “alternancia”. Por último, también hay que destacar como factor desmoralizador y desmovilizador la permanente represión que desde la Transición se ha venido ejerciendo contra los elementos avanzados del proletariado, en especial contra los comunistas y contra aquellos sindicalistas que intentaban moverse al margen de las grandes centrales y su paralizante reglamentación laboral. Recordemos a este respecto que España es el único país de nuestro entorno europeo con un Partido Comunista, el PCE(r), ilegalizado y con su Secretario General en prisión. Así es como se fueron cortando los hilos que unían a la masa obrera con sus dirigentes más concienciados y experimentados.
El resultado de todos estos factores ha ido más allá de la desarticulación del movimiento obrero y también ha dejado su huella en la mentalidad de las nuevas generaciones de trabajadores; hoy se aceptan como “normales” cuestiones impensables unas décadas atrás: las desigualdades salariales por un mismo trabajo, el esquirolaje camuflado de “derecho al trabajo”, los preavisos de huelga, los servicios mínimos, pedir permiso para manifestarse, la manifestaciones convertidas en procesiones pachangueras y folklóricas, las asambleas inexistentes o convertidas en caja de resonancia de los sindicatos, las votaciones “secretas” en lugar de a mano alzada, los comités de empresa erigidos en únicos interlocutores con la patronal, la generalización de un pacifismo timorato, borreguil e inoperante, el consumismo y el inmediatismo como formas de vida, el que en los momentos difíciles se pida que sean “los de arriba” quienes vengan a arreglarnos las cosas, etc.
Lejos de mi intención decir que todos los trabajadores piensan así; afortunadamente, y como siempre ha ocurrido en circunstancias similares, existe también una “minoría cualificada” que va a contracorriente y que, seguro, algún día no muy lejano dejará de ser minoritaria. Pero hay que reconocer el “ambiente” en el que se tienen que desenvolver, las grandes dificultades que deberán superar y las ideas que tendrán que combatir para dar la vuelta a una situación que ha acabado por conducir al movimiento obrero en España a encontrarse poco menos que indefenso frente a las arremetidas del Capital, privándole de vías efectivas para la defensa de sus intereses, de sus tradiciones de lucha independiente y de su partido de clase, y dejándole a merced de las mafias sindicales y de los vendedores de humo e ilusionistas de lo político que tanto pululan hoy a su alrededor a ver si cazán sus votos.
Cada vez más gente es consciente de esta situación de debilidad del movimiento obrero, de sus carencias y de la necesidad de su reorganización, lo cual no deja de ser un buen principio para abordarlo. En este sentido, no faltan las recomendaciones y propuestas de todo tipo. Sin ser exhaustivos, hay quienes proponen que la clase obrera se limite a la lucha sindical o por reivindicaciones “puramente obreras” (¿?) en tanto no maduren las condiciones revolucionarias y, en el otro extremo, quienes llevados por su izquierdismo pretenden que los obreros libren desde ya -o sea, desde las actuales condiciones objetivas y subjetivas desfavorables- sus batallas directamente por la revolución socialista; también están aquellos amantes de una “trasversalidad” tan de moda hoy que pretenden que el movimiento obrero sea “uno más” en la lucha reivindicativa social o política.
En el fondo, la mayoría de estas alternativas revela una gran desconfianza en la clase obrera ignorando o tergiversando su ya larga historia de lucha contra el Capital y su capacidad de aprender de ella, a la vez que sobreestiman la capacidad de la burguesía, hoy más decadente y falta de alternativas reformistas que nunca, para manipularla. Igualmente es notorio el desinterés de la mayoría de estos grupos “obreristas” por que el proletariado vuelva a organizarse como fuerza política independiente, articulándose alrededor de su partido comunista, un partido que, habiendo aprendido de los errores, inexperiencias y deficiencias del pasado, facilite dicha reorganización, trasmita experiencias y eduque y eleve a consciente y revolucionaría su lucha reivindicativa. La historía nos dice que, al final, unos y otros, en su búsqueda artificiosa de la política “puramente obrera”, acaban en la estrecha y limitada lucha sindical o diluyéndose en la lucha reivindicativa del movimiento social que esté más de moda.
Hay grupos a los que se les llena la boca con la palabra Revolución, pero no dicen nada en lo referente al camino que hay que recorrer desde la situación actual desfavorable hasta que el movimiento obrero y su partido se encuentren en condiciones de llevarla a cabo. Parecen esperar a que las cosas “maduren” por sí solas. No entienden que la actual lucha sindical y política, por muy limitada que nos pueda parecer en estos momentos, debe servir como camino y trampolín para preparar y anticipar la lucha revolucionaria; y que si la lucha por reivindicaciones políticas parciales se deja en manos de la pequeña burguesía su fracaso está garantizado de antemano.
Como comunista, pienso que a la hora de abordar la reorganización integral del movimiento obrero en España como fuerza política independiente y revolucionaria hay que partir de unas condiciones objetivas marcadas por la existencia en nuestro país de un Estado fascista que por muy políticamente en crisis que esté, sigue armado hasta los dientes y dispuesto a ahogar en cárcel o sangre cualquier atísbo de lucha verdaderamente revolucionaria (ya vemos lo que está pasando en Catalunya y eso que allí la lucha está lejos de serlo), lo cual hace que no existan soluciones facilonas o expontáneas para dicha reorganización y, por tanto, que ésta no se pueda hacer por cauces institucionales, legales, tradicionales o “de masas”.
Igualmente hay que tener en cuenta las condiciones subjetivas ya descritas del propio movimiento obrero, su debilidad, desorganización y desorientación y su falta de vanguardia política efectiva; lo cual, entre otras cuestiones, impide que el proletariado pueda plantearse en estos momentos la toma del poder. Y todo esto sin entrar a analizar los factores derivados de una situación internacional con cada vez más peso en los acontecimientos de cada país (miremos lo que está ocurriendo en Siria, Venezuela o Ucrania).
Teniendo en cuenta estas condiciones podemos decir que actualmente la lucha política y reivindicativa en general se presenta ante la clase obrera -hoy más que nunca entendida en su sentido más amplio por el proceso de proletarización de otros trabajadores- como una lucha antimonopolista, antifascista y antiimperialista. Y va a ser en el transcurso de esa lucha, en la que también están interesados otros sectores populares no obreros con los que convendrá recorrer esta parte del camino, como el movimiento obrero va a recomponer sus filas, estrechar lazos con su vanguardia comunista y organizar y ponerse al frente de la resistencia popular contra el Estado.