Repasando la historia:
La otra cara del Tíbet. 1949:
La guerra colonialista francesa en Indochina, costó de 1946 a 1955 un millón doscientos mil muertos. Hemos visto cientos de películas sobre la vida colonial en aquellos años y anteriores en superproducciones maquilladas de Hollywood.
La misma represión colonial en Madagascar, Túnez y lo que denominaban el África negra, en 1949, se llevó otras 70.000 vidas. Y la ONU, fundada cuatro años antes, empleó verborrea para criticarlas.
También ese año se vivía en masacre entre indios y pakistanís tras la artificial partición –y podemos consultar información en cualquier enciclopedia-, pero muy pocas personas parecen recordar cómo se vivía en el Tíbet lamaísta un año antes de la entrada china.
En 1998, Hollywood estrenó una superproducción importante sobre el Tíbet. Siete Años en el Tíbet, estaba basada en el libro escrito por un nazi austriaco, Heinrich Harrer, quien estuvo involucrado en algunos de los crímenes más brutales de los fascistas en Austria. Harrer llegó al Tíbet durante la Segunda Guerra Mundial en una misión secreta para el imperialismo alemán, que trataba de competir con el imperialismo británico en Asia. Fue aceptado en el círculo de la corte entre la más alta nobleza tibetana. Con este tipo de juncos tenemos que tejer el mapa de la historia real tibetana.
-¿Que era el Tíbet antes de la liberación?
La otra cara del Tíbet
El Tíbet, en 1949, era un país completamente subdesarrollado. No tenía ningún sistema de carreteras. Las únicas ruedas eran las de la oración. Era una teocracia feudal agrícola basada en la servidumbre y la esclavitud.
El 95% de la población eran siervos sin tierra y esclavos. Estaban atados a la tierra pero no poseían nada. Sus hijos eran registrados en los libros de propiedad del terrateniente.
No había escuelas, aparte de los monasterios feudales donde un puñado de jóvenes estudiaba cantos. La matrícula total en las escuelas privadas antiguas era de 600 estudiantes. No se oyó nunca hablar de educación para las mujeres. No había servicio de salud. No había ni un solo hospital en todo el Tíbet.
El Dalai Lama vivía en el Palacio Potala, de mil habitaciones y 14 pisos, donde era el peón bajo el control de los consejeros de la nobleza.
Para el campesino común, la vida era corta y miserable. Tíbet tenía una de las más altas tasas de tuberculosis y mortalidad infantil en el mundo.
La autora china Han Suyin investigó que sólo 626 personas poseían el 93 por ciento de la tierra y la riqueza nacional en Tíbet. Entre ellos estaban 333 autoridades religiosas, 287 nobles y militares y seis ministros del gabinete. La clase alta la formaban cerca del 2 por ciento de la población y el 3 por ciento eran sus agentes: capataces, administradores de sus fincas y comandantes de sus ejércitos privados. El 80 por ciento eran siervos, el 5 por ciento esclavos y el 10 por ciento eran monjes pobres que trabajaban como siervos para los abades y rezaban. A pesar de la supuesta regla lamaísta de no violencia, eran azotados continuamente.
Hoy el actual Dalai Lama se presenta ante el mundo como un hombre sagrado a quien no le interesan las cosas materiales. La realidad es que fue el principal dueño de siervos del Tíbet. Según la ley era dueño de todo el país y de sus habitantes. En la práctica su familia disponía de 27 fincas, 36 prados, 20.331 joyas, 14.676 prendas de vestir, 6.170 siervos y 102 esclavos.
