Guerra sucia:
Represión, esclavismo, y tras casi 100 años, aporreada por la policía del PNV
15 de diciembre de 2014
Julia Lanas Zamakola
Para Julia, nacida en 1919, la última agresión sufrida por la Ertzaintza es un capítulo más de una vida marcada por La represión contra su familia. Su padre, Francisco Lanas Mengosa, se alistó para defender la República cuando Mota y Franco dieron el golpe de estado y fue destinado a intendencia, en Eibar, su pueblo. Después, apresado en Santander y duramente torturado en los locales de la Escuela de Armería de Eibar, fue trasladado a la prisión de Ondarreta en 1938. «Allá llegó muy mal. Los gritos de dolor de los detenidos los intentaban acallar poniendo los motores en marcha que tenían en aquel lugar, a mi padre le arrancaron las uñas», recuerda Julia. Algunos de los presos consiguieron avisar a la familia del estado en el que se encontraba y ya no volvieron a saber más de él, puesto que junto con su madre y hermana fueron evacuadas a Barcelona. Después de la guerra, encontraron un papel donde aparecía como fusilado y, más tarde, después de largas gestiones, recuperaron su cuerpo del cementerio de Polloe en Donostia para enterrarlo en Eibar. «Cuando encontramos el cuerpo de mi padre, fue un momento muy emotivo. Cogí su cráneo, lo abracé y lo besé. Al final pudimos darle una sepultura digna en su pueblo», recuerda emocionada Julia.
«Mi madre nos tuvo que criar en un feroz ambiente represivo, como hijas de un malhechor republicano que osó defender la libertad contra los golpistas sublevados, quienes una vez tomado el poder, lo ejercieron durante más de 40 años con una brutal dictadura cimentada sobre los cadáveres de cientos de miles de personas que masacraron, así como sobre los cientos de miles de presos que esclavizaron durante años en los Batallones de Trabajadores, como ocurrió con mi marido Andoni», dice Julia sin un titubeo. Esta señora, de 94 años cuando fue agredida por la policía vasca, plenamente lúcida, es capaz de resumir en pocas palabras las consecuencias que tuvo la guerra para su familia.
Su marido, José Antonio Garmendia Arambarri, se alistó en el Ejército vasco voluntario y formó parte de los Jagi-Jagis, entrando por primera vez en combate en Otxandio y resultando después herido defendiendo Bilbao en el «Cinturón de Hierro». Fue ingresado en el hospital de Sama en Langreo y desde allí evacuado a Francia, acabando en el campo de concentración de Gurs, de donde se fugó cuando llegaron los alemanes. Regresó clandestinamente a Euskal Herria en 1942 y se casó con ella en 1947 siendo un ciudadano ilegal. «Nos conocimos en Eibar, donde residía de manera ilegal y nos casamos, no tenía ningún tipo de documento. Bueno, sí, lo único que lo identificaba era el carnet del Deportivo Eibarrés», Posteriormente fue apresado, estando un tiempo en uno de los famosos Batallones de Trabajadores, una manera peculiar de llamar a los prisioneros que esclavizó el franquismo. No pudo regularizar su situación hasta 1954. Fue detenido de nuevo en 1966 por repartir propaganda del PNV contra el referéndum convocado por el dictador fascista Francisco Franco, para la aprobación de la llamada «Ley de Sucesión». Lo condenaron a dos años de cárcel que cumplió dispersado en diferentes prisiones, principalmente en Martutene y Jaén. Dos de sus hermanos también fueron esclavos durante el franquismo.
«Mi hermano Paco fue también combatiente contra la sublevación franquista, siendo hecho prisionero en Santander. Sufrió la condena de estar en Zaragoza haciendo trabajos forzados, durante varios años en un Batallón de Trabajadores. Mi hermano Félix tuvo peor suerte. También fue combatiente y lo apresaron en Asturias. A las malas condiciones de vida se le unió el estar sometido a trabajos forzados. Eso fue lo que le provocó la muerte en 1949».
«Hay que luchar y denunciar, yo nunca me he callado, jamás alcé el brazo para saludar como un franquista aunque eso me costase golpes y fregar y limpiar muchas escaleras», dice orgullosa. «Tampoco me voy a callar ahora», comenta en referencia a la agresión que sufrió a manos de la Ertzaintza.
Julia estaba comprando, como todos los lunes, en el mercado de Gernika, ciudad en la que reside, cuando la Ertzaintza dio la orden de entrar a detener a la joven Jone Amezaga, que se encontraba en paradero desconocido desde hacía varios días, acusada de poner una pancarta de apoyo a ETA en el gaztetxe. Según una investigación de la Ertzaintza, una de sus huellas dactilares se encontraba en un trozo de cinta adhesiva con la que se colocó. El día de su reaparición en el mercado, se encontraba esperando su detención acompañada de familiares, amigos, amigas y simpatizantes de la Izquierda Abertzale, que habían realizado un muro popular. «herri harresia», más que para impedir La detención, para crear un efecto mediático ante los numerosos encarcelamientos de jóvenes vascos. Cientos de personas rodeaban a la joven «armados» con paraguas de color naranja.
«Lo del otro día en el mercado fue una invasión, de terror. Caí al suelo con la muñeca rota, alguien me golpeó. Después me enteré que habían sido policías de paisano con porras extensibles, que no sé si son legales. La Ertzaintza no es del Gobierno Vasco, son simples gestores de la España Imperial», prosigue. «Yo nunca he visto algo así, y he pasado la guerra, la dictadura, con muertos en la familia, torturados… estaban dando a diestro y siniestro. Si hubiese habido cochecitos de niños, hubiese sido igual, los habrían aplastado. Iban corno locos». Julia agradece la ayuda de las personas que estaban a su alrededor cuando cayó herida. «Los baserritarras me cuidaron muy bien y un chico me protegió. Intentó levantarme pero teníamos encima a los beltzas -Antidisturbios de la Ertzaintza-. Se puso encima protegiendo mi cuerpo y un policía vino a darle. Después, el ertzaina vio el charco de sangre y se marchó. El chico se arriesgó, le podían haber abierto la cabeza».
La indignación es patente cuando recuerda que al día siguiente del incidente recibió una llamada del diario Deia (del PNV) para que contase lo ocurrido. «Son unos sinvergüenzas. Escribieron que yo era una persona asidua a ese tipo de concentraciones, haciendo caso a la Policía, y simplemente estaba haciendo la compra, en el momento de la agresión. Les pedí una rectificación pero no la realizaron».
Julia es una de las personas que integran «La querella Argentina», una plataforma creada para denunciar los crímenes del franquismo y que no queden impunes. Tiene mucho que contar de todo el terror vivido. Con motivo de los nuevos exhortos enviados por la jueza argentina María Romilda Servini, Julia declaró el día 16 de diciembre de 2016 en el Juzgado de Gernika. Según la jueza, su testimonio es importante, puesto que «su familia y ella misma fueron duramente castigadas por el alzamiento militar de 1936».
Del libro «Nombres para recordar». Euskal Memoria. 2017.