Cartas desde prisión
Ignacio Varela Gómez
*Recogida en “Los presos políticos nos escriben y opinan”, Entrega 10ª, abril 19
Prisión Puerto I. Agosto 2018
Querido compa:
Pienso que los movimientos de solidaridad antirrepresiva deberían empezar a plantearse abrir el debate en torno a la necesidad de que los presos políticos surgidos de la extensión de la represión a los sectores intermedios del movimiento popular se articulen en un colectivo de presos, o cuando menos coordinen su postura ante cuestiones básicas de la lucha en prisión. Algo que favorecería el fortalecimiento de su conciencia política como a la hora de orientarse ante las vicisitudes de la vida carcelaria y que debería extenderse también a esos colectivos de apoyo que se estructuran en torno a casos puntuales.
Para quienes afrontan el paso por la cárcel como una travesía en solitario, una suerte de experiencia de superación personal, será más complicado mantenerse firmes ante los envites de la represión carcelaria. Entender ese sacrificio personal que acarrea la estancia en prisión -que tampoco difiere tanto del que exigen otros frentes de lucha– como parte necesaria del torrente de lucha popular que acabará derrotando al fascismo, es lo que en última instancia permite sobreponerse a las situaciones más duras, y sobre todo no prestar oídos a los cantos de sirena que prometen salidas en falso para su situación personal a cambio de desvincularse de los proyectos de lucha colectivos. En definitiva, se trataría de aplicar esa llamada a la organización, unidad y lucha a las condiciones concretas de estas trincheras.
La necesidad de esforzarse por mantener siempre la perspectiva de lo colectivo frente a los individualismos, en lo referido a intereses personales inmediatos y futuros, sí, pero más allá incluso, como enfoque general a la hora de analizar y tratar de entender prácticamente cualquier fenómeno de carácter social es una característica fundamental de la ideología de la clase obrera. Una cuestión de principios, como suele decirse.
Entiendo que esto tiene mucho que ver con la cuestión de fondo que aborda esa carta de Manuel a Balmón que compartes conmigo y que, efectivamente, es muy interesante dada la cantidad de factores que inciden en esta cuestión. Profundizar con un mínimo de seriedad en el tema excedería con mucho el cometido de esta carta, por el sosiego, la fundamentación y la extensión que requeriría.
Con tanto o más ahínco con el que promueven la propaganda anticomunista, los capitalistas tratan de imponer su ideología, y la escala de valores que les es propia, como único marco de pensamiento para el conjunto de la sociedad. A fin de cuentas son dos caras de la misma moneda: vilipendiar y deslegitimar la ideología proletaria para imponer como hegemónica e incuestionable la cosmovisión de la clase capitalista.
Y ese bombardeo constante, inevitablemente, se hace notar en la conciencia de los obreros y demás sectores populares. Si bien esta circunstancia es consustancial a las sociedades divididas en clases basadas en la explotación, por cuanto la ideología de la clase que ostenta el poder político desempeña el papel dominante. De otro modo estarían creadas las condiciones subjetivas que posibilitan una revolución. El grado de alienación puede variar dependiendo de la intensidad con la que penetran estas ideas en las clases explotadas. Esa relativa interiorización por parte de los obreros de unos valores, y una forma de relacionarse entre sí, que les son ajenas, pienso que tiene una gran influencia en muchos de los fenómenos que podría caracterizar como síntomas de descomposición del sistema capitalistaen el plano social. Porque una sociedad basada en esos principios actualmente no resulta ya operativa.
En el terreno de la lucha política es evidente que el desarrollo y fortalecimiento del Movimiento Obrero pasa necesariamente por combatir los prejuicios individualistas y la estrechez de miras circunscrita a los intereses y miserias personales, y poner en valor el compañerismo, la solidaridad y la entrega desinteresada, así como la coherencia, y ser consecuente con lo que se defiende, como cualidades propias de nuestra clase. Evidentemente, no se trata de pedir a los obreros que dejen de procurar el bienestar de sus familias, puesto que esa legítima preocupación, junto con el odio de clase, son los principales factores que hacen avanzar al Movimiento Obrero. Lo que hay que procurar es que se interiorice que un bienestar estable, así como una verdadera perspectiva de futuro, sólo pueden logarse desde la lucha común y compartida, y que el enfoque no puede ser el de conquistarlo para uno mismo y su entorno más cercano, sino para el conjunto de la clase obrera y los demás sectores populares. Así como que las “circunstancias personales” no pueden servir de excusa para justificar actitudes que saboteen esa lucha común. De igual forma, hay que superar esa concepción según la cual se evalúa una situación en la medida en que a cada cual le afecta personalmente. En este sentido me parecen muy oportunos los llamamientos a que “la clase obrera debe sentir como propias todas las injusticias” –o algo así– que hemos venido repitiendo.
