Repaso a la historia:
De Eduardo Galeano, Espejos
-Mare nostrum
Más de un siglo había pasado desde que el Papa de Roma había repartido medio mundo entre España y Portugal, cuando en 1635 el jurista inglés John Selden publicó «Mare clausum».
Este tratado demostraba que no sólo la tierra tenía dueño, sino también la mar, y Su Majestad el Rey de Inglaterra era, por derecho natural, el legítimo propietario de las tierras y las aguas de su imperio en expansión.
El derecho británico de propiedad se fundaba en el dios Neptuno, Noé y sus tres hijos, el Génesis, el Deuteronomio, los Salmos y las profecías de Isaías y de Ezequiel.
Trescientos setenta años después, los Estados Unidos reivindicaron plenos derechos sobre el espacio sideral y los cuerpos celestes, pero no invocaron fuentes tan prestigiosas.
-“Esta execrable banda de carniceros”
A principios del siglo dieciocho, Jonathan Swift retrató la aventura colonial en el último capítulo de «Los viajes de Gulliver»:
Los piratas desembarcan para robar y saquear; descubren gente inofensiva, que los recibe amablemente; bautizan a ese país con un nuevo nombre y toman posesión en nombre de su rey; dejan constancia del hecho en un tablón podrido o en una piedra.
Aquí comienza un nuevo dominio, adquirido por derecho divino. Los nativos son expulsados o aniquilados; sus príncipes torturados para que confiesen dónde está el oro; hay patente de corso para todos los actos de inhumanidad y lujuria; la tierra apesta a sangre; y esta execrable banda de carniceros consagrada a tan piadosa expedición es una colonia moderna enviada para convertir y civilizar a un pueblo idólatra y bárbaro.
-El papá de Gulliver
La primera edición de «Los viajes de Gulliver» se publicó con otro título y sin autor.
Los tropiezos obligaban a caminar con cuidado. Otras obras anteriores de Jonathan Swift, sacerdote de alta jerarquía, deán de la catedral de San Patricio en Irlanda, le habían valido varias denuncias por sedición y habían arrojado al editor a la cárcel.
El éxito clamoroso de «Gulliver» hizo posible que Swift firmara con su nombre las ediciones siguientes. Y firmó también su nueva obra. «Una modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o su país y para que resulten de público beneficio» fue el larguísimo título del más feroz panfleto político del que se tenga noticia.
En el helado lenguaje de los expertos en la ciencia económica, el autor demostraba, objetivamente, la conveniencia de enviar al matadero a los hijos de los pobres. Estos niños podían convertirse en el más delicioso, nutritivo y completo alimento, estofado, asado, horneado o hervido, y además se podía aprovechar la piel para fabricar guantes de señoras.
Esto se publicó en 1729, cuando hasta los espectros deambulaban por las calles de Dublín en busca de comida. No cayó muy bien.
Swift se había especializado en formular preguntas insoportables:
¿Por qué provocaba horror su proyecto de canibalismo si Irlanda era un país comido por Inglaterra y a nadie se le movía un pelo? ¿Los irlandeses morían de hambre por culpa del clima o por la asfixia colonial? ¿Por qué él era un hombre libre cuando estaba en Inglaterra y se convertía en esclavo no bien pisaba Irlanda? ¿Por qué los irlandeses no se negaban a comprar ropas inglesas y muebles ingleses y aprendían a amar a su patria? ¿Por qué no quemaban todo lo que viniera de Inglaterra, excepto la gente?
Lo declararon loco.
Sus ahorros habían financiado el primer manicomio público de Dublín, pero no se pudo internarlo allí. Murió antes de que terminaran las obras.