Juan García Martín. Preso político del PCE(r)
(en colaboración con Jack London)
Artículo publicado en ‘El Otro País’
N.º 91, septiembre 2019
Salvo el poder, todo es ilusión
No recuerdo de quién es la frase del título (perdón por no tener Internet en la cárcel) pero es una verdad como un templo más grande y menos combustible que Notre Dame. Acabamos de padecer dos largas y pesadas campañas electorales y los consiguientes pasteleos para repartirse las poltronas con un mismo denominador común en todos los partidos: tocar poder. En realidad, lo que se han repartido son los escaños de un espejismo de poder y, claro, las migajas que los verdaderamente poderosos dejan caer de sus opíparos banquetes. Para demostrarlo, veamos algunas de las cosas que no se han dicho en las pasadas elecciones.
Las autonomías.- El procés de Catalunya ya demostró claramente que no son más que instrumentos de gestión descentralizada del Estado centralista, un Estado que conserva todos sus poderes fundamentales (policías varias, ejercito, leyes y jueces, relaciones exteriores, medios de comunicación…) y cuyos hilos mueve ese otro gran poder en la sombra que constituyen la Banca, las multinacionales y las grandes empresas y monopolios. Si alguien se sale del guión prestablecido y pretende ir más allá, por ejemplo, lograr el derecho de autodeterminación o tocar la sagrada propiedad privada, el poder del Estado caerá sobre él con todo su verdadero poder.
Ayuntamientos.- La ilusión de la “democracia de lo inmediato” se revela como “la gestión de lo precario”, es decir, de los muy medidos recursos que “los de arriba” (Diputaciones, Autonomías, poder central, bancos…) tienen a bien darles y que muchas veces son focos de corrupción. Si alguien pretende atacar de verdad los problemas de fondo de sus vecinos (pobreza crónica, escasez de viviendas, dependencia, privatizaciones y carestía de los servicios…) basta que esos “arribas” le corten el grifo del dinero o le apliquen una ley “superior” y… ¡hasta las próximas elecciones!
El poder del voto.- ¿Qué problemas fundamentales (falta de tejido productivo, dependencia internacional, República, falta de I+D, naciones oprimidas, la Iglesia, el paro crónico, la represión estructural, el omnipoder de la Banca, etc.) se han podido o se pueden resolver mediante el voto? En estos decenios de “democracia”, el voto sólo ha servido para legitimar el Estado del ́78, para respaldar las sucesivas políticas antipopulares (si votas, aceptas las reglas del juego, el poder de la mayoría), boicotear los intentos de reorganizar la lucha obrera y popular y a la postre, reforzar y perfeccionar el propio régimen. Aquellos que han llamado a votar “para desmontar el régimen” o son unos ilusos o unos acobardados por el “vacío institucional” que podría crearse con un boicot masivo como preludio de un verdadero cambio revolucionario.
Saliendo del ámbito electoral, vemos a pequeños campesinos, industriales y comerciantes que se creen dueños de sus tierras, talleres y comercios cuando en realidad éstos pertenecen a los bancos; los propietarios de pisos dueños, en realidad, de una desmesurada deuda hipotecaria, obreros de grandes fábricas que se sienten seguros en sus puestos de trabajo cuando estos dependen de los vaivenes de la economía y la política internacional… ¡de ilusiones también se vive!
Hay a quienes les gusta hablar de “poderes fácticos” pero no son consecuentes y, a la postre, una y otra vez llaman a jugar con las reglas que han impuesto esos mismos poderes para, no lo olvidemos, nunca perder el Poder. Y, si hace falta, le dan una patada al tablero, como ocurrió en 1936 o ahora en Catalunya.
Por supuesto que las clases trabajadoras también tienen sus “poderes”: la fuerza que da la unidad, organización, disciplina consciente, la experiencia acumulada por los revolucionarios que nos precedieron, las ideas revolucionarias como el marxismo-leninismo, el internacionalismo proletario, la huelga y las amplias movilizaciones, la desobediencia civil y en general, no atarse las manos ante cualquier método de lucha que sea necesario para oponerse al formidable enemigo que supone el Poder de los capitalistas. Claro, que llevará su tiempo dar cuerpo a todos estos recursos por lo que, mientras, el Poder seguirá en manos de quienes lo conquistaron en 1939.