La vida de los tibetanos en 1949 era breve y durísima. Tanto los hombres como las mujeres trabajaban en las faenas más duras y en trabajos forzados, llamados ‘ulag’ durante 16 ó 18 horas al día. Debían entregar a los dueños el 70 por ciento de la cosecha. No podían usar los mismos asientos, palabras ni utensilios que los dueños. Los castigaban con latigazos si tocaban cosas del propietario. No podían casarse ni salir de una finca sin permiso del amo. Los siervos y las mujeres eran considerados animales hablantes que no tenían derecho a mirar a la cara a los amos. El experto en Tíbet A. Tom Grunfeld relata como a los esclavos los golpeaban, no les daban comida y los mataban a trabajar. En la capital Lasha se compraban y vendían niños.
La palabra mujer, ‘kimen’, significaba nacido inferior. Les impedían levantar los ojos más allá de la rodilla de un hombre. Era común quemar a las mujeres por ser brujas. Dar a luz gemelos era prueba de que una mujer había copulado con un espíritu maligno y en las zonas rurales quemaban a la madre y a los gemelos recién nacidos. En 1949 no había en Tíbet ni electricidad, ni carreteras, ni hospitales ni casi escuelas. Muchos siervos morían de hambre mientras algunos monasterios atesoraban riquezas y quemaban grandes cantidades de alimentos como ofrendas. La mayoría de los recién nacidos morían antes de cumplir un año. La mortalidad infantil era en 1950 del 43 por ciento. La viruela afectaba a una tercera parte de la población. La lepra, la tuberculosis, el bocio, el tétanos, la ceguera, las enfermedades venéreas y las úlceras causaban gran mortalidad. La esperanza de vida en 1950 -año de una encuesta china- era de 35 años.
Las supersticiones extendidas por los monjes les hacían oponerse a los antibióticos. Les decían a los siervos que las enfermedades y la muerte se debían a los pecados y que la única manera de prevenir las enfermedades era rezar y pagar dinero a los monjes.
En 1950 el 95% de la población era analfabeta. El lenguaje escrito solo servía para el culto religioso.
El sistema feudal impedía el desarrollo de las fuerzas productivas. No permitía el uso de arados de hierro, extraer carbón, pescar, cazar, ni hacer innovaciones sanitarias de ningún tipo. No había ni comunicaciones ni comercio ni ninguna industria por elemental que fuera. Mil años atrás, cuando se introdujo el budismo, se calcula que en Tíbet vivían diez millones de personas pero en 1950 sólo quedaban tres millones.
Los chinos entraron en tierras de Tíbet en octubre de 1950. Derrotaron al ejército enviado por los feudales tibetanos. Mandaron a Lasha un mensaje con esta propuesta: si Tíbet se integraba en la República Popular de China, el gobierno ‘kashag’ podría seguir gobernando durante un tiempo bajo la dirección del gobierno central popular. Los comunistas no abolirían las prácticas feudales ni tomarían medidas contra la religión hasta que el pueblo no apoyase los cambios revolucionarios. El gobierno feudal aceptó la propuesta y firmó el Acuerdo de 17 puntos que reconocía la soberanía china y se aplicaba en las zonas sometidas al ‘kashag’ y no en otras zonas tibetanas donde vivía la mitad de la población. En octubre de 1951 el Ejército Popular de Liberación entró pacíficamente en Lasha.
Lógicamente los feudales no esperaron con los brazos abiertos a los comunistas sino que llevaban conspirando un año para intentar perpetuar su sistema de dominación. Hicieron lo posible por enemistar a sus siervos con el Ejército Popular de Liberación: difundieron rumores de que usaban sangre de niños tibetanos como combustible para sus camiones, les colocaron el alias de mataperros, por eliminar los perros rabiosos que mordían a la gente…
Algunos monasterios se convirtieron en centros de la actividad secreta contrarrevolucionaria y en almacenes de armas que la CIA norteamericana enviaba desde la India. La CIA estableció un centro de entrenamiento de agentes tibetanos en el campo Hale de Montanas Rocosas en Colorado, por su gran altitud. También fueron entrenados mercenarios tibetanos en las bases estadounidenses de Guam y Okinawa. En total Estados Unidos entrenó militarmente a 1.700 tibetanos.