Para no desesperar, conviene tener presente eso que solemos señalar acerca de la importancia que tiene la práctica en el proceso de desarrollo del conocimiento. Ese fortalecimiento de la conciencia de clase a gran escala, y en consecuencia el desplazamiento de los valores y concepciones propios de la ideología burguesa, que le son ajenos, no se alcanzará solamente por medio de las labores de propaganda, aunque ésta juegue un papel fundamental. En esto, como en todo, la práctica es el factor decisivo. Será la participación activa en los diferentes ámbitos de lucha (movimientos sociales-vecinales, en la lucha sindical, en el movimiento de solidaridad, en el trabajo partidista…) la que potenciará y extenderá esa toma de conciencia.
A medida que los obreros vayan acumulando experiencias en sus luchas, especialmente las generaciones más jóvenes, se irán creando las condiciones que permitirán dar un salto cualitativo en el fortalecimiento de la conciencia de clase. Por muy lentos que nos parezcan los ritmos, y frustrantes los reflujos que puedan producirse, la tendencia no puede ser otra. Los principios y valores de la clase obrera no son algo que se hayan sacado de la chistera los comunistas con la intención de idealizar a los currelas, sino que obedecen a sus condiciones materiales de existencia y del papel que desempeñan en el sistema social de producción. Su carácter colectivo y la necesidad de cooperar los unos con los otros es consustancial a su rol social. Bajo el capitalismo, el sistema busca que estas actitudes se manifiesten solamente mientras actúan como fuerza de trabajo, por cuanto es condición indispensable para que las empresas funcionen; al tiempo que una vez finalizada la jornada laboral fomenta la desunión y la competencia entre los obreros.
Hay que tener en cuenta también que si la desaparición de la URSS y el bloque socialista supuso un mazazo en el estado de ánimo de la clase obrera, para las generaciones posteriores ha significado la pérdida de referentes con los que contrastar la situación en la que viven, sin que en muchos casos lleguen siquiera a contemplar la posibilidad de que pueda existir una forma diferente de organizar la sociedad en términos políticos, y mucho menos económicos. Si acaso, se concibe la necesidad de mejorar algunos aspectos, pero sin que ello cristalice en una idea clara del tipo de sociedad al que aspirar. De ahí el carácter predominante que tienen las concepciones reformistas en todos los ámbitos en los que participan los sectores populares. Y no se trata tanto de los efectos de la propaganda anticomunista que a día de hoy continúan desplegando con la mayor de las virulencias, aprovechando cualquier vía de difusión, porque, a pesar de que la capacidad de respuesta del Movimiento Comunista a día de hoy sea sumamente modesta en términos comparativos, todavía vemos como los grandes líderes del proletariado revolucionario son considerados en no pocas ocasiones como un referente simbólico para quienes entienden la necesidad de luchar. La cuestión es que no existe ese referente práctico, real y en desarrollo, que sirva como referencia, por lo que requiere un mayor esfuerzo hacer ver que la sociedad puede funcionar de un modo radicalmente distinto.
Aunque comprendo lo que señala Manuel respecto a la necesidad de no limitarnos a repetir los lugares comunes al uso a la hora de analizar el estado del desarrollo del Movimiento Obrero y popular es evidente que el mismo no puede entenderse sin contemplar el papel desempeñado por el revisionismo y oportunismo de todo tipo, como quintacolumnistas y colaboradores imprescindibles. Por más que sea una obviedad, no podemos ignorarla sin más. Del mismo modo que no podemos pasar por alto los efectos de la represión en el sentir popular.
Dicho esto, es evidente que a nosotros nos corresponde poner el foco en la función que desempeña el elemento consciente, por cuanto en última instancia es lo que permitirá sustraer a los obreros de la influencia de la burguesía. De ahí que la vanguardia política deba ser, en primer lugar, exigente consigo misma. Pretender que las masas trabajadoras puedan llevar adelante una lucha organizada y persistente sin su participación, siquiera indirecta, es poco menos que una quimera. (…)
Por hilar todo esto con otra de las cuestiones que recoges en tu carta, basta ver como se manifiesta en relación con el Movimiento feminista. El hartazgo generalizado que las mujeres de la clase obrera manifiestan respecto a la situación que viven en la sociedad actual, sin que en muchos casos sean capaces de darle una forma más definida más allá de sentirse profundamente a disgusto con lo injustas que resultan sus condiciones de existencia, trata de ser aprovechado por la burguesía para hacer valer sus concepciones, dividir al movimiento obrero y desviarlas de una línea de actuación que realmente pueda llegar a resolver sus problemas.
