El franquismo refugió a los criminales de guerra nazis tras la 2ª G.M
El diplomático franquista Emilio de Navasqüés, tío abuelo del alcalde de Madrid José Luis Martínez-Almeida, eludió la petición del Consejo de Control Aliado para repatriar a todos los hombres de Hitler que se escondieron en nuestro país durante la Segunda Guerra Mundial.
Emilio de Navasqüés y Ruiz de Velasco (1904-1976) fue un destacado diplomático español al servicio de Franco que dejó algunas páginas ciertamente interesantes para la historia durante el final de la Segunda Guerra Mundial. Navasqüés, tío abuelo del actual alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, fue el responsable de que un buen puñado de jerarcas y espías nazis consiguieran escaparan de los aliados, que al término de la contienda exigieron la extradición de todos aquellos sospechosos de haber pertenecido al Tercer Reich. Y es que la supuesta neutralidad del Caudillo durante la contienda mundial sirvió, entre otras cosas, para que España se convirtiera en un tranquilo oasis de paz y refugio para altos mandatarios del nazismo.
Nacido en Madrid, Emilio de Navasqüés ingresó en la carrera diplomática española en 1929 y ocupó, entre otros cargos, el de cónsul general en Tánger (1934-1935) y el de embajador español en Buenos Aires (1950-1951), Roma (1958-1959) y Lisboa (1972-1974). Entre 1950 y 1972 fue director de la Escuela Diplomática.
Navasqüés llegó a ejercer como director general de política económica del Ministerio de Asuntos Exteriores y fue el encargado de negociar con las potencias aliadas el destino del importante patrimonio alemán acumulado en nuestro país al término de la Segunda Guerra Mundial. Desde ese puesto de responsabilidad, el alto funcionario elaboró un informe confidencial en el que recomendaba no entregar a los aliados a un buen puñado de contactos y agentes nazis que pululaban por tierras españolas. Fue así como se sospecha que muchos criminales de guerra lograron huir o permanecer ocultos en España durante largos años.
La historia del “informe Navasqüés” comenzó cuando Estados Unidos envió a España un listado de eminentes cargos del Tercer Reich reclamados por el Consejo de Control Aliado en 1947. La primera lista fue confeccionada a partir de 1945 y presentada al Gobierno franquista ese mismo año. Constaba de 11 folios escritos a máquina y en lengua inglesa. El documento, bajo el sencillo título de Lista de repatriación, fue redactado por los servicios de espionaje aliados (principalmente agentes de Estados Unidos, Francia y Reino Unido) y remitido a Franco con el fin de reclamarle la expulsión de todos ellos y su entrega inmediata a la nueva Alemania.
En aquel listado con más de un centenar de nombres había jerarcas del nazismo de la talla de Karl Albrecht, amigo personal de Adolf Hitler y presidente de la Cámara de Comercio Alemana en Madrid; Hans Becker Wolf, representante del Nationalsozialistische Volkswohlfahrt (NSV) en Barcelona; Wilhelm Beisel Heuss, jefe del Partido Nazi en San Sebastián y delegado de propaganda para el norte de España; y Johannes E.F. Bernhardt, el gran empresario del grupo Sociedad Financiera Industrial (Sofindus), general de las SS, contacto de Hermann Göring en España y uno de los hombres fuertes de las finanzas del Tercer Reich. Se sabe que Navasqüés llegó a negociar personalmente con este industrial la entrega de los bienes del grupo Sofindus ordenada por las potencias ganadoras de la guerra.
El 4 de marzo de 1948, poco después de que el Gobierno español recibiera el listado del mando aliado, Emilio de Navasqüés redactó el pertinente informe dirigido a la atención de Alberto Martín Artajo, ministro de Asuntos Exteriores durante la dictadura franquista, en el que dividía a los 104 alemanes residentes en España y sospechosos de pertenecer al Partido Nazi en tres categorías. Además, el director general formulaba distintas recomendaciones sobre la conveniencia o no de su entrega a los aliados, según publicó el periodista José María de Irujo en un extenso artículo publicado el 11 de mayo de 1997 en el diario El País.
En la primera categoría del informe, Navasqüés incluía a 26 personas bajo el calificativo de “agentes profesionales del servicio de espionaje alemán o similares”. El funcionario de Franco recomendaba que todos ellos fuesen entregados a los aliados. En un segundo bloque se agrupaba a otras 36 personalidades sobre las que Navasqués opinaba que “no había datos suficientes” de su pertenencia al Gobierno de Hitler, aunque dio margen de maniobra al ministro Artajo para que él mismo decidiera las que debían ser entregadas a los norteamericanos.
En la tercera categoría figuraban 39 personas más que “de ninguna manera” debían ser repatriadas porque su historia interesaba “a la economía nacional” de España o merecían por parte de las autoridades españolas “una especial consideración”. En este último grupo se encontraban directores de grandes empresas alemanas como Merck, IG-Farben y Sofindus, el importante holding germano formado por 16 firmas y presidido por el ya citado Johannes Bernhardt, el general de las SS que figuraba en el número 7 de la lista de perseguidos por los aliados.
