Luchas, derrotas, victorias… Antifascistas
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El asedio a Leningrado
Desde el primer momento de la invasión de la URSS por parte del Ejército alemán, la toma de Leningrado se había convertido en un objetivo prioritario. El 22 de septiembre de 1941, Hitler dictó la orden de arrasar la ciudad de Leningrado de la faz de la tierra. Decía que “tras la derrota de la Rusia soviética, no quedará razón alguna para que esta gran urbe continúe existiendo”. Leningrado era el símbolo de la revolución bolchevique y los fascistas alemanes calculaban que la caída de este símbolo provocaría la desmoralización entre el Ejército y la población soviética. El Ejército alemán empleo todos los medios a su alcance para tomar la ciudad y, cuando no lo consiguió, el Estado Mayor pidió a un profesor de nutrición que estudiase científicamente cuanto tiempo podía sobrevivir una población privada de todo tipo de suministros. El profesor, Ernst Ziegelmeyer, del Instituto de Nutrición de Múnich, analizó el censo de población, la cantidad de alimentos almacenados en la ciudad y la previsión de temperaturas para los meses invernales. La conclusión del científico fue que, al cabo de un mes de asedio, las autoridades de la ciudad deberían imponer una ración básica de 250 gramos de pan por persona y día. Con esa exigua cantidad, explicó, resultaba físicamente imposible la supervivencia por un tiempo prolongado, de forma que, si el bloqueo se realizaba eficazmente y no se podían introducir alimentos durante todo el invierno la población no podría sobrevivir más allá del invierno… Pero Leningrado nunca fue tomada.
El asedio duró dos años, cuatro meses y 19 días. La ciudad fue defendida por toda su población, las pérdidas fueron numerosas, pero resistió.
Durante el asedio, el día que el Ejército alemán tenía previsto celebrar la toma de la ciudad, lo que se celebró fue un concierto. La Orquesta de Radio de Leningrado, en pleno asedio, a pesar de estar sus músicos hambrientos y sometidos a privaciones, estrenaron la Séptima Sinfonía de Dmitri Shostakovich, una pieza que este compositor había empezado a crear durante el bloqueo y a la que había rebautizado como la Sinfonía de Leningrado, en honor a esta ciudad. Los soviéticos consiguieron hacer callar a la maquinaria de guerra alemana y que la música se oyese en toda la ciudad gracias a la instalación de altavoces.
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