De entrada, ponen un gran empeño en ocultar las causas estructurales que determinan la situación de doble explotación que sufren las trabajadoras, procurando fijar el foco de atención en cuestiones que comparativamente tienen una relevancia relativa. Se presenta como intolerable que algunas actrices cobren menos que sus compañeros de reparto, aún cuando de todos modos reciben unos sueldos astronómicos en relación al salario medio, pero se asume como normal las condiciones laborales de un sector “feminizado” como el de las camareras de hotel.
Cuando se habla de brecha salarial, denunciando con total acierto lo injustificable que resulta que a igual trabajo las trabajadoras cobren menos que los hombres, rara vez se señala a los responsables directos de esta situación, que no pocas veces tienen nombre de mujer. Y en el colmo del cinismo, como sucede con Patricia Botín, se reivindican “feministas”.
Lo que se busca es desdibujar la perspectiva de clase, cuando la diferencia de salarios en función del género, al igual que sucede con los trabajadores inmigrantes, con los trabajadores fijos y eventuales, los de “plantilla” y los subcontratados… es algo que perjudica al conjunto de la clase obrera, por cuanto es un mecanismo de presión que utilizan los capitalistas para forzar a la baja el conjunto de los salarios. Ningún obrero obtiene rédito personal alguno de que su compañera de faena reciba un salario menor por el hecho de ser mujer; como sí sucede sin embargo con las directivas o las responsables de departamentos de Recursos Humanos que reciben bonificaciones por mantener o incrementar las cuotas productivas, intensificando la explotación que padecen obreras y obreros.
Por el contrario, incluso aunque sólo fuese desde una perspectiva egoísta y mezquina, los obreros están tan interesados como las obreras en poner fin a esa “brecha salarial”, por cuanto favorece la posición de fuerza de la clase obrera a la hora de luchar por mejoras salariales.
Sobre esta cuestión del feminismo, en general, sí me ha tocado ponerme las pilas en cuanto al estudio para poder salir al paso con un mínimo de seriedad y fundamento de alguno de los planteamientos más retrógrados que vienen defendiendo. Visto desde la distancia, ya sabes que aquí dentro se corre el riesgo de deslizarse por la pendiente del subjetivismo, especialmente en lo que a la actualidad mediática se refiere. Da la sensación de que en gran medida se ha impuesto como una suerte de moda, y que ciertos sectores a los que consideraríamos mínimamente concienciados han asumido, de forma bastante acrítica, planteamientos sumamente tóxicos; como sucede en general con muchas concepciones reformistas de las que costará emancipar al movimiento obrero.
Como te iba diciendo, en lo que a quebraderos de cabeza se refiere, aquí estamos muy condicionados por los medios a los que tenemos acceso. Uno puede intentar hacer un ejercicio de abstracción, pero lo que lee de forma habitual siempre acaba ejerciendo influencia respecto a los temas que le rondan la cabeza en los momentos de asueto.
Por ejemplo, y aquí hago un inciso colateral, a través de GARA puede apreciarse como la Izquierda Abertzale, en términos de movimiento político, perdida como anda en busca de algún asidero que le permita mantener una pose contestataria, pero sin sacar los pies del tiesto del consenso institucional y del respeto al “principio de legalidad”, se agarra a esta cuestión como a un clavo ardiendo, abrazando un discurso que por momentos produce vergüenza ajena. Una vez abierta la veda les han tomado la palabra, en Argia, una revista de opinión en euskera que ha publicado un artículo de una activista feminista, señalando que la propia existencia de ETA era una manifestación de machismo, y que el mito de los Gudaris es igualmente un estereotipo machista, y por tanto las militantes de ETA estaban oprimidas y sometidas en su condición de mujeres.
Que una mujer acepte como válido que se afirme que el arrojo, la valentía o el espíritu de resistencia sean atributos exclusivamente masculinos, negativos, y que además se haga desde una pretendida defensa de la emancipación de las mujeres me deja ojiplático. Si el ideal de mujer emancipada es el de dócil y conciliadora, incluso con quien la somete a opresión… apaga y vámonos. Seguro que desde la Conferencia Episcopal le dan sus bendiciones.