Bernhardt, el todopoderoso ejecutivo de Sofindus −un conglomerado de empresas de la Alemania del Tercer Reich−, trabajó en España durante toda la Guerra Civil y hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, llegó a acumular un gran número de empresas filiales con las que ayudó a financiar el golpe militar de Franco.
Bernhardt −afincado en el Marruecos español desde 1929− había montado Sofindus en noviembre de 1938 en Lisboa. Para ello se había servido de un capital valorado en dos millones y medio de pesetas de la época. Por entonces, el industrial ya había fundado la Sociedad Hispano-Marroquí de Transportes (Hisma), una empresa fantasma encargada de servir como tapadera para el tráfico de armas destinadas al bando franquista. Hisma (en alemán Hispano-Marokkanische Transport-Aktiengesellschaft) fue constituida el 31 de julio de 1936 en Tetuán, es decir, a los pocos días del alzamiento nacional que dio paso a la sangrienta Guerra Civil. Controlada por el Partido Nazi gracias a Johannes Bernhardt, esta compañía iba a desempeñar un papel clave en el contienda española, ya que pasó toneladas de material bélico al bando nacional.
Con la creación de Hisma se pretendía que el trato comercial de Bernhardt con Franco fuera lo más discreto posible, aunque a medida que avanzó la guerra las actividades de la empresa fueron haciéndose cada vez más oficiales y públicas. Avanzada la guerra, Hisma se integró en la Sociedad Financiera Industrial (Sofindus), consorcio de empresas alemanas que acabaría monopolizando el comercio exterior español. La Hisma-Sofindus continuó con sus operaciones tras estallar la Segunda Guerra Mundial, canalizando el suministro de materiales hasta el fin de la contienda que terminó con la derrota de Hitler.
Sofindus, que tuvo su sede central en el número 1 de la avenida del Generalísimo de Madrid, contaba en 1939 con delegaciones en ocho ciudades españolas y con una plantilla de 260 empleados −la mitad de ellos españoles−. Para entonces poseía catorce filiales a cargo de diversas actividades −transportes, minería, maquinaria, cueros, vino y frutas−. La mayor parte del capital era alemán, aunque los nazis se sirvieron de una red de testaferros españoles para cumplir con la legislación española de la época, que establecía un límite del 25% para capitales extranjeros. Si bien este conglomerado empresarial estuvo controlado parcialmente por la administración franquista, Sofindus se encontraba subordinada a la dirección de otra compañía, Rowak, y recibía todos sus fondos económicos de Alemania.
Durante
la Segunda Guerra Mundial el grupo Sofindus registró una intensa
actividad en el comercio hispano-alemán, aunque también desarrolló
otro tipo de actividades. Así, en agosto de 1941 creó la compañía
Transcomar −acrónimo de Compañía Marítima de Transportes−,
que mediante mercantes con bandera neutral española lograría
transportar 125.000 toneladas a las fuerzas del Eje en el Norte de
África entre 1941 y 1942. En marzo de 1943 fundó otra filial, la
compañía Somar, encargada de la adquisición de fluorita y
wolframio, minerales de gran valor estratégico para la industria
bélica nazi. Más adelante, en 1944, Sofindus participó en el
contrabando de suministros a las guarniciones alemanas que habían
quedado aisladas en la costa atlántica francesa tras el desembarco
de Normandía. Se cree que en una ocasión Bernhardt intervino en la
adquisición de un cargamento médico de penicilina que los aliados
habían enviado a España y que él desvió a Alemania. El empresario
alemán mantuvo unas estrechas relaciones con Francisco Franco, quien
le hizo un buen regalo personal una vez terminada la Guerra Civil:
más de 1,4 millones de pesetas.
Las actividades de
Bernhardt y Sofindus no solo supusieron una gran preocupación para
los aliados, sino que también provocaron las protestas de algunas
compañías alemanas en España por su posición monopolística. La
historia del jerarca nazi acabó con el final de la Segunda Guerra
Mundial. En octubre de 1945 las autoridades franquistas, apoyadas por
el informe Navasqüés, acordaron con las autoridades británicas,
francesas y estadounidenses que el patrimonio y los activos de
Sofindus fueran puestos bajo control de las potencias aliadas.
Sin
embargo, Franco dio orden de proteger a ese empresario fiel que le
había ayudado a ganar la guerra y se mantuvo firme frente a las
presiones de los aliados. Incluso le acabó concediendo la
nacionalidad española en 1946. Bernhardt nunca fue deportado. De
nada sirvió el informe Navasqüés. Durante los años de posguerra
el jerarca alemán resioió en Denia, donde pasó casi desapercibido.
Fue uno más de los muchos nazis que gozaron del soleado balneario
español franquista. Se sabe que en 1953 se trasladó a Sudamérica,
instalándose Dn Argentina, donde siguió manteniendo diversos
negocios. Falleció en Múnich en 1980 aunque misteriosamente se ha
conservado una lápida con su nombre en el Cementerio Civil de
Madrid. De cualquier forma el jerarca nazi vivió un retiro dorado.
Otro criminal de guerra que se iba de rositas. El “Informe
Navasqüés” había cumplido a la perfección con su cometido: dar
cobijo y amparo a los señores del nazismo.