El Ejército tenía órdenes estrictas de respetar a la población, su cultura y sus creencias, incluso sus temores supersticiosos que no podían ser erradicados rápidamente. Los siervos se sorprendieron cuando fueron contratados por un sueldo. Empezaron a llegar mercancías que mejoraron la vida de la población, se instalaron los primeros teléfonos, telégrafos, emisoras e imprentas y las primeras escuelas. En unos pocos años 6.000 alumnos acudían a 79 escuelas primarias. Los equipos médicos empezaron a curar a la población… Sí, la mentalidad empezó a cambiar.
Los terratenientes feudales vieron en peligro su poder y organizaron las primeras rebeliones armadas en 1956. En las zonas en las que no regía el acuerdo de 17 puntos, los comunistas animaban a los siervos a dejar de pagar alquiler a los monasterios y a los nobles. En marzo de 1959 se produjo una rebelión en gran escala apoyada por la CIA, que envió sus agentes entrenados y lanzó cargamentos de municiones y sub-ametralladoras desde aviones C-130 de la fuerza aérea norteamericana. Los monjes y sus agentes armados atacaron la guarnición del Ejército Popular de Liberación en Lasha. Los comunistas respondieron militar y políticamente: 1.000 estudiantes tibetanos volvieron rápidamente de los Institutos para las Minorías Nacionales para participar en una gran campaña de cambios revolucionarios.
El gobierno del ‘kashag’, que había apoyado la rebelión, fue disuelto. En todas las regiones se crearon órganos de poder llamados Oficinas para reprimir la revuelta. Se abolió el ‘ulag’, el trabajo forzoso y la servidumbre. Los esclavos de los nobles fueron liberados. Los principales conspiradores fueron detenidos. La mujer fue liberada de la poligamia. Los siervos dejaron de pagar alquiler a los monasterios y la mitad de los mismos tuvieron que cerrar.
Tras la derrota de la rebelión, el Dalai Lama número 14, llamado Tenzin Gyatso, huyó al exilio acompañado por 13.000 personas integrantes de la nobleza y el alto clero lamaísta, con muchos de sus esclavos, guardias armados y caravanas de mulas cargadas de riquezas. Se instaló en la ciudad india de Dharamsala un gobierno en el exilio. A partir de 1964, el Dalai Lama figuró en la lista de los asalariados de la CIA, que le asignó una cantidad anual de 180.000 dólares en el cuadro de un programa para “derribar los regímenes comunistas”.
En septiembre de 1987 se produjo una insurrección de monjes en la capital tibetana, que asaltaron una comisaría de policía. En la primavera de 1989 se produjo una nueva rebelión en Lasha.
Aunque el budismo prohíbe matar y toda forma de violencia, el actual Dalai Lama apoyó con entusiasmo la guerra de la OTAN contra Yugoslavia de 1999.
José Antonio Egido, escribe muy adecuadamente en antagónica comparación, que en 1999 había 2.623 médicos en Tíbet, 95 hospitales municipales y 770 clínicas. La mortalidad infantil era en 1998 del tres por ciento. La esperanza de vida es en 2009 de 65 años. La escolarización de los niños llega al 82 por ciento, y se hace en chino y tibetano, en 2.380 escuelas.
Tíbet no está invadido por dos millones de colonos ‘han’, como dice la propaganda. Según un censo de octubre de 1995, Tíbet tenía 2.389.000 habitantes de los que sólo el 3,3 por ciento era de origen ‘han’, menos que en 1990, que era el 3,7 por ciento. En 1949 había un 1% de ‘han’.
La gente interesada por los asuntos sociales debe saber que el Dalai Lama (en el siglo XXI) se opone al aborto, a toda forma de control de la natalidad y a la homosexualidad.
Del libro: Breve memoria-historia (subjetiva) del siglo XX y XXI. 2010. Editorial Templando el Acero.
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