Otra de las manifestaciones más esperpénticas del feminismo de relumbrón que he visto últimamente se produjo con motivo de los San Fermines de Iruña. Leí que Lidia Falcón había hecho un llamamiento a que las mujeres boicoteasen esas fiestas, no acudiendo a las mismas, por ser celebraciones donde no se respeta a las mujeres. Por lo que pude ver, enseguida le salieron al paso, aunque no llegué a tropezar con ninguna crítica que profundizase seriamente en lo que implican llamamientos de este tipo, que acaban derivando en unos planteamientos rayanos con el puritanismo más rancio y que, en última instancia, acaban derivando la responsabilidad de las situaciones de acoso y abuso hacia las propias mujeres. Si se señala que no deben acudir a fiestas populares –o discotecas, o zonas de copas– porque no está garantizado que se respeten sus derechos, y por lo tanto, que deben quedarse en sus casas, se sientan las bases para que aquellas que sí deciden acudir y luego sufren experiencias desagradables sean señaladas porque ellas mismas se lo buscaron.
Aquel artículo de Lucio que publicaron en El Otro País –“¿Pretende el Estado combatir la violencia machista?”– en su momento me pareció un intento fallido de abordar la cuestión. Principalmente por el propio planteamiento de entrada, pretendiendo abarcar demasiados de los aspectos que inciden en este asunto, imposibilitando así llegar a profundizar en ninguno: crítica al “pacto de Estado contra la violencia machista”; causas del incremento del maltrato en el ámbito familiar; papel de las mujeres obreras en las relaciones de producción capitalistas; orígenes históricos del modelo de familia propio de la sociedad burguesa; ligazón de la lucha por la emancipación de la mujer y lucha por el socialismo… Requiere todo tal esfuerzo de síntesis que termina por no dar pie con bola.
La crítica que le hizo mi madre me pareció también desacertada. Te envío una copia de lo que le escribí a ella por aquel entonces, y que le pedí que no compartiese porque tampoco terminaba de convencerme a mí mismo más allá de su uso para “consumo personal”. No pasa de ser el esbozo de algunas ideas que requieren mayor reflexión y profundidad de análisis, en relación con la cuestión de fondo que subyace en todo esto, y que tiene que ver con la crisis general del sistema capitalista en el plano social, y cómo el desarrollo de las fuerzas productivas ha llevado a la progresiva disolución del modelo de familia burguesa mientras que, sin embargo, las relaciones de producción capitalistas no permiten la superación definitiva de la familia como unidad económica básica y, por lo tanto, el surgimiento del nuevo modelo de “familia” que se irá desarrollando de la mano del socialismo. Que esa disolución de la familia burguesa se produzca todavía bajo los dictados de las leyes económicas del capitalismo, impidiendo que se pueda desarrollar plenamente su negación dialéctica, dado que no se producen las condiciones materiales necesarias para ello, permite entender algunos de los fenómenos sociales que se producen actualmente.
Aunque sé que resulta muy manido, sirva de ejemplo lo que sucede en muchos casos con el cuidado y educación de los niños, cuando madre y padre se ven obligados a trabajar durante largas jornadas (no hablemos ya de los “hogares monoparentales”) y sin que existan unos servicios públicos que cubran plenamente esas necesidades que ya deberían ser asumidas por la sociedad.
Este contexto es aprovechado por las voces más reaccionarias para hablar demagógicamente de la “pérdida de los valores tradicionales”, cuando lo que se produce precisamente es la exacerbación de los valores tradicionales del capitalismo. Defienden el reforzamiento de esas relaciones patriarcales tan retrógradas, cuando de lo que se trata es de superarlas definitivamente. De ahí que resulte tan contradictorio que al tiempo que se habla de la emancipación de la mujer, ciertas feministas legitimen la institución del matrimonio, poniéndolo como meta ideal a la que deben tender las relaciones de pareja (y en esto van de la mano con el movimiento LGTB).
Antes de que me hagas la “critica”, ya te digo que sí, que aunque en esa carta uso profusamente el término “machista/machismo”, entiendo lo que se viene señalando sobre la importancia del lenguaje, y que “concepciones patriarcales” se ajusta mucho mejor a nuestros planteamientos. Termino ya con esto señalando que los artículos que he podido leer: “Apuntes para el debate sobre la cuestión femenina”, “El feminismo en el movimiento obrero y popular” y “Violencia contra la mujer y fascismo”, así como los dos folletos: “Recuperemos el Día Internacional de la Mujer Trabajadora” y “Opresión y explotación de la mujer trabajadora”, además de servir para centrar el foco del debate y aclarar ideas cumplen muy bien esa función de llevarlo al terreno de lo concreto y actual.
Y ya vale por hoy. Un fuerte abrazo.