Repasando la historia
De Eduardo Galeano
-A México le comieron el mapa
Entre 1833 y 1855, Antonio López de Santa Anna fue once veces presidente de México.
En ese período, México perdió Texas, California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah y buena parte de Colorado y de Wyoming. México se redujo a la mitad al módico precio de quince millones de dólares y una cantidad de soldados muertos, indios y mestizos, que nunca fueron contados.
La mutilación había empezado en Texas, que por entonces se llamaba Tejas. Allí la esclavitud estaba prohibida. Sam Houston y Stephen Austin, dueños de negros, encabezaron la invasión que restableció la esclavitud.
Estos ladrones de tierras ajenas son ahora héroes de la libertad y próceres de la patria. La salud y la cultura llevan sus nombres. Houston brinda curación o consuelo a los enfermos graves y Austin otorga lustre a los intelectuales.
-A Centroamérica le rompieron el mapa
Francisco Morazán no murió en la primera descarga. Se levantó, como pudo, y él mismo mandó corregir la puntería y dio la orden de fuego.
Después, el tiro de gracia le partió la cabeza.
Partida quedó, también, Centroamérica. Cinco pedazos, que ahora son seis. Estos seis países, que se ignoran y se malquieren, habían sido, en tiempos de Morazán, una sola república.
Él había presidido Centroamérica desde 1830 hasta 1838. La había querido unida, y por ella peleó.
En su última batalla, reunió a ochenta hombres contra cinco mil. Cuando entró en San José de Costa Rica, atado al caballo, una multitud lo miró pasar en silencio.
Al rato nomás, recibió sentencia y fue fusilado y durante muchas horas siguió acribillándolo la lluvia.
Cuando Morazán nació, en Honduras, no había allí ni una sola escuela pública y ningún hospital donde los pobres pudieran entrar antes de pasar al cementerio. Morazán convirtió los conventos en escuelas y hospitales, en Honduras y en toda Centroamérica, y el alto clero denunció que este Satán expulsado del Cielo tenía la culpa de la viruela y de la sequía y de la guerra que la Iglesia hizo contra él.
Trece años después de la caída de Morazán, William Walker invadió estas tierras.
-El predestinado
En 1856, William Walker se proclama presidente de Nicaragua. La ceremonia incluye discursos, desfile militar, misa y banquete con cincuenta y tres brindis de vinos europeos.
Una semana después, el embajador de los Estados Unidos, John H. Wheeler, reconoce oficialmente al nuevo presidente, y en su discurso lo compara con Cristóbal Colón.
Walker impone a Nicaragua la Constitución de Louisiana y restablece la esclavitud, que treinta años antes había sido abolida en toda Centroamérica. Lo hace por el bien de los negros, porque las razas inferiores no pueden competir con la raza blanca, si no se les da un amo blanco que dirija sus energías.
Este caballero de Tennessee, el Predestinado, recibe órdenes directas de Dios. Cavernoso, patibulario, siempre vestido de luto, encabeza una banda de mercenarios, reclutados en los muelles, que dicen ser los Caballeros del Círculo Dorado y también se hacen llamar, modestamente, Falange de los Inmortales.
Five or none, proclama Walker, que emprende la conquista de toda América Central.
Y los cinco países centroamericanos, divorciados, peleados, envenenados por los rencores mutuos, recuperan, al menos por un rato, su perdida unidad: se unen contra él.
En 1860, lo fusilan.
-A Bolivia la borraron del mapa
Una noche de 1867, el embajador del Brasil prendió al pecho del dictador de Bolivia, Mariano Melgarejo, la Gran Cruz de la Orden Imperial del Crucero. Melgarejo tenía la costumbre de obsequiar pedazos de país a cambio de condecoraciones o caballos. Aquella noche, se le saltaron las lágrimas y ahí nomás regaló al embajador sesenta y cinco mil kilómetros cuadrados de selva boliviana rica en caucho. Con ese regalo, y doscientos mil kilómetros cuadrados más de selva conquistada por guerra, Brasil se quedó con los árboles que lloraban goma para el mercado mundial.
En 1884, Bolivia perdió otra guerra, esta vez contra Chile. La llamaron Guerra del Pacífico, pero fue la Guerra del Salitre. El salitre, vasta alfombra de brillante blancura, era el más codiciado fertilizante de la agricultura europea y un ingrediente importante de la industria militar. El empresario inglés John Thomas North, que en las fiestas se disfrazaba de Enrique VIII, devoró todo el salitre que había sido de Perú y de Bolivia. Chile ganó la guerra y él la cobró. Perú perdió mucho y también perdió mucho Bolivia, que quedó sin salida al mar, sin cuatrocientos kilómetros de costa, sin cuatro puertos, sin siete caletas y sin ciento veinte mil kilómetros cuadrados de desiertos ricos en salitre.
Pero este país tantas veces mutilado no fue oficialmente borrado del mapa hasta que ocurrió un incidente diplomático en la ciudad de La Paz.
Puede que sí, puede que no. Muchas veces me lo contaron, y así lo cuento: Melgarejo, el dictador borracho, dio la bienvenida al representante de Inglaterra ofreciéndole un vaso de chicha, el maíz fermentado que era y es la bebida nacional. El diplomático agradeció y elogió las virtudes de la chicha, pero dijo que prefería chocolate. Entonces el presidente lo convidó, amablemente, con una enorme tinaja llena de chocolate. Toda la noche pasó el embajador, prisionero, obligado a beber este castigo hasta la última gota, y al amanecer fue paseado en burro, montado al revés, por las calles de la ciudad.
Cuando la reina Victoria se enteró del asunto, en su palacio de Buckingham, mandó traer un mapamundi. Preguntó dónde diablos quedaba Bolivia, tachó el país con una cruz de tiza y sentenció:
-Bolivia no existe.