Repasando la historia
De: Eduardo Galeano
-Yo sí puedo
En 1961, un millón de cubanos aprendió a leer y a escribir, y miles de voluntarios borraron las sonrisas burlonas y las miradas compasivas que habían recibido cuando anunciaron que lo harían en un año.
Tiempo después, Catherine Murphy recogió evocaciones:
* Griselda Aguilera: Mis padres alfabetizaban aquí en La Habana. Yo les pedía, pero no me dejaban ir. Cada mañana, bien temprano, se marchaban los dos, y yo me quedaba en casa, hasta la noche. Un día, después de tanto pedir y pedir, me dejaron. Los acompañé. Carlos Pérez Isla se llamaba mi primer alumno. Tenía cincuenta y ocho años. Yo, siete.
* Sixto Jiménez: A mí tampoco me dejaban. Tenía doce años, ya sabía leer y escribir y cada día pedía y discutía, y nada. Es muy peligroso, decía mi madre. Y justo en esos días vino la invasión de Bahía de Cochinos, los criminales esos venían a vengarse, venían con la sangre en el ojo, ellos, los dueños de Cuba. Nosotros los conocíamos bien, ya en los viejos tiempos nos habían incendiado la casa dos veces, allá en la sierra. Y entonces mi madre me preparó la mochila. Adiós, me dijo.
* Sila Osorio: Mi madre alfabetizó en las montañas, de Manzanillo para allá. Le tocó una familia con siete hijos. Ninguno sabía leer ni escribir. Seis meses estuvo mi madre viviendo en esa casa. Durante el día, recogía café, buscaba agua… En las noches, enseñaba. Cuando ya todos sabían, se fue. Había llegado sola, pero no se fue sola. Figúrate: si no hubiera sido por la campaña de alfabetización, yo no existiría.
* Jorge Oviedo: Yo tenía catorce años cuando llegaron los brigadistas a Palma Soriano. Nunca había ido a la escuela. Pero fui a la primera clase de alfabetización, dibujé unos palotes y ya me di cuenta: esto es lo mío. Y a la mañana siguiente me escapé de casa y me eché al camino. Bajo el brazo llevaba el manual de los brigadistas. Caminé mucho, hasta que llegué a un pueblo metido allá en las montañas de Oriente. Me presenté como alfabetizador. Di la primera clase, repetí lo que había escuchado allá en Palma Soriano. Recordaba todito. Para la segunda, estudié, o más bien adiviné, lo que decía el manual. Y para las clases siguientes… Yo fui alfabetizador antes de ser alfabetizado. O fui todo junto, no sé.
-Alí
Fue pluma y plomo. Boxeando bailaba y demolía.
En 1967, Muhammad Alí, nacido Cassius Clay, se negó a vestir el uniforme militar:
-Quieren mandarme a matar vietnamitas, dijo. ¿Quién humilla a los negros en mi país? ¿Los vietnamitas? Ellos nunca me hicieron nada.
Lo llamaron traidor a la patria. Lo amenazaron con la cárcel, le prohibieron seguir boxeando. Le quitaron el título de campeón mundial.
Ese castigo fue su trofeo. Arrebatándole la corona, lo consagraron rey.
Cinco años después, unos estudiantes universitarios le pidieron que recitara algo. Y él inventó para ellos el poema más breve de la literatura universal:
-Me, we.
Yo, nosotros.
-El jardinero
A fines de 1967, en un hospital de África del Sur, Christian Barnard trasplantó por primera vez un corazón humano y se convirtió en el médico más famoso del mundo.
En una de las fotos, apareció un negro entre sus ayudantes. El director del hospital aclaró que se había colado.
Por entonces, Hamilton Naki vivía en una barraca sin luz eléctrica ni agua corriente. No tenía diploma, ni siquiera había terminado la escuela primaria, pero era el brazo derecho del doctor Barnard. En secreto trabajaba a su lado. La ley o la costumbre prohibían que un negro tocara carne o sangre de blancos. Poco antes de morir, Barnard reconoció:
-Quizás él era técnicamente mejor que yo.
Al fin y al cabo, su hazaña no hubiera sido posible sin este hombre de dedos mágicos, que había ensayado el trasplante de corazón, varias veces, en cerdos y perros.
En las planillas del hospital, Hamilton Naki figuraba como jardinero.
De jardinero se jubiló.