Memoria histórica imprescindible:
–Homenajes a fascistas, hasta en esquelas
Mientras en 2019 se publican esquelas de homenaje en periódicos que se autotitulan como ‘democráticos’, del criminal Franco y del falangista José Antonio, ‘Caídos por Dios y por España’, nos ningunean, ocultan y menosprecian las historias de verdaderos imprescindibles, y blanquean el fascismo.
-Francisco Cossi Ochoa, alcalde republicano de El Puerto de Santa María, detenido y desaparecido por los franquistas en 1936
Francisco Cossi Ochoa nació en El Puerto de Santa María (Cádiz) el 24 de agosto de 1898, era 3º de los 5 hijos de José Jacinto y María Luisa. Cursó estudios de comercio y trabajó en una compañía de electricidad y en una farmacia. Afiliado a la UGT y al Partido Republicano Radical Socialista, fue activo colaborador de la Cruz Roja portuense. Tras la proclamación de la II República, fue designado para formar parte de la comisión gestora del Ayuntamiento de la localidad. Elegido alcalde de El Puerto en 1931, dimitió en 1932 por razones particulares, y fue reelegido en 1933. Mejoró el alumbrado público, pavimentación, alcantarillado, escuelas públicas y edificios municipales.
Siendo ya miembro de Izquierda Republicana, tras el triunfo electoral del Frente Popular fue designado presidente de la nueva comisión gestora de la Diputación de Cádiz. Cuando en la tarde del 18 de julio de 1936 el edificio que albergaba el Gobierno Civil y la Diputación Provincial fue sitiado por las fuerzas sublevadas del Ejército, Cossi se encontraba allí. En todo momento permaneció junto al gobernador Mariano Zapico y no quiso abandonarlo cuando al anochecer se dio la oportunidad a quienes lo desearan. La defensa del edificio, protagonizada por medio centenar de guardias de asalto al mando del capitán Antonio Yáñez-Barnuevo y varios centenares de militantes del Frente Popular, cesó al amanecer con el desembarco de fuerzas regulares indígenas procedentes de Ceuta. Todos los que se encontraban en el interior fueron detenidos.
Cossi, junto a Zapico, Azcárate, Yáñez-Barnuevo, el teniente coronel de Carabineros Leoncio Jaso y otros de significada relevancia fueron inicialmente encarcelados en el castillo de Santa Catalina. El 20 de julio los paisanos fueron trasladados a la prisión provincial si bien parte de ellos, al aumentar el número de detenidos, lo fueron también al penal de El Puerto así como a la prisión flotante buque carbonero Miraflores, a cuyas bodegas fue trasladado Cossi, regresando a la prisión provincial el día 29.
El 22 de julio se inició el juicio sumarísimo por el delito de rebelión militar a Cossi, Zapico, Azcárate, Jaso y Yáñez-Barnuevo así como Antonio Macalio Carisomo, secretario particular del gobernador, y Luis Parrilla Asensio, oficial de telégrafos. Zapico, Jaso, Yáñez-Barnuevo y Parrilla fueron fusilados el día 6 en el castillo de San Sebastián, y se inició un nuevo procedimiento sobre Cossi, Azcárate y Macalio.
Queipo de Llano ordenó que Azcárate y Macalio fueran fusilados el 16 de agosto, sin conocimiento del juez instructor, junto al capitán de Infantería retirado Antonio Muñoz Dueñas, el diputado del PSOE Rafael Calbo Cuadrado y el obrero Julián Pintos Uriarte. La ejecución se realizó en los fosos de Puerta de Tierra. El lugar, fecha y autores de la muerte y sepultura de Cossi siguen siendo grandes incógnitas. Ni en Cádiz ni El Puerto existe registro de su defunción o enterramiento. Según la última anotación de su expediente fue conducido el 17 de agosto a la Fábrica de Torpedos. Nunca más se supo de él. Los franquistas declararon que había fallecido “en los primeros días del Movimiento”, sin más especificaciones.
En 1941 el Juzgado de Instrucción Provincial de Cádiz de Responsabilidades Políticas le declaró fallecido en “los primeros días del Movimiento”. Su familia también sufrió la represión. Sus hermanos Eduardo y José Jacinto fueron encarcelados, al igual que su cuñado, Pablo Cerdá Simó. Eduardo, casado y con 6 hijos de corta edad, también fue declarado “desaparecido”, y posteriormente se inscribió que su muerte había ocurrido el 16 de agosto de 1936 a causa del “Glorioso Movimiento Nacional”.
Francisco Cossi Ochoa, presidente de Diputación y dos veces alcalde de El Puerto de Santa María (donde tiene una de las calles menos conocidas por los portuenses), sigue esperando a que algún día sus restos sean localizados y puedan descansar dignamente en paz.
-Ana París García, republicana y antifascista, sádicamente asesinada a garrote vil por malhechores franquistas en Sevilla en 1938
Ana París fue la única mujer en Sevilla asesinada por garrote vil de la que se tiene constancia hasta la fecha. Fue estrangulada en la Prisión Provincial de Sevilla el 5 de febrero de 1938. ¿El motivo? Ser una Republicana y militante sindical, lideraba la sección de mujeres de la UGT de la Casa del Pueblo donde vivía, la calle Pérez Galdós de La Roda de Andalucía. También que hiciera trabajo de proselitismo entre las mujeres del pueblo para afiliarlas. Se opuso a los rebeldes en las primeras horas de la sublevación del 18 de julio de 1936; el 20 de julio animó a los hombres para que lucharan por la República y que «si no tenían armas que cogieran hoces, entregando ella misma varias», según le acusaron. Tenía 38 años, una hija de 4, Manoli, y un hijo de uno, Rafael. Su marido Juan Aniceto Díaz, tenía 38 años y estaba huido.
En La Roda, desde el 21 de julio, tras la llegada de una columna de milicianos de Málaga, se instauró el régimen republicano. Pero la columna del comandante Castejón ocupo el pueblo el 29 de julio; la detención de Ana fue prioritario para los fascistas. Ana escapó de La Roda a lomos de una bestia con la familia, pero al pasar por Colonia de Santa Ana fue denunciada en este último poblado y entregado a los falangistas, que la llevaron a La Roda y fue encarcelada hasta su posterior traslado a Sevilla. Era mediados de agosto de 1936.
El tribunal franquista que juzgó a Ana, declaró: “Debemos condenar y condenamos a la procesada Ana París como autora de un delito de rebelión militar en el que ha concurrido la máxima circunstancia de agravación, de trascendencia del delito, perversidad y peligrosidad social de su autor, a la pena de muerte, entendiéndose que dicha pena, en el caso de que la misma fuera indultada, había de ser sustituida por la de Reclusión perpetua o de 30 años de duración”.
La angustia de Ana París en la cárcel fue infinita. En pocos meses se enteró del fusilamiento de 12 vecinos de su pueblo y de otra persona más, Rafael Graciano. El consejo de guerra de este último se celebró un mes después que el suyo, con lo que es probable, según el historiador José María García Márquez, que Ana abrigara la esperanza de que su condena hubiera quedado conmutada.
Ana París no sabía que sería estrangulada, templaba su miedo con la histórica dirigente socialista Dulce del Moral, también presa en la cárcel de Sevilla. El fusilamiento sólo sería un momento, un disparo, un segundo con el que se pondría fin a la tortura. Pero los funcionarios de la prisión le dijeron que sería ahorcada, lo que hundió a Ana completamente, al igual que a Dulce. Cuando se la llevaban para pelarla y ejecutarla, se volvió hacia Dulce a quien le entregó unas horquillas del pelo para se las diera a su marido cuando llegara a verlo, y le dijera que era lo único que podía darle.
Se ordenó a la celadora del departamento de reclusas que cortaran los cabellos de Ana, despejando el cuello, pero el recorte se hizo mal, y el verdugo enredó el torniquete en el pelo alargando el ahogamiento, y generando terrible angustia y sufrimiento en la víctima. El terror en directo, en su mayor dimensión. “El director, el médico, el cura, los hermanos de la Caridad, el representante del gobernador, el juez militar. Todos testigos del horror que la nueva España estaba llevando a cabo, aunque ninguno de ellos movieran un solo dedo para impedirlo”, denuncia García Márquez.
El mismo día de su ejecución fueron igualmente asesinados José Muñoz Mesa y Miguel Sancho Torres, ambos trabajadores del campo y ugetistas de Villanueva de San Juan. También el barbero sevillano del Partido Sindicalista Miguel Ortega Fernández. “Se trataba de demostrar el poder, estas ejecuciones servían de ejemplaridad”, concluye el historiador Joaquín Octavio Prieto, también natural de La Roda de Andalucía.
¡Ni olvido ni perdón!