Llegados a este punto, seria el momento de extenderme sobre la lucha de poderes que se da y se dará entre “los de arriba” y “los de abajo”, pero debo confesar que mis ojos me fallan. Llevo casi dos años esperando que me operen de cataratas y mi vista va decayendo (además, la prisión se niega a autorizarme cualquier medio de escritura que no sea el boli). Por tanto, me voy a permitir la licencia de dejar que el gran escritor Jack London remate este articulo con una cita de su novela “El Talón de Hierro” (Editorial AKAL); de paso, aprovecho para recomendar su lectura, sobre todo a los lectores más jóvenes. ¡Qué actual os va a parecer lo que allí se cuenta a pesar de estar escrita en 1908!
Se trata de un diálogo entre un oligarca y un revolucionario:
-….No vamos a perder más tiempo hablando. Cuando alarguéis vuestras poderosas manos para arrebatarnos nuestros palacios y nuestras riquezas, os mostraremos nuestra fuerza. La expresión de nuestro poder será la metralla que surja del estallido de los obuses y el traqueteo de las ametralladoras. Aplastaremos a esos revolucionarios con el talón de nuestras botas, pisando sobre sus rostros. Éste es nuestro mundo, somos sus dueños y seguiremos siéndolo. Yo si conozco la historia y por eso sé que las legiones de trabajadores han vivido en el fango desde tiempo inmemorial, y en él seguirán mientras yo, los míos y los que nos sucedan conserven el poder. Ésta es la palabra, la reina de las palabras: poder. Ni Dios, ni el becerro de oro: el poder. Mueva la palabra en su boca hasta que la lengua encuentre su áspero sabor. ¡El poder!
-Ya me han respondido- contestó tranquilo Ernest-. Era la única respuesta que se podía esperar. El poder es justamente lo que la clase trabajadora busca. Sabemos perfectamente, por amarga experiencia, que ninguna apelación al derecho, a la justicia o a la humanidad los haría cambiar. Sus corazones son tan duros como los talones con los que pisotean los rostros de los pobres. Por ello reivindicamos el poder. Con el poder de nuestros votos, el día de las elecciones os arrebataremos el gobierno de la sociedad.
-¿Qué pasará si el día de las elecciones obtienen una mayoría aplastante?- interrumpió el señor Wickson-. ¿Imagine que nos negamos a cederles el gobierno aunque lo hayan ganado en las urnas?
-También hemos considerado esa posibilidad- replicó Ernest-. Y en ese caso les responderíamos con el plomo del que ha hablado. El poder, lo ha proclamado como el rey de los términos. Él será el dominante. Y si el día en que consigamos esa gran mayoría en las urnas, rehúsan ceder el poder al Gobierno que pacífica y constitucionalmente haya ganado, les diré qué haremos: responderemos con el estallido de los obuses, el fragor de la metralla y el traqueteo de las ametralladoras; ésa será nuestra respuesta.
-No tienen escapatoria; veo que efectivamente conoce la historia, y que desde sus orígenes el mundo del trabajo ha estado sumergido en el fango; e igualmente estoy seguro de que en él permanecerá en tanto que usted, los suyos y los que los sucedan conserven el poder. Estoy absolutamente de acuerdo con todo lo que ha dicho. El poder será el arbitro, tal como ha sucedido siempre. Es una lucha de clases. De igual modo que su clase acabó con la nobleza feudal, así acabará la clase trabajadora con la suya. Si es usted capaz de estudiar la biología y la sociología con la atención con la que ha leído la historia, comprenderá que ese final es inevitable. Poco importa que tardemos uno, diez o mil años, nuestra clase desalojará del poder a la suya. ¡El poder! Nuestros ejércitos de trabajadores han masticado esa palabra hasta sentir su más profundo sabor. ¡El poder!, la palabra suprema.
Y así acabó la noche en el Club de los Filómata.