Repasando la historia:
Guerra sucia con heroína
(Artículo de opinión publicado en el diario Egin, junio de 1996)
«Puta heroína»
O cómo una generación entera de un barrio obrero ha sido exterminada… por demasiados intereses.
Hace unos días fallecía en mi barrio la última persona de una lista interminable de jóvenes a causa de la heroína.
No puedo dejar de reflexionar y darle vueltas a las historias, mierdeos, rollos chungos y porqués de este exterminio tan sutil de una decena de jóvenes de un barrio obrero de nuestra dolida Euskal Herria; esta vez en la provinciana Gasteiz.
Badaia, el Pozo del Tío Raimundo alavés, y no por sus niveles de chabolas o hacinamiento; sino por su significado de banco de pruebas del sistema.
Se me amontonan dolidamente los recuerdos de todos aquellos chorvillos compas de escuela y juegos; los que nos comíamos los mocos entre hincar la lima, pirolas espontáneas y un montón de risas. Ya no queda prácticamente nadie; no porque hayan sentado la cabeza o emigrado a sitios distintos, sino porque están simple y llanamente muertos… por la puta heroína.
Años 78 a 81, conflictiva Gasteiz, vivaracho barrio de Badaia. Problemática juvenil como en casi todo el Estado, supongo. ¿Os acordáis de las bandas? ¿de las peleas en la discotecas macarrillas?¿del brutal palizón al de Abetxuko porque él lo hizo anteriormente con uno de los nuestros? Seguramente a la peñica veinteañera de hoy le suene a prehistoria todo esto, pero a aquella generación es difícil que no se le haya grabado a fuego en cada poro de piel todos aquellos momentos.
Nuestros viejilos vivían los primeros golpes brutales del temido paro. Nuestros hermanos mayores volvieron muchas noches temblando moratones y porrazos de los grises. Nosotros despertábamos adolescencia y legañas en un colegio emblema de fascismo de aquella Gasteiz, el colegio de Ali. Banco de pruebas perfecto para saber cómo iba a resultar la asquerosa Transición.
Recién salía el barrio de aquellas gloriosas fechas de marzo del 76, no por los muchísimos meses transcurridos, sino por la toma de conciencia que supuso para muchos en ese barrio (que se distinguió por su combatividad); y por la eterna pesadilla que se iba a vivir en otras muchas familias desde entonces.
Varios niños llave en las cuadrillas; de los que volvieran a la hora que fuera a casa, no iban a encontrar a nadie. La viejilla limpiando portales, el viejillo en cualquier obra metiendo horas extras: muchas bocas que llenar y sueldos miserables. Hoy recordándolo me viene a la quijotera el enorme grado de alcoholismo del que algunos padres no pudieron salir ya jamás. Y claro, en esa situación, mejor pirola y montándola en grande que en el aburridísimo colegio.
Recuerdo perfectamente que en aquella época, 1980, brotó -y no por arte de birlibirloque, razono hoy- una inundación de drogas en los barrios obreros de Gasteiz: en Zaramaga, Abetxuko y Badaia (¡qué casualidad!).
Recuerdo que era el más “mierdillas” quien tardaba más tiempo en liar un porro. Primero se practicaba con colillas o con Celtas, luego con costo de verdad (la palabra hachís nos pillaba un poco lejos). Horas y horas en una discoteca llamada Monte Azul (donde hoy nos damos cuenta que había más policías que personas). Los palos a los pijos (perucos les llamábamos entonces) de los colegios de pago; chorradicas al principio, unas playeras o algo de guita, luego ya fueron los pelucos (relojes) y las bicicletas.
No os penséis, la lucha también estuvo presente siempre en el barrio, como esa especie de dicotomía que hace que dos sectores de la juventud de idéntico lugar, sean antagónicas perpetuas. Hoy simplemente no estamos hablando de esto, aunque cómo no nombrar a los hoy todavía presos políticos del barrio Nene y Oso -desde 1981- y Rikardo Izaga.
Con 16 años muchos pisaron el Correccional -ironía de definición-, con 18 las continuas detenciones. Aquellos cabrones (y éstos) que pulían el primer polvo cristalino y amargo no les permitían deudas y jamás supimos de que ninguno de ellos tuvieran problemas policiales; tal vez porque tras volver de traficar en los jardines de Aldabe se tuvieran que volver a poner el uniforme.
Empezaron en cadena los atracos a farmacias; de tal intensidad que la noticia fue reflejada en un telediario estatal. Las dixis, el reinol, las mustacas… embotaban el cerebro, nublaban los sentidos y por 10 o12 horas hacían olvidar al padre borracho y el negro futuro.
Mi amigo íntimo Marianín se hecho una recortada al bolso. A su viejo lo mataron en una discusión unos puteros. Atraco a mano armada. En el maco le marcaron un navajazo de lado a lado de la cara, “tenemos muchos cojones los de Badaia”, decía siempre. Al salir me tiré una tarde entera de charla. “Somos carne de basurero, nunca hemos tenido nada, nada nos han dado, la vida es una mierda y el que se ponga por delante peor para él”. Murió unos meses más tarde. Luego fue Pelopaja, Felimo, los Perea, los hijos de Ballena, el chino…
La heroína compraba y vendía voluntades. En un barrio tan pequeño algunos se hicieron txotas para conseguir las papelas. Otros pedían prestadas cuatro, añadían un poco de talco o arenilla, convertían el milagro en cinco y tenían para chutarse gratis esa tarde.
Asaltos, atracos, muy malos rollos. En el barrio siempre se ha guardado una especie de silencio cómplice; al fin y al cabo nunca pegaban los palos gordos en el barrio (aunque dejaron a todos los vecinos sin casetes de coche) y encima era el hijo de la Mari, o de cualquier otra.
La heroína, el maltrato brutal de cuerpos podridos, exigieron descanso. Siempre he pensado que cuando los hijos de papá enganchados al jaco lo pudieron dejar, aún de muchos años después, la vida les decidió sonreír. A los de mi barrio no. Por lo viso, la lucha de clases también existe en el caballo. Chutas compartidas, represión y monazos, la mierda de Juan el Gitano y no el excelente azúcar que les traían a los yonkis de nivel tienen la culpa. Y la desatención. Y el único yogurt robado en la panadería de la esquina como único papeo.
El último muerto ha sido Javi Bocarrana. He metido decenas de horas de cháchara con él. Jamás me quitaré de la cabeza su particularísimo análisis de la situación: “Me dicen que pa’ dejarlo me tienen que meter en proyectos, 24 horas de seguimiento y todo eso. ¿Quién ostias me lo va a hacer; quién va a joder su vida para arreglar la mía? Yo no tengo ningún criado romo (…) (da el nombre de un yonki pijo) que me recoja, me saque, me vigile… todos mis conocidos son «negativos» como me dicen en Las Nieves”. “Me dicen que tras dejarlo, con algún contrato de curro y tal, me dan un sueldo al mes”. “Les dije que eso lo sacaba yo en una semana robando”.
No sé cómo ostias lo logró, pero tras 12 años chutándose consiguió dejar el infierno. Iba a mear para el control sin problemas, llevaba dos años bien, trataba de no rozarse con el resto de yonkis aún viviendo en el mismo lugar. Se había quedado con taras, pero los que le conocíamos bien le deseábamos toda la suerte del mundo; aunque nos hayamos cagado en sus muertos un millón de veces. No la tuvo, murió a principios de junio.
Los jardines de Aldabe siguen llenos de yonkis todos los días y a todas las horas.
Del barrio quedan 2 o 3, con 13 a 16 años de enganche a la puta heroína. El resto son una caterva de muertos vivientes esperando la llegada del medio gramo vital. Un coche camuflado de los cipayos observa a distancia. Se sonríen, arrancan y se van, seguramente a machacar a algún violento. A fin de cuentas, tras tantos años de banco de pruebas, han conseguido exterminar a toda una generación de un barrio obrero y cañero.
Pero estos cadáveres no constarán en ningún sitio como otra forma de terrorismo de Estado. Por más vueltas que le doy no logro buscar una denominación mejor.