Religión y el gran invento de la Iglesia
“En estos terribles tiempos, los rezos no han salvado a nadie, sino los hospitales. La Iglesia, poder fáctico multimillonario, ora, pero su oro sigue blindado. Os envío artículos antiguos. M.”
-Algunos datos imprescindibles sobre la Iglesia:
El cristianismo nació hace 2000 años, en la época del Imperio Romano, en una sociedad basada en el esclavismo. La nueva religión se extendió por todo el Imperio romano como un reguero. Reprimida al comienzo por Roma, fue poco a poco adoptada por los emperadores que vieron en ella un elemento aglutinador de los diferentes pueblos sometidos a su control.
Con la caída del Imperio romano, muchos jefes militares se erigieron en señores todopoderosos, tanto en el plano económico, como en el militar y religioso. Así se sentaron las bases sobre las que los hombres de fe comenzaron a acumular importantes riquezas: tierras, ganados, metales preciosos…
Avanzan los siglos y con ellos aumentan el lucro y los privilegios. En nombre de Dios se conquistan tierras y almas; se organizan matanzas contra los paganos: la religión se impone con la espada. Las órdenes religioso-militares, como los Caballeros Templarios, sembraron la muerte en todos los países orientales. La Iglesia se erige en administradora de la justicia divina en la tierra: el tribunal de la Inquisición, que funcionó en España desde 1242 hasta 1834, asesinó a cientos de miles de personas, después de someterlas a terribles suplicios. Sólo al Inquisidor General, Tomás de Torquemada, se le atribuyeron 18.000 asesinatos y más de 100.000 personas torturadas y encarceladas. En compensación por sus buenos oficios la Iglesia se concedió el derecho de apropiarse de todos los bienes de las familias de los condenados. «Sólo la vida ha de dejarse a los hijos de los descreídos, y esto, por un acto de misericordia», decía el papa Inocencio III.
Mientras los inquisidores castigaban con la hoguera a los descreídos y torturaban hasta la muerte a miles de mujeres (a las que el Concilio de Toledo, celebrado en 1324, había calificado de seres «livianos, deshonestos y corrompidos»), los papas de Roma practicaban la lujuria más desenfrenada: el llamado Juan XII murió en el 963 a manos de un marido ofendido que lo encontró en la cama con su mujer y a su sucesor, León VIII, le dio un ataque al corazón mientras fornicaba.
Tras la conquista de Granada, el Cardenal Cisneros, regente de la corona de Castilla, quemó 80.000 manuscritos árabes. Por esas mismas fechas, los cruzados prendieron fuego a la biblioteca de Trípoli, destruyendo un millón de libros. En 1456, el papa Calixto III exorcizó y expulsó del cielo al cometa Halley. En 1600 fue quemado vivo el filósofo Giordano Bruno; en 1642 murió Galileo Galilei, tras padecer 10 años de cárcel y torturas acusado de herejía, ateísmo, etc. por sostener que la tierra se movía alrededor del sol.
De esta forma, mediante el terror y sembrando el fanatismo, la Iglesia, especialmente la católica, logró que la religión se impusiera hasta el siglo XVIII como elemento cohesionador en la vida política, económica y cultural de los Estados europeos. Las revoluciones burguesas debilitaron en parte el poder económico, político e ideológico de la Iglesia, pero la burguesía materialista estaba muy interesada en que la religión siguiera jugando el papel narcotizador que mantenía a las masas trabajadoras en la más absoluta ignorancia, por lo que dejó que la Iglesia siguiera disfrutando de una parte de los privilegios,sólo que ahora, los Estados ya no estaban sometidos a Roma, sino los papas de Roma a los Estados burgueses más fuertes.
En el libro “Historia negra de los Papas”, de Javier García Blanco, se hace biografía de muchos de los 266 habidos hasta hoy en día. También de los 34 “antiPapa”. A pocos, a muy pocos, se les pudiera tildar de “buenas personas”. Los demás, asesinos, corruptos, dados a todos los vicios, guerreros, ignorantes absolutos, fanáticos…
En España, donde la debilidad de la burguesía impidió que ésta llevara a cabo una revolución como en Francia o Inglaterra, la Iglesia ha seguido disfrutando de todos sus privilegios; ésa es la razón de que hoy siga siendo uno de los poderes fácticos sobre los que descansa el régimen. Es bien conocido el apoyo que prestó el Vaticano al levantamiento fascista del 18 de julio de 1936. El órgano oficial del Vaticano exigía a «todos los ciudadanos honrados aunar sus voluntades en el propósito común de expulsar a estos nuevos bárbaros apátridas y ateos».
El Vaticano fue el primer Estado en reconocer el régimen nazi de Hitler; el secretario del papa Pío XI, E. Pacelli, que le sucedería con el nombre de Pío XII, transmitió a los nazis el siguiente mensaje: «Deseo y espero que el partido Nacionalsocialista hará todo cuanto esté en su mano para mantener al bolchevismo alejado de Alemania». La Iglesia católica fue el aliado más firme de los regímenes fascistas de Hitler, Franco y Mussolini, como hoy lo es de los imperialistas.
-El miedo creó los dioses
La lucha contra la religión no puede limitarse ni reducirse a la prédica ideológica abstracta; hay que vincular esta lucha a la actividad práctica concreta del movimiento de clases, que tiende a eliminar las raíces sociales de la religión. ¿Por qué persiste la religión entre los sectores atrasados del proletariado urbano, entre las vastas capas semiproletarias y entre la masa campesina? Por la ignorancia del pueblo, responderán el progresista burgués, el radical o el materialista burgués. En consecuencia, ¡abajo la religión y viva el ateísmo!; la difusión de las concepciones ateístas es nuestra tarea principal. El marxista dice: No es cierto. Semejante opinión es una ficción cultural superficial, burguesa, limitada. Semejante opinión no es profunda y explica las raíces de la religión de un modo no materialista, sino idealista. En los países capitalistas contemporáneos, estas raíces son, principalmente, sociales. La raíz más profunda de la religión en nuestros tiempos es la opresión social de las masas trabajadoras, su aparente impotencia total frente a las fuerzas ciegas del capitalismo, que cada día, cada hora causan a los trabajadores sufrimientos y martirios mil veces más horrorosos y salvajes que cualquier acontecimiento extraordinario, como las guerras, los terremotos, etc. «El miedo creó los dioses». El miedo a la fuerza ciega del capital -ciega porque no puede ser prevista por las masas del pueblo-, que a cada paso amenaza aportar y aporta al proletariado o al pequeño propietario la perdición, la ruina «inesperada», «repentina», «casual», convirtiéndole en mendigo, en indigente, arrojándole a la prostitución, acarreándole la muerte por hambre: he ahí la raíz de la religión contemporánea que el materialista debe tener en cuenta antes que nada, y más que nada, si no quiere quedarse en aprendiz de materialista.
Lenin. “Actitud del partido obrero hacia la